Ayer estuve viendo con mi novia un documental sobre familias homoparentales que habían echado hacía poco en la televisión. He de decir que el documental era un tanto antiguo, supongo que de los primeros 90, y que además tenía en cuenta una población homosexual muy específica, la de San Francisco. Al parecer, en esta ciudad y por aquella época, más de un cuarto de su población era homosexual, entre otras cosas, porque San Francisco alberga una de las comunidades homosexuales más antiguas de EEUU. A pesar de todo esto, el documental me pareció interesante y me suscitó reflexiones que me han tenido maquinando hasta hoy.
Las historias que aparecían eran, en su aplastante mayoría, experiencias de mujeres lesbianas que habían tenido hijos biológicos por inseminación. Me pareció muy importante que se reconociera el papel pionero de las madres lesbianas, ya que a veces, ni algo, a mi parecer, tan obvio, se nos reconoce: en los debates acerca del derecho de las parejas homosexuales a formar familias que hubo y sigue habiendo en mi país, casi siempre se refieren a una pareja de hombres adoptantes, cuando yo creo que lo que prima en la comunidad son mujeres con hijos biológicos, entre otras cosas porque lo más sencillo es que una mujer tenga hijos así.
Por ese lado estuvo muy bien, pero lo que no me gustó tanto fue la poca atención que le prestaron a la “otra” madre. De hecho, dos de las tres familias que aparecieron eran mujeres que habían decidido tener hijos sin pareja. Por supuesto que el hecho de ser madre soltera, se tenga la orientación sexual que se tenga, es algo que me parece tan legítimo como loable; pero creo que las familias de madres lesbianas son interesantes, entre otras cosas, porque plantean la cuestión de que existen dos madres, y que, en su gran mayoría, el papel de la madre no biológica es tan fundamental como poco reconocido por la sociedad. En fin, habría preferido que se incidiera más en esta situación particular y no en la simple anécdota de que una mujer tenga hijos sola, ya que una madre soltera es una madre soltera, por encima e independientemente de su orientación sexual.
Algunas de las mujeres que aparecían en el documental pertenecían a una comunidad de lesbianas feministas que, a finales de los 70, habían decidido criar niños sin la presencia de hombres. La comentarista explicaba, prácticamente a modo de venganza del destino (léase: con cierta sorna), que los hijos de estas mujeres, al llegar a cierta edad, habían empezado a preguntar por su padre, algo que estas madres “ni se habían imaginado que ocurriría” y que, por supuesto, “les había horrorizado”.
Me parece que este habría sido un momento grandioso para explicar los problemas que acarrea criar niños en una familia homoparental, no por el hecho de serlo, sino por el de vivir en una sociedad donde prima la heteronormatividad. Así, lo niños empezaban a preguntar por su padre en un momento muy concreto: hacia los 9 ó 10 años, si no recuerdo mal. Como las mismas madres explicaban, no echaban de menos un padre, sino que añoraban sentirse “niños normales”. Esto implica que, probablemente en el colegio, se les había transmitido la idea de que todo niño normal tiene un papá y una mamá, y que si él ya conocía a su mamá, e independientemente de “esa otra señora” que vivía con ellos, en algún lugar debería estar su papá. Así que los niños se lanzaban en su busca, y las madres, antes o después, les remitían al donante de esperma. Claro que, también antes o después, los niños se daban de bruces contra la cruda realidad y aprendían que un donante de esperma no es precisamente lo que se dice “un papá”.
Yo creo que si la sociedad validara los distintos modelos de familias existentes, este tipo de situaciones no se producirían y a muchas personas se les ahorraría mucho dolor. Si se les explicara a los niños que no todo el mundo tiene un papá y una mamá, y que no por eso dejas de ser normal, ni los hijos de madres lesbianas ni tampoco los de madres solteras se sumergirían en un bote de esperma para encontrar a su papá. Un donante de esperma no es un papá. Un donante de esperma es un donante de esperma, y un papá es un papá. Los hijos de madres lesbianas no tienen un papá y una mamá, tienen una mamá y una mamá. Esto es así y considero que tratar de que sea diferente es lo que produce una verdadera aberración.
