martes, 5 de junio de 2007

¡Casi!

Últimamente, no gano para alegrías y decepciones posteriores con las noticias sobre bodas entre lesbianas. Nuevamente, hoy creí que todos mis sueños de rebelión y amor lésbico se habían cumplido cuando leí en un periódico que había en mi trabajo lo siguiente:

Primera boda entre lesbianas
Sibel y Nazlican han protagonizado la primera boda entre lesbianas en Turquía. Sin embargo, el país no les reconoce el enlace, pues no permite los matrimonios homosexuales.

Con toda la dignidad que pude acumular, hurté la hoja en la que venía la noticia y corrí a casa contenta, fantaseando sobre la maravillosa entrada que iba a escribir en mi blog. Sin embargo, cuando me lancé en triple salto a contrastar la información, me llevé un costalazo contra el suelo de una piscina vacía:

Sibel se siente hombre
Sibel dice sentirse "un hombre" y afirma que, en cuanto pueda, se operará para cambiar de sexo.

¿Es que alguien anda trucando todas las noticias para desesperarme, o qué? ¡Con estas cosas no se juega! Y es que, aunque me alegre de que los hombres transexuales estén viviendo una oleada de afirmación y matrimonio sin precedentes, ¡me fastidia hacerme ilusiones de visibilidad y cortes de manga para nada!

Como no hay mal que por bien no venga, de todas formas, estas noticias me están haciendo reflexionar sobre la paradójica relación que se establece entre las mujeres lesbianas y el matrimonio. Precisamente, uno de los espacios lésbicos por excelencia era la huida del matrimonio, la negativa a casarse, y de hecho, muchas mujeres lesbianas en la actualidad siguen considerándolo una bandera de la causa.

Sin embargo, el matrimonio homosexual es también el reconocimiento de nuestra igualdad legal y una forma de protección y amparo para nuestras relaciones y nuestras familias. Y es que, por desgracia, aún no estamos en condiciones de desechar el matrimonio como institución anticuada, como muchos heterosexuales a los que se les supone la heterosexualidad, la relación afectiva y la tutela de sus hijos se dan el lujo de hacer.

En fin, supongo que yo, que ni siquiera soy capaz de sacar más que la patita del armario, no me puedo sentir decepcionada porque las mujeres lesbianas que viven en otros países, donde la homosexualidad es castigada de tantas maneras, no se atrevan a jugarse la vida para darme gusto con sus matrimonios.

Tampoco hay que olvidar que estas mujeres, como tantas otras, hace actos mucho más heroicos que casarse cada día, y que son silenciadas, como siempre lo hemos sido las mujeres, sin que su vida trascienda, no ya a la Historia, sino a los más chabacanos medios de comunicación.

Encantada (no obstante) de seguir soñando con un mundo mejor.

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