He crecido considerando algo natural el hecho de que todas las mujeres de mi familia fueran unas arpías. A su lado, todos los hombres eran unos santos: pacientes, atentos, sencillos, sabios… Por supuesto, mi madre y yo éramos una excepción en esto, pero por una razón igualmente perversa: no nos gustaban las joyas, ni el maquillaje, y nos realizábamos a través de nuestro trabajo; es decir, estábamos adornadas por características pretendidamente masculinas.
Sé que esta situación, tristemente, no se daba ni se da sólo en mi familia, ya que mis amigas de la adolescencia también tenían este tipo de ideas en la cabeza sin que pueda recordar que ninguna las hubiésemos escuchado en el colegio o en el instituto. Me viene a la memoria una de tantas conversaciones sobre hombres en las que todas sacábamos la misma conclusión horrenda:
- Es que los hombres son más nobles.
- Sí, claro que lo son.
- No como nosotras, que somos unas arpías.
- Sí, porque fíjate en ellos, siempre tan amigos.
- Sí, ellos nunca se enfadan.
- Siempre anteponen a sus colegas.
- No como nosotras, que en cuento podemos…
- En cuanto podemos, nos damos puñaladas en la espalda.
- Ya te digo…
- Pero ellos…
- No, ellos son más nobles.
Por desgracia, no estoy en condiciones de asegurar que ninguna mujer de mi familia sea una arpía, ni que varias de mis amigas de la adolescencia no me dieran puñaladas en la espalda. Lo que me pregunto es qué fue primero, ¿la arpía o la idea de ser una arpía? Porque cuando una crece sabiendo que las mujeres somos malas, en el momento de decidir si comportarse de forma noble o rastrera, quizás, simplemente, te dejas llevar por la corriente. No es que esté justificado, pero tal vez una parte de ello se pueda explicar por algo distinto a nuestra natural tendencia a la maldad.
En cualquier caso, y desde hace un tiempo, me estoy esforzando por encontrar la nobleza en todas las mujeres de mi familia. Lo peor no es que no la haya, lo peor es lo que me cuesta mirarlas con otros ojos, con los ojos con los que se mira a una igual, alguien que ha sido tan injustamente considerada como yo, y que se ha comportado como ha podido en un mundo que no se lo ha puesto nada fácil.
La misoginia se mama.
Las gafas de no verlo, los ojos de mirarlo, nos las quitamos y ponemos cada cual.
Sé que esta situación, tristemente, no se daba ni se da sólo en mi familia, ya que mis amigas de la adolescencia también tenían este tipo de ideas en la cabeza sin que pueda recordar que ninguna las hubiésemos escuchado en el colegio o en el instituto. Me viene a la memoria una de tantas conversaciones sobre hombres en las que todas sacábamos la misma conclusión horrenda:
- Es que los hombres son más nobles.
- Sí, claro que lo son.
- No como nosotras, que somos unas arpías.
- Sí, porque fíjate en ellos, siempre tan amigos.
- Sí, ellos nunca se enfadan.
- Siempre anteponen a sus colegas.
- No como nosotras, que en cuento podemos…
- En cuanto podemos, nos damos puñaladas en la espalda.
- Ya te digo…
- Pero ellos…
- No, ellos son más nobles.
Por desgracia, no estoy en condiciones de asegurar que ninguna mujer de mi familia sea una arpía, ni que varias de mis amigas de la adolescencia no me dieran puñaladas en la espalda. Lo que me pregunto es qué fue primero, ¿la arpía o la idea de ser una arpía? Porque cuando una crece sabiendo que las mujeres somos malas, en el momento de decidir si comportarse de forma noble o rastrera, quizás, simplemente, te dejas llevar por la corriente. No es que esté justificado, pero tal vez una parte de ello se pueda explicar por algo distinto a nuestra natural tendencia a la maldad.
En cualquier caso, y desde hace un tiempo, me estoy esforzando por encontrar la nobleza en todas las mujeres de mi familia. Lo peor no es que no la haya, lo peor es lo que me cuesta mirarlas con otros ojos, con los ojos con los que se mira a una igual, alguien que ha sido tan injustamente considerada como yo, y que se ha comportado como ha podido en un mundo que no se lo ha puesto nada fácil.
La misoginia se mama.
Las gafas de no verlo, los ojos de mirarlo, nos las quitamos y ponemos cada cual.
Encantada.
¿Qué fue primero, la arpía o la idea de que éramos arpías? He aquí mi hipótesis.
ResponderEliminarLo primero fue el amor entre dos mujeres. Ellas crearon juntas un vínculo afectivo, íntimo y profundamente emocional, que derribó todo lo que entre ellas se opuso y alcanzó las cimas de un indestructible poder.
Esto asustó al resto del mundo, que vieron en la fuerza de la unión amorosa de las mujeres un gran peligro.
Entonces decidieron que debíamos dedicarnos a la reproducción de la especie, nos relegaron a un segundo plano y nos tacharon de arpías, condenándonos a ser rivales entre nosotras.
* * *
Crear una "network" entre nosotras puede ser increíblemente poderoso. Y nos beneficiaría a nosotras mismas como personas, y a la sociedad en su conjunto (Shere Hite dixit).
¡Clap, clap, clap!
ResponderEliminar¡Grandiosa hipótesis que suscribo palabra por palabra! Lo único que quizá variaría es el eufemismo de "esto asustó al resto del mundo". ¿Quiénes son el resto del mundo? Jojojo :P
Pues sí, lamentablemente está muy incrustada esa idea de que los hombres son más nobles, mientras que nosotras somos más retorcidas. A mí siempre me ha dado mucha pena, y lo he considerado una generalización malintencionada.
ResponderEliminarEstoy bastante de acuerdo en que no somos más retorcidas, es que nos "hacen" así (del mismo modo que a los hombres los "hacen" más nobles)
Incluso puede ser que ni siquiera "nos hagan", sino que simplemente nos creamos que lo somos a base de escucharlo, lo cual es bastante retorcido por su parte ;-)
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