Otra de las formas que adopta mi armario es la manera en que actúo cuando me conecto a internet. Cuando todavía vivía en casa de mis padres soñaba con la idea de que fuera algo pasajero; pero ahora que presuntamente gozo de la libertad que antes no tenía, me he dado cuenta de que tal vez no sea así.
Antes, todas mis sesiones de internet seguían la misma pauta: abría ventanas y ventanas desde las que me entraba el aire fresco de la comunidad lésbica, y después de respirar durante un par de horas y llenarme el corazón de oxígeno, las cerraba a cal y canto y borraba el historial. Para terminar, observaba el historial vacío, segura de que nadie podría rastrear mi camino de aquella tarde, y apagaba el ordenador.
Atrás quedaban historias compartidas, noticias frescas, vidas tan cercanas a la mía, nuevos proyectos, relatos de calamidades, un poco de arte, un poco de desenfado, mucha autoestima y mucho amor. Nadie en mi casa podría saber qué había sido de mí durante esas dos horas, en qué mundos me habría perdido y encontrado, porque al volver a encender el ordenador no quedaba ni rastro de lo que había sido de mí.
Como en el caso del altillo, no lo hacía para ocultarme de mis padres, puesto que ellos ya saben que soy lesbiana desde hace años; lo hacía para evitarles el disgusto de saber que su hija no sólo salía con una mujer, sino que se juntaba con más lesbianas, que visitaba páginas “de esas”, que se paseaba fuera de un armario que ellos se empeñan con todas sus fuerzas en cerrar.
Me gustó dejar de borrar el historial cuando me mudé a mi propia casa, me gusta compartir con mi pareja todos los lugares que visito en internet; y sin embargo, creo que ese trozo del armario aún no ha terminado de desaparecer.
El otro día me dediqué a ver varios vídeos de temática homosexual cuyos links había recogido de aquí y de allá. Estaba sola en la habitación, mi novia se duchaba en la otra punta de la casa, y de pronto el silencio se llenó de palabras que me hicieron temblar: “lesbiana”, “gay”, “homosexual”. Entonces escuché las voces de los niños de los vecinos de al lado, e instintivamente agarré los auriculares y el silencio volvió a reinar en la habitación.
Quizá estuviera justificado, pero una pena inmensa se adueñó de mí. Me había prometido no esconderme de mí misma en mi propia casa, y sin embargo, lo había vuelto a hacer. Por eso pienso que esa parte del armario no ha desaparecido con mi independencia, sino que simplemente ha tomado otra forma distinta a la que tenía. Una parte de mí me dice que hay cosas que los niños no deben escuchar, pero otra se pregunta si, de haber sido un documental sobre adicciones, o testimonios de mujeres maltratadas, hubiera agarrado los auriculares igual.
A veces creo que el armario tiene patas, y que te persigue allá donde vas.
Encantada de echar a correr.
Antes, todas mis sesiones de internet seguían la misma pauta: abría ventanas y ventanas desde las que me entraba el aire fresco de la comunidad lésbica, y después de respirar durante un par de horas y llenarme el corazón de oxígeno, las cerraba a cal y canto y borraba el historial. Para terminar, observaba el historial vacío, segura de que nadie podría rastrear mi camino de aquella tarde, y apagaba el ordenador.
Atrás quedaban historias compartidas, noticias frescas, vidas tan cercanas a la mía, nuevos proyectos, relatos de calamidades, un poco de arte, un poco de desenfado, mucha autoestima y mucho amor. Nadie en mi casa podría saber qué había sido de mí durante esas dos horas, en qué mundos me habría perdido y encontrado, porque al volver a encender el ordenador no quedaba ni rastro de lo que había sido de mí.
Como en el caso del altillo, no lo hacía para ocultarme de mis padres, puesto que ellos ya saben que soy lesbiana desde hace años; lo hacía para evitarles el disgusto de saber que su hija no sólo salía con una mujer, sino que se juntaba con más lesbianas, que visitaba páginas “de esas”, que se paseaba fuera de un armario que ellos se empeñan con todas sus fuerzas en cerrar.
