domingo, 30 de marzo de 2008

Con faldas y a lo loco

Hace pocos días escuché la noticia de que varias enfermeras de un hospital de Cádiz habían visto su sueldo reducido 30 euros porque se negaban a llevar una falda como parte de su uniforme. Según explicaba, de manera impecable, una de las implicadas, la falda les dificultaba los movimientos, especialmente cuando tenían que agacharse; para ellas, el hecho de llevar pantalón no sólo no repercutía en su trabajo diario, sino que se lo facilitaba. Así, ellas mismas comentaban que no acudían cada día a su puesto para lucir palmito o formar parte del decorado, sino para llevar a cabo una serie de tareas para las cuales necesitaban un uniforme adecuado. Lo mejor de la historia es que los representantes del hospital se llevaban las manos a la cabeza porque no entendían dónde estaba la discriminación, ya que obligar a una mujer a llevar falda les parecía de lo más natural (y penalizarla económicamente por no hacerlo también, supongo). A modo de colofón, nos enteramos por las noticias que el susodicho hospital es concertado, de manera que los sueldos de sus empleados (entre ellos, las enfermeras) se pagan con los impuestos de todos los españoles... y de todas las españolas.

Como guión de una película truculenta de los años veinte sólo podría decir… ¡chapeau! Como realidad actual, creo que esta noticia se comenta sola; mi único interés, por tanto era reseñarla. Reseñarla y ponerla de triste ejemplo para todos aquellos (¡y aquellas!) que opinan que las feministas somos unas trasnochadas nostálgicas del movimiento sufragista y eternamente enamoradas de Simone de Beauvoir (por decir algo bonito, que no es lo que suelen comentar, precisamente). Por desgracia, por infinita, espeluznante y sobrecogedora desgracia, queda DEMASIADO por hacer.

Y yo estoy encantada de colaborar.

viernes, 21 de marzo de 2008

Santa Semana

Muchas de las costumbres y tradiciones españolas me ruborizan, me violentan y me provocan un rechazo profundo. No son todas, pero algunas, como las procesiones de Semana Santa, me renuevan estos sentimientos cada año. Lo peor es que encima andamos exportándolas por medio mundo.

Creo que respeto las creencias religiosas de cada cual, sobre todo cuando las personas que tienen estas creencias respetan las mías. También creo que entiendo la importancia que tienen los ritos para la vida en comunidad, como muchas personas que ni siquiera creen o ni siquiera practican se involucran en ellos con fervor, porque son propios de su pueblo, de su gente, de su infancia, de su familia. Celebran la comunidad y estrechan lazos con las personas a las que quieren de esta manera, lo cual me parece muy bien; al fin y al cabo, yo también tengo mis propios ritos.

Lo que no me convence es el regusto medieval, barroco, de la celebración de la muerte. No siempre me provocan rechazo las fiestas que tienen relación con la muerte; de hecho, me parece muy sano integrarla en nuestras vidas, a través de celebraciones o de lo que sea, aprender a convivir con ella, perderle el miedo, o incluso, en ciertas ocasiones, perderle el respeto, no olvidarla, en cualquier caso, saber que está ahí. Acordarnos de la muerte para dar sentido y valorar la vida.

Pero no creo que las procesiones de Semana Santa busquen la salud mental de nadie a través de ese digno propósito. Lo que yo creo que buscan es todo lo contrario: presentarnos la muerte de Cristo como un acto cruel, del que todos somos culpables, como un nuevo pecado original y no la salvación de todos los pecados, como un dolor que necesariamente debemos revivir en nuestros propios cuerpos para ser mínimamente merecedores de que ese señor nos brindara su asesinato.

Y no deja de resultarme curioso, teniendo en cuenta que, desde el punto de vista mítico, científico, literario, la muerte y resurrección de Cristo es una muestra más de los mitos, ritos y celebraciones propios de la manera en que las sociedades agrarias daban la bienvenida a la primavera. No en vano se celebra coincidiendo más o menos con el equinocio: Cristo es el árbol despojado de sus hojas cuyos brotes vuelven a surgir, la semilla que espera todo el invierno para germinar, Cristo son las flores, los animales que despiertan, el deshielo de las cumbres. Es el que murió y volvió a la vida para que se respetase el ciclo de muerte y resurrección; de hecho, Cristo, en ese único y concreto aspecto de biografía, es un representante mítico más de este acontecimiento natural.

