Mucho se ha escrito sobre la ardiente relación que media entre la creatividad y la vida. Ambas se pelean por la misma amante, y si una de ellas la retiene, la otra debe esperar, ya que la intensidad de sus relaciones no permite considerar siquiera la posibilidad de un trío. Para disfrutar de una existencia sosegada, interesante y productiva, según creo, es necesario guardar un equilibrio dinámico entre las dos; equilibrio que yo perdí hace varias semanas, cuando dejé mi blog aparcado para dedicarme plenamente a vivir.
Durante estas semanas he estado inmersa en tres asuntos diferentes, que podrían parecen el mismo, y que, sin embargo, no lo son.
En primer lugar, me he ido de casa, algo con lo que llevaba soñando varios años. Y no por lo positivo que pueda tener en sí mismo, sino por su parte negativa: porque yéndome de casa, ya no tendría que estar en casa nunca más. Ya no tendría que aguantar las malas caras, los chantajes emocionales, el secuestro vital, las crisis colectivas, el silencio desesperante, las sonrisas crispantes y crispadas. Aunque me llegaran sus ecos cada día, ya no estarían aquí, susurrándome al oído, impidiéndome cualquier serenidad: espiritual, mental o corporal.
Lo que jamás imaginé es que, a pesar de mis ansias, a pesar de mi confianza en que irme de casa me catapultaría a una existencia mejor, a pesar, incluso, de que así haya sido, o que así vaya a ser a medio plazo al menos; pudiera sentir una añoranza tan grande de esa otra vida de la que, en principio, deseaba escapar. Las paredes que un día me cobijaron, y que después se convirtieron en una cárcel, volvían a arroparme con el mismo calor, transmitiéndome la misma sensación de seguridad. Mi nueva vida se me hacía fría, extraña, desconocida, y por momentos, tuve la amarga experiencia de exclamar lo que juré que nunca llegaría a exclamar: “¡Yo me quiero ir con mi mamá!”.
En segundo lugar, estas semanas las he dedicado también a independizarme, que no es lo mismo que irme de casa, ya que independizarme era algo que quería hacer desde hace años por el contenido positivo que tiene de por sí: libertad, autonomía, capacidad de decisión sobre los detalles más nimios, autogestión del tiempo, del espacio, de las labores diarias, del ocio, de los amigos, de las llamadas de teléfono, de las horas y las páginas de conexión a internet.
Lo que jamás imaginé, nuevamente, es que, a pesar de mis delirios libertarios, de mis promesas de autorrealización personal, de mis proyectos de vida plena, creativa, tranquila, variada; la realidad de la independencia sea una nueva esclavitud. No a tus padres, ni a la casa de tus padres, sino a ti misma y a tu propio hogar. Así, durante estos días he comprobado, amargamente, cómo el tiempo se me escurría entre los dedos, ocupados sólo en peregrinar al trabajo, hacer la compra, cocinar, limpiar, y como un gran regalo al final de la jornada, dormir.
Entre una cosa y otra, he tenido tiempo y cabeza suficientes para iniciar una vida en común con mi novia. Que no es lo mismo que irme de casa o independizarme, ya que lo he hecho por diferentes motivos y me aporta cosas diferentes también. Me hubiera ido de casa e independizado igual, probablemente, si ella no existiera; pero como existe, y como ambas queríamos dar un paso más en nuestra relación y embarcarnos en esta fascinante aventura, ahora vivimos juntas, nos hemos ido de casa y somos independientes las dos.
Lo que jamás imaginé, a este respecto, y a pesar de mi absoluta certeza de que compartir cama, baño, despacho y sofá con otra persona terminaría haciéndome estallar del agobio y la tensión; es que la convivencia con mi novia pudiera resultar tan sencilla y agradable. Por supuesto que el estrés diario hace que, en ocasiones, sintamos la necesidad casi inevitable de ahorcarnos mutuamente; pero, en general, somos increíblemente capaces de respirar hondo, contar hasta diez, pasearnos por la habitación contigua si es necesario, permanecer en silencio un tiempo prudencial, y después, correr a abrazarnos apasionadamente recordándonos, a pesar de todo lo horrible, lo mucho que nos amamos todavía. Algo que me sorprende y me enorgullece al mismo tiempo, y que espero que dure siempre, o al menos, que dure mientras nos dure el amor.
