(p. 161, quinta frase).
Desde hace más de seis meses, subo de vez en cuando a su montaña. La de Thomas Mann, uno de mis escritores preferidos.
Lo conocí por casualidad, de la mano de una lectura obligatoria de la que no esperaba nada. Nada bueno. Y sin embargo, me atrapó, me embriagó, le dio sentido a tantas cosas…
Para mí, Thomas Mann es un escritor profundamente homosexual. No sé cómo será para una persona hetero leer sus líneas, pero para mí, significa encontrarme con mis dilemas vitales preferidos: el amor o el deber, el amor que se debe o el que se ama, la sociedad o la persona, la mirada desagradable de los otros hacia la plenitud, la muerte en vida… Dicen que Thomas Mann es un escritor que trata temas universales, y quizá sea así, pero para mí trata temas homosexuales que, curiosamente, pueden universalizarse.
Mi novia me regaló La Montaña Mágica por Reyes, y desde entonces la leo como me gusta a mí: despacio, en los momentos en que me apetece, intercalándola con otras lecturas, sin preocuparme por llegar al final. Entiendo que no todos los libros se pueden leer así; de hecho, creo que sólo los verdaderos clásicos aceptan esa lectura, porque la mayoría, como La Montaña Mágica, no van absolutamente de nada. Volver a sus líneas es volver a encontrarse con sus personajes, charlar con ellos sobre cualquier cosa, ir perfilando su personalidad y conociéndolos como quien conoce a un amigo y se interesa por su estado de salud: física, mental, emocional, vital. Si algo no es Thomas Mann, eso es trepidante. Y por eso, quizá, me gusta tanto leerlo: porque respeta mis espacios, no atrapa mi mente en tramas ridículas, sino que la oxigena con hermosas ideas.
Muchas frases de Thomas Mann me han regalado profundas revelaciones sobre mí misma. La que el azar ha elegido esta vez también lo hace.
Lo conocí por casualidad, de la mano de una lectura obligatoria de la que no esperaba nada. Nada bueno. Y sin embargo, me atrapó, me embriagó, le dio sentido a tantas cosas…
Para mí, Thomas Mann es un escritor profundamente homosexual. No sé cómo será para una persona hetero leer sus líneas, pero para mí, significa encontrarme con mis dilemas vitales preferidos: el amor o el deber, el amor que se debe o el que se ama, la sociedad o la persona, la mirada desagradable de los otros hacia la plenitud, la muerte en vida… Dicen que Thomas Mann es un escritor que trata temas universales, y quizá sea así, pero para mí trata temas homosexuales que, curiosamente, pueden universalizarse.
Mi novia me regaló La Montaña Mágica por Reyes, y desde entonces la leo como me gusta a mí: despacio, en los momentos en que me apetece, intercalándola con otras lecturas, sin preocuparme por llegar al final. Entiendo que no todos los libros se pueden leer así; de hecho, creo que sólo los verdaderos clásicos aceptan esa lectura, porque la mayoría, como La Montaña Mágica, no van absolutamente de nada. Volver a sus líneas es volver a encontrarse con sus personajes, charlar con ellos sobre cualquier cosa, ir perfilando su personalidad y conociéndolos como quien conoce a un amigo y se interesa por su estado de salud: física, mental, emocional, vital. Si algo no es Thomas Mann, eso es trepidante. Y por eso, quizá, me gusta tanto leerlo: porque respeta mis espacios, no atrapa mi mente en tramas ridículas, sino que la oxigena con hermosas ideas.
Muchas frases de Thomas Mann me han regalado profundas revelaciones sobre mí misma. La que el azar ha elegido esta vez también lo hace.
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Fue difícil encontrar esa quinta línea. Estaba casi al final de la página, después de perfectas y casi interminables secuencias que regalan un punto como quien da limosna (también me gustan los escritores que saben componer bien las frases largas). La única frase corta, rápida y fugaz, como su contenido.
