Hay que acabar con la invisibilidad social de la población homosexual. No se puede vivir en un secuestro emocional, ocultando lo que es uno, escondiéndose, con miedo al rechazo social, escolar o familiar.
Saltando de página en página, el otro día encontré una entrevista a Leopoldo Alas (no “Clarín”, sino el sobrino-bisnieto), en la que aparecía el término que más arriba destaco: “secuestro emocional”. Felicito al autor (homosexual, claro), porque me parece que la expresión es de lo más acertada.
Y es que el armario puede dejar de ser una guarida para convertirse en todo un secuestro emocional. No siempre ocultamos nuestra realidad por decisión propia, o al menos, no siempre es la decisión propia la que prevalece, sino que se presenta como el colofón final de toda una serie de decisiones ajenas que nos secuestran.
Cuando las personas que nos rodean, desde nuestra familia hasta el gobierno de nuestro país, nos recuerdan cada día que somos personas ilícitas, que traemos la vergüenza y la desgracia a nuestra comunidad, que merecemos el desprecio e incluso la violencia que nos prodigan, cuando la homofobia adquiere cara, boca, manos y voz, puede secuestrarnos.
Me parece que el término es acertado en toda su extensión, puesto que el secuestro emocional que sufrimos lleva aparejado también su síndrome de Estocolmo correspondiente. ¿Quién no ha agradecido a la persona homófoba de turno que, al menos, no le haya pegado, o insultado en público, o que haya tenido la bondad de invitarle a la fiesta pidiéndole tan sólo a cambio que oculte quién es al resto de los invitados? Creo que también los secuestrados emocionales agradecemos que nuestros captores no hayan sido peores, sin darnos cuenta de que ya han sido lo suficientemente malos, de que hace ya tiempo que superaron el límite tolerable de maldad.
Por fortuna, los secuestrados no estamos muertos, y desde el momento en que seguimos vivos en nuestro encierro, existe la esperanza de que nos podamos zafar de nuestras cadenas. A pesar de todas las decisiones ajenas, podemos negarnos a culminarlas tomando la decisión contraria: comprometernos con nosotros mismos y salir de nuestro encierro. Pero esa decisión no es fácil, ni tampoco necesariamente bonita: la vida después de un secuestro no puede discurrir como si nunca hubiera ocurrido. Y menos cuando, a la vuelta de cada esquina, nos espera un nuevo secuestrador para llevarse nuestro libre albedrío, nuestras emociones y nuestra dignidad.
Supongo que la liberación empieza por la toma de conciencia.
Desde ella, al menos, hay que intentarlo.
Encantada.
Saltando de página en página, el otro día encontré una entrevista a Leopoldo Alas (no “Clarín”, sino el sobrino-bisnieto), en la que aparecía el término que más arriba destaco: “secuestro emocional”. Felicito al autor (homosexual, claro), porque me parece que la expresión es de lo más acertada.
Y es que el armario puede dejar de ser una guarida para convertirse en todo un secuestro emocional. No siempre ocultamos nuestra realidad por decisión propia, o al menos, no siempre es la decisión propia la que prevalece, sino que se presenta como el colofón final de toda una serie de decisiones ajenas que nos secuestran.
Cuando las personas que nos rodean, desde nuestra familia hasta el gobierno de nuestro país, nos recuerdan cada día que somos personas ilícitas, que traemos la vergüenza y la desgracia a nuestra comunidad, que merecemos el desprecio e incluso la violencia que nos prodigan, cuando la homofobia adquiere cara, boca, manos y voz, puede secuestrarnos.
Me parece que el término es acertado en toda su extensión, puesto que el secuestro emocional que sufrimos lleva aparejado también su síndrome de Estocolmo correspondiente. ¿Quién no ha agradecido a la persona homófoba de turno que, al menos, no le haya pegado, o insultado en público, o que haya tenido la bondad de invitarle a la fiesta pidiéndole tan sólo a cambio que oculte quién es al resto de los invitados? Creo que también los secuestrados emocionales agradecemos que nuestros captores no hayan sido peores, sin darnos cuenta de que ya han sido lo suficientemente malos, de que hace ya tiempo que superaron el límite tolerable de maldad.
Por fortuna, los secuestrados no estamos muertos, y desde el momento en que seguimos vivos en nuestro encierro, existe la esperanza de que nos podamos zafar de nuestras cadenas. A pesar de todas las decisiones ajenas, podemos negarnos a culminarlas tomando la decisión contraria: comprometernos con nosotros mismos y salir de nuestro encierro. Pero esa decisión no es fácil, ni tampoco necesariamente bonita: la vida después de un secuestro no puede discurrir como si nunca hubiera ocurrido. Y menos cuando, a la vuelta de cada esquina, nos espera un nuevo secuestrador para llevarse nuestro libre albedrío, nuestras emociones y nuestra dignidad.
Supongo que la liberación empieza por la toma de conciencia.
Desde ella, al menos, hay que intentarlo.
Encantada.
Definitivamente de acuerdo con vos. Sobre todo porque mi situación particular en este momento me hace pensar todo el tiempo en modos de salvar a la mujer que tengo al lado de un desastre emocional por no poder asumirse. Tiene tanto miedo todo el tiempo, que al final sufrimos y mucho las dos.
ResponderEliminarGracias por compartir estas reflexiones, me parece un texto muy rico.
a los secuestrados que se animen a salir y a los secuestradores que empiecen a temer por su falsa seguridad.
ResponderEliminarEsto de la tecnología... Estoy poniendo este comment en todos los lugares que visité, porque antes no podían venir a verme. Hoy vino mi amiga a casa y entre café y café, me arregló ese asuntito. Saludos!
ResponderEliminarBellísimo texto. Lo leo, lo releo... es tan real que me causa hasta dolor...
ResponderEliminarTu frase: "la vida después de un secuestro no puede discurrir como si nunca hubiera ocurrido" explica tantas cosas... una de ellas es casi parte de mi historia.
felicitaciones
Totalmente de acuerdo con el texto, realmente aunque a veces no exista una violencia explícita (verbal o física), existe la discriminación disfrazada que comienza desde la cuna con las expectativas que claramente tiene la gente que nos rodea (padres, madres, vecinos/as, conocidos, docentes, personajes de la televisión...) sobre nosotras/os.
ResponderEliminarSon tantos los detalles leves que se escapan al mundo adulto desde que naces, haciéndote ver que ellos te aman y esperan que seas de una determinada forma, que cuando creces y descubres casualmente que existe la opción de vivir la homosexualidad si así la sientes se hace cuesta arriba.
No obstante hay que ser positivas, hay mucha más luz de la que imaginamos, y mientras más natural y desenfadada se muestre una misma, más ridículos se verán aquellos que señalan con el dedo desde sus bolsillos o claramente.
Hay que ir rompiendo esa imagen de mujer u hombre gay deformada, empequeñecida y asustadiza, pues tenemos (no todos los gays y lesbianas pero si muchas/os de nosotras/os) una riqueza emocional asommbrosa, quizás porque es real, pues nadie nos enseñó de niñas/os a amar a alguien de nuestro mismo sexo ni nos dieron las directrices...Por lo tanto es espontáneo y auténtico. Un abrazo y enhorabuena por el post!
Muchas gracias por vuestros comentarios, a todas y cada una, aunque he de decir que no me alegro porque todas hayamos vivido algo parecido o lo notemos cercano... no son buenas noticias.
ResponderEliminarDe todas formas, es verdad que siempre hay una salida, y creo que tomar conciencia de nuestra situación es un primer paso hacia la misma.
Ánimo para todas ;-)