Ayer por la noche mi novia y yo estuvimos viendo la película-documental Homofamilias, que retransmitieron por la 2 con motivo de la semana del Orgullo.
Personalmente, la encontré bastante realista. De hecho, hubo momentos en que me aburrió un poco, porque era tan real que tuve la sensación de estar viendo la película de mi vida o de la de cualquier otra lesbiana retransmitida por televisión, lo cual, evidentemente, tenía un interés relativo. Después, pensé que esto podía ser muy importante, no para nuestra comunidad, sino para el resto: la película mostraba la cotidianeidad de varias familias con miembros homosexuales (madres, padres, hijas, hijos, etc.), algo que puede resultar ciertamente revolucionario para aquellos que todavía creen que los homosexuales nos dedicamos a vivir en una orgía sempiterna, sin trabajar ni estudiar ni preparar la comida, sin acompañar a nuestros hijos al partido, sin tener una conversación con un compañero de trabajo, sin participar en las celebraciones familiares, etc.
Acerca de la maternidad, hubo dos puntos que me turbaron un tanto, aunque reflexionando posteriormente me he dado cuenta de que he de darles una respuesta si es que quiero ser madre algún día.
El primero tiene que ver con los hijos e hijas de madres y padres homosexuales. En la película, varios de ellos daban su opinión, hablaban de sus sentimientos y de sus experiencias, destacaban sus puntos fuertes y sus dificultades. Reconozco que sus miedos, sus experiencias negativas, sus problemas, me dejaron bastante preocupada. Hubiera preferido, honestamente, escuchar un discurso monolítico que me hubiera ofrecido una imagen idílica sobre la maternidad lésbica: un discurso en el que los hijos mostrasen su seguridad, su convencimiento, su valentía sin fisuras. Y no es que no apareciera nada de eso, pero también estaba lo otro. Esto me hizo entender que, al igual que yo tengo mis días (en algunos reboso orgullo y en otros homofobia interiorizada), ellos también los tendrán. Y puede que sean más valientes que yo, o al menos que yo en algunos momentos, pero también es posible que estén más asustados y se retraigan más de lo que desearía, a pesar de mis ánimos y de mi apoyo. Como decía una de las madres de la película, fue su decisión tener a su hija y también lo fue vivir fuera del armario; sin embargo, las decisiones que su hija tome en la vida serán suyas, ella decidirá cómo vivir el hecho de tener dos mamás, y tendremos que respetar sus emociones, pensamientos y experiencias como deseamos que se respeten los nuestros.
El otro punto tiene que ver con la figura del donante. La película estaba grabada en Northampton, Estados Unidos, donde existe una ley por la cual los hijos concebidos tras una inseminación artificial tienen la posibilidad de conocer posteriormente al donante. Tanto las madres como los hijos e hijas mostraban su preferencia por esta posibilidad, siempre que el donante respetase los límites de su función. En España, esta posibilidad no existe, puesto que todas las donaciones deben ser anónimas o, de lo contrario, el donante adquiere derechos y obligaciones con respecto al niño, desplazando a la otra madre. La verdad es que, en un primer momento, la idea de un donante conocido me horrorizaba, supongo que porque me generaba mucha inseguridad. Sin embargo, poco a poco me va pareciendo más interesante, puesto que, al fin y al cabo, es necesaria la aportación de un hombre para poder tener un hijo, y el hecho de que sea conocido puede humanizar un proceso sumamente medicalizado y artificial. Además, es posible que contar con esa figura, aunque sólo fuera anecdóticamente, ayude a los hijos a integrar su identidad y a facilitar su socialización. Todo esto me hace preguntarme cuál sería la mejor opción y sus posibilidades reales, teniendo en cuenta las circunstancia legales que tenemos en España.