Esa frase habla de lo que seguramente mucha gente piensa de mí debido a mi homosexualidad, de lo que Thomas Mann seguramente pensó que la gente pensaría, de lo que él mismo pensaba. Habla de nuestra presunta enfermedad, de nuestra locura, de nuestra superficialidad, del desorden de nuestros apetitos.
Y sin embargo, Thomas y yo somos todo lo contrario: un deshecho de responsabilidad que intenta por todos los medios imprimir algo de locura, de ligereza a su vida, que no desaprovecha una oportunidad para sentir un poco de vértigo entre tanta cordura, tanto orden que, aunque positivos en tantos aspectos, a veces resultan ser una losa demasiado pesada.
La Montaña Mágica está plagada de personajes alocados, excéntricos, superficiales, que viven su vida de cualquier manera porque saben que la muerte les acecha, que les devora desde dentro, y que en esas circunstancias divertirse es lo más inteligente que pueden hacer. Creo que Thomas Mann refleja en esos personajes todo lo que le hubiera gustado hacer en la vida, que son su vía de escape frente a la rectitud, frente al deber. Personajes con los que cuesta reírse y que sin embargo, de alguna manera, representan la más profunda alegría de vivir.
Con sus obras, con su vida, Thomas Mann nos recuerda lo que no debemos ser, aquello en lo que no debemos convertirnos, si es que queremos luchar por una vida auténticamente feliz.
Encantada.
Esa frase habla de lo que seguramente mucha gente piensa de mí debido a mi homosexualidad, de lo que Thomas Mann seguramente pensó que la gente pensaría, de lo que él mismo pensaba. Habla de nuestra presunta enfermedad, de nuestra locura, de nuestra superficialidad, del desorden de nuestros apetitos.
Y sin embargo, Thomas y yo somos todo lo contrario: un deshecho de responsabilidad que intenta por todos los medios imprimir algo de locura, de ligereza a su vida, que no desaprovecha una oportunidad para sentir un poco de vértigo entre tanta cordura, tanto orden que, aunque positivos en tantos aspectos, a veces resultan ser una losa demasiado pesada.
La Montaña Mágica está plagada de personajes alocados, excéntricos, superficiales, que viven su vida de cualquier manera porque saben que la muerte les acecha, que les devora desde dentro, y que en esas circunstancias divertirse es lo más inteligente que pueden hacer. Creo que Thomas Mann refleja en esos personajes todo lo que le hubiera gustado hacer en la vida, que son su vía de escape frente a la rectitud, frente al deber. Personajes con los que cuesta reírse y que sin embargo, de alguna manera, representan la más profunda alegría de vivir.
Con sus obras, con su vida, Thomas Mann nos recuerda lo que no debemos ser, aquello en lo que no debemos convertirnos, si es que queremos luchar por una vida auténticamente feliz.
Encantada.
Ostras! Pues suena muy interesante, indagaré sobre el autor ^^
ResponderEliminarUn placer pasarme por aquí :)
vaya, qué casualidad esa también es mi frase, ese también es el libro que tenía más cerca cuando hice el meme, dudé entre poner la quinta línea o la quinta frase y sí se me hizo largo llegar a la quinta frase, después de interminables párrafos sin puntos...
ResponderEliminarqué curioso me ha parecido...
realmente curioso
Nada es porque sí. ...
ResponderEliminaruy, qué pedazo de reseña le has hecho a la montaña magica acenta del meme, guapa. me has dejao impactada. No le he leido (tengo tanto por leer y leo tan poco para lo que yo quiesieraaaa) me lo apunto definitivamente. Un post redondo, profundo, con meme y con reseña filosofico literaria.
ResponderEliminarSi Mann te gusta, no dejes atrás a Proust (no sé si lo has leído ya), eos sí que es ver la vida venir y saber qué hacer.
ResponderEliminar¡Gracias, chicas!
ResponderEliminarLeí algo de Proust pero me aburrió bastante. Tampoco mucho-mucho, pero lo que es al corazoncito, no me llegó. Eso sí, a Proust se le dan segundas oportunidades :P