Hace más de seis años que publiqué la última entrada de este blog. En ella, prometía avisar cuando tuviera listo mi nuevo proyecto, algo que esperaba hacer en apenas unos meses.
Mi plan era descansar del frenesí de las publicaciones, oxigenar mi mente, concebir algo nuevo y, tras escribir algunas entradas, regresar aquí para anunciarlo.
Pero han pasado seis años. Seis años que han traído consigo la irrupción de las redes sociales y la mutación de la bollosfera en algo que apenas se le parece.
Cuando empecé a publicar en este blog, me costaba encontrar fotos de dos mujeres con que ilustrarlo. Ahora hay lesbianas que publican fotos de su familia en Instagram y se hacen famosas.
Seis años es demasiado.
Entonces, ¿qué ocurrió? ¿Cómo alargué tanto mis vacaciones mentales? Pues, en realidad, tardé apenas cinco meses en tener mi nuevo blog preparado. Lo que me faltó fue pasar por aquí para anunciarlo.
Pero empecemos por el principio, que es el final de Encantada. Cuando decidí cerrarlo, acababa de romper con la que entonces era mi novia. Esa no fue la única razón para acabar con este blog, pero era una de las más importantes. Necesitaba un nuevo comienzo en un nuevo lugar.
Lo que nunca llegué tampoco a contar aquí es que aquella fue una ruptura momentánea. En apenas mes y medio ya habíamos vuelto a convivir y, desde entonces, no nos hemos separado.
Uno de los motivos para romper fueron nuestras desavenencias en cuanto a la posibilidad de convertirnos en madres. Sin embargo, tras reconciliarnos (que no fue sencillo, pues nos llevó más tiempo que la propia ruptura, aunque trajo a nuestra relación perspectivas y dinámicas muy interesantes), emprendimos la aventura de convertirnos en una familia.
Yo pensaba que sería un proceso relativamente sencillo. Al fin y al cabo, aunque algunas mujeres lesbianas optemos por someternos a tratamientos de reproducción asistida para tener hijos, en realidad, no tenemos más problema de infertilidad que el de no poder quedarnos embarazadas en pareja.
Además, yo había recorrido un largo camino para atreverme a convertirme en madre, camino que relaté en este blog: asumir la homofobia de mis padres, normalizar mi lesbianismo en otros ámbitos, enfrentar la ansiedad y la depresión consecuentes, y, además, resolver asuntos mundanos de esos que, a veces, constituyen la única preocupación de las personas heterosexuales. Como comprarse una casa.
La maternidad fue una fuente de motivación clave para conseguir enfrentarme a todo ello, y desde un punto de vista kármico, pensaba que había llegado el momento de vivirla. Que me la había ganado.
Pero La Vida tenía otros planes.
El embarazo no llegó como esperaba. Los tratamientos se complicaron. Y volvieron a complicarse. Hubo muchos negativos. Hubo también varios abortos. Yo creía que sabía lo que era luchar, esforzarse. Pero me quedaba por aprender casi todo.
Así fue cómo el blog que pretendía llenar de activismo y Literatura acabó plagado de datos médicos y autoterapia. Y nunca lo enlacé con este porque me avergonzaba. Sentía que ya no tenía nada que ofrecer a quienes me habían leído aquí. Que mi escritura no solo no había crecido, sino que menguaba. Que mi trayecto vital, con el que otras mujeres lesbianas se podían haber sentido identificadas, acompañadas o inspiradas, ya solo provocaba lástima o indiferencia. Y, a veces, ni siquiera me importaba.
La infertilidad me robó muchas cosas que nunca podré recuperar. Me robó tiempo, dinero, salud. Me dañó tanto o más que la homofobia. Y también me quitó lo que podía haber conservado de Encantada.
A pesar de todos los fracasos, La Vida terminó compadeciéndose de mi empeño kamikaze y, cuando jugaba una de mis últimas cartas, conseguí el deseado embarazo: hoy escribo estas palabras con mi hija de casi dos años durmiendo sobre mi regazo.
Desde que nació, he sentido, más fuerte que nunca, la llamada de la escritura. Y aunque mi vida sigue llena de retos (o quizá precisamente por eso), no he parado hasta alumbrar un espacio donde, esta vez sí, poder desarrollarla.
No es el blog con que soñaba cuando decidí dejar de escribir como Encantada. Tampoco yo soy la misma que era entonces. El momento, sin embargo, ha llegado. Aunque haya tenido que romperme todavía mucho más por dentro para lograr alcanzarlo.
Seis años es demasiado.
