Esta semana ha sido nuestro aniversario de convivencia: ya llevamos dos años viviendo juntas. Tanto mi novia como yo consideramos que ese es el tiempo que hemos tardado en acoplarnos mutuamente, en conseguir una estabilidad en nuestra relación a pesar de los altibajos, de los momentos buenos y malos, y de los quehaceres y faenas domésticas.
Empezamos a vivir juntas con mucha ilusión y también con mucha inocencia. Desde que empezamos a salir, habíamos procurado pasar todo el tiempo que podíamos juntas: tardes, noches, fines de semana, pequeñas escapadas, vacaciones. Después de dos años y medio pensamos que estábamos preparadas para la convivencia, y no es que no lo estuviéramos: es que hay pequeños grandes detalles para los que nadie te prepara.
Uno de ellos, que para mí tiene muchísima importancia, son las labores domésticas. Cocinar, limpiar, planchar, fregar, hacer la compra. Puede parecer una tontería o una simple cuestión de organización, pero es mucho más que eso. Preparar una comida especial, recoger la casa antes de que venga una visita o plancharte la camisa que te apetece llevar esa noche son tareas agradables. Llegar a casa cansada y estresada después del trabajo, encontrarte la casa desordenada y sucia, no tener tiempo ni ganas para hacer la comida y, encima, abrir la nevera y descubrir que de hecho no hay nada para comer, sentarte en el sofá junto a un cerro de ropa sin planchar y que ese mismo día te llegue la factura de la luz… provoca una crisis tremenda en la pareja más sólida.
La rutina es otra de las pequeñas desgracias de las que todo el mundo habla pero que nadie te explica en profundidad. En nuestra vida en común hay multitud de rutinas agradables: dormir la siesta juntas, ducharnos, irnos a la cama y abrazarnos cada noche… El problema, para mí, no son tanto las rutinas de pareja (que también) como el choque de rutinas individuales: la misma acumulación de trabajo, el mismo estrés, la misma madre que te llama para calentarte la cabeza, la misma amiga con la que nunca tienes tiempo para quedar, las mismas noticias exasperantes, el mismo poco tiempo libre, el mismo desaliento vital. Si hay días en los que difícilmente te soportas a ti misma, soportar a alguien que tampoco se aguanta mientras sobrevives a tus propias rutinas es una cuestión de malabarismo circense.
Por si esto fuera poco, las parejas de mujeres lesbianas tenemos que luchar, además, contra la homofobia y el heterosexismo que nos rodean. Para mí, esta es una clave que determina el tiempo que es necesario emplear para encontrar la estabilidad, para sentirse a gusto con la vida que has elegido vivir. En nuestro caso, el principio de nuestra convivencia estuvo marcado por los ataques y el boicot permanentes de mi familia (con el tiempo, los ataques han cesado, pero el boicot sigue). A eso se une la tensión de sufrir una pregunta incómoda de parte de aquellas personas con las que todavía estás en el armario (compañeros de trabajo, familiares): “y tú, ¿vives sola?”, “¿compartes piso?”, “¿vives con tu novio?”, “tú vivías con una amiga, ¿verdad?”, “¿y de qué conoces a tu compañera de piso?”. Poco a poco, esta tensión va cediendo a medida que se consiguen fuerzas para ir manejando la situación; sin embargo, como todo lo que tiene que ver con la visibilidad, es un proceso del que se conoce el comienzo pero no el final, un proceso permanente y en perfeccionamiento continuo.
Y para terminar, si aún te quedan tiempo y ganas, está la pareja. Después de lavar, planchar, trabajar durante todo el día, después de despachar a tu madre, mandarle un email a tu amiga, actualizar el alquiler, después de hacer la compra, cocinar y comer, llega el momento de aprender a respetar los espacios y los ritmos, los humores y las manías, el momento de ceder, hablar, comprender, llorar, reír y hacer el amor. Y por mucho que creas conocer a tu novia, nunca puedes estar suficientemente segura de quién es la persona con la que has decidido vivir, de cuánto o cómo va cambiar con el paso del tiempo, de qué nuevas pruebas de esas que os pone el destino tendréis que superar si queréis que todo vaya bien.
Por todo eso, he de decir que me siento sumamente orgullosa de haber compartido con mi novia dos años de convivencia, cada uno con sus 365 días, sus 24 horas, sus 60 minutos y los 60 segundos que les corresponden. Me siento feliz de haberla conocido, de tener el privilegio de acercarme a sus manías, a su cabezonería, a sus obsesiones, a sus tristezas, pero también al inmenso amor que me regala, a su cariño, sus detalles, sus caricias, a los ojos que me sonríen cada mañana, a los besos que me ayudan a despertar. Y además, ahora más que nunca puedo confiar en que el nuestro es un proyecto con futuro, con ganas de seguir desarrollándose, con la ilusión de llegar a más, de recorrer los caminos que nos prepara la vida juntas, de la mano.