Es por eso que tanto me molesta la manera en que se celebra, el punto en el que se incide. Porque creo que lo importante es que Cristo resucitó, o al menos creo que eso sería lo importante para mí si yo fuera creyente; así que no entiendo porque aprovechamos esta efeméride para asustar, meter miedo y sentir culpa en vez de celebrar la vida y la absolución.

Sin embargo, todo sería medianamente soportable si se quedara simplemente ahí. Lo que sí ya creo que está fuera de lugar, lo que nos devuelve a ese país oscuro y pintoresco que buscaban los turistas de los años 60, es el momento en que la gente decide emular el sufrimiento de Cristo y empieza a flagelarse, caminar descalza e incluso se llega a crucificar. Es curioso, porque en su intento de despreciar la carne, de lograr sublimar su espíritu a través del dolor, se acercan bastante a aquellos que dicen buscar el placer absoluto forzando su cuerpo hasta convertir ese mismo placer en algo que apenas se le parece.

¿Y por qué estas cosas me preocupan a mí, que no me involucro en ellas, que no tengo la necesidad de hacerlo, que puedo ignorarlas y de hecho las ignoro, que no me atañen, no me rozan, que permanecen fuera de mi vida siempre que no caiga en la tentación de poner el telediario? Pues porque a mí me importa que la gente sufra en vez de disfrutar de la vida, me duele que elijan el dolor en vez de la salud, mental o corporal, me molesta que existan creencias que empujen a las personas en contra de su instinto natural de supervivencia, me parece que la autolexión es siempre una cuestión de salud pública, y no unas veces sí y otras no.

Porque cuando elijo la felicidad, cuando defiendo la alegría, elijo y defiendo la felicidad y la alegría de todos y cada uno, no sólo de los que son como yo. A pesar de que muchas de esas personas que se flagelan, que lloran y se estremecen con las trompetas y los tambores, que deciden reeditar la barbarie romana de la crucifixión, desearían el mismo castigo que sufrió Cristo para mí.

Porque si Dios es amor no entiendo que nadie haga eso, y porque yo no creo en Dios pero creo en el amor, la compasión, la ternura, el perdón y la salud.

Encantada.

jueves, 20 de marzo de 2008

¿Preparadas para gobernar?

A veces se argumenta que la menstruación obstaculiza la capacidad de las mujeres de tomar decisiones racionales bajo estrés y, por tanto, que la exclusión de las mujeres de las posiciones de liderazgo en la industria, el gobierno o el ejército continúa basándose en un ajuste realista a los hechos biológicos.

Sin embargo, el liderazgo más alto del establishment militar, industrial y educativo estadounidense y de grupos equivalentes en otras grandes potencias contemporáneas está integrado por hombres que cronológicamente han pasado la flor de su vigor físico. Muchos de estos líderes sufren una tensión arterial alta, enfermedades de los dientes y las encías, digestión difícil, vista defectuosa, pérdida de audición, dolores de espalda, encorvamientos y otros síndromes clínicos asociados a una edad avanzada. Estos desórdenes, al igual que la menstruación, también producen con frecuencia un estrés psicológico.

Ciertamente, las mujeres sanas premenopáusicas gozan de una ventaja biológica sobre el típico “estadista varón anciano”. Las mujeres de más edad, postmenopáusicas, suelen gozar de una mejor salud que los hombres y tienden a ser más longevas que estos en sociedades industriales.

Marvin Harris, Antropología cultural.

¡Encantada!

martes, 18 de marzo de 2008

Juno

La otra tarde mi novia y yo estuvimos viendo la peli de “Juno”. Y he de decir que, pasados los primeros veinte minutos, la peli tiene algo; pero también tengo que advertir que pasar de esos veinte minutos requiere un extra de fuerza de voluntad. Por lo demás, tampoco esperaba demasiado, porque cuando una peli americana se publicita como “algo distinto”, suele terminar siendo un punto menos triste que la media de las películas de Hollywood. En cualquier caso, yo no soy ninguna experta en cine; además, “Juno” tuvo algo que me gustó: la imagen de la familia que transmite.

Juno es una chica problemática y “diferente” (aunque esa diferencia es poco creíble; o al menos, yo no me la creí), que vive con su padre y su madrastra. Aquí hay un primer punto interesante: el padre, un tanto marcial, muestra sin embargo un afecto firme y sincero hacia su hija, un afecto menos pegajoso que el de muchas pelis (y el de muchos padres), pero bastante más fiable. Por su parte, la madrastra es la mejor madre que cualquiera pueda imaginar, un tanto excéntrica, pero muy atenta con su hijastra y con el padre de esta. En fin, una familia reconstituida diferente, pero sobre todo, y por encima de todo, muy feliz.

