miércoles, 25 de agosto de 2010

Empapeladas

Después de cuatro meses viviendo en nuestra casita nueva, por fin nos hemos dignado a empadronarnos. Y la verdad es que ha sido bastante emocionante, porque en los papeles del Ayuntamiento aparecía la opción de señalar la filiación que había entre las personas empadronadas, así que mi novia y yo hablamos bastante sobre marcar o no la casilla de “pareja”.

En un principio, ella prefería no dar información “extra” al Ayuntamiento, dejando sin rellenar todas las casillas opcionales. Sin embargo, yo opinaba que, si en algún momento y por alguna razón, el Ayuntamiento decidía tener en cuenta la orientación sexual de su censo, nosotras contaríamos como lo que somos: una pareja de mujeres lesbianas. Afortunadamente, este argumento convenció a mi novia y marcamos todas las casillas correspondientes.

Reconozco que fue algo que se me ocurrió hacia el final de nuestras conversaciones, porque anteriormente quería señalar esa casilla simplemente porque me hacía ilusión tener un papel oficial en el que constara que somos pareja. Aún no me siento preparada para casarme, y sin embargo, esto significaba para mí algo parecido a un primer paso.

Por otro lado, creo que este tipo de documentos parece haber perdido su valor desde que existe el matrimonio igualitario, cuando, para muchas personas homosexuales, ha sido durante mucho tiempo, es y, desafortunadamente, será una de las pocas maneras que existen de hacer constar su situación. Por eso, rellenar la casilla significaba para mí una forma de solidaridad, una reivindicación de esa etapa en el camino que en nuestro país se ha superado pero que en muchos otros sigue siendo un sueño.

En fin, toda una experiencia, emocionante y gratificante.

Y mientras nosotras seguimos avanzando, otros se empeñan en no hacer honor a la realidad:

─ Pues nada, muchas gracias.
─ A vosotros.

Encantada.

jueves, 19 de agosto de 2010

De las moscas del mercado

¡Huye, amiga mía, a tu soledad! Ensordecida te veo por el ruido de la gente grande, y acribillada por los aguijones de la pequeña.

El bosque y la roca saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias ramas: silenciosos y atento pende sobre el mar.

Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado; donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.

A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado le asaltan a una con un “¿sí o no?”.

Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.

Innumerables son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.

Tú no eres una piedra, pero has sido ya excavada por muchas gotas. Acabarás por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas gotas.

Fatigada te veo por moscas venenosas, llena de sangrientos rasguños te veo en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.

Demasiado orgullosa me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que no se convierta en tu fatalidad el soportar su venenosa injusticia!

Ellos reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha: ¡para ellos eres siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona mucho se vuelve preocupante.

Ellos te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad tus fallos.
Como tú eres suave y se sentir justo, dices: “No tienen ellos la culpa de su mezquina existencia”. Mas su estrecha alma piensa: “Culpable es toda gran existencia”.

Aunque eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti; y te pagan tus bondades con daños encubiertos.

Ante ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo contra ti en invisible venganza.

Huye, amiga mía, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte. No es tu destino el ser espantamoscas.

Así habló Zaratustra.


En otra época y lugar, en otro género, este texto de Nietzsche me ha dado qué pensar, y qué sentir.

Encantada de compartirlo con vosotras.

martes, 17 de agosto de 2010

Sobre fases e inmadurez

De todos los prejuicios negativos que conozco sobre las mujeres lesbianas, creo que el que más me afecta es el que considera que, si no somos heterosexuales, es porque no hemos alcanzado la madurez suficiente para enfrentarnos a ello. Es decir, que el lesbianismo es una especie de fase intermedia en el desarrollo psicosexual, cuya inmadurez intrínseca baña el resto de nuestros ámbitos vitales.

Realmente no sé por qué me afecta tanto, cuando racionalmente pienso lo contrario: me parece que, precisamente, atrevernos a asumir nuestro lesbianismo es un acto evidente de madurez, mientras que mantener una conducta heterosexual a sabiendas de que algo no funciona (o incluso conociendo exactamente qué es lo que no funciona) puede indicarnos que todavía nos encontramos en un momento en el que la opinión de los demás, su apoyo y aprobación incondicionales y las relaciones de dependencia que mantenemos con ellos pesan más que nuestra autonomía y nuestra necesidad de desarrollarnos libremente y vivir en armonía con nosotras mismas.

