miércoles, 28 de noviembre de 2012

La serpiente cósmica

Uroboros Tattoo

Cuenta el pueblo fon que, al principio de los tiempos, una gran serpiente cósmica surcaba el inmenso espacio. En su boca portaba dos dioses primigenios, que iban llenando la Tierra de todo lo que se les antojaba: montañas, árboles, valles, elefantes... Hasta que, un buen día, comprendieron que la habían llenado demasiado, y que la Tierra corría el peligro de hundirse por el peso. Entonces, pidieron a la gran serpiente que se colocara bajo la Tierra para sujetarla y así evitar una catástrofe. La serpiente accedió a hacerlo y, gracias a ella, la Tierra se sostiene. Sin embargo, con el paso de los eones, el cuerpo de la serpiente se resiente, dolorido, y el gran animal se ve obligado a moverse para cambiar de postura. Cuando esto ocurre, se producen grandes temblores en la Tierra: los mismos que los seres humanos hemos decidido llamar terremotos.
 
Hoy he recordado este relato y, de pronto, he comprendido.
 
Mi otoño se llena de terremotos. Todos los aspectos de mi vida están siendo sacudidos, uno detrás de otro, o incluso varios a la vez. La tierra bajo mis pies tiembla, tiembla constantemente; pero hasta hoy no había pensado en la serpiente.
 
Esa serpiente que me sostiene, que sostiene el peso de mi vida, un peso excesivo que la incomoda, que lacera su piel escamosa por muchos lugares, que la obliga a moverse para cambiar de posición. Esa serpiente que dice: "¡Basta!", que grita: "¡Quítame de ahí esos elefantes! ¡Muéveme un poco esas montañas!".
 
Pero también la serpiente creadora que, harta de ver siempre los mismos paisajes, de sentir el mismo peso concentrado en el mismo punto, desea el terremoto que dará origen a nuevos valles, donde crezcan nuevos árboles, donde corran nuevos ríos y surjan cientos de animales. Esa serpiente que quiere montañas nuevas, jóvenes, escarpadas, repletas de nieve en la cumbre y en la falda de intrépidos humanos deseosos de escalarlas.
 
Esa serpiente cósmica que, pudiendo surcar libremente el espacio, ha decidido quedarse bajo la tierra para sujetarla.
 
Definitivamente, hoy he entendido todo.
Encantada.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Lo que sé de la ansiedad

Dedicado a Caminos del Espejo y a todas aquellas personas
que sufren, han sufrido o sufrirán ansiedad.

Estas son algunas de las cosas que he aprendido sobre la ansiedad.

En primer lugar, la ansiedad no son nervios. Mucha gente piensa que sí, que una persona que padece ansiedad está nerviosa, y que, si se calmara, la ansiedad desaparecería. Desde mi punto de vista, este prejuicio obedece al hecho de que, en general, se vincula la ansiedad a las mujeres (aunque yo conozco unos cuantos hombres que la padecen), y a las mujeres se nos vincula a una especie de histeria multiforme. Como si todavía viviéramos en la época de Freud, todos nuestros padecimientos parecen explicarse por los nervios que nos produce la debilidad congénita de nuestro sexo (!).

Una de las pruebas de que la ansiedad no son nervios es que las crisis de ansiedad suelen sobrevenir cuando la persona que las padece está tranquila. Por ejemplo, mientras duerme. La ansiedad también aparece cuando su causa forma ya parte del pasado: sufrimos una crisis vital profunda, atravesamos el ojo del huracán y, cuando por fin nos preparábamos para la calma, un vendaval de ansiedad nos deja por los suelos.

Pero, si no son nervios, ¿entonces qué es? Para mí, está muy claro: la ansiedad es una forma exacerbada, primitiva e irracional de una emoción que todos los seres humanos hemos sentido alguna vez. El miedo. Si nos fijamos en las somatizaciones que conlleva la ansiedad, podemos comprobar fácilmente que todas ellas se producirían también en una situación de peligro vital. Taquicardia, hiperventilación y, sobre todo, algo muy difícil de comprender para quien nunca ha sufrido ansiedad: una ganas literales y irresistibles de salir corriendo. Personalmente, he salido corriendo de donde estaba durante algunas de mis crisis de ansiedad, y me he movido frenéticamente durante horas cuando me han obligado a sentarme en una silla "para que me calmara".

