Las valquirias, deidades del panteón nórdico, son conocidas como las amazonas de la tradición escandinava. Así, comparten con las griegas dos de sus atributos principales: su dedicación al arte de la guerra y su virginidad. Sin embargo, las valquirias han sufrido más profundamente la herida del patriarcado, de manera que su fuerza ha ido disminuyendo a través de los diferentes relatos míticos, que han sustituido sus atributos más poderosos por otros más apropiados para una figura decorativa como es, en esta y otras tradiciones, la mujer.
Desde el punto de vista arquetípico, las valquirias son una de las múltiples representaciones de la deidad femenina dadora de vida y muerte. Simbólicamente, estas dos realidades son las dos caras de una misma moneda, de manera que, revolviendo entre las cenizas del matriarcado, podemos encontrar diosas que encarnan el poder de otorgar ambas: en el caso de las guerreras nórdicas, su función consistía en decidir sobre quién debía morir y quién debía permanecer con vida.
La misma palabra “valquiria”, en alemán antiguo, significa ‘la que elige a los caídos’: en el fragor de la batalla, cuando un guerrero veía aparecer a una valquiria, sabía que su hora había llegado, ya que sólo aquellos destinados a morir podían ver a estas divinidades. Además de decidir sobre los caídos, las valquirias, militares expertas, dirigían los ejércitos e infundían a determinados guerreros (los berserkir) un furor divino que los hacía prácticamente invencibles, otorgándoles con ello el favor de la victoria. No en vano algunos de sus nombres (Hildr, Skuld, Gunnr, etc.) son compuestos de “batalla”, “combate”, “espada”, “furor”, “bravura”, etc.
Sin embargo, parece que la idea de que las campañas militares de los pueblos escandinavos estuvieran en manos de una diosas tan mortales como las mujeres no resultaba precisamente apropiado para una sociedad bélica donde ellas formaban parte del botín: a este respecto, es necesario recordar que los diversos pueblos germanos mantuvieron la poligamia incluso durante la Alta Edad Media, cuando la mayoría se había convertido ya al cristianismo.
Es aquí donde comienza el desarme de las valquirias.
En primer lugar, se despoja a estas divinidades de su poder de decisión: hijas de Odín, se convierten en meras ejecutoras de su voluntad. De soberanas pasan a ser simples esbirras, que otorgan victoria o derrota no en virtud de su poder arquetípico propio, sino de las alianzas de los hombres con el dios.
En segundo lugar, se diluye su función guerrera para recluirlas en el harén del que el patriarcado nunca tuvo la intención de dejarlas salir. Así, tras aparecerse a los guerreros señalados, las valquirias estaban encargadas de transportarlos al Valhalla, un palacio dorado donde iban los héroes que morían en la batalla. Y es que, para los pueblos nórdicos, morir en combate era un honor tal que hasta los propios dioses podían participar de él, ya que eran mortales. De esta manera, una vez que llegaban al Valhalla, los guerreros eran agasajados por las valquirias, que dejaban de tener el poder de conducir sus destinos para pasar a dispensar hidromiel: de guerreras a putas, la maniobra queda clara.
No obstante, en el núcleo inicial del mito de las valquirias es posible rastrear la libertad y la fuerza de las que estas divinidades eran símbolo, libertad y fuerza que han inspirado el inconsciente colectivo femenino durante siglos, y que pueden seguir inspirándonos todavía hoy.
La clave de estos dos poderes reside en la virginidad de las valquirias. Y es que, durante la mayor parte de la Historia, la única manera que las mujeres hemos tenido de alcanzar la soberanía sobre nuestros cuerpos ha sido, es, y tal vez será permanecer fuera del alcance sexual de los hombres. Por mucho que se empeñe la supuesta revolución sexual del siglo pasado, el coito heterosexual ha sido el instrumento de dominación del patriarcado por excelencia: a través del coito heterosexual se recordaba a la mujer su posición de subordinada, recluyéndola en las funciones reproductoras que, mal que les pese a algunos, son quizá las únicas que no nos han podido arrebatar. Por eso, la mayor parte de las divinidades fuertes y soberanas han sido siempre mujeres vírgenes.
Otro de los aspectos poderosos del símbolo es su sentido de comunidad. Las valquirias, como muchas otras deidades femeninas, son un colectivo de mujeres que actúan en conjunto y se benefician mutuamente. A pesar de tener una líder, en este caso la diosa Freya, se reparten el poder sin que este recaiga en una sola de ellas, algo que no suele ocurrir en el caso de los dioses. Sin salir de esta tradición, es posible nombrar a varios dioses individuales (Odín, Thor, Loki…), pero no encontramos un conjunto de dioses tan homogéneo como el de las valquirias.
Para terminar, es interesante señalar que las valquirias eran consideradas las diosas más bellas de todo el panteón. Como prueba de ello, en algunos relatos se les reconoce la capacidad de transformarse en cisnes, un poderoso símbolo de belleza y majestuosidad. Esta cualidad redunda en la importancia de su soberanía, ya que las valquirias habrían permanecido vírgenes, en un principio, a pesar de la codicia de los hombres. No obstante, la tradición termina entregándolas a varios guerreros, entre ellos un héroe de la talla de Sigfrido.