Me gustó dejar de borrar el historial cuando me mudé a mi propia casa, me gusta compartir con mi pareja todos los lugares que visito en internet; y sin embargo, creo que ese trozo del armario aún no ha terminado de desaparecer.
El otro día me dediqué a ver varios vídeos de temática homosexual cuyos links había recogido de aquí y de allá. Estaba sola en la habitación, mi novia se duchaba en la otra punta de la casa, y de pronto el silencio se llenó de palabras que me hicieron temblar: “lesbiana”, “gay”, “homosexual”. Entonces escuché las voces de los niños de los vecinos de al lado, e instintivamente agarré los auriculares y el silencio volvió a reinar en la habitación.
Quizá estuviera justificado, pero una pena inmensa se adueñó de mí. Me había prometido no esconderme de mí misma en mi propia casa, y sin embargo, lo había vuelto a hacer. Por eso pienso que esa parte del armario no ha desaparecido con mi independencia, sino que simplemente ha tomado otra forma distinta a la que tenía. Una parte de mí me dice que hay cosas que los niños no deben escuchar, pero otra se pregunta si, de haber sido un documental sobre adicciones, o testimonios de mujeres maltratadas, hubiera agarrado los auriculares igual.
A veces creo que el armario tiene patas, y que te persigue allá donde vas.
Encantada de echar a correr.
Hey hey hey nenaaa
ResponderEliminarsacate esos auriculares, no sos ninguna delincuente, ni pervertida, ni nada que los niños no puedan saber
tampoco estás viendo nada que los niños no puedan ver o escuchar (v.g.: contenido pornográfico, erótico o violento)
poné esos videos a todo volumen... y si alguien tiene que decirte algo, será por ruidos molestos y no por el contenido
con respecto a los chicos, está claro que no son ellos los que tienen prejuicios hacia nosotras, son los adultos los que se los van inculcando de a poco
y si no me creés mirá el post que se llama: Charla con Ramiro (9 años) en http://rarx.blogspot.com
no creas que no entiendo qué es lo que te pasa... cuando yo me mudé con mi primera pareja me sentía igual, tenía terror cuando venían a casa mis amigas y se ponían a hablar a los gritos cerca de la puerta... sólo que no quiero que vos, no quiero que nadie pase por eso
un abrazo
te quedó muy lindo el icon
;-)
sip, se a lo que te refieres con lo de los auriculares. el otro dia estaba viendo un video donde mencionaban las temidas palabras: Gay, Lesbiana, Homosexualidad. y me dio pena que me oyeran. asi uqe baje todo el volumen (claro que siin eso no entendi una palabra del video)y solo vi el video.
ResponderEliminarTe leo. Sólo por diversión, sal a la calle y mientras caminas pronuncia la palabra lesbiana, (ponle el volumen que quieras) mira la reacción de la gente, te sorprenderás, estan ellos más asustados que tu, y a veces ni se inmutan, el armario´por su parte, no desparece del todo pero empieza a quedarse tranquilito en su lugar. Un juego menos arriesgado pero más asustador es tomar a tu pareja de la mano, inclusive darle un beso. Ari mi novia dice que le dan cosquillas en el estómago cuando hago eso. Nada es un juego.
ResponderEliminarBueno, no sé qué pensar con respecto al tema del armario. Creo que, y me lanzo a dar mi opinión sin reflexionar demasiado, que el ser humano utiliza su armario en más de una ocasión, pero sólo se habla de él en cuanto a homosexualidad.
ResponderEliminarSé que no soy una pervertida, sino simplemente lesbiana, perooo... a veces eso parece suficiente :(
ResponderEliminarPor cierto, que aunque no lo parezca, he ido y voy con mi novia muchas veces de la mano, y también nos besamos en público... de hecho, precisamente por hacerlo hemos recibido más de una agresión (verbal, pero bastante dolorosa).
Yo también creo que el armario es un término válido para muchos comportamientos humanos en general, no sólo homosexuales. La buena noticia es que nosotros nos dimos cuenta primero y quizá nos libremos de él antes ;)