Todos los días subo en el autobús que me lleva al trabajo con una mamá que carga a su bebé dentro de una mochila. Es una mamá que me llama mucho la atención porque no se parece a otras mamás que no me gustan nada.
No me gustan nada las mamás que, cuando no eran mamás sino simplemente mujeres, cuidaban exquisitamente de su cuerpo y, ahora que uno o varios churumbeles se lo han destrozado, se arrastran lánguidas por la vida como si el mundo les debiera algo. Yo creo que las mujeres tenemos todo el derecho del mundo a anteponer nuestro cuerpo a cualquier otra cosa, y por supuesto, a anteponer nuestro cuerpo al hecho de ofrecerlo para crear en su interior otra vida, ya que este proceso no es ninguna broma, ni ninguna mujer deja de serlo por no querer pasar por él. Sin embargo, una vez que una mujer decide quedarse embarazada y dar a luz, considero esencial que acepte las consecuencias, y que cuando se mire horrorizada en el espejo (momento terrible, estoy segura), acto seguido se gire para contemplar a su pequeño llena de amor, no que salga despotricando a la ventana y le grite al mundo cuánto le debe. Entiendo que muchas circunstancias obligan a las mujeres a tener hijos sin desearlo del todo o sin estar preparadas para aceptar sus consecuencias con madurez, pero también creo que muchas mujeres ya deberíamos ser capaces de decidir por nosotras mismas, y que dejarse arrastrar por la comodidad o el qué dirán tiene consecuencias fatales que todas deberíamos tratar de evitar.
Tampoco me gustan nada las mamás que se comportan como una especie de estación de servicio para sus vástagos, con las piernas permanentemente abiertas para crearlos y los pechos permanentemente llenos para alimentarlos. Creo que todas las mujeres, mamás o no, debemos mantener nuestra individualidad, sin desperdigarnos entre las personas que nos rodean, pues ello acarrea consecuencias perniciosas para nosotras y para los demás. Así, muchas madres que lo dieron todo (y no niego que fueran coaccionadas para hacerlo), después pretenden recibir una parte proporcional a cambio, cuando eso, por definición, es algo que no puede ocurrir. Ser madre consiste en dar a fondo perdido, y si después, con el paso de los años, aquel bebé por el que pasaste tantas noches en vela se ha convertido en un adulto que te respeta, te aprecia, comparte cosas contigo e incluso te visita, entonces puedes considerarte una mamá afortunada. Darlo todo esperando recibir algo a cambio no es darlo todo, es abrir una cuenta de crédito a una persona que tal vez nunca en su vida la pueda pagar.
Pero la mamá del autobús no es una mamá como estas, es una mamá dueña de sí misma que, a la vez, ama profundamente a su bebé. No sé por qué sé eso de ella, si sólo la veo durante unos minutos en el autobús de la mañana, pero es algo que siento dentro de mí como una poderosa intuición.
El otro día me volví hacia ella en un momento en que consideré que podía mirarla sin parecer una acosadora, y la pillé en una hermosa estampa llena de amor. Mientras que su bebé colgaba con las piernas y los brazos abiertos de la mochila, mirando a cualquier parte con la boquita abierta, ella lo abrazaba fuertemente con los ojos perdidos hacia el infinito. Era una imagen tan bella, que tuve que dejar de mirarla y empezar a pensar en cosas horribles para evitar que un llanto descontrolado me hiciera llegar al trabajo con peores pintas de las que ya llevo todos los días.
En ese momento me di cuenta de algo en lo que nunca había reparado. Y es que normalmente tendemos a pensar que son las personas más jóvenes o desvalidas que nosotros (bebés, niños, adolescentes, ancianos) las que nos necesitan, las que están ahí para recibir de nosotros cariño, cuidados, atención. Sin embargo, observando a esa mamá abrazada a su bebé, me di cuenta de que, en ese preciso instante, era ella la que lo necesitaba a él. Me di cuenta de que ese bebé, sin hacer nada más que existir, que respirar, que colgar de su mochila, estaba llenando la vida de esa mamá como quizás nadie nunca pudiera llegar a hacerlo. Me di cuenta de que, en ese momento concreto, el bebé le estaba dando más a su mamá de lo que ella podría darle en toda su vida. Y me pareció una idea hermosa, una idea que me enterneció el corazón y me hizo valorar súbitamente a muchas de las personas que me rodean. Personas por las que tengo que hacer muchísimas cosas y que, sin embargo, me reportan a mí más de lo que yo puedo reportarlas.
Y así es como llegué al trabajo feliz, contenta y llena de amor.
Encantada de montar en autobús.
No me gustan nada las mamás que, cuando no eran mamás sino simplemente mujeres, cuidaban exquisitamente de su cuerpo y, ahora que uno o varios churumbeles se lo han destrozado, se arrastran lánguidas por la vida como si el mundo les debiera algo. Yo creo que las mujeres tenemos todo el derecho del mundo a anteponer nuestro cuerpo a cualquier otra cosa, y por supuesto, a anteponer nuestro cuerpo al hecho de ofrecerlo para crear en su interior otra vida, ya que este proceso no es ninguna broma, ni ninguna mujer deja de serlo por no querer pasar por él. Sin embargo, una vez que una mujer decide quedarse embarazada y dar a luz, considero esencial que acepte las consecuencias, y que cuando se mire horrorizada en el espejo (momento terrible, estoy segura), acto seguido se gire para contemplar a su pequeño llena de amor, no que salga despotricando a la ventana y le grite al mundo cuánto le debe. Entiendo que muchas circunstancias obligan a las mujeres a tener hijos sin desearlo del todo o sin estar preparadas para aceptar sus consecuencias con madurez, pero también creo que muchas mujeres ya deberíamos ser capaces de decidir por nosotras mismas, y que dejarse arrastrar por la comodidad o el qué dirán tiene consecuencias fatales que todas deberíamos tratar de evitar.
