martes, 28 de febrero de 2012

Una bofetada a tiempo... ¿de qué?


Al hilo de la entrada publicada por Núria y Luisa sobre el castigo físico como medio para educar a los niños, me permito dar mi opinión sobre el tema como niña criada a base de bofetadas "a tiempo".

Mi madre era de esas madres que solucionaba los conflictos con el "método" de la zapatilla. Si mi hermano pequeño y yo estábamos jugando y él empezaba a llorar porque algo no resultaba de su agrado, mi madre entraba en la habitación, nos arreaba tres o cuatro zapatillazos a cada uno, y se volvía a marchar. Nosotros nos quedábamos llorando durante un rato, cada uno en una punta del cuarto y, después, si todavía nos quedaban ganas, volvíamos a jugar.

Explicado así, de manera clara, directa y concisa, podría parecer que mi madre era una mujer que ejercía maltrato físico sobre sus hijos. Sin embargo, en la época en que me crie, el uso de "métodos educativos" semejantes era normal. Hoy en día, mis amigos y yo bromeamos muchas veces con el tema de la zapatilla, que no sólo actuaba para resolver los problemas entre hermanos, sino también para forzar nuestro comportamiento en la dirección que la zapatilla marcaba. Con esto quiero decir que mi experiencia no es excepcional.

Sin embargo, y creo que afortunadamente, yo no comparto la visión amable sobre la bofetada "a tiempo·". Sea porque lo he sufrido, o porque no defiendo ningún tipo de violencia, o tal vez porque tengo la suerte de conocer "métodos" alternativos, considero que el castigo físico sólo llega "a tiempo" de minar la autoestima de quien lo sufre, introducir un elemento de poder ilegítimo en una relación que debería basarse en el cariño y el respeto, y sembrar la semilla de la violencia en lo profundo del inconsciente emocional. Personalmente, además, guardo ciertos recuerdos asociados al castigo físico que confirman mi opinión.

Recuerdo a mi padre poniéndome de pie en la silla de la cocina, pegándome unos cuantos azotes y volviéndome a sentar para que me terminara el plato de comida. Recuerdo mi miedo, mi impotencia, el sentimiento de que algo se resquebrajaba entre nosotros y, por supuesto, recuerdo no haber probado ni un bocado más.

Recuerdo los pasos de mi madre acercándose por el pasillo antes de entrar en la habitación donde mi hermano y yo nos peleábamos. Recuerdo pedirle por favor que escuchara nuestras versiones de lo sucedido, segura de que existía una solución mejor, para conseguir tan sólo una nueva dosis de zapatilla, aderezada con la impotencia de siempre y una ingente cantidad de rencor.

Recuerdo también la última vez que mi madre me pegó. Tenía catorce años y le acababa de pegar una contestación típicamente adolescente. Y ella me la devolvió, estampándome una bofetada en la cara. Yo me marché a mi habitación. Había sentido en mi propio cuerpo la impotencia de mi madre y tenía absolutamente claro que era injusto que yo tuviera que pagarla así. Ella también lo sabía, y vino detrás de mí para pedirme perdón.

No creo que a mis padres les gustara pegarnos a mi hermano o a mí. Simplemente, continuaban una "tradición educativa" prestigiosa, aceptada y defendida por muchos, como lo sigue siendo por algunos hoy. Tampoco me considero una niña maltratada, al menos no más que cualquiera que haya recibido un castigo físico "moderado" durante su infancia.

Pero conozco los sentimientos que se movían entorno al castigo físico y sé que no son positivos para ninguna relación. Por eso no repetiría el modelo en el que me crie. El aprendizaje de la convivencia, del respeto, de las normas, de la colaboración, requiere otros métodos que promuevan también el entendimiento, el diálogo, el cariño y el perdón. La bofetada "a tiempo" no sólo no lo consigue, sino que actúa en contra, afectando no sólo al niño que la recibe, sino también al adulto en que ese niño se convertirá.

No soy madre, pero sí educadora, y estoy segura de que los conflictos que nos ayudan a crecer son los que se solucionan de manera constructiva, y que la impotencia es una emoción negativa que los adultos debemos aprender a gestionar de manera no violenta en todos los ámbitos de nuestra experiencia, incluyendo la educación de un menor.

