http://ernesto.ojodigital.net
El monumento popularmente conocido como “el oso y el madroño” es uno de los símbolos más importantes de la ciudad de Madrid. Así, pocos serán los oriundos que no hayan preguntado alguna vez aquello de “¿quedamos en “el oso”?”. Y sin embargo… ¡ay! Resulta que “el oso” es en realidad una osa.
El Consejo de Mujeres de Madrid ha iniciado una campaña para reivindicar a nuestra osa más allá de la anécdota. Como muy acertadamente se cuestionan las convocantes, "si hubiera sido un oso, ¿se hubiera cambiado a osa?". Personalmente, esta pregunta me parece relevante porque implica el argumento patriarcal más inmediato: “un oso, una osa… ¿y qué más da?”. Bueno, pues no da igual. Y es que el hecho de que la osa se cambiara en oso no es casualidad.
La historia de la osa y el madroño es otra historia de nuestra bien conocida invisibilidad: bien conocida por las mujeres, y mucho mejor conocida por las mujeres lesbianas. Además, en este caso particular no sólo juega en nuestra contra el peso del patriarcado, sino también el del siempre insuficientemente vilipendiado sistema gramatical.
Si nos paramos a pensar, ¿cuántos millones de personas no habrán invertido incontables minutos de su tiempo en pasear, observar y fotografiarse junto a nuestra osa? Y sin embargo, ¿por qué prácticamente ninguna se dio cuenta de que la osa era hembra? Yo creo que porque a todas esas personas nos dijeron que la estatua representaba un oso, y como el “género no marcado” es el masculino, y como los representantes de todo (lo bueno y lo importante) suelen ser masculinos, y como nadie nos dijo nunca que aquello se podía cuestionar, y como a las que (más) nos interesa cuestionarlo es a nosotras, y nosotras nunca nos dimos por aludidas en este maldito mundo terminado en “o”… pues sencillamente, nuestras mentes no hicieron “clic”.
Para mí, una de las grandes lecciones del Feminismo ha sido la de hacer que me pregunte cosas. Cuando se te ponen los pelos de punta, cuando no te sientes bien, cuando la frustración se te condensa en un grano enorme en mitad de la frente… pregúntate cosas. Porque las respuestas no llegan sin preguntas, y las mujeres, acostumbradas a dormitar y a resignarnos a ser incluidas en un masculino que nos excluye, tenemos que aprender a preguntar.
Así, la cuestión de la osa no nos va a salvar la vida a ninguna, ni va a cambiar nuestra historia, ni nos augura necesariamente un futuro mejor. Pero es un símbolo, un símbolo que nos invita a preguntar. A preguntar y a recordar que una vez olvidamos mirar debajo de las faldas de la osa y contribuimos a nuestra propia invisibilidad.
Encantada de poner mi granito de arena para evitar que vuelva a pasar.
El Consejo de Mujeres de Madrid ha iniciado una campaña para reivindicar a nuestra osa más allá de la anécdota. Como muy acertadamente se cuestionan las convocantes, "si hubiera sido un oso, ¿se hubiera cambiado a osa?". Personalmente, esta pregunta me parece relevante porque implica el argumento patriarcal más inmediato: “un oso, una osa… ¿y qué más da?”. Bueno, pues no da igual. Y es que el hecho de que la osa se cambiara en oso no es casualidad.
La historia de la osa y el madroño es otra historia de nuestra bien conocida invisibilidad: bien conocida por las mujeres, y mucho mejor conocida por las mujeres lesbianas. Además, en este caso particular no sólo juega en nuestra contra el peso del patriarcado, sino también el del siempre insuficientemente vilipendiado sistema gramatical.
Si nos paramos a pensar, ¿cuántos millones de personas no habrán invertido incontables minutos de su tiempo en pasear, observar y fotografiarse junto a nuestra osa? Y sin embargo, ¿por qué prácticamente ninguna se dio cuenta de que la osa era hembra? Yo creo que porque a todas esas personas nos dijeron que la estatua representaba un oso, y como el “género no marcado” es el masculino, y como los representantes de todo (lo bueno y lo importante) suelen ser masculinos, y como nadie nos dijo nunca que aquello se podía cuestionar, y como a las que (más) nos interesa cuestionarlo es a nosotras, y nosotras nunca nos dimos por aludidas en este maldito mundo terminado en “o”… pues sencillamente, nuestras mentes no hicieron “clic”.
Para mí, una de las grandes lecciones del Feminismo ha sido la de hacer que me pregunte cosas. Cuando se te ponen los pelos de punta, cuando no te sientes bien, cuando la frustración se te condensa en un grano enorme en mitad de la frente… pregúntate cosas. Porque las respuestas no llegan sin preguntas, y las mujeres, acostumbradas a dormitar y a resignarnos a ser incluidas en un masculino que nos excluye, tenemos que aprender a preguntar.
Así, la cuestión de la osa no nos va a salvar la vida a ninguna, ni va a cambiar nuestra historia, ni nos augura necesariamente un futuro mejor. Pero es un símbolo, un símbolo que nos invita a preguntar. A preguntar y a recordar que una vez olvidamos mirar debajo de las faldas de la osa y contribuimos a nuestra propia invisibilidad.
Encantada de poner mi granito de arena para evitar que vuelva a pasar.
Pues sí, estoy de acuerdo contigo. Y te contaré una anécdota personal. El año pasado escribí un capítulo para un libro de fiscalidad internacional (es a lo que me dedico). Bien, pues como te imaginas, se trataba de un texto denso, con un lenguaje bastante técnico y jurídico (es decir, aburrido). Tuve que poner un ejemplo en mitad del texto, así que puse "A es prestadora de servicios". La correctora (¡una mujer!) me contestó así: "Si realmente es necesario poner "la prestadora" en lugar de "el prestador", no te lo puedo impedir... Pero ten en cuenta que el masculino predomina siempre". PAF! ¿Cómo te quedas? Yo repliqué: "Muchísimas gracias por su comentario. Sí, en efecto, mantener el femenino de "la prestadora" es necessario. cordialmente, ally". Lo dicho, si cada una de nosotras pusiera su granito de arena, lo conseguiríamos!!!
ResponderEliminarMe alegar sentir cómo tu anécdota me deja con la boca abierta y me impulsa a tirarme de todos los pelos de mi cuerpo... ¡algunas tenemos la increíble suerte de haber desarrollado esa sensibilidad!
ResponderEliminarLo peor de todo es ver que son mujeres las que se tiran piedras contra su propio tejado y piensan que lo del género en el lenguaje (o en las estatuas) es una estupidez.
Yo intento pensar (por salud mental, más que nada) que es cuestión de ignorancia. Al menos conmigo fue así, ya que hace un par de años que me di cuenta de todo esto. Tuve algunas profesoras que utilizaban el femenino en clase, y por primera vez en mi vida, me sentí llamada a participar , me sentí obligada a formar parte... ¡desperté!
Creo firmemente que romper nuestra invisibilidad tiene efectos muy claros en nuestra psicología y en la conciencia de todas.
En fin, que me emociono... ¡¡vivan los granitos de arena!! ;-)