Clarissa Pinkola Estés
Mujeres que corren con los lobos
El hecho de ofrecer la otra mejilla, es decir, de guardar silencio en presencia de la injusticia o de los malos tratos, se tiene que sopesar cuidadosamente. Una cosa es utilizar la resistencia pasiva como herramienta política tal como Gandhi enseñó a hacer a las masas, y otra muy distinta que se anime u obligue a las mujeres a guardar silencio para poder sobrevivir a una situación insoportable de corrupción o de injusto poder en la familia, la comunidad o el mundo. Su silencio, entonces, no obedece a la serenidad, sino que es una enorme defensa para evitar unos daños. Se equivocan quienes piensan que el hecho de que una mujer guarde silencio significa siempre que esta aprueba a vida tal como es.
Hay veces en que resulta absolutamente necesario dar rienda suelta a una cólera capaz de sacudir el cielo. Hay un momento (aunque tales ocasiones no abunden demasiado, siempre hay un momento) en que una tiene que soltar toda la artillería que lleva dentro. Y debe hacerlo en respuesta a una grave ofensa, una ofensa muy grande contra el alma o el espíritu. Una tiene que haber probado primero todos los medios razonables para que se produzca un cambio. Cuando todo falla, hemos de elegir el momento más adecuado. Existe sin duda un momento apropiado para desencadenar toda la cólera que la mujer lleva dentro. Cuando las mujeres prestan atención al yo instintivo, saben que ha llegado la hora. Lo saben intuitivamente y obran en consecuencia. Y es justo que lo hagan.
La mujer que evita todos los enfrentamientos se va encontrando cada vez mejor. Pero se trata de una situación transitoria. Este no es el aprendizaje que andamos buscando. El aprendizaje que andamos buscando consiste en saber cuándo podemos dar rienda suelta a la justa cólera y cuándo no. La cólera es uno de los medios innatos que las mujeres poseemos para poder desarrollar una actividad creativa y conservar los equilibrios que más apreciamos, todo aquello que amamos verdaderamente. No sólo es un derecho, sino que, indeterminados momentos y en ciertas circunstancias, constituye para nosotras un deber moral.
Si el instinto de una mujer ha resultado herido, esta se enfrenta con varios retos relacionados con la cólera. En primer lugar, suele tener dificultades para reconocer la intrusión; tarda en percatarse de las violaciones territoriales y no percibe su propia cólera hasta que esta se le echa encima. Este desfase es el resultado de la lesión de los instintos de las niñas, causada por las exhortaciones que se les suelen hacer a no reparar en los desacuerdos, a intentar poner paz a toda costa, a no intervenir y a resistir el dolor hasta que las cosas vuelvan a su cauce o desaparezcan provisionalmente. Tales mujeres no actúan siguiendo el impulso de la cólera que sienten sino que arrojan el arma o bien experimentan una reacción retardada varias semanas, meses o incluso años después, al darse cuenta de lo que hubieran tenido o podido decir o hacer.
Tal comportamiento no suele deberse a la timidez o a la introversión, sino a una excesiva consideración hacia los demás, a un exagerado esfuerzo por ser amable en perjuicio propio y a una insuficiente actuación dictada por el alma. El alma salvaje sabe cuándo y cómo actuar, basta que la mujer la escuche. La reacción adecuada se compone de perspicacia y una adecuada cantidad de compasión y fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido ha de curarse practicando la imposición de unos sólidos límites y practicando el ofrecimiento de unas firmes y, a ser posible, generosas respuestas que no cedan, sin embargo, a la tentación de la debilidad.
Una mujer puede tener dificultades en dar rienda suelta a su cólera incluso si esa supresión resulta perjudicial para su vida, incluso en el caso de que ello la obligue a revivir obsesivamente unos acontecimientos de años atrás con la misma fuerza que si hubieran ocurrido la víspera. Insistir en hablar de un trauma y hacerlo con gran intensidad a lo largo de un determinado periodo de tiempo es muy importante para la curación.