Tampoco me gustan nada las mamás que se comportan como una especie de estación de servicio para sus vástagos, con las piernas permanentemente abiertas para crearlos y los pechos permanentemente llenos para alimentarlos. Creo que todas las mujeres, mamás o no, debemos mantener nuestra individualidad, sin desperdigarnos entre las personas que nos rodean, pues ello acarrea consecuencias perniciosas para nosotras y para los demás. Así, muchas madres que lo dieron todo (y no niego que fueran coaccionadas para hacerlo), después pretenden recibir una parte proporcional a cambio, cuando eso, por definición, es algo que no puede ocurrir. Ser madre consiste en dar a fondo perdido, y si después, con el paso de los años, aquel bebé por el que pasaste tantas noches en vela se ha convertido en un adulto que te respeta, te aprecia, comparte cosas contigo e incluso te visita, entonces puedes considerarte una mamá afortunada. Darlo todo esperando recibir algo a cambio no es darlo todo, es abrir una cuenta de crédito a una persona que tal vez nunca en su vida la pueda pagar.
Pero la mamá del autobús no es una mamá como estas, es una mamá dueña de sí misma que, a la vez, ama profundamente a su bebé. No sé por qué sé eso de ella, si sólo la veo durante unos minutos en el autobús de la mañana, pero es algo que siento dentro de mí como una poderosa intuición.
El otro día me volví hacia ella en un momento en que consideré que podía mirarla sin parecer una acosadora, y la pillé en una hermosa estampa llena de amor. Mientras que su bebé colgaba con las piernas y los brazos abiertos de la mochila, mirando a cualquier parte con la boquita abierta, ella lo abrazaba fuertemente con los ojos perdidos hacia el infinito. Era una imagen tan bella, que tuve que dejar de mirarla y empezar a pensar en cosas horribles para evitar que un llanto descontrolado me hiciera llegar al trabajo con peores pintas de las que ya llevo todos los días.
En ese momento me di cuenta de algo en lo que nunca había reparado. Y es que normalmente tendemos a pensar que son las personas más jóvenes o desvalidas que nosotros (bebés, niños, adolescentes, ancianos) las que nos necesitan, las que están ahí para recibir de nosotros cariño, cuidados, atención. Sin embargo, observando a esa mamá abrazada a su bebé, me di cuenta de que, en ese preciso instante, era ella la que lo necesitaba a él. Me di cuenta de que ese bebé, sin hacer nada más que existir, que respirar, que colgar de su mochila, estaba llenando la vida de esa mamá como quizás nadie nunca pudiera llegar a hacerlo. Me di cuenta de que, en ese momento concreto, el bebé le estaba dando más a su mamá de lo que ella podría darle en toda su vida. Y me pareció una idea hermosa, una idea que me enterneció el corazón y me hizo valorar súbitamente a muchas de las personas que me rodean. Personas por las que tengo que hacer muchísimas cosas y que, sin embargo, me reportan a mí más de lo que yo puedo reportarlas.
Y así es como llegué al trabajo feliz, contenta y llena de amor.
Encantada de montar en autobús.
dos cosas:
ResponderEliminar1- sin temor a mentir y a pesar de no tener a mano una estadística te diría que la enorme mayoría de las mujeres en Argentina tiene hijos no planificados, y en muchos casos no deseados... el resto, las que sí los desean y/o los planifican, lo hacen comúnmente sin una motivación valedera, es decir, se embarazan sólo porque se supone que a cierta edad deben tener hijos, nada más... o porque no trabajan ni estudian y creen que vinieron al mundo para parir, no se imaginan otra cosa... (repiten modelos culturales)
2 - yo creo que siempre, a veces más y a veces menos, pero siempre, un hijo es funcional a los padres, tanto a la madre como al padre en forma independiente, y a los dos como pareja. A qué me refiero? a que él o los hijos permiten a la pareja reafirmarse en su heterosexualidad y en su fertilidad, a su vez los asciende a la categoría de padres, lo que socialmente les reporta innumerables beneficios, lo que incluye fundamentalmente el status de pertenencia e incluso hasta les permite cumplir mandatos religiosos... entre otras cosas, sin entrar en el terreno de la psicopatología...
:,) <--snif snif--!>
ResponderEliminarQué gran análisis, Marga... Leyéndolo te das cuenta de hasta qué punto tener un hijo no tiene nada que ver con el gusto por criar a una personita...
ResponderEliminar¡No llores, Asia Lillo, que es una historia feliz! :-)
Coincido en casi todo lo que has expuesto. Me ha gustado mucho leer este post.
ResponderEliminar¡Gracias por tu cometario! Es muy amable :)
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