Entonces, ¿qué ocurrió? ¿Cómo alargué tanto mis vacaciones mentales? Pues, en realidad, tardé apenas cinco meses en tener mi nuevo blog preparado. Lo que me faltó fue pasar por aquí para anunciarlo.
Pero empecemos por el principio, que es el final de Encantada. Cuando decidí cerrarlo, acababa de romper con la que entonces era mi novia. Esa no fue la única razón para acabar con este blog, pero era una de las más importantes. Necesitaba un nuevo comienzo en un nuevo lugar.
Lo que nunca llegué tampoco a contar aquí es que aquella fue una ruptura momentánea. En apenas mes y medio ya habíamos vuelto a convivir y, desde entonces, no nos hemos separado.
Uno de los motivos para romper fueron nuestras desavenencias en cuanto a la posibilidad de convertirnos en madres. Sin embargo, tras reconciliarnos (que no fue sencillo, pues nos llevó más tiempo que la propia ruptura, aunque trajo a nuestra relación perspectivas y dinámicas muy interesantes), emprendimos la aventura de convertirnos en una familia.
Yo pensaba que sería un proceso relativamente sencillo. Al fin y al cabo, aunque algunas mujeres lesbianas optemos por someternos a tratamientos de reproducción asistida para tener hijos, en realidad, no tenemos más problema de infertilidad que el de no poder quedarnos embarazadas en pareja.
Además, yo había recorrido un largo camino para atreverme a convertirme en madre, camino que relaté en este blog: asumir la homofobia de mis padres, normalizar mi lesbianismo en otros ámbitos, enfrentar la ansiedad y la depresión consecuentes, y, además, resolver asuntos mundanos de esos que, a veces, constituyen la única preocupación de las personas heterosexuales. Como comprarse una casa.
La maternidad fue una fuente de motivación clave para conseguir enfrentarme a todo ello, y desde un punto de vista kármico, pensaba que había llegado el momento de vivirla. Que me la había ganado.
Pero La Vida tenía otros planes.
El embarazo no llegó como esperaba. Los tratamientos se complicaron. Y volvieron a complicarse. Hubo muchos negativos. Hubo también varios abortos. Yo creía que sabía lo que era luchar, esforzarse. Pero me quedaba por aprender casi todo.
Así fue cómo el blog que pretendía llenar de activismo y Literatura acabó plagado de datos médicos y autoterapia. Y nunca lo enlacé con este porque me avergonzaba. Sentía que ya no tenía nada que ofrecer a quienes me habían leído aquí. Que mi escritura no solo no había crecido, sino que menguaba. Que mi trayecto vital, con el que otras mujeres lesbianas se podían haber sentido identificadas, acompañadas o inspiradas, ya solo provocaba lástima o indiferencia. Y, a veces, ni siquiera me importaba.
La infertilidad me robó muchas cosas que nunca podré recuperar. Me robó tiempo, dinero, salud. Me dañó tanto o más que la homofobia. Y también me quitó lo que podía haber conservado de Encantada.
A pesar de todos los fracasos, La Vida terminó compadeciéndose de mi empeño kamikaze y, cuando jugaba una de mis últimas cartas, conseguí el deseado embarazo: hoy escribo estas palabras con mi hija de casi dos años durmiendo sobre mi regazo.
Desde que nació, he sentido, más fuerte que nunca, la llamada de la escritura. Y aunque mi vida sigue llena de retos (o quizá precisamente por eso), no he parado hasta alumbrar un espacio donde, esta vez sí, poder desarrollarla.
No es el blog con que soñaba cuando decidí dejar de escribir como Encantada. Tampoco yo soy la misma que era entonces. El momento, sin embargo, ha llegado. Aunque haya tenido que romperme todavía mucho más por dentro para lograr alcanzarlo.
Mientras lo preparaba, repasé todo lo que había escrito hasta entonces y me di cuenta de que debía reconciliarme conmigo misma, perdonarme. Y dejar de avergonzarme.
Y por eso he venido aquí a escribir esta última entrada. Para cumplir mi promesa y darle a Encantada un final que se parezca algo más al que merecía. Para dejar este blog bien cerrado, aun sabiendo que es posible que ya no quede nadie al otro lado.
Seis años es demasiado. Todo ha cambiado y, sin embargo, yo sigo creyendo que la escritura debe encontrar su espacio en este mundo nuevo. Que las mujeres como yo (lesbianas, feministas, madres) podemos aportar, con nuestra voz, una mirada distinta. Y que debemos hacerlo, para que la oscuridad no crezca, para que nadie nos calle.
Si todavía sigues por aquí, te invito a acompañarme :)