La cólera o la rabia colectiva es también una función natural. Existe el fenómeno de la lesión de grupo, el dolor de grupo. Las mujeres que adquieren conciencia social, política o cultural descubren a menudo la necesidad de enfrentarse con la cólera colectiva que una y otra vez les recorre el cuerpo. Desde un punto de vista psíquico es saludable que las mujeres experimenten semejante cólera. Y es psíquicamente saludable que utilicen esta cólera derivada de la injusticia para buscar los medios capaces de producir el cambio necesario. Pero no es psicológicamente saludable neutralizar la cólera con el fin de no sentir nada, y por consiguiente, no exigir la evolución y el cambio.
La cólera constructiva se puede utilizar con provecho como motivación para la búsqueda o el ofrecimiento de apoyo, para la búsqueda de medios que induzcan a los grupos y a los individuos al diálogo o para exigir responsabilidades, progresos y mejoras. Esos son los procesos que las mujeres que adquieren conciencia han de seguir en las pautas de comportamiento. El hecho de experimentar unas profundas reacciones ante las faltas de respeto, las amenazas y las lesiones forman parte de una sana psique instintiva. La reacción vehemente es una parte lógica y natural del aprendizaje acerca de los mundos colectivos del alma y la psique.
Para poder sanar realmente, tenemos que decir nuestra verdad, no solo nuestro pesar y nuestro dolor sino también los daños, la cólera y la indignación que se provocaron y también qué sentimientos de expiación o de venganza experimentamos. Ninguna de nosotras puede escapar por entero a su historia. Podemos empujarla hacia el fondo, por supuesto, pero estará ahí de todos modos. En cambio, si una mujer hace las cosas que hemos enumerado, podrá contener la cólera, y al final, todo se calmará y se arreglará. No del todo, pero sí lo suficiente como para seguir adelante.
¡Encantada!
Hay veces en que resulta absolutamente necesario dar rienda suelta a una cólera capaz de sacudir el cielo. Hay un momento (aunque tales ocasiones no abunden demasiado, siempre hay un momento) en que una tiene que soltar toda la artillería que lleva dentro. Y debe hacerlo en respuesta a una grave ofensa, una ofensa muy grande contra el alma o el espíritu. Una tiene que haber probado primero todos los medios razonables para que se produzca un cambio. Cuando todo falla, hemos de elegir el momento más adecuado. Existe sin duda un momento apropiado para desencadenar toda la cólera que la mujer lleva dentro. Cuando las mujeres prestan atención al yo instintivo, saben que ha llegado la hora. Lo saben intuitivamente y obran en consecuencia. Y es justo que lo hagan.
La mujer que evita todos los enfrentamientos se va encontrando cada vez mejor. Pero se trata de una situación transitoria. Este no es el aprendizaje que andamos buscando. El aprendizaje que andamos buscando consiste en saber cuándo podemos dar rienda suelta a la justa cólera y cuándo no. La cólera es uno de los medios innatos que las mujeres poseemos para poder desarrollar una actividad creativa y conservar los equilibrios que más apreciamos, todo aquello que amamos verdaderamente. No sólo es un derecho, sino que, indeterminados momentos y en ciertas circunstancias, constituye para nosotras un deber moral.
Si el instinto de una mujer ha resultado herido, esta se enfrenta con varios retos relacionados con la cólera. En primer lugar, suele tener dificultades para reconocer la intrusión; tarda en percatarse de las violaciones territoriales y no percibe su propia cólera hasta que esta se le echa encima. Este desfase es el resultado de la lesión de los instintos de las niñas, causada por las exhortaciones que se les suelen hacer a no reparar en los desacuerdos, a intentar poner paz a toda costa, a no intervenir y a resistir el dolor hasta que las cosas vuelvan a su cauce o desaparezcan provisionalmente. Tales mujeres no actúan siguiendo el impulso de la cólera que sienten sino que arrojan el arma o bien experimentan una reacción retardada varias semanas, meses o incluso años después, al darse cuenta de lo que hubieran tenido o podido decir o hacer.
Tal comportamiento no suele deberse a la timidez o a la introversión, sino a una excesiva consideración hacia los demás, a un exagerado esfuerzo por ser amable en perjuicio propio y a una insuficiente actuación dictada por el alma. El alma salvaje sabe cuándo y cómo actuar, basta que la mujer la escuche. La reacción adecuada se compone de perspicacia y una adecuada cantidad de compasión y fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido ha de curarse practicando la imposición de unos sólidos límites y practicando el ofrecimiento de unas firmes y, a ser posible, generosas respuestas que no cedan, sin embargo, a la tentación de la debilidad.