Después de ver esta película, me he dado cuenta de un hecho que, hasta hace poco, no pasaba de ser un intuición: que vivir un vida plena como lesbiana es la consecuencia de una decisión consciente, de una lucha diaria por entender y respetar lo que somos, de una comprensión profunda de lo que eso significa y conlleva; no el fruto azaroso de un dejarse llevar, cruzando los dedos porque lo que eres no te plantee demasiados problemas. En el caso de la maternidad lésbica, este hecho se hace mucho más evidente, puesto que ya no se trata sólo de ti, sino de otras personas a tu cargo para las que conviene servir de modelo positivo sobre cómo enfrentarse a esa realidad.
Encantada de atreverme simplemente a planteármelo.
Personalmente, la encontré bastante realista. De hecho, hubo momentos en que me aburrió un poco, porque era tan real que tuve la sensación de estar viendo la película de mi vida o de la de cualquier otra lesbiana retransmitida por televisión, lo cual, evidentemente, tenía un interés relativo. Después, pensé que esto podía ser muy importante, no para nuestra comunidad, sino para el resto: la película mostraba la cotidianeidad de varias familias con miembros homosexuales (madres, padres, hijas, hijos, etc.), algo que puede resultar ciertamente revolucionario para aquellos que todavía creen que los homosexuales nos dedicamos a vivir en una orgía sempiterna, sin trabajar ni estudiar ni preparar la comida, sin acompañar a nuestros hijos al partido, sin tener una conversación con un compañero de trabajo, sin participar en las celebraciones familiares, etc.
Acerca de la maternidad, hubo dos puntos que me turbaron un tanto, aunque reflexionando posteriormente me he dado cuenta de que he de darles una respuesta si es que quiero ser madre algún día.
El primero tiene que ver con los hijos e hijas de madres y padres homosexuales. En la película, varios de ellos daban su opinión, hablaban de sus sentimientos y de sus experiencias, destacaban sus puntos fuertes y sus dificultades. Reconozco que sus miedos, sus experiencias negativas, sus problemas, me dejaron bastante preocupada. Hubiera preferido, honestamente, escuchar un discurso monolítico que me hubiera ofrecido una imagen idílica sobre la maternidad lésbica: un discurso en el que los hijos mostrasen su seguridad, su convencimiento, su valentía sin fisuras. Y no es que no apareciera nada de eso, pero también estaba lo otro. Esto me hizo entender que, al igual que yo tengo mis días (en algunos reboso orgullo y en otros homofobia interiorizada), ellos también los tendrán. Y puede que sean más valientes que yo, o al menos que yo en algunos momentos, pero también es posible que estén más asustados y se retraigan más de lo que desearía, a pesar de mis ánimos y de mi apoyo. Como decía una de las madres de la película, fue su decisión tener a su hija y también lo fue vivir fuera del armario; sin embargo, las decisiones que su hija tome en la vida serán suyas, ella decidirá cómo vivir el hecho de tener dos mamás, y tendremos que respetar sus emociones, pensamientos y experiencias como deseamos que se respeten los nuestros.
El otro punto tiene que ver con la figura del donante. La película estaba grabada en Northampton, Estados Unidos, donde existe una ley por la cual los hijos concebidos tras una inseminación artificial tienen la posibilidad de conocer posteriormente al donante. Tanto las madres como los hijos e hijas mostraban su preferencia por esta posibilidad, siempre que el donante respetase los límites de su función. En España, esta posibilidad no existe, puesto que todas las donaciones deben ser anónimas o, de lo contrario, el donante adquiere derechos y obligaciones con respecto al niño, desplazando a la otra madre. La verdad es que, en un primer momento, la idea de un donante conocido me horrorizaba, supongo que porque me generaba mucha inseguridad. Sin embargo, poco a poco me va pareciendo más interesante, puesto que, al fin y al cabo, es necesaria la aportación de un hombre para poder tener un hijo, y el hecho de que sea conocido puede humanizar un proceso sumamente medicalizado y artificial. Además, es posible que contar con esa figura, aunque sólo fuera anecdóticamente, ayude a los hijos a integrar su identidad y a facilitar su socialización. Todo esto me hace preguntarme cuál sería la mejor opción y sus posibilidades reales, teniendo en cuenta las circunstancia legales que tenemos en España.