El momento en el que Juno les sienta en el salón para explicarles que se ha quedado embarazada con sólo dieciséis años es uno de los momentos estelares de la peli. La reacción de sus padres fue como una luz al final del túnel: lo que muchas querríamos que nuestros padres hubiesen hecho en el momento de comunicarles que algo no va como esperábamos.

Su fase de negación apenas duró unos instantes, de manera que podríamos llamarla simplemente fase de “estupefacción”. Se esperaban muchas cosas (lo cual ya es un punto a su favor), pero no creían que su hija mantuviese relaciones sexuales (en su defensa diré que había sido sólo una vez). La fase de culpabilización tampoco fue muy larga. Cuando Juno se fue, el padre le preguntó a su mujer si creía que había hecho algo mal. “No”, dijo ella, y poco más. No hubo ira, no hubo depresión, no hubo negociación… Sé que sólo es una peli, pero me gustó la rapidez con que esos padres se pusieron manos a la obra para ayudar a su hija. Porque eso era lo que más importaba en aquellos momentos, aunque muchos padres se olviden de ello a menudo. Su hija seguía siendo su hija, a pesar de lo que había ocurrido y de lo que iba a ocurrir después.

Sin dramas, sin decepciones profundas, sin “jamás hubiera esperado esto de ti”, sin “tú ya no eres mi hija”, sin “no sabes lo que estás haciendo, ¡inmadura!”… en fin. A cambio, los padres de Juno mostraron un amor incondicional hacia ella, la acompañaron donde la tuvieron que acompañar, cuidaron su dieta, le ayudaron con el papeleo, se emocionaron, se enfadaron como se enfadaban antes de que todo ocurriera... Lo importante era su hija, no lo que a “ellos” les estaba pasando, no lo que de “ellos” iban a pensar los vecinos. Ella era su hija, la querían antes y la quisieron después.

Otro momento de la película que me gustó bastante tiene que ver con la familia que Juno elige como futura familia de adopción de su bebé. La verdad es que el sistema americano, que permite a la madre biológica dar a su hijo en adopción a una familia concreta, no simplemente entregarlo a las instituciones, me llama mucho la atención. Aquí las adopciones son anónimas, o al menos eso creo, y aunque el sistema americano me da pudor, pienso que puede ser una opción interesante.

El caso es que Juno elige a la pareja perfecta, con la casa perfecta, el cuerpo perfecto, el trabajo perfecto… Todo lo contrario a ella, o todo lo contrario a lo que ella y su familia se supone que son. Sin embargo, hacia el final de la película, la perfección les falla: el matrimonio se rompe porque el hombre decide que no está preparado para tener hijos, y Juno se echa atrás en la adopción porque ya no son la familia que esperaba para su bebé.

Pero en el último momento todo cambia. Juno valora que la mujer, aunque separada ahora, aunque madre soltera, era la mejor madre que podía encontrar. Una joven que tenía toda la ilusión y ninguna suerte con su propio cuerpo, que se había preparado para adoptar, que había leído mil libros, que había decorado la habitación del bebé con sumo cuidado, y que, en fin, era un encanto con los pequeñuelos y siempre supo que quería ser mamá.

Esta parte también me gustó porque muestra que lo importante para formar una familia es el amor, la voluntad, la ilusión, el compromiso. No importa que no haya un padre y una madre, importa que la persona o personas que vayan a cuidar de esos niños les quieran y deseen de verdad. Y no todas las mujeres que se quedan embarazadas, como la propia Juno, por ejemplo, desean a su bebé.

El final también me gustó, cuando Juno da a luz y explica que no quiso ver al bebé porque nunca fue su bebé. Ella lo llevó dentro durante nueve meses, pero su verdadera madre siempre fue su madre de adopción, la que lo deseó y lo quiso casi desde el principio, la que lo esperó y la que lo cuidaría desde entonces. Esta parte me gusta porque creo que ese sentimiento puede existir, el sentimiento del “no-sentimiento”, del no-vínculo hacia una personita, a pesar de que haya estado en tu interior, a pesar de que hayas sido tú la que lo ha dado a luz. Porque la biología no lo da todo, porque los lazos biológicos no siempre son los más fuertes, ni los más sagrados.

Resumiendo, toda una oda a las nuevas familias y al amor de verdad, el de la comprensión y el cariño incondicional, no el de la imposición ni las normas imposibles de cumplir.