Supongo que, en parte, el dolor que me causa este prejuicio no está causado por una idea racional, sino que, más bien, es el resultado de una proyección de los demás a la que yo, con mi conducta aparente, me acomodo. Es decir, que probablemente me afecta porque mi inmadurez es una realidad, no esencialmente relacionada con mi orientación sexual, pero sí una consecuencia lógica de la conducta que me avengo a demostrar en numerosas ocasiones.

Cuando no hacemos honor a nuestro lesbianismo, cuando no mostramos nuestra vida tal cual es sino que dosificamos la información, la visión que los demás pueden tener de nosotras sólo puede ser una visión sesgada. Existen muchas razones para que una mujer quiera independizarse o no, tenga pareja o no, decida ser madre o no; ninguna de ellas tiene por qué ser, en sí misma, muestra de (in)madurez. Pero desde el momento en que nuestra vida discurre como si nada, sin ningún cambio aparente ni evolución en los últimos años, y sin perspectivas de futuro que nos motiven e impulsen, es lógico pensar que, de algún modo, nos hemos quedado estancadas. Es decir, que para los años que vamos cumpliendo, somos cada vez más inmaduras.

No es fácil mantener separadas en nuestra mente la vida de verdad de la vida que demostramos tener. Nuestro cerebro no posee compartimentos estancos, y las ideas se mezclan, interactúan, cortocircuitan. Puede llegar un momento en que nosotras mismas nos sintamos cómodas con comportamientos propios de épocas de nuestra vida de las que ya han pasado muchos años, comportamientos que nos hacen sentir mucho más coherentes con esa vida que decimos tener. Puede llegar un momento en el que, poco a poco, nos hayamos llegado a convertir en ese disfraz que creíamos podernos quitar a voluntad y que, contra todo pronóstico, se ha pegado a nuestra piel. Es lo que se conoce como efecto Pygmalion: terminamos comportándonos como los demás nos ven, como nosotras les hemos ayudado a creer que somos.

¿Cuál es el antídoto? Evidentemente, siempre podremos detener este proceso, e incluso impedir que ocurra, compartiendo nuestra vida con libertad. Pero, ¿y si eso no es posible, o no en todos los ámbitos, o no con todas las personas? Entonces creo que es absolutamente necesario mantener la mente despierta, permaneciendo alerta frente a este peligro y reclamando nuestra dignidad. NO somos mujeres inmaduras, NO nos hemos quedado estancadas en un momento anterior de nuestra vida. SÍ somos mujeres que sentimos, pensamos, tenemos experiencias, vivimos con intensidad, proyectamos y soñamos; SÍ podemos compartir mucho de todo esto aunque callemos nuestro lesbianismo por las razones que decidimos o nos sentimos obligadas a decidir.

Así, en ese compartir constante, en ese demostrar nuestra madurez, vamos preparando el camino para cuando decidamos mostrarnos libremente, de manera que, con un poco de suerte y al menos no con nuestro consentimiento, tengamos menos posibilidades de escuchar aquello de: “Bah, ES SÓLO UNA FASE”.

Encantada de plantarle cara a mi (in)comodidad.

domingo, 15 de agosto de 2010

Manejando la (in)visibilidad familiar

Durante los días que pasé en mi pueblo, estuve reflexionando sobre cómo manejar la (in)visibilidad con mi familia. Y aunque no he llegado a ninguna conclusión definitiva, sí que conseguí dar forma a algunos pensamientos.

En primer lugar, una obviedad: la familia extensa puede ser muy extensa. Y, consecuentemente, heterogénea. Así que, para lidiar con ella es importante fragmentarla en pequeños grupos. No es lo mismo plantearse una salida del armario con personas mayores, que con gente de menor edad o de edad similar a la mía. No es lo mismo la familia que vive en un pueblo del que apenas sale, que la que se ha criado en la ciudad o incluso quienes han pasado parte de su vida en otros países. Y, por supuesto, siempre hay que dar cabida a las individualidades: porque puede haber sorpresas, para bien y para mal.

Por otro lado, creo que es importante analizar el tipo de relación que se tiene con esta familia. Si mantenemos una relación directa, no importa lo alejados que se encuentren nuestros lazos en el árbol genealógico: es más fácil hablar con franqueza o simplemente provocar la sospecha. Sin embargo, muchas de las relaciones que se mantienen con la familia extensa son relaciones mediadas: siempre nos vemos, hablamos y compartimos momentos con otras personas delante, o al menos a través de ellas. En mi caso particular, la mayor parte de las relaciones con mi familia extensa están mediadas por mis padres. ¿Puedo entonces actuar abiertamente a pesar de ello?