Por eso estoy encantada de llegar a tiempo.
A tiempo de evitar la bofetada.


Imagen de aquí.

sábado, 25 de febrero de 2012

Confesiones de una máscara (I)


Confesiones de una máscara, del japonés Yukio Mishima, fue uno de los primeros libros de temática homosexual que leí. En él, se narra la infancia, la adolescencia y la primera juventud del protagonista, que va explicando de una manera muy vívida cómo descubrió que se sentía atraído por los hombres.

Gracias a esta novela, supe que algunas experiencias de mi pasado, que siempre había considerado "extrañas" y probablemente ajenas a las del resto de las personas de mi edad, podían ser similares a las vividas por una persona que nada tenía que ver conmigo, excepto porque ambos compartíamos la misma orientación sexual. Aquello me impactó vivamente, y resultó determinante en el proceso de descubrimiento de mi propia sexualidad.

Algunas de las sensaciones que se describen en la novela son muy generales. Durante muchos años, no les di demasiada importancia, al considerar que serían comunes a determinadas personas que no necesariamente tendrían nada en común, más allá de una determinada manera de experimentar la vida.

Sentía [...] algo parecido al deseo de experimentar un dolor penetrante, una pena que atormentara el cuerpo [...], una sensación de "tragedia", en el sentido más sensual de esta palabra. Cierta sensación parecida a la de "abnegación", cierta sensación de indiferencia, cierta sensación de intimidad con el peligro, una sensación semejante a la de la mezcla entre la nada y el poderío vital.

Y aunque todavía pienso que hay algo de verdad en ese pensamiento, también creo que ciertas sensaciones son en realidad una forma de intuición, un confuso runrún en la cabeza que intenta sugerirte que algo no va como te han dicho que debería ir.

Parecía que mi pena por estar enteramente excluido de aquello siempre se transformaba, en mis sueños, en pena hacia aquellas personas y su manera de vivir, y que intentaba compartir su existencia solamente como méritos de mi pena.

Si realmente era así, aquellas mal llamadas "cosas trágicas" de las que comenzaba a tener conciencia constituían solamente sombras proyectadas por los destellos de un presentimiento de una futura pena más dolorosa, de una exclusión aún más desoladora que todavía no se había producido.

No creo que a todas las personas homosexuales les haya pasado algo parecido, pero a mí, como a Yukio Mishima, me pasó. Cuando era pequeña, disfrutaba terriblemente jugando a ser una niña abandonada, huérfana, pobre. No me atraían nada otros juegos donde tuviera mucho dinero, o fuera una princesa, o una gran jefa de algo. A mí me gustaba jugar "a la tragedia", a la soledad, al destino aciago. Jugar a enfrentarme con todo ello para, finalmente, lograr superarlo.

Otra de las experiencias que sentí reflejada en esta novela fue la del nacimiento de la atracción sexual. Creo que, aunque en el plano afectivo me he sentido bastante perdida durante la mayor parte de mi vida, el objeto de mi deseo sexual me fue revelado desde el principio con gran claridad.

Bruscamente, puso sus guantes mojados por la nieve sobre mis mejillas. Me estremecí, echándome hacia atrás. Una primaria sensación carnal ardía en mi interior, marcando a fuegos mis mejillas. Mi di cuenta de que miraba a Omi con cristalina mirada [...].

Creo que ese fue el primer amor de mi vida. Y, si se me permite hablar con franqueza, diré que se trataba, sin duda alguna, de un amor íntimamente vinculado con los deseos carnales.

Para mi sorpresa, en este libro descubrí también la causa o, más precisamente, la excusa que yo misma me ponía para no dejar que aquellos primeros impulsos, tan puros y claros, cruzaran completamente el umbral de mi conciencia.

Pero, a pesar de ello, ya desde el principio, estos rudos gustos comportaban para mí una imposibilidad lógica, y a consecuencia de ella mis deseos jamás podrían convertirse en realidad. Como norma general, no hay nada más lógico que el impulso carnal. Pero, en mi caso, en cuanto comenzaba a compartir la compresión intelectual con una persona, mis deseos centrados en aquella persona se esfumaban.