Una mujer puede tener dificultades en dar rienda suelta a su cólera incluso si esa supresión resulta perjudicial para su vida, incluso en el caso de que ello la obligue a revivir obsesivamente unos acontecimientos de años atrás con la misma fuerza que si hubieran ocurrido la víspera. Insistir en hablar de un trauma y hacerlo con gran intensidad a lo largo de un determinado periodo de tiempo es muy importante para la curación.
La cólera o la rabia colectiva es también una función natural. Existe el fenómeno de la lesión de grupo, el dolor de grupo. Las mujeres que adquieren conciencia social, política o cultural descubren a menudo la necesidad de enfrentarse con la cólera colectiva que una y otra vez les recorre el cuerpo. Desde un punto de vista psíquico es saludable que las mujeres experimenten semejante cólera. Y es psíquicamente saludable que utilicen esta cólera derivada de la injusticia para buscar los medios capaces de producir el cambio necesario. Pero no es psicológicamente saludable neutralizar la cólera con el fin de no sentir nada, y por consiguiente, no exigir la evolución y el cambio.
La cólera constructiva se puede utilizar con provecho como motivación para la búsqueda o el ofrecimiento de apoyo, para la búsqueda de medios que induzcan a los grupos y a los individuos al diálogo o para exigir responsabilidades, progresos y mejoras. Esos son los procesos que las mujeres que adquieren conciencia han de seguir en las pautas de comportamiento. El hecho de experimentar unas profundas reacciones ante las faltas de respeto, las amenazas y las lesiones forman parte de una sana psique instintiva. La reacción vehemente es una parte lógica y natural del aprendizaje acerca de los mundos colectivos del alma y la psique.
Para poder sanar realmente, tenemos que decir nuestra verdad, no solo nuestro pesar y nuestro dolor sino también los daños, la cólera y la indignación que se provocaron y también qué sentimientos de expiación o de venganza experimentamos. Ninguna de nosotras puede escapar por entero a su historia. Podemos empujarla hacia el fondo, por supuesto, pero estará ahí de todos modos. En cambio, si una mujer hace las cosas que hemos enumerado, podrá contener la cólera, y al final, todo se calmará y se arreglará. No del todo, pero sí lo suficiente como para seguir adelante.
¡Encantada!
Las mujeres, en los países subdesarrollados, sufren maltrato de todo tipo, por parte de la sociedad en general y de los hombres en particular. Este maltrato se hace más evidente, cuanto más descendemos en la escala socio-económico-cultural. Hasta el punto en que la desprotección de la mujer es tan grande, que si ella reacciona ante la injusticia, paradójicamente, pone en juego el pan y el bienestar de sus hijos. Entonces su cólera se transforma en rabia, y su rabia en silencio. Y el silencio es la principal herramienta con la que cuenta el opresor. Pero... por qué estas mujeres callan? Seguramente algunas por necesidad, digamos, porque elijen sufrir ellas para que sufran menos sus hijos, pero también lo hacen por ignorancia... porque... cómo pueden siquiera imaginar que se puede salir de esa situación de opresión si nadie les ha mostrado el camino? si muchas no tienen ni siquiera conciencia de su nivel de opresión? Sus madres, que por años han contenido su cólera, les han enseñado, también, a callar...
ResponderEliminarEsta situación tiene que ser modificada. Los esfuerzos gubernamentales siempre, no importa el gobierno de turno, son pocos, débiles, intermitentes e insuficientes. Sin embargo las redes de mujeres que ayudan a mujeres maltratadas existen, alimentadas por la cólera o el dolor de grupo, o por viejas historias personales enterradas, o simplemente por la lucidez y la solidaridad. Además, por suerte, las niñas están siendo educadas ya de otra manera, aprenden a manifestar su cólera desde pequeñas, a detectar las agresiones y a defenderse en consecuencia.
la rabia y el miedo paralizan, la rabia y el miedo pueden mover montanas
ResponderEliminarabrazos
te agregué a la lista de blogs que leo. salu2
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo. Las redes de mujeres que ayudan a mujeres son básicas para cambiar todo esto.
ResponderEliminar¡Gracias por los comentarios!
yo tambien agregue tu blog al mio, feliz dia
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