Si bien la intensidad de mis relaciones íntimas con la vida apenas me ha dejado espacio para nada más, la creatividad, amante insatisfecha aunque fiel, ha estado mandándome lánguidos mensajes para que le dedicara su bien merecida atención. De vez en cuando, entre sartén y bayeta, entre el metro y el autobús, me permitía arrobarme pensando en nuestro mutuo amor. Y desde aquí quiero decirle que sí, que quiero volver a compartirme con ella, que yo también la he echado de menos, y que estoy encantada de que, a pesar de mis desplantes, haya seguido esperándome hasta hoy.
Porque todo es muy raro, diferente a como lo calculé, hermoso y terrible al mismo tiempo, y en medio de la vorágine en la que yo sola me he metido, mi alma pide a gritos agarrarse a la tabla de salvación que para ella representa escribir.
Durante estas semanas he estado inmersa en tres asuntos diferentes, que podrían parecen el mismo, y que, sin embargo, no lo son.
En primer lugar, me he ido de casa, algo con lo que llevaba soñando varios años. Y no por lo positivo que pueda tener en sí mismo, sino por su parte negativa: porque yéndome de casa, ya no tendría que estar en casa nunca más. Ya no tendría que aguantar las malas caras, los chantajes emocionales, el secuestro vital, las crisis colectivas, el silencio desesperante, las sonrisas crispantes y crispadas. Aunque me llegaran sus ecos cada día, ya no estarían aquí, susurrándome al oído, impidiéndome cualquier serenidad: espiritual, mental o corporal.
Lo que jamás imaginé es que, a pesar de mis ansias, a pesar de mi confianza en que irme de casa me catapultaría a una existencia mejor, a pesar, incluso, de que así haya sido, o que así vaya a ser a medio plazo al menos; pudiera sentir una añoranza tan grande de esa otra vida de la que, en principio, deseaba escapar. Las paredes que un día me cobijaron, y que después se convirtieron en una cárcel, volvían a arroparme con el mismo calor, transmitiéndome la misma sensación de seguridad. Mi nueva vida se me hacía fría, extraña, desconocida, y por momentos, tuve la amarga experiencia de exclamar lo que juré que nunca llegaría a exclamar: “¡Yo me quiero ir con mi mamá!”.
En segundo lugar, estas semanas las he dedicado también a independizarme, que no es lo mismo que irme de casa, ya que independizarme era algo que quería hacer desde hace años por el contenido positivo que tiene de por sí: libertad, autonomía, capacidad de decisión sobre los detalles más nimios, autogestión del tiempo, del espacio, de las labores diarias, del ocio, de los amigos, de las llamadas de teléfono, de las horas y las páginas de conexión a internet.
Lo que jamás imaginé, nuevamente, es que, a pesar de mis delirios libertarios, de mis promesas de autorrealización personal, de mis proyectos de vida plena, creativa, tranquila, variada; la realidad de la independencia sea una nueva esclavitud. No a tus padres, ni a la casa de tus padres, sino a ti misma y a tu propio hogar. Así, durante estos días he comprobado, amargamente, cómo el tiempo se me escurría entre los dedos, ocupados sólo en peregrinar al trabajo, hacer la compra, cocinar, limpiar, y como un gran regalo al final de la jornada, dormir.
Entre una cosa y otra, he tenido tiempo y cabeza suficientes para iniciar una vida en común con mi novia. Que no es lo mismo que irme de casa o independizarme, ya que lo he hecho por diferentes motivos y me aporta cosas diferentes también. Me hubiera ido de casa e independizado igual, probablemente, si ella no existiera; pero como existe, y como ambas queríamos dar un paso más en nuestra relación y embarcarnos en esta fascinante aventura, ahora vivimos juntas, nos hemos ido de casa y somos independientes las dos.