Estoy segura de que, en los casos de familias heteroparentales que tienen que acudir a un donante de esperma para tener hijos, nadie plantea la necesidad de que esos hijos busquen a su “verdadero papá”. Como son familias heteroparentales, toda la sociedad se cierra sobre ellas para proteger a esa pareja y para restar importancia a la biología. Seguramente, no todos los hijos nacidos de este modo lo saben, y en el caso de que lo sepan, muchas personas estarían dispuestas a defender que el donante de esperma no es un “papá”. Entonces, ¿por qué en los casos de madres lesbianas se insiste tanto en que esto no es así?
La respuesta mayoritaria, que también aparecía en el documental, alude a ese divino “rol masculino” que todos los niños sanos deben conocer. Y la paradoja aumenta. Una de las madres lesbianas pertenecía a una red de familias homoparentales donde había tanto hombres como mujeres. Ella, que tenía ni más ni menos que siete hijos en régimen de acogida, consideraba que ese presunto rol masculino estaba más que cubierto con la gran cantidad de “tíos” homosexuales que la red proporcionaba a sus hijos. Ninguno de sus hijos podía tener dudas de qué era un hombre, ya que compartían numerosas comidas y celebraciones con familias gays.
Pero el documental dejaba traslucir que cuando se refieren a “rol masculino” no vale un hombre homosexual. Creo que en este punto se desmonta toda la argumentación, porque si lo que se les achaca a las familias lesbianas es la ausencia de un hombre heterosexual, entonces lo que molesta es que las familias lesbianas, simplemente, no sean una familia heteroparental. Y esto es homofobia; más concretamente, lesbofobia.
La pregunta estaría más bien en qué clase de roles queremos transmitirles a nuestros hijos. Personalmente, no querría que mis hijos aprendieran los roles tradicionales de lo que es un hombre y lo que es una mujer. Creo que es mucho más interesante que interioricen roles abiertos que les permitan desarrollarse en libertad y construir una sociedad más justa e igualitaria para el futuro. Y esto, queridos heteronormales, las familias homoparentales lo podemos hacer bastante bien. Nuestros hijos se relacionarán, seguramente, con hombres y mujeres de todo tipo de orientaciones sexuales. ¿Pueden las familias heteroparentales garantizar lo mismo? Muchas seguro que no. ¿Y quién les achaca a ellos que no estén proporcionando a sus hijos los roles adecuados?
Si mis padres me hubieran proporcionado ejemplos de homosexualidad, probablemente yo habría detectado antes todas las señales que me indicaban lo que era. Habría tenido a una persona cercana con la que hablar, que me aceptase y ayudase a mis padres, en el caso de que lo necesitaran, a aceptarme. Me habría ahorrado veintitantos años de nebulosas y un batacazo final para descubrir que me gustan las mujeres, además de mucho miedo, muchos fantasmas mentales y mucho dolor. Y visitas al psicólogo, por cierto, y terapias de grupo también. ¿Y quién persigue a mis padres por haberme provocado este daño irreparable? ¿Por qué se insiste en perseguir a las familias homoparentales, que proporcionan un modelo mucho más sano, abierto y justo en general?
Otro tema que tocaba el documental era el miedo de algunas madres a tener hijos homosexuales. Tal y como lo presentaban, las familias homoparentales validaban su labor teniendo hijos heterosexuales. Pero, en varias de las historias que relataban, las madres lesbianas tenían hijas lesbianas. Nuevamente, este hecho podría haber servido para exponer las dificultades de formar una familia homoparental cuando una sufre grandes dosis de homofobia interiorizada.
Esta situación viene provocada por una sociedad enferma, que empuja a algunos de sus miembros a odiarse a sí mismos y a sufrir sin razón. Sin embargo, el documental se limitaba a mostrar el horror de una madre lesbiana ante su hija lesbiana, horror similar al que podría haber mostrado una madre heterosexual. Y a mí me pareció una pena, porque creo que los hijos homosexuales de parejas homoparentales deberían encontrarse con la ventaja inaudita de crecer en un ambiente no hostil. Pero mientras nos odiemos a nosotros mismos, mientras la sociedad nos siga empujando a hacerlo, ¡oh gran madre de todas las paradojas!, esta situación no se dará.