Esa es la tercera cuestión que me he planteado. ¿Quién debe salir del armario? Hace ya muchos años que yo les dije a mis padres que salía con mi novia. En todo este tiempo, y hasta donde yo sé, han procurado ocultárselo al resto de la familia. ¿Debo yo pasar por alto esta decisión y salir del armario con aquellas personas que creen que vivo con una amiga? ¿Es trabajo de mis padres retractarse de su mentira y atreverse a decir la verdad? Supongo que no hay una única respuesta a estas preguntas, y que la respuesta dependerá de la situación de cada cual. En mi caso concreto, mis padres tomaron la decisión de mentir por mí, procuraron imponérmela de manera explícita y yo no me resistí.

Así que ahora, si ellos no cambian de opinión y yo deseo salir del armario con el resto de mi familia, debería reclamar mi poder. En este caso, ¿estoy dispuesta a asumir el conflicto que, irremediablemente, se va a crear? Y por otro lado, ¿es esta la única solución? ¿Existe la posibilidad de ayudar a mis padres a aceptar la situación y que sean ellos mismos los que decidan salir del armario? Al fin y al cabo, muchos padres de hijos homosexuales los cuidan, protegen y apoyan frente al resto de la familia. ¿Podrían mis padres llegar a convertirse en algo parecido? ¿Llegarían a apoyar, al menos, alguna de mis salidas del armario?

Y finalmente, ¿es la salida del armario la única estrategia para manejar la (in)visibilidad? Muchas parejas de mujeres nunca han hecho explícita su relación, y no por ello han dejado de participar en la vida familiar. ¿Se desvirtúan siempre las relaciones al hacerlo así? Yo creo que no. Aunque es difícil discernir cuándo, a veces es la única solución. Con el tiempo van comprendiendo lo que ocurre, sin nombrarlo. ¿Es esa la vida que deseo para mí? No es la ideal, desde luego, pero durante un tiempo podría funcionar con algunas personas de mi familia, y me ayudaría a visibilizar la relación que mantengo con mi novia, que para la mayoría simplemente no existe.

Lo que sí tengo claro es que manejar la (in)visibilidad familiar es un asunto complejo y que las recetas válidas para todos y políticamente correctas en la vida real resultan estúpidas. Igual que no hay una única forma de vivir el lesbianismo, tampoco la hay de gestionarlo ni de hacerlo visible.

Encantada de seguir avanzando.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Un corazón a la derecha

He pasado unos días en mi pueblo, donde nadie salvo mis padres y mi hermano saben que soy lesbiana, y donde me veo obligada a ocultarlo. A cada momento, sin embargo, lo recordaba, y mi silencio iba dando una forma redonda a lo que soy. Una forma redonda, incandescente y roja que se albergaba en el lado derecho de mi pecho, allí donde nadie espera encontrar nada importante, excepto la parte superior de mi pulmón.

Cuando me sentía tentada a olvidarlo, a fingir, a idear una vida alternativa, esa pequeña estrella roja latía con más fuerza. Cuando pensaba que tal vez fuera mejor abandonar, elegir, recluirme en un espacio seguro, mi corazón incandescente brillaba con una energía renovada, reconfortando ese lugar desconocido, ese pequeño espacio junto a mi pecho, desde el que irradiaba suficiente calor a mi organismo como para no dejarme desfallecer.

Del mismo modo en que mi estómago digiere sin que yo se lo pida, de la misma manera en que no puedo parar los latidos de mi otro corazón, este nuevo órgano funciona de manera autónoma, recordándome algo que soy entre otras muchas cosas; algo sencillo, natural, fuente de un profundo bienestar siempre que me atreva a dejar que fluya. Surgió sin que yo lo decidiera y amenaza con quedarse en mi pecho hasta que descubra mi manera de vivirme superando cualquier tabú.

Desconozco si seré capaz de encontrarla, ahora que mis miedos campan a sus anchas por mi interior. Pero me alegro de tener uno corazón nuevo a la derecha que me haya prometido velar mi sueño hasta que tenga la fuerza de despertarme y atreverme a salir.

Encantada.