Entiendo que esta experiencia no la comparten todas las personas homosexuales, afortunadamente. En mi caso, sin embargo, la posibilidad de relacionarme con una chica, las aficiones compartidas, la amistad, hacían que los deseos que pudiera haber albergado por ella desaparecieran de golpe. De este modo, nunca me enamoré de ninguna amiga, y mis impulsos sexuales, claros y sencillos, se transformaron en una suerte de fetichismo que sólo sentía hacia las chicas con las que no quería cruzar ni el saludo pues, por mucho que me gustasen, me resultaban invariablemente estúpidas.

Mi ciega adoración por Omi carecía de todo elemento de crítica consciente, y menos aún podía yo adoptar un punto de vista moral en lo que a él concernía. Y siempre que intentaba definir la amorfa masa de mi adoración mediante las limitaciones del análisis, aquella adoración desaparecía. [...] Se trataba de una actitud puramente inconsciente, de un incesante esfuerzo para protager mi pureza de catorce años del proceso de erosión.

¿Pudo aquello ser amor? [...] Lo menos que puedo decir es que mientras me encontraba en la escuela, principalmente durante una clase aburrida, no podía apartar la vista del perfil de Omi. ¿Qué más podía hacer cuando ignoraba que amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo? Para mí, el amor era solo un diálogo de acertijos sin solución. Y, en lo tocante al espíritu de mi adoración, jamás imaginé que fuese algo que exigiera respuesta. [...]

Con esto no quiero decir que considerase que aquellos deseos míos que se apartaan del comportamiento generalmente aceptado fuesen normales y ortodoxos. Y tampoco quiero decir que viviera dominado por la falsa impresión de que mis amigos poseían las mismas tendencias que yo. [...] Jamás llegué siquiera a soñar que los deseos que Omi inspiraba en mí estuvieran en modo alguno relacionados con las realidad de mi "vida".

Las palabras de Yukio Mishima iluminaron una parte de mis recuerdos con las pormenorizadas descripciones de su impulsos más concretos; sin embargo, para mí, lo más significativo de esta novela seguirá siendo cómo logró poner palabras a lo más difuso de mi experiencia, a eso que siempre pensé que en realidad no era nada y que a nadie más le habría ocurrido.

[...] En mi infancia me sentía agobiado por una sensación de temor al pensar que llegaría a ser adulto, y la conciencia de que iba creciendo estuvo siempre acompañada de una extraña y penetrante inquietud. [...] Era más que inquietud, era una especia de convicción masoquista, una convicción tan firme que parecía basada en la revelación divina, una convicción que me obligaba a decirme a mí mismo: "Nunca serás como Omi".

(Continuará...).

martes, 14 de febrero de 2012

Contra el PP se vive mejor


Esta es una frase que me repito mucho últimamente, sobre todo cuando veo el telediario. "Contra el PP se vive mejor". Porque cuando gobierna quien tiene tus simpatías, o incluso tu voto, sufres una tensión constante ante cada declaración, ante cada norma. ¿Representarán (aunque sea mínimamente) mis valores? ¿Harán alguna barbaridad en mi nombre? Sin embargo, ahora que gobiernan "los otros", no espero nada, así que nada me resulta decepcionante. E incluso, en ocasiones, me llevo alguna que otra alegría. Como con las declaraciones del Ministro de Justicia sobre el Matrimonio Igualitario.

No nos engañemos: después de vivir tantos años bajo su mandato, sé de buena tinta que este hombre tiene muchos pies de los que cojear. Al contrario que a numerosos votantes de la oposición, a mí no me cae nada simpático. En Madrid estamos en la ruina gracias a él, los parquímetros nos acosan en cada esquina y ya es la tercera vez consecutiva que el Comité Olímpico nos va a decir que no. Todo un bochorno. Sin embargo, el señor Gallardón ha tenido sus aciertos a la hora de apoyar al colectivo LGTB.

Mi ejemplo más querido fue la creación del Programa de Información y Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid. Un centro único en España que, para muchos madrileños y no madrileños, ha representado una primera bocanada de aire fresco en el infierno de la homofobia cotidiana.

