miércoles, 10 de noviembre de 2010

Decisiones de la vida

Escuchaba hoy en el telediario lo que la candidata pepera para Cataluña había dicho en el programa de Tengo una pregunta para usted. De no ser porque esa señora podría ostentar el poder ejecutivo (en Cataluña, lo dudo, pero en algún otro lugar) me habría parecido una sarta divertidísima de insensateces, perfecta para explicarles a mis alumnas y alumnos lo que es la incoherencia en un discurso.

Ante la pregunta de qué opinaba sobre el matrimonio igualitario (que no fue expresada así, más quisiéramos), la señora se quedó a gusto añadiendo a los lugares comunes de siempre el novedosísimo de matiz de defender la familia tradicional a ultranza a pesar de que su propia familia no seguía ese esquema. Ni corta ni perezosa, remató su hazaña alegando que, si ella había llegado a formar una familia monoparental, había sido por “decisiones de la vida” (literalidad arriba o abajo, porque la intérprete duda y la versión catalana apenas se escucha).

¿Perdón?

Hasta donde yo sé, la decisión de acostarse con un hombre, o bien de someterse a un tratamiento de reproducción asistida, no son “decisiones de la vida”, sino decisiones que toma una mujer concreta, más o menos conscientemente, con mayor o menor responsabilidad. Pero no es “la vida” la que te lleva de la mano a la consulta del ginecólogo, ni quien te desnuda mientras un hombre te espera tumbado en la cama.

No sé a qué se habrá querido referir exactamente, pero intuyo (corríjanme si me equivoco) que la señora quiso decir que haberse convertido en madre fue una de estas cosas que te pasan sin previo aviso, sin ningún control ni voluntariedad por tu parte, y con la consecuente exención de responsabilidad. Desde luego, a mí no me gustaría que esa mujer que se lava las manos ante mi existencia me criara, y mucho menos desearía crecer y desarrollarme en la convicción de que mi familia está incompleta o es defectuosa. En fin, que cada quien se haga su propio examen de conciencia y decida qué clase de personas debería formar familias y qué clase no.

Lo divertido de todo esto es que, precisamente, ser homosexual sí que es una “decisión de la vida”. Sin previo aviso, sin ningún control ni voluntariedad por nuestra parte, y con la consecuente exención de responsabilidad por, simplemente, ser. Sin embargo, nosotros no reclamamos que se reconozcan y protejan las familias que creamos como quien tropieza con una rama, sino que pedimos igualdad de derechos para hijos y progenitores independientemente de su condición, haciéndonos plenamente responsables de los deberes que esa decisión libremente tomada conlleva, especialmente en una sociedad que nos estigmatiza, hostiga y amenaza un día sí y otro también.

Yo no soy responsable de mi lesbianismo, pero sí lo soy de haber decidido exteriorizarlo y vivirlo, de haber formado una pareja, de luchar cada día por nuestra integración en la sociedad y de planear formar una familia. La vida decidió por mí una parte, pero yo he decido el resto, con responsabilidad y orgullo, con alegría y determinación. Y como cualquier persona sensata puede comprender, los esperpentos que semejante oradora suelte por su boca no van a desmerecer ni un ápice la legitimidad de mis decisiones y de las que toman aquellos que son como yo.

Lástima que tanto tonto de los cojones vaya y les vote (en Cataluña no, pero aquí sí).

Cabreada (y encantada de estarlo).

martes, 9 de noviembre de 2010

Un trocito de normalidad

Hoy hemos festejado el 70º cumpleaños de mi suegro. Ha sido una celebración sencilla pero muy emotiva. Personalmente, he de decir que para mí es un orgullo haber podido asistir, porque mi suegro es una persona a la que aprecio y admiro profundamente. Además, hemos tenido la suerte de que nos haya deleitado con un repaso breve pero hermoso de su vida, siguiendo las fotografías del álbum que le han confeccionado entre mi suegra y mi novia. Una vida intensa y plena de la que he intentado memorizar todos los detalles posibles para seguir contándola a quien quiera escucharla el día que él ya no esté.

Por si esto fuera poco, la celebración de su cumpleaños nos ha permitido gozar a mi novia y a mí de un trocito de normalidad. Normalidad que, por desgracia, no está presente por igual en todos los ámbitos de nuestra vida. Además de mis suegros, mi cuñado y nosotras, en la comida estaban presentes un primo de mi novia y su novio, que son pareja desde hace muchos años. Entre bromas y anécdotas, he podido comprobar, una vez más, que la exclusión y el sufrimiento no tienen por qué ser los únicos ingredientes en la vida de las personas homosexuales, pues la alegría y la integración son posibles y sencillas si tanto nosotros como la gente que nos rodea ponemos un poquito de voluntad.

Antes de que nos marchásemos, mi suegro me ha preguntado cómo iba la relación con mis padres. Él siempre se ha ofrecido para hablar con ellos y ayudarles a entender que con su actitud no tienen nada que ganar y sí mucho que perder. “Así podrían dejar de sufrir”, me decía, “y de hacerte sufrir a ti”. Después de una breve conversación, pues no tenía muchas novedades que contar, me regaló su receta para comprender la homosexualidad con naturalidad. Para él, todo se resumía en una “cuestión de cariño”. Clave evidente donde las haya, que sin embargo podría cambiarnos la vida a muchas personas que, como yo, hemos experimentado el más devastador de los rechazos. Ojalá tantos padres y madres encontrasen el coraje suficiente para cocinarse una vida más sencilla con ella e invitar a sus hijos e hijas a merendar.

Felicidades, V. Encantada de haber celebrado este cumpleaños contigo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Yo no te espero


Por promover la injusticia, el odio, la desigualdad.
Por negar sistemáticamente los Derechos Humanos.
Por impedir el diálogo y la comprensión entre los diferentes.
Por mofarte del voto de pobreza incluso en tiempos de crisis.
Porque somos muchos los ateos orgullosos de serlo.
Y porque somos más a los que nos sobran razones.
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YO NO TE ESPERO.