Para terminar, me resultó interesante también la experiencia de una de las hijas lesbianas de madre lesbiana. Esta chica había escrito una tesis sobre niños en familias homoparentales, y se quejaba de que todos los informes que había leído al respecto habían sido encargados por colectivos homosexuales, por lo que no eran fiables, ya que estaban politizados. Aquí no pude por menos que esbozar una sonrisa y alargar mis manos hacia la pantalla con ganas de estrangular. Y es que… ¡vamos a ver! ¿Qué culpa tenemos nosotros de que ningún colectivo de heterosexuales se haya tomado la molestia de estudiar nuestras familias? Y además, ¿por qué un estudio heterosexual sería más fiable que uno homosexual? ¿Acaso si los homosexuales no viéramos claramente que estamos destrozando la vida de nuestros hijos no dejaríamos de tenerlos? ¿Tan monstruosos e interesados somos? ¿O qué? Que ellos son el rasero, ¿verdad? Ellos son los normales, el modelo sano, la tabla por la que nos tenemos que medir los demás.
Ya.
Cuando terminamos de ver el documental me sentí triste, enfadada, engañada y frustrada, pero también ansiosa de lanzarme en picado al amor propio y la reflexión. Y ahora que he terminado de escribir todo esto, me siento mucho más libre, mucho más persona, mucho más yo.
Encantada de ser una de dos madres en familia homoparental.
Las historias que aparecían eran, en su aplastante mayoría, experiencias de mujeres lesbianas que habían tenido hijos biológicos por inseminación. Me pareció muy importante que se reconociera el papel pionero de las madres lesbianas, ya que a veces, ni algo, a mi parecer, tan obvio, se nos reconoce: en los debates acerca del derecho de las parejas homosexuales a formar familias que hubo y sigue habiendo en mi país, casi siempre se refieren a una pareja de hombres adoptantes, cuando yo creo que lo que prima en la comunidad son mujeres con hijos biológicos, entre otras cosas porque lo más sencillo es que una mujer tenga hijos así.
Por ese lado estuvo muy bien, pero lo que no me gustó tanto fue la poca atención que le prestaron a la “otra” madre. De hecho, dos de las tres familias que aparecieron eran mujeres que habían decidido tener hijos sin pareja. Por supuesto que el hecho de ser madre soltera, se tenga la orientación sexual que se tenga, es algo que me parece tan legítimo como loable; pero creo que las familias de madres lesbianas son interesantes, entre otras cosas, porque plantean la cuestión de que existen dos madres, y que, en su gran mayoría, el papel de la madre no biológica es tan fundamental como poco reconocido por la sociedad. En fin, habría preferido que se incidiera más en esta situación particular y no en la simple anécdota de que una mujer tenga hijos sola, ya que una madre soltera es una madre soltera, por encima e independientemente de su orientación sexual.
Algunas de las mujeres que aparecían en el documental pertenecían a una comunidad de lesbianas feministas que, a finales de los 70, habían decidido criar niños sin la presencia de hombres. La comentarista explicaba, prácticamente a modo de venganza del destino (léase: con cierta sorna), que los hijos de estas mujeres, al llegar a cierta edad, habían empezado a preguntar por su padre, algo que estas madres “ni se habían imaginado que ocurriría” y que, por supuesto, “les había horrorizado”.