Encantada.
Empezamos a vivir juntas con mucha ilusión y también con mucha inocencia. Desde que empezamos a salir, habíamos procurado pasar todo el tiempo que podíamos juntas: tardes, noches, fines de semana, pequeñas escapadas, vacaciones. Después de dos años y medio pensamos que estábamos preparadas para la convivencia, y no es que no lo estuviéramos: es que hay pequeños grandes detalles para los que nadie te prepara.
Uno de ellos, que para mí tiene muchísima importancia, son las labores domésticas. Cocinar, limpiar, planchar, fregar, hacer la compra. Puede parecer una tontería o una simple cuestión de organización, pero es mucho más que eso. Preparar una comida especial, recoger la casa antes de que venga una visita o plancharte la camisa que te apetece llevar esa noche son tareas agradables. Llegar a casa cansada y estresada después del trabajo, encontrarte la casa desordenada y sucia, no tener tiempo ni ganas para hacer la comida y, encima, abrir la nevera y descubrir que de hecho no hay nada para comer, sentarte en el sofá junto a un cerro de ropa sin planchar y que ese mismo día te llegue la factura de la luz… provoca una crisis tremenda en la pareja más sólida.
La rutina es otra de las pequeñas desgracias de las que todo el mundo habla pero que nadie te explica en profundidad. En nuestra vida en común hay multitud de rutinas agradables: dormir la siesta juntas, ducharnos, irnos a la cama y abrazarnos cada noche… El problema, para mí, no son tanto las rutinas de pareja (que también) como el choque de rutinas individuales: la misma acumulación de trabajo, el mismo estrés, la misma madre que te llama para calentarte la cabeza, la misma amiga con la que nunca tienes tiempo para quedar, las mismas noticias exasperantes, el mismo poco tiempo libre, el mismo desaliento vital. Si hay días en los que difícilmente te soportas a ti misma, soportar a alguien que tampoco se aguanta mientras sobrevives a tus propias rutinas es una cuestión de malabarismo circense.
Por si esto fuera poco, las parejas de mujeres lesbianas tenemos que luchar, además, contra la homofobia y el heterosexismo que nos rodean. Para mí, esta es una clave que determina el tiempo que es necesario emplear para encontrar la estabilidad, para sentirse a gusto con la vida que has elegido vivir. En nuestro caso, el principio de nuestra convivencia estuvo marcado por los ataques y el boicot permanentes de mi familia (con el tiempo, los ataques han cesado, pero el boicot sigue). A eso se une la tensión de sufrir una pregunta incómoda de parte de aquellas personas con las que todavía estás en el armario (compañeros de trabajo, familiares): “y tú, ¿vives sola?”, “¿compartes piso?”, “¿vives con tu novio?”, “tú vivías con una amiga, ¿verdad?”, “¿y de qué conoces a tu compañera de piso?”. Poco a poco, esta tensión va cediendo a medida que se consiguen fuerzas para ir manejando la situación; sin embargo, como todo lo que tiene que ver con la visibilidad, es un proceso del que se conoce el comienzo pero no el final, un proceso permanente y en perfeccionamiento continuo.
Y para terminar, si aún te quedan tiempo y ganas, está la pareja. Después de lavar, planchar, trabajar durante todo el día, después de despachar a tu madre, mandarle un email a tu amiga, actualizar el alquiler, después de hacer la compra, cocinar y comer, llega el momento de aprender a respetar los espacios y los ritmos, los humores y las manías, el momento de ceder, hablar, comprender, llorar, reír y hacer el amor. Y por mucho que creas conocer a tu novia, nunca puedes estar suficientemente segura de quién es la persona con la que has decidido vivir, de cuánto o cómo va cambiar con el paso del tiempo, de qué nuevas pruebas de esas que os pone el destino tendréis que superar si queréis que todo vaya bien.
Por todo eso, he de decir que me siento sumamente orgullosa de haber compartido con mi novia dos años de convivencia, cada uno con sus 365 días, sus 24 horas, sus 60 minutos y los 60 segundos que les corresponden. Me siento feliz de haberla conocido, de tener el privilegio de acercarme a sus manías, a su cabezonería, a sus obsesiones, a sus tristezas, pero también al inmenso amor que me regala, a su cariño, sus detalles, sus caricias, a los ojos que me sonríen cada mañana, a los besos que me ayudan a despertar. Y además, ahora más que nunca puedo confiar en que el nuestro es un proyecto con futuro, con ganas de seguir desarrollándose, con la ilusión de llegar a más, de recorrer los caminos que nos prepara la vida juntas, de la mano.