Lo que jamás imaginé, a este respecto, y a pesar de mi absoluta certeza de que compartir cama, baño, despacho y sofá con otra persona terminaría haciéndome estallar del agobio y la tensión; es que la convivencia con mi novia pudiera resultar tan sencilla y agradable. Por supuesto que el estrés diario hace que, en ocasiones, sintamos la necesidad casi inevitable de ahorcarnos mutuamente; pero, en general, somos increíblemente capaces de respirar hondo, contar hasta diez, pasearnos por la habitación contigua si es necesario, permanecer en silencio un tiempo prudencial, y después, correr a abrazarnos apasionadamente recordándonos, a pesar de todo lo horrible, lo mucho que nos amamos todavía. Algo que me sorprende y me enorgullece al mismo tiempo, y que espero que dure siempre, o al menos, que dure mientras nos dure el amor.
Si bien la intensidad de mis relaciones íntimas con la vida apenas me ha dejado espacio para nada más, la creatividad, amante insatisfecha aunque fiel, ha estado mandándome lánguidos mensajes para que le dedicara su bien merecida atención. De vez en cuando, entre sartén y bayeta, entre el metro y el autobús, me permitía arrobarme pensando en nuestro mutuo amor. Y desde aquí quiero decirle que sí, que quiero volver a compartirme con ella, que yo también la he echado de menos, y que estoy encantada de que, a pesar de mis desplantes, haya seguido esperándome hasta hoy.
Porque todo es muy raro, diferente a como lo calculé, hermoso y terrible al mismo tiempo, y en medio de la vorágine en la que yo sola me he metido, mi alma pide a gritos agarrarse a la tabla de salvación que para ella representa escribir.
Me alegra que estés de vuelta por estos lados, te deseo la mejor de las suertes en tu nueva vida
ResponderEliminarla verdad es que me tenías preocupada
ResponderEliminarno ha pasado un día sin que pensara en vos
sobre todo en por qué no posteabas más
realmente extrañé tus profundas y siempre tan agradables reflexiones
sabía que emprendías la convivencia con tu pareja y sospeché que por ese lado venía la cosa
ahora que sé que no te ha pasado nada malo me quedo más tranquila
en cuanto a tu post... bueno, qué te puedo decir yo que vivo hace más de 15 años ya fuera (del infierno) de la casa de mis padres... si NO HAY NADA MEJOR QUE VIVIR EN TU PROPIA CASA, y mucho mejor si es con la mujer que amas...
los problemas que trae la conviviencia y el trabajo que da llevar un hogar adelante, no son nada frente a las innumerables ventajas
definitivamente yo creo que la gente se divide entre la que se queda en casa de papá y mamá, y la que se va a vivir a otro lado, y entre los que son capaces de convivir, y aquellos a los que les es imposible ceder un centímetro de sus manías y sus locuras para encarar la convivencia
prefiero, por si no quedó claro, la gente valiente y emancipada, y la gente generosa que es capaz de compartir una vida y un hogar, aunque tenga que resignar ciertos detalles, y si ambas cualidades van de la mano, mucho mejor
felicitaciones!
antes que nada: Muy buen blog y muy buen post.
ResponderEliminarojalá mi economía cambi más que pronto para lograr tener mi propio lugar.
nos estamos leyendo
me encanta la foto de entrada.
ResponderEliminarGracias por la bienvenida, ¡así da gusto volver!
ResponderEliminarMarga, yo también he pensado mucho en vosotras, incluso en si no os estaríais preocupando... ¡¡yo lo hubiera hecho si tú no hubieses posteado en más de un mes!! Pero estaba metida en un torbellino y no tenía tiempo ni cabeza para nada. De todas formas, que sepas que os he echado mucho de menos... ¡de verdad!
El blog es una parte importante de mi vida, ¡y todas vosotras con él!
Estoy leyendo tu blog al revés, una experiencia innarrable. Gracias por sucumbir a los latigazos de la creatividad.
ResponderEliminar¡Gracias a ti por leerme!
ResponderEliminar