Me parece que este habría sido un momento grandioso para explicar los problemas que acarrea criar niños en una familia homoparental, no por el hecho de serlo, sino por el de vivir en una sociedad donde prima la heteronormatividad. Así, lo niños empezaban a preguntar por su padre en un momento muy concreto: hacia los 9 ó 10 años, si no recuerdo mal. Como las mismas madres explicaban, no echaban de menos un padre, sino que añoraban sentirse “niños normales”. Esto implica que, probablemente en el colegio, se les había transmitido la idea de que todo niño normal tiene un papá y una mamá, y que si él ya conocía a su mamá, e independientemente de “esa otra señora” que vivía con ellos, en algún lugar debería estar su papá. Así que los niños se lanzaban en su busca, y las madres, antes o después, les remitían al donante de esperma. Claro que, también antes o después, los niños se daban de bruces contra la cruda realidad y aprendían que un donante de esperma no es precisamente lo que se dice “un papá”.
Yo creo que si la sociedad validara los distintos modelos de familias existentes, este tipo de situaciones no se producirían y a muchas personas se les ahorraría mucho dolor. Si se les explicara a los niños que no todo el mundo tiene un papá y una mamá, y que no por eso dejas de ser normal, ni los hijos de madres lesbianas ni tampoco los de madres solteras se sumergirían en un bote de esperma para encontrar a su papá. Un donante de esperma no es un papá. Un donante de esperma es un donante de esperma, y un papá es un papá. Los hijos de madres lesbianas no tienen un papá y una mamá, tienen una mamá y una mamá. Esto es así y considero que tratar de que sea diferente es lo que produce una verdadera aberración.
Estoy segura de que, en los casos de familias heteroparentales que tienen que acudir a un donante de esperma para tener hijos, nadie plantea la necesidad de que esos hijos busquen a su “verdadero papá”. Como son familias heteroparentales, toda la sociedad se cierra sobre ellas para proteger a esa pareja y para restar importancia a la biología. Seguramente, no todos los hijos nacidos de este modo lo saben, y en el caso de que lo sepan, muchas personas estarían dispuestas a defender que el donante de esperma no es un “papá”. Entonces, ¿por qué en los casos de madres lesbianas se insiste tanto en que esto no es así?
La respuesta mayoritaria, que también aparecía en el documental, alude a ese divino “rol masculino” que todos los niños sanos deben conocer. Y la paradoja aumenta. Una de las madres lesbianas pertenecía a una red de familias homoparentales donde había tanto hombres como mujeres. Ella, que tenía ni más ni menos que siete hijos en régimen de acogida, consideraba que ese presunto rol masculino estaba más que cubierto con la gran cantidad de “tíos” homosexuales que la red proporcionaba a sus hijos. Ninguno de sus hijos podía tener dudas de qué era un hombre, ya que compartían numerosas comidas y celebraciones con familias gays.
Pero el documental dejaba traslucir que cuando se refieren a “rol masculino” no vale un hombre homosexual. Creo que en este punto se desmonta toda la argumentación, porque si lo que se les achaca a las familias lesbianas es la ausencia de un hombre heterosexual, entonces lo que molesta es que las familias lesbianas, simplemente, no sean una familia heteroparental. Y esto es homofobia; más concretamente, lesbofobia.
La pregunta estaría más bien en qué clase de roles queremos transmitirles a nuestros hijos. Personalmente, no querría que mis hijos aprendieran los roles tradicionales de lo que es un hombre y lo que es una mujer. Creo que es mucho más interesante que interioricen roles abiertos que les permitan desarrollarse en libertad y construir una sociedad más justa e igualitaria para el futuro. Y esto, queridos heteronormales, las familias homoparentales lo podemos hacer bastante bien. Nuestros hijos se relacionarán, seguramente, con hombres y mujeres de todo tipo de orientaciones sexuales. ¿Pueden las familias heteroparentales garantizar lo mismo? Muchas seguro que no. ¿Y quién les achaca a ellos que no estén proporcionando a sus hijos los roles adecuados?
Si mis padres me hubieran proporcionado ejemplos de homosexualidad, probablemente yo habría detectado antes todas las señales que me indicaban lo que era. Habría tenido a una persona cercana con la que hablar, que me aceptase y ayudase a mis padres, en el caso de que lo necesitaran, a aceptarme. Me habría ahorrado veintitantos años de nebulosas y un batacazo final para descubrir que me gustan las mujeres, además de mucho miedo, muchos fantasmas mentales y mucho dolor. Y visitas al psicólogo, por cierto, y terapias de grupo también. ¿Y quién persigue a mis padres por haberme provocado este daño irreparable? ¿Por qué se insiste en perseguir a las familias homoparentales, que proporcionan un modelo mucho más sano, abierto y justo en general?