Recuerdo perfectamente el día en que llamé. Había visto el número de teléfono en Internet y no me creaba ninguna confianza que perteneciera a la Comunidad de Madrid. Tenía mucho miedo a ser acogida entre sotanas que me tratasen de convencer de lo confundida que estaba. Porque realmente me sentía muy confundida, y aterrorizada, y no sabía a dónde acudir. Después descubrí que el Programa estaba gestionado por COGAM, que las sotanas brillaban por su ausencia y que allí me tenderían la mano que necesitaba para empezar a salir del agujero.

Así que hace ya tiempo que sé que el ahora Ministro simpatiza con nuestra causa. Como tantos otros miembros del PP. Como tantos de sus votantes. Pero claro, tienen que salvar la cara para "los otros", los que todavía viven en las cavernas. Y es una pena que decidieran salvarla con algo tan grave como un recurso ante el Tribunal Constitucional. En la situación actual, sin embargo, creo que cualquier gesto de complicidad es de agradecer, sobre todo viniendo de donde viene.

(Y todo esto a sabiendas de que Gallardón ha sido el alcalde que, aun habiendo oficiado bodas homosexuales, al menos desde el año pasado viene oficiando también el acoso y derribo a la celebración del Orgullo Gay).

Ojalá el TC resuelva pronto a nuestro favor y este tema nos deje por fin de preocupar. Mientras tanto, seguiremos agarrándonos a los guiños políticos, especialmente a los de "los otros", esos que oficialmente nos odian y que, en realidad, opinan de muchas maneras diferentes, como es natural.

Encantada.


Imagen de aquí.

sábado, 11 de febrero de 2012

30


30 años para llegar hasta aquí...
¡han merecido la pena!

Encantada.

Imagen de aquí.

viernes, 3 de febrero de 2012

El toreo NO es la causa de los toros


Hablando sobre las últimas declaraciones del ministro de educación acerca del toreo como bien cultural, una compañera de trabajo comentaba esta mañana que el argumento de que sin toreros no habría toros le había resultado bastante esclarecedor. Yo no le he contestado porque no me apetecía engancharme; pero, sinceramente, opino que ese argumento es de lo más tonto que hay.

¿Cómo pueden defender algunos que la explotación animal contribuye a la supervivencia de la misma especie a la que explota? ¿Es que acaso sin seres humanos no habría animales? ¿Contribuimos siquiera los humanos al mantenimiento de una biodiversidad que merezca mínimamente ese nombre? Y, sobre todo, ¿los ornitorriconcos siguen existiendo porque los asesinamos lentamente hiriéndolos con objetos punzantes mientras el público jalea y saca pañuelos blancos?

Si no explotásemos animales como los toros, las vacas, los cerdos o los pollos, no habría tantos. Afortunadamente. Porque la sobreabundancia de estos animales constituye un grave atentado contra el medio ambiente y la salud de otras especies, incluida la nuestra; además de resultar, como mínimo, éticamente cuestionable.



Pero los toros, las vacas, los cerdos o los pollos no desaparecerían como especie. O, al menos, no estarían más en peligro de extinción de lo que lo están muchas otras especies, la mayoría de ellas por nuestra causa. Con la protección necesaria, podrían sobrevivir en la Naturaleza, en grupos más o menos pequeños, respetando un equilibrio que nos beneficia a todos.

Es verdad que los ganaderos no invertirían el dinero que ahora invierten en su conservación; pero tampoco creo que lo estén invirtiendo actualmente en la conservación de los ornitorrincos. Por suerte, no es gracias a su dinero o a su interés por lo que se respeta el medio ambiente o se trabaja por proteger la biodiversidad. Existe un mundo más allá de la ganadería, la explotación o el asesinato; y somos muchas las personas que estamos orgullosas de crearlo cada día, de defenderlo y sostenerlo.

Lo que más me aterra es que las personas tendamos a asumir estos argumentos sin pasarlos lo más mínimo por el tamiz de la razón. Al fin y al cabo, ¿qué va a decir un ganadero? ¿Que torear está mal? ¿Qué va a decir un torero? ¿Que su trabajo se parece bastante al de un asesino en serie? Y aun así, algunos incluso lo admiten. Por fortuna, existen personas que son capaces de darse cuenta de que lo que hacían estaba mal.


Porque hay cosas que están mal. Que no deben hacerse. Ni en nombre de un derecho ni de nada.

Encantada de ser antitaurina... y vegetariana.