Esta mañana casi tengo un accidente de tráfico cuando he escuchado una noticia sobre esto.
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Concretamente, en la radio han hablado sobre el escándalo que había provocado el descubrimiento de un matrimonio entre dos mujeres en Paquistán. Aunque finalmente no es el caso (y ojalá lo entiendan así las autoridades, más que nada por la seguridad de la pareja), en mi mente se ha dibujado la hermosa imagen de dos mujeres lesbianas paquistaníes viviendo su amor valientemente, seguida de una sucesión de imágenes terroríficas sobre las consecuencias del descubrimiento.
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Cuando me he sentido en su piel, me ha dado un ataque de ansiedad y casi me mato.
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No sería la primera vez, de todas formas, que dos mujeres contraen matrimonio gracias a que una de ellas se hizo pasar por varón. Ha ocurrido en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia, y por tanto, es posible que siga ocurriendo en la actualidad.
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Sin embargo, en un momento en que nos subimos al carro de los derechos homosexuales pagando, entre otros, el precio del auge de la lesbofobia, el significado de este descubrimiento se multiplica.
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En un país como Paquistán, a la misoginia y a la lesbofobia se les puede unir el integrismo religioso y la confrontación con Occidente. Ser lesbiana allí puede significar no sólo una traición al género y a la heteronormatividad (como aquí), sino también a la comunidad religiosa (algo que aquí, por suerte, sólo ocurre en ocasiones) y a la cultura musulmana. Vamos, que a una mujer lesbiana paquistaní sólo le falta robar y matar para ser condenada por todos los artículos del código penal.
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Y sin embargo, el lesbianismo no es un invento de Occidente, como pretenden algunos, sino una realidad universal y atemporal. Tal vez no con los mismos matices, tal vez no de la misma manera, pero en Paquistán habrá muchísimas mujeres lesbianas, que probablemente vivan su realidad con incertidumbre, miedo, resignación o dolor.
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Así que, mientras se me ocurre algo mejor para cambiar el mundo, estoy encantada de mostrarles mi comprensión y solidaridad.
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