Creo que, en esta comprensión de qué es la ansiedad realmente, reside también la clave para poder controlarla. Y digo "controlarla" porque, en principio, considero que en sí misma no es una patología, sino todo lo contrario. Para mí, la ansiedad es un mecanismo de defensa que ha asegurado la supervivencia de nuestra especie durante miles de años y, por lo tanto, no creo que responda precisamente a una desadaptación de nuestro organismo.

Desde mi experiencia personal puedo decir que el punto de inflexión en este "padecimiento" es el momento en que nos sentamos tranquilamente con nosotros mismos y, compartiendo mesa con la ansiedad, meditamos honesta y profundamente acerca de su origen. Es decir, nos preguntamos: "¿Qué es lo que me da tanto miedo?".

Si la ansiedad es una somatización parecida a la que se producirían ante una amenaza vital, se entiende que la respuesta a esta pregunta es algo que sentimos que amenaza nuestra vida, nuestra supervivencia. Esto, evidentemente, variará con cada persona. Algunas sienten ansiedad ante algo que podría suponer un peligro real para su vida, como un avión o un ascensor. Otras sienten su vida amenazada de una manera menos directa, pero igualmente dolorosa. No llevamos la vida que querríamos, sentimos que alguien o algo nos la está arruinando, tememos no ser capaces de cumplir nuestros sueños y un largo etcétera de situaciones que, si bien no nos provocarán la muerte, sí que nos dejarán sin vida.

Lo que nos da miedo es lo que hay que tratar de solucionar. Identificarlo, racionalizarlo, analizarlo y, como se suele decir, tener el valor de ser capaz de cambiarlo cuando sea posible, o la serenidad de aceptarlo cuando sea imposible. En este sentido, la ansiedad no ha sido un problema, sino la llamada de atención necesaria para que nos pusiéramos manos a la obra con el objetivo nada desdeñable de salvar nuestra propia vida. Porque los seres humanos somos así de cabezotas: nuestra vida, tal y como la conocemos, tal y como la deseamos o soñamos está en peligro, y tratamos de mirar hacia otro lado hasta que nuestro cuerpo nos sacude de arriba a abajo para hacernos despertar.

Entonces, ¿no existe una ansiedad patológica? Yo creo que sí: es la ansiedad que provoca la propia ansiedad. Quien ha sufrido alguna vez una crisis de este tipo y sus consecuencias sabe que, de pronto, lo que no debería ser un problema en sí mismo se convierte en el centro de nuestros padecimientos. Después de mi gran crisis de ansiedad, que me hizo sentir aterrorizada durante días, vinieron un mes de baja laboral, el desenmascaramiento de una depresión y casi dos años de tratamiento psicológico y farmacológico con ansiolíticos, antidepresivos y somníferos. Creo que es lógico que, ante los primeros síntomas, sienta un miedo terrible a que el ciclo se inicie de nuevo. Esta emoción (el miedo al miedo, la ansiedad por la ansiedad) ya no resulta adaptativa, sino todo lo contrario. La sabiduría de la primera ansiedad se vuelve un obstáculo con la ansiedad de "segundo grado", que pasa a ser un problema en sí mismo y no una contundente llamada de atención.

No es sencillo superar la ansiedad. Hace falta mucha ayuda, de muchos tipos. Y una gran fuerza interior. Una vez que nuestro cuerpo aprende a somatizar de ese modo, además, se aficiona a hacerlo, y cuando creíamos haber superado una crisis, la ansiedad vuelve a aparecer.

Pero en el fondo de ese pozo, como una moneda que brilla entre el lodo de nuestra desesperación, se encuentra la respuesta que buscamos, la respuesta a la pregunta que tan insistentemente nos plantea nuestra ansiedad. ¿Qué clase de animal salvaje te persigue? ¿Cuál es el incendio que te obliga a salir corriendo de tu propia casa? ¿Dónde está el huracán que ha arrancado los cimientos de tu vida?

Hasta que no respondamos a esa pregunta, hasta que no nos enfrentemos a nuestros miedos para vencerlos, la ansiedad estará allí para recordarnos que no podemos mirar para otro lado cuando se trata de nosotros mismos: de nuestros sueños, de nuestra felicidad, de nuestra salud, de nuestra vida.

¿Y acaso no es de agradecer?