Encantada.
Enhorabuena, dos años se dicen pronto pero vivirlos día a día es complicado con, sin y a pesar del amor.
ResponderEliminarQue sean muchos mas :)
me ha encantado, Encantada, por lo realista... porque es tan cierto lo que cuentas de lo bueno como lo malo: cuando las dos están cansadas o hartas se hace muy dificil la convivencia. y tampoco es facil que las dos se impliquen por igual en el cuidado de la casa, y de la relacion y de los hijos... enhorabuena y a seguir persiguiendo el equilibrio!!
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo Encantada!!!!
ResponderEliminarReal como la vida de todas las parejas, me siento muy identificada con tus palabras y con vuestra experiencia.
Enhorabuena a las dos por vuestro aniversario!!!
Dan ganas de salir corriendo de esta sociedad, estructurada para convertirnos en individuos/as que reducen su vida a trabajo/obligaciones/atascos/falta de tiempo... Salir corriendo de todo ello y crear una sociedad distinta, donde gocemos de tiempo para estar con nuestras parejas, para reír, leer, descansar, ir al cine, besar, pensar, conversar, dormir...Y todas esas cosas que describes.
Aspiro a poder vivir (en un futuro) con más calma y espacio que el resto del mundo, aunque aún no lo he conseguido.
Un abrazo y que paséis otros tantos años juntas!!!
www.caminosdelespejo.wordpress.com
Felicidades!
ResponderEliminarHe compartido este post con mi novia, ella muere porque ya vivamos juntas y yo aùn no cedo a dejar la solterìa...
Creo que despuès de leerte he cambiado un poco de parecer...
La convivencia (en general la relación de pareja aún sin convivencia) es sostenible cuando las cosas van bien. Los baches y las precipitaciones de la relación a veces, tristemente, se producen por una cabezonería, por un día de atascos en el tráfico, por una mala racha económica, por una depresión, por exceso de trabajo... Pasar por encima de todo eso y seguir en la brecha es digno de un ENHORABUENA.
ResponderEliminarfelicitaciones x los 2 años y muchas felicidades para ambas
ResponderEliminarse hace difícil a veces, lo sé, pero poder convivir con quien amamos es lo mejor que nos pudo pasar en la vida
nosotras llevamos 11 años y creeme que eso de adaptarse es una utopía
lo que intentamos nosotras es no tener rutinas, así cada cosa se consensúa en el momento, aunque nos lleve un poco más de tiempo a veces ponernos de acuerdo
pero obviamente no hay fórmulas, cada pareja es un mundo...
bss!
Pues enhorabuena y mil felicidades. Yo, como Farala, creo que lo has descrito todo con una gran dosis de realismo y optimismo, así que me he sentido identificada con muchísimas de las cosas que has escrito. Nosotras no vivimos técnicamente juntas (aunque pasamos todo el tiempo libre juntas y dormimos en la misma casa), porque nuestras circunstancias son muy peculiares, con lo cual nos ahorramos esa dosis de peleas potenciales provocadas por los hábitos de cada una.... :-)
ResponderEliminarmuy cierto todo lo que decís...tambien vivo con mi novia y es tal cual! A veces se hace cuesta arriba...la convivencia es una montaña rusa, pero adoro las cosquillas en mi panza, cuando tengo que llegar a casa, quiero que el colectivo se apure... y siempre paso 5 min por el kiosko a elejirle una golosina. las felicito a las dos!!! 2 años son un dulce triunfo.
ResponderEliminar¡¡FELICIDADES!!
ResponderEliminarHermosas palabras, siempre encantada con tu letra y el ritmo como cuentas tus historias.
ResponderEliminarUn abrazo
Felicidades por los dos años de vida juntas. Me gusta como lo has descrito, tan guapo y tan duro como dices. Pa que luego digan qe somos raras, si hacemos lo mismo qe todo el mundo, joé. Lástima que no tener un poco más de tiempo para estar con mi chica...
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, chicas, temía haber dado una visión demasiado negativa, pero veo que vosotras sabéis de lo que hablo :P Aun así, y para las que todavía se lo están pensando, quiero dejar claro que la convivencia merece muchísimo la pena, que te hace crecer como persona y aprender a perdonar y perdonarte los defectos, y que además, a pesar de todo, con todo y por encima de todo, ¡es un gustazo! Así que ánimo y a por ello :D
ResponderEliminar