Después de ver esta película, me he dado cuenta de un hecho que, hasta hace poco, no pasaba de ser un intuición: que vivir un vida plena como lesbiana es la consecuencia de una decisión consciente, de una lucha diaria por entender y respetar lo que somos, de una comprensión profunda de lo que eso significa y conlleva; no el fruto azaroso de un dejarse llevar, cruzando los dedos porque lo que eres no te plantee demasiados problemas. En el caso de la maternidad lésbica, este hecho se hace mucho más evidente, puesto que ya no se trata sólo de ti, sino de otras personas a tu cargo para las que conviene servir de modelo positivo sobre cómo enfrentarse a esa realidad.
Encantada de atreverme simplemente a planteármelo.
¿Crees que quedará mucho para que un porcentaje alto de personas VEA la realidad de que la homosexualidad no es una patología ni causa daño a nadie?
ResponderEliminarA fuerza de poner estos programas espero que se pueda conseguir, pero me da la impresión de que estamos en un período negativo (de involución social)... "un pasito para alante, María, un pasito patrás".
En cuanto a lo de conocer la identidad del donante, solamente le veo la parte positiva en caso de alguna enfermedad que pudiera aparecer en el hijo y que pudiera curarse con una donación del padre (médula o algo así). Por lo demás, siempre prefiero el anonimato. Para crecer saludablemente no hace falta esa figura paterna (ni otras biológicas como la del hermano, el tío, la abuela o incluso la madre), de eso estoy convencida, sólo saber educar y dar cariño, saber hacer crecer a personas sanas.
Este tema da para mucho... cuando mi güera y yo nos conocimos y fuimos dándonos cuenta que lo nuestro iba en serio y para largo, hablamos de la maternidad. Ella quiere tener hijos y yo no y eso ha estado claro desde el principio y hasta ahora. Como yo sé que para ella es un deseo real y no algo irreflexivo, admito que lo he meditado. Sigo sin aceptar la idea por razones que no tienen que ver nada más que con mi egoísmo de no querer supeditar mi vida a la de alguien más. Sin embargo, conociendo casos como el de Candela y la educación que le ha dado a sus hijas y lo bien que lo llevan ellas me parece que la cosa debe ser menos complicada de lo que yo me planteo. De todas maneras cuando mi güera me contó que antes de conocerme consideró la idea de quedarse embarazada de un amigo suyo (gay y con pareja estable) porque ambos deseaban tener un bebé, me negué en redondo. No me imagino negociando entre cuatro personas (dos papás y dos mamás) los distintos aspectos de la educación de un niño o niña... Supongo que si alguna vez nos decidimos a ampliar la familia, preferiría la donación anónima, después de todo, existen muchos casos de personas perfectamente adaptadas que han crecido en familias diversas que no cuentan con una "imagen paterna".
ResponderEliminarBuen tema, besitos.
Los temores se presentan desde que se comienza a plantear el tener hij@s, aumentan cuando estás en el proceso, se potencian cuando estás embarazada...y cuando finalmente llega a tus brazos...esos temores comienzan a la vez a agigantarse y desaparecer...es algo que no puedo explicar...sólo el miedo permanece pero a la vez descubres que todo es mucho más simple de lo que imaginaste...
ResponderEliminarSin duda también estoy a favor del anonimato, pues la realidad de nuestras familias es de DOS MADRES, no una madre, un padre y una pareja de la madre...complejo de entender para la mayoría de la gente, sí...sobre todo en un país como el mío...pero no difícil de comprender para l@s hij@s...que al final de cuentas son los que importan.
Saludos!! =)
Pienso que lo importante es educar a los hijos, estoy de acuerdo con Candela no es necesaria la figura paterna, los niños lo que perciben es quien se preocupa por ellos y les da afecto, pienso que da lo mismo si son dos padres, dos madres, padre y madre, lo imprescindibles es sentir el cariño. Pienso que la parte más dura es la crueldad de los niños, ojo que esto se fomenta en casa, tengo esa teoría, recuerdo que comentaba hace poco con una amiga profesora que en el colegio un niño de cinco años llamaba a otro “moro de mierda”, eso no sale de la boca de un crió de esa edad, eso lo ha oído en casa, pienso que un hijo de una pareja gay tiene que pasar situaciones difíciles con otros niños, yo soy divorciada y mis hijas al principio del divorcio pasaron ratos malos cuando les preguntaban donde estaba su padre o porque no había ido a una función del cole, no es suficiente con saber educar, también hay que prepararles por desgracia, para esta sociedad llena de prejuicios .