Otro tema que tocaba el documental era el miedo de algunas madres a tener hijos homosexuales. Tal y como lo presentaban, las familias homoparentales validaban su labor teniendo hijos heterosexuales. Pero, en varias de las historias que relataban, las madres lesbianas tenían hijas lesbianas. Nuevamente, este hecho podría haber servido para exponer las dificultades de formar una familia homoparental cuando una sufre grandes dosis de homofobia interiorizada.
Esta situación viene provocada por una sociedad enferma, que empuja a algunos de sus miembros a odiarse a sí mismos y a sufrir sin razón. Sin embargo, el documental se limitaba a mostrar el horror de una madre lesbiana ante su hija lesbiana, horror similar al que podría haber mostrado una madre heterosexual. Y a mí me pareció una pena, porque creo que los hijos homosexuales de parejas homoparentales deberían encontrarse con la ventaja inaudita de crecer en un ambiente no hostil. Pero mientras nos odiemos a nosotros mismos, mientras la sociedad nos siga empujando a hacerlo, ¡oh gran madre de todas las paradojas!, esta situación no se dará.
Para terminar, me resultó interesante también la experiencia de una de las hijas lesbianas de madre lesbiana. Esta chica había escrito una tesis sobre niños en familias homoparentales, y se quejaba de que todos los informes que había leído al respecto habían sido encargados por colectivos homosexuales, por lo que no eran fiables, ya que estaban politizados. Aquí no pude por menos que esbozar una sonrisa y alargar mis manos hacia la pantalla con ganas de estrangular. Y es que… ¡vamos a ver! ¿Qué culpa tenemos nosotros de que ningún colectivo de heterosexuales se haya tomado la molestia de estudiar nuestras familias? Y además, ¿por qué un estudio heterosexual sería más fiable que uno homosexual? ¿Acaso si los homosexuales no viéramos claramente que estamos destrozando la vida de nuestros hijos no dejaríamos de tenerlos? ¿Tan monstruosos e interesados somos? ¿O qué? Que ellos son el rasero, ¿verdad? Ellos son los normales, el modelo sano, la tabla por la que nos tenemos que medir los demás.
Ya.
Cuando terminamos de ver el documental me sentí triste, enfadada, engañada y frustrada, pero también ansiosa de lanzarme en picado al amor propio y la reflexión. Y ahora que he terminado de escribir todo esto, me siento mucho más libre, mucho más persona, mucho más yo.
Encantada de ser una de dos madres en familia homoparental.
Completamente de acuerdo con tu reflexión. Como docente de niñas y niños de educación infantil te diré que entre las/os profesoras/es cuando les planteo el tema de hablar de todos los tipos de familias que existen en nuestra sociedad me miran con cierta admiración pero terminan diciendo que prefieren no arriesgarse con las futuras opiniones de los padres/madres y que es mejor que se lo expliquen sus familias cuando crezcan...Con esto puedes comprenderlo todo. Profesionales de la enseñanza que pese a tener 25 años continúan educando como se educaba en los años de Franco sin plantearse ningún tipo de cambio, como en todo (ya lo sabes porque visitaste mi blog) opino que la gente siempre prefiere mirar hacia otro lado, permanecer indiferente, estática, dejar que otros hagan el trabajo y mejoren las cosas.
ResponderEliminarLa escuela debe ser siempre Motor de cambio y no esperar a que el mundo cambie solo.
Un saludo y felicidades por el blog!
¡Gracias por tu comentario!
ResponderEliminarEs verdad que cualquier cambio social es lento, pero también lo es que si la educación no empuja se enlentece aún más todavía.
Y sí, la gente prefiere mirar hacia otro lado, incluso aunque les toque directamente, esperando a que todo se solucione por arte de magia...