Encantada de que todas las familias fuesen así.

viernes, 14 de marzo de 2008

Resiste, Madrid

El sábado pasado, mi novia y yo fuimos a celebrar el Día de la Mujer Trabajadora a la Casa de Campo, el “pulmón” de Madrid por excelencia. Hubiésemos preferido acudir a una manifestación, pero como la fecha coincidía con la jornada de reflexión antes de las elecciones, y el Día de la Mujer es el momento idóneo para realizar múltiples reivindicaciones políticas, las manifestaciones fueron prohibidas y nosotras nos tuvimos que contentar con comer a la sombra de los pinos.

Y eso es de lo que yo quería hablar: de los pinos tan hermosos y tan desconocidos que tiene Madrid, del encanto que bulle por todas partes en este paraje natural, que la gente dirá que no parece Madrid, y no lo parecerá, pero lo es, y eso es lo importante.

La noche electoral me sentí muy molesta con todos los comentarios que se hicieron sobre mi ciudad. A medida que avanzaba el escrutinio de los votos, los progresistas bajaban a favor de los conservadores, y todos los comentaristas exclamaban: “¡Esos son los votos de Madrid!”.

Y sí, es verdad, eran los votos de Madrid porque los votos de Madrid siempre se suman al final, porque nuestras mesas electorales son más numerosas que las del resto de España y tardan más en hacer el recuento; y sí, es verdad, la mayoría de los madrileños votó a los conservadores. Pero sólo la mayoría, y una mayoría no tan amplia como parecen querer ver algunos.

En Madrid vive gente muy diferente, como en cualquier gran ciudad. No todos los madrileños votamos a los conservadores, no todos los que les votan lo hacen por las razones que a los políticos les gustaría, y además, en Madrid hay mucha gente que vota progresista, y mucha gente (y por eso nos gobiernan los conservadores, a ver si nos vamos enterando) que se abstiene de votar.

En Madrid vive gente muy diferente, y todos somos de Madrid. Gente de todos los lugares de España, y gente de medio mundo, con sus ideas, sus culturas, sus visiones sobre la realidad. No somos homogéneos, aunque todos acabemos siendo madrileños, y por eso me niego a que se hable de nosotros como “ese gran feudo conservador”. No, no y no. Madrid no es así.

Yo he visitado ciudades donde realmente se respiraba el aroma de la España de los años 40. Donde he sentido que estaba totalmente fuera de lugar la idea siquiera de darle la mano a mi novia. Donde he visto mucha más homogeneidad de la que veo aquí, ciudades conservadoras de verdad, donde la mezcolanza madrileña se echaba de menos.

En Madrid se respira libertad. Cuando paseo por el centro, me siento a salvo. Es una sensación sumamente placentera, saberme a salvo, saberme arropada por mi ciudad, por mis conciudadanos, sean de donde sean, sean quienes sean. Y es una libertad que se extiende, que se contagia, y cada vez es más fácil encontrarte con parejas homosexuales en cualquier parque, en cualquier barrio, porque a la mayoría de los madrileños, homosexuales o no, progresistas o no, nos parece bien así.

El otro día leía en una novela de Almudena Grandes, una orgullosa madrileña, que la bandera de Madrid es la resistencia, y que como en la Guerra Civil, los madrileños llevamos grabado en el corazón el “No pasarán”. Completamente de acuerdo con ella, estoy segura de que los madrileños seguiremos construyendo nuestra libertad, ganándonos día a día esta gran ciudad, grande por acogedora, por abierta, por cosmopolita, por heterogénea, grande por ser un faro discreto del futuro, grande por ser un referente escondido entre la letra pequeña. Y que no importará lo que digan de nosotros, no importará si nos quieren utilizar una vez más para fines que no son los nuestros, no importará porque resistiremos, y porque cualquiera que desee comprobar qué es Madrid realmente sólo tiene que visitarnos, que pasear por nuestras calles, que observar a nuestra gente, y verán que no es cierto lo que cuentan de nosotros.

Muchos madrileños no elegimos el voto conservador: lo sufrimos.

Encantada de denunciarlo.

lunes, 10 de marzo de 2008

Gracias

Gracias a todas las personas que, con su voto, han salvaguardado nuestra dignidad.
A todas las personas que han permitido que nuestros derechos no se vean amenazados.
A todas las que han apoyado el futuro de nuestras familias.

Hoy me siento orgullosa y muy agradecida.

Nuestros derechos han ganado las elecciones.

Encantada.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Sin duda

El 9 de marzo tenemos una cita.
¡Que no falte ninguna!