ResponderEliminarhmmm he aquí un tema complejo. supongo que cada persona tendrá su opinión... yo la verdad eso de ser madre no he llegado a planteármelo aún. tengo demasiados conflictos sin resolver que serían pre-requisito para empezar a plantearme algo así.
ResponderEliminarCon respecto a lo que ha comentado Sobrevivir, es cierta esa crueldad (aprendida en casa) de los niños. Sobre eso tendría muchas anécdotas tristes que contar con respecto a mi hija pequeña, porque la mayor creció en un ambiente más "corriente" (hija biológica, raza caucásica, padre y madre casados). Sin embargo la pequeña, adoptada, de otra raza y con sólo madre. Las lindezas que le han dicho en la escuela han sido del tipo "negra" (es morena, maya), "no tienes padre", "esa madre no es la tuya"... Los niños dicen lo que aprenden, y lo aprenden en casa o lo aprenden de otros niños que lo aprendieron en casa. Siempre, y así seguirá siendo, se ataca la diferencia, sea la que sea. Es necesario imprimirles mucha autoestima, fuerza y sentido de la reflexión para reaccionar sin violencia y hacerse su propio lugar en su pequeña sociedad. Lo mismo ocurre en hijos e hijas de familias homoparentales, por eso deseo que existan cada vez más para que cada vez sean menos minoría y porque aún prevalece (a veces de forma muy soterrada) la creencia de que se trata de familias "enfermas", cuando la enfermedad está en quien solamente se sabe mirar el ombligo y no respeta el color y la diversidad de la vida.
ResponderEliminarhm ya ahora más despierta...
ResponderEliminarcon respecto a lo que se ha dicho de la crueldad de los niños, es cierto. y es cierto que la aprenden en casa o de otros niños que la aprendieron en casa. y esa crueldad va a seguir existiendo mientras como civilización no pasemos a un nivel mayor de respeto.
entonces, esa crueldad seguirá existiendo y el hecho de que un niño o niña sea hijo o hija de dos mamás o dos papás, sólo es un motivo más para despertar la crueldad del resto. quizá, eso sí, un motivo más evidente, pero si no es eso, será la raza, la religión, el color de pelo, el divorcio de los padres, los problemas de obesidad, o incluso la timidez.
el mundo puede ser tanto un lugar muy feliz y acogedor como un lugar muy cruel, y los niños no necesitan que los defiendan de todo, necesitan que se les enseñe a defenderse por sí mismos y a ser buenas personas en el mundo... independientemente de si tienen dos mamás, dos papás, o papá y mamá...
yo estoy con candela: no veo ninguna necesidad de conocer la identidad del donante. no más que la de conocer por ejemplo quienes fueron nuestros tatarabuelos porque soy una convencida de que los lazos familiares los forjan los afectos, la convivencia. encantada de que te lo hayas planteado!!!
ResponderEliminarEstoy bastante de acuerdo con todo lo que se ha dicho.
ResponderEliminarSin embargo, me gustaría puntualizar que, cuando me refería a conocer la identidad del donante, no estaba hablando de la figura paterna: estoy convencida de que se puede crecer sin esa figura.
Lo que yo me planteo es la respuesta que darle a un hijo o a una hija fruto de una inseminación artificial cuando empiece a preguntarse de dónde ha salido la mitad de sus genes. Me pongo en su lugar y entiendo que es una respuesta que hay que elaborar, y me pregunto si ese proceso sería más fácil conociendo la identidad del donante.
A lo mejor sí. O a lo mejor no: también puede conllevar más confusión. No lo sé, pero me parece importante planteármelo, porque entiendo que en algún momento de la vida de mis hijos tendré que enfrentarme a ello.