La otra tarde mi novia y yo estuvimos viendo la peli de “Juno”. Y he de decir que, pasados los primeros veinte minutos, la peli tiene algo; pero también tengo que advertir que pasar de esos veinte minutos requiere un extra de fuerza de voluntad. Por lo demás, tampoco esperaba demasiado, porque cuando una peli americana se publicita como “algo distinto”, suele terminar siendo un punto menos triste que la media de las películas de Hollywood. En cualquier caso, yo no soy ninguna experta en cine; además, “Juno” tuvo algo que me gustó: la imagen de la familia que transmite.
Juno es una chica problemática y “diferente” (aunque esa diferencia es poco creíble; o al menos, yo no me la creí), que vive con su padre y su madrastra. Aquí hay un primer punto interesante: el padre, un tanto marcial, muestra sin embargo un afecto firme y sincero hacia su hija, un afecto menos pegajoso que el de muchas pelis (y el de muchos padres), pero bastante más fiable. Por su parte, la madrastra es la mejor madre que cualquiera pueda imaginar, un tanto excéntrica, pero muy atenta con su hijastra y con el padre de esta. En fin, una familia reconstituida diferente, pero sobre todo, y por encima de todo, muy feliz.
El momento en el que Juno les sienta en el salón para explicarles que se ha quedado embarazada con sólo dieciséis años es uno de los momentos estelares de la peli. La reacción de sus padres fue como una luz al final del túnel: lo que muchas querríamos que nuestros padres hubiesen hecho en el momento de comunicarles que algo no va como esperábamos.
Su fase de negación apenas duró unos instantes, de manera que podríamos llamarla simplemente fase de “estupefacción”. Se esperaban muchas cosas (lo cual ya es un punto a su favor), pero no creían que su hija mantuviese relaciones sexuales (en su defensa diré que había sido sólo una vez). La fase de culpabilización tampoco fue muy larga. Cuando Juno se fue, el padre le preguntó a su mujer si creía que había hecho algo mal. “No”, dijo ella, y poco más. No hubo ira, no hubo depresión, no hubo negociación… Sé que sólo es una peli, pero me gustó la rapidez con que esos padres se pusieron manos a la obra para ayudar a su hija. Porque eso era lo que más importaba en aquellos momentos, aunque muchos padres se olviden de ello a menudo. Su hija seguía siendo su hija, a pesar de lo que había ocurrido y de lo que iba a ocurrir después.
Sin dramas, sin decepciones profundas, sin “jamás hubiera esperado esto de ti”, sin “tú ya no eres mi hija”, sin “no sabes lo que estás haciendo, ¡inmadura!”… en fin. A cambio, los padres de Juno mostraron un amor incondicional hacia ella, la acompañaron donde la tuvieron que acompañar, cuidaron su dieta, le ayudaron con el papeleo, se emocionaron, se enfadaron como se enfadaban antes de que todo ocurriera... Lo importante era su hija, no lo que a “ellos” les estaba pasando, no lo que de “ellos” iban a pensar los vecinos. Ella era su hija, la querían antes y la quisieron después.
Otro momento de la película que me gustó bastante tiene que ver con la familia que Juno elige como futura familia de adopción de su bebé. La verdad es que el sistema americano, que permite a la madre biológica dar a su hijo en adopción a una familia concreta, no simplemente entregarlo a las instituciones, me llama mucho la atención. Aquí las adopciones son anónimas, o al menos eso creo, y aunque el sistema americano me da pudor, pienso que puede ser una opción interesante.
El caso es que Juno elige a la pareja perfecta, con la casa perfecta, el cuerpo perfecto, el trabajo perfecto… Todo lo contrario a ella, o todo lo contrario a lo que ella y su familia se supone que son. Sin embargo, hacia el final de la película, la perfección les falla: el matrimonio se rompe porque el hombre decide que no está preparado para tener hijos, y Juno se echa atrás en la adopción porque ya no son la familia que esperaba para su bebé.
Pero en el último momento todo cambia. Juno valora que la mujer, aunque separada ahora, aunque madre soltera, era la mejor madre que podía encontrar. Una joven que tenía toda la ilusión y ninguna suerte con su propio cuerpo, que se había preparado para adoptar, que había leído mil libros, que había decorado la habitación del bebé con sumo cuidado, y que, en fin, era un encanto con los pequeñuelos y siempre supo que quería ser mamá.
Esta parte también me gustó porque muestra que lo importante para formar una familia es el amor, la voluntad, la ilusión, el compromiso. No importa que no haya un padre y una madre, importa que la persona o personas que vayan a cuidar de esos niños les quieran y deseen de verdad. Y no todas las mujeres que se quedan embarazadas, como la propia Juno, por ejemplo, desean a su bebé.
El final también me gustó, cuando Juno da a luz y explica que no quiso ver al bebé porque nunca fue su bebé. Ella lo llevó dentro durante nueve meses, pero su verdadera madre siempre fue su madre de adopción, la que lo deseó y lo quiso casi desde el principio, la que lo esperó y la que lo cuidaría desde entonces. Esta parte me gusta porque creo que ese sentimiento puede existir, el sentimiento del “no-sentimiento”, del no-vínculo hacia una personita, a pesar de que haya estado en tu interior, a pesar de que hayas sido tú la que lo ha dado a luz. Porque la biología no lo da todo, porque los lazos biológicos no siempre son los más fuertes, ni los más sagrados.
Resumiendo, toda una oda a las nuevas familias y al amor de verdad, el de la comprensión y el cariño incondicional, no el de la imposición ni las normas imposibles de cumplir.
Encantada de que todas las familias fuesen así.