Las deidades femeninas, poderosas y ultrajadas al mismo tiempo, son arquetipos actuantes en nuestro inconsciente; por eso creo que las mujeres debemos conocerlas y reinterpretarlas a nuestro favor.
Y yo estoy encantada de hacerlo.
Desde el punto de vista arquetípico, las valquirias son una de las múltiples representaciones de la deidad femenina dadora de vida y muerte. Simbólicamente, estas dos realidades son las dos caras de una misma moneda, de manera que, revolviendo entre las cenizas del matriarcado, podemos encontrar diosas que encarnan el poder de otorgar ambas: en el caso de las guerreras nórdicas, su función consistía en decidir sobre quién debía morir y quién debía permanecer con vida.
La misma palabra “valquiria”, en alemán antiguo, significa ‘la que elige a los caídos’: en el fragor de la batalla, cuando un guerrero veía aparecer a una valquiria, sabía que su hora había llegado, ya que sólo aquellos destinados a morir podían ver a estas divinidades. Además de decidir sobre los caídos, las valquirias, militares expertas, dirigían los ejércitos e infundían a determinados guerreros (los berserkir) un furor divino que los hacía prácticamente invencibles, otorgándoles con ello el favor de la victoria. No en vano algunos de sus nombres (Hildr, Skuld, Gunnr, etc.) son compuestos de “batalla”, “combate”, “espada”, “furor”, “bravura”, etc.
Sin embargo, parece que la idea de que las campañas militares de los pueblos escandinavos estuvieran en manos de una diosas tan mortales como las mujeres no resultaba precisamente apropiado para una sociedad bélica donde ellas formaban parte del botín: a este respecto, es necesario recordar que los diversos pueblos germanos mantuvieron la poligamia incluso durante la Alta Edad Media, cuando la mayoría se había convertido ya al cristianismo.
Es aquí donde comienza el desarme de las valquirias.
En primer lugar, se despoja a estas divinidades de su poder de decisión: hijas de Odín, se convierten en meras ejecutoras de su voluntad. De soberanas pasan a ser simples esbirras, que otorgan victoria o derrota no en virtud de su poder arquetípico propio, sino de las alianzas de los hombres con el dios.
En segundo lugar, se diluye su función guerrera para recluirlas en el harén del que el patriarcado nunca tuvo la intención de dejarlas salir. Así, tras aparecerse a los guerreros señalados, las valquirias estaban encargadas de transportarlos al Valhalla, un palacio dorado donde iban los héroes que morían en la batalla. Y es que, para los pueblos nórdicos, morir en combate era un honor tal que hasta los propios dioses podían participar de él, ya que eran mortales. De esta manera, una vez que llegaban al Valhalla, los guerreros eran agasajados por las valquirias, que dejaban de tener el poder de conducir sus destinos para pasar a dispensar hidromiel: de guerreras a putas, la maniobra queda clara.
No obstante, en el núcleo inicial del mito de las valquirias es posible rastrear la libertad y la fuerza de las que estas divinidades eran símbolo, libertad y fuerza que han inspirado el inconsciente colectivo femenino durante siglos, y que pueden seguir inspirándonos todavía hoy.
La clave de estos dos poderes reside en la virginidad de las valquirias. Y es que, durante la mayor parte de la Historia, la única manera que las mujeres hemos tenido de alcanzar la soberanía sobre nuestros cuerpos ha sido, es, y tal vez será permanecer fuera del alcance sexual de los hombres. Por mucho que se empeñe la supuesta revolución sexual del siglo pasado, el coito heterosexual ha sido el instrumento de dominación del patriarcado por excelencia: a través del coito heterosexual se recordaba a la mujer su posición de subordinada, recluyéndola en las funciones reproductoras que, mal que les pese a algunos, son quizá las únicas que no nos han podido arrebatar. Por eso, la mayor parte de las divinidades fuertes y soberanas han sido siempre mujeres vírgenes.
Otro de los aspectos poderosos del símbolo es su sentido de comunidad. Las valquirias, como muchas otras deidades femeninas, son un colectivo de mujeres que actúan en conjunto y se benefician mutuamente. A pesar de tener una líder, en este caso la diosa Freya, se reparten el poder sin que este recaiga en una sola de ellas, algo que no suele ocurrir en el caso de los dioses. Sin salir de esta tradición, es posible nombrar a varios dioses individuales (Odín, Thor, Loki…), pero no encontramos un conjunto de dioses tan homogéneo como el de las valquirias.
Para terminar, es interesante señalar que las valquirias eran consideradas las diosas más bellas de todo el panteón. Como prueba de ello, en algunos relatos se les reconoce la capacidad de transformarse en cisnes, un poderoso símbolo de belleza y majestuosidad. Esta cualidad redunda en la importancia de su soberanía, ya que las valquirias habrían permanecido vírgenes, en un principio, a pesar de la codicia de los hombres. No obstante, la tradición termina entregándolas a varios guerreros, entre ellos un héroe de la talla de Sigfrido.
Las deidades femeninas, poderosas y ultrajadas al mismo tiempo, son arquetipos actuantes en nuestro inconsciente; por eso creo que las mujeres debemos conocerlas y reinterpretarlas a nuestro favor.
Y yo estoy encantada de hacerlo.
Ay.. tendría mucho que contar en este post. Miles de cosas. PRecisamente por eso me callo..
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