Pero bueno, no todo el mundo es así, ni la gente, ni los profes.
¡Hay esperanza!
Tenés razón en todo. 100% de acuerdo, pero te digo, yo ya no miro esos programas, porque he pasado más o menos por la misma experiencia, y me he quedado con la misma bronca y frustración. Yo ya entendí que es imposible que la gente entienda, nos entienda, porque como mínimo deberían poder entender algo, y la verdad es que son tan pero tan limitados que no vale la pena enfrentarlos de esa manera. Me pasó de discutirlo con un compañero de trabajo hetero, y cuando la tensión de la discusión subía de repente me di cuenta y me sentí tan estúpida de estar discutiendo un tema tan profundo con semejante tarado. No sé cuál es la experiencia que tenés en tu entorno, pero lamentablemente la mía deja bastante que desear, me refiero a que la gente es ignorante, pobre de pensamiento, chata en sus argumentaciones, limitada, tendenciosa, fanática, y todo eso los convierte en seres llenos de miedo, que necesitan aferrarse a unas pocas (pseudo certezas que enarbolan rabiosos como banderas representativas de su estilo de vida., etc. etc. etc.
ResponderEliminarAgh!
salu2
Hace unos años lei un informe de "Bienestar familiar Colombia" donde se registraban por lo menos 18 modelos de familia distintos al tradicional: "Papá, mamá, hijos". Es decir que se reconoce -por lo menos en el papel- que el modelo tradicional no es real y no es único. Familia puede ser: abuela-nietos, tios-sobrinos, hermanos etc. El tema del ausentismo del padre de familia en la familia colombiana es tan grave que se reconoce (ya los se discriminacion positiva) a la mujer como MADRE CABEZA DE FAMILIA y esa condición le da a esa mujer privilegios como el de que sean las últimas personas en ser desvinculadas laboralmente cuando hay recortes de personal en las empresas públicas. En fin... no soy experta en el tema, lo que si se es que en Colombia tu puedes adoptar como madre soltera pero no como lesbiana ni soltera ni en pareja. Vivimos en la ambiguedad, pero eso está cambiando... Feliz día.
ResponderEliminarhola, muy buena tu reflexion, creo en los cambios profundos en las subjetividades y en la cultura, creo tambien que es dificil; pero hay que hacerlo! un beso
ResponderEliminarAhi vamos de nuevo:
ResponderEliminarHola! queria dejarte un comentario pero que no tiene nada que ver sobre este post, es que recien hoy encontre tu blog y lo estuve leyendo todo...
En fin, se me ocurrio enseñarte esto, son dos compañeras de trabajo, ojala te guste!
http://www.clarin.com/diario/2007/01/29/
conexiones/pontieri_novias.html
es que no se como hacer para que quede el link entero pero bueno, solo hay que quitarle el espacio para que ande! besos
Qué gran comentario, Marga, la verdad es que he pensado mucho sobre él y me he dado cuenta de que tienes razón, de que no merece la pena pillarse tremendos disgustos por ese tipo de gente, es un sufrimiento gratuito y tal vez sea mejor aprender a convivir con algunas ideas, por pura salud... Pero a veces también pienso que, si nosotras no intentamos abrir un poco sus perspectivas, ¿quién lo hará?
ResponderEliminarMuy interesante lo que comentas, MariaSimona, tiene toda la lógica que la mujer sea considerada cabeza de familia, y además, es verdad que existen modelos familiares donde no hay ni padre ni madre, sino abuelas/os, hermanas/os, tías/os, etc.; cosa que a veces también se nos olvida. ¡Gracias por tu aportación!
Bienvenidas, Luz y Mesh, y que conste que yo no he borrado ningún comentario, ¡fue el programa solo!, creo que por el hipervínculo, lo de debió de interpretar como spam.
En todo caso, he visto el vídeo y ha sido muy bonito. Además, es interesante que la gente sepa que una Iglesia sí permite las bodas entre personas del mismo sexo.Yo no soy creyente, pero muchas personas sí lo son y creo que les gustará saberlo. ¡Hay que difundirlo!