Ayer salí del armario con mi doctora.
Era un tema que tenía pendiente y en el que ya había empezado a trabajar: visibilizarme como lesbiana para, nunca mejor dicho, curarme en salud.
La verdad es que, para ser sincera, debería admitir que fue ella la que me dio la mano y me ayudó a salir.
Entré en la consulta para la revisión mensual de mi medicación. Ella empezó a hacerme esas preguntas aparentemente sencillas de las que saca tantísima información sobre mi estado de salud. “¿Lloras?”. “Sí”. Y entonces escribe en el ordenador durante un buen rato, mientras yo miro fijamente mi talonario de recetas y pienso que pronto se me van a acabar.
“¿Dirías que te sientes igual o mejor que el mes pasado?”. “Igual”. “Pues entonces vamos a cambiar la medicación”. El plan era empezar a dejar los antidepresivos este mes o el que viene, pero no funcionó. Ahora tomo otros diferentes, para las recaídas.
Cuando entré en la consulta, no quedaba nadie esperando. Así que la doctora decidió dedicarme un poco más de tiempo. “¿Cuál es la causa de tu llanto?”. “La tristeza”. “¿Y la causa de tu tristeza?”. Yo sentí cómo me temblaba el labio inferior. Miré otra vez mi talonario de recetas y contesté. “La mala relación que tengo con mis padres”. “Pero, ¿esto ha sido siempre así o es algo reciente?”. “No ha sido siempre así, es desde hace unos años”. “¿Y cuál es la causa de esa mala relación?”. Respiré hondo y respondí. “Salgo con una chica”.
Me sentí como si tuviera quince años y la directora del instituto me estuviera interrogando.
Pero ella me ayudó a mostrar un poco más de valor. “Eres lesbiana”, afirmó mientras me miraba fijamente a los ojos. “Sí”, le respondí yo del mismo modo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba mi dignidad.
Entonces charlamos. Ella me dijo que lo comprendía, que era duro enfrentarse al rechazo de los padres, que con la edad que los míos tenían deberían mostrar otra actitud, que la relación paterno-filial era más complicada en el caso de las lesbianas que en el de los gays, y que la madre de su mejor amigo se había hecho la loca durante veinte años, montando un pollo increíble cuando él le contó que se casaba con ese compañero de piso con el que vivía desde hacía dos décadas en una casa con una sola cama en una sola habitación.
Yo asentía, sonreía, me solidarizaba, mientras iba arrellanándome en el sillón y me dejaba invadir por el alivio de haber vuelto a salir del armario, de haber conquistado un nuevo territorio de libertad.
“Tu madre viene de vez en cuando por aquí, ¿no?”. “Sí”, le respondí. “Pues ya le diré algo, ya”. Mi expresión de espanto no puede traducirse en palabras. “Claro, mujer… ¡Algo le tendré que decir!”.
Atravesé el umbral de la consulta con una mezcla explosiva de emociones borboteando en mi interior. Durante mucho tiempo no he querido salir del armario con mi doctora porque la compartía con mi madre. Temía que la doctora, aun saltándose el secreto profesional, le hiciera algún comentario a mi madre sobre mi intimidad. Pues, aunque mi madre ya sabe que soy lesbiana desde hace muchos años, sus reacciones ante mi visibilidad son imprevisibles, y me aterrorizan más que una victoria electoral del PP.
Pero de pronto estaba ya fuera, y la doctora de mi lado, dándome su apoyo incluso para ayudar a que mi madre entrara en razón.
En eso pensaba mientras bajaba las escaleras y salía del centro de salud; en eso y en las mentiras que pueblan mi historial clínico, una civilización fantasmagórica cuyo único destino desde ahora es dejar de reproducirse y terminar por desaparecer.
Porque yo sí que me había saltado a la torera eso de que a los médicos siempre se les dice la verdad.
Encantada.
Era un tema que tenía pendiente y en el que ya había empezado a trabajar: visibilizarme como lesbiana para, nunca mejor dicho, curarme en salud.
La verdad es que, para ser sincera, debería admitir que fue ella la que me dio la mano y me ayudó a salir.
Entré en la consulta para la revisión mensual de mi medicación. Ella empezó a hacerme esas preguntas aparentemente sencillas de las que saca tantísima información sobre mi estado de salud. “¿Lloras?”. “Sí”. Y entonces escribe en el ordenador durante un buen rato, mientras yo miro fijamente mi talonario de recetas y pienso que pronto se me van a acabar.
“¿Dirías que te sientes igual o mejor que el mes pasado?”. “Igual”. “Pues entonces vamos a cambiar la medicación”. El plan era empezar a dejar los antidepresivos este mes o el que viene, pero no funcionó. Ahora tomo otros diferentes, para las recaídas.
Cuando entré en la consulta, no quedaba nadie esperando. Así que la doctora decidió dedicarme un poco más de tiempo. “¿Cuál es la causa de tu llanto?”. “La tristeza”. “¿Y la causa de tu tristeza?”. Yo sentí cómo me temblaba el labio inferior. Miré otra vez mi talonario de recetas y contesté. “La mala relación que tengo con mis padres”. “Pero, ¿esto ha sido siempre así o es algo reciente?”. “No ha sido siempre así, es desde hace unos años”. “¿Y cuál es la causa de esa mala relación?”. Respiré hondo y respondí. “Salgo con una chica”.
Me sentí como si tuviera quince años y la directora del instituto me estuviera interrogando.
Pero ella me ayudó a mostrar un poco más de valor. “Eres lesbiana”, afirmó mientras me miraba fijamente a los ojos. “Sí”, le respondí yo del mismo modo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba mi dignidad.
Entonces charlamos. Ella me dijo que lo comprendía, que era duro enfrentarse al rechazo de los padres, que con la edad que los míos tenían deberían mostrar otra actitud, que la relación paterno-filial era más complicada en el caso de las lesbianas que en el de los gays, y que la madre de su mejor amigo se había hecho la loca durante veinte años, montando un pollo increíble cuando él le contó que se casaba con ese compañero de piso con el que vivía desde hacía dos décadas en una casa con una sola cama en una sola habitación.
Yo asentía, sonreía, me solidarizaba, mientras iba arrellanándome en el sillón y me dejaba invadir por el alivio de haber vuelto a salir del armario, de haber conquistado un nuevo territorio de libertad.
“Tu madre viene de vez en cuando por aquí, ¿no?”. “Sí”, le respondí. “Pues ya le diré algo, ya”. Mi expresión de espanto no puede traducirse en palabras. “Claro, mujer… ¡Algo le tendré que decir!”.
Atravesé el umbral de la consulta con una mezcla explosiva de emociones borboteando en mi interior. Durante mucho tiempo no he querido salir del armario con mi doctora porque la compartía con mi madre. Temía que la doctora, aun saltándose el secreto profesional, le hiciera algún comentario a mi madre sobre mi intimidad. Pues, aunque mi madre ya sabe que soy lesbiana desde hace muchos años, sus reacciones ante mi visibilidad son imprevisibles, y me aterrorizan más que una victoria electoral del PP.
Pero de pronto estaba ya fuera, y la doctora de mi lado, dándome su apoyo incluso para ayudar a que mi madre entrara en razón.
En eso pensaba mientras bajaba las escaleras y salía del centro de salud; en eso y en las mentiras que pueblan mi historial clínico, una civilización fantasmagórica cuyo único destino desde ahora es dejar de reproducirse y terminar por desaparecer.
Porque yo sí que me había saltado a la torera eso de que a los médicos siempre se les dice la verdad.
Encantada.
¡Más que la victoria electoral del PP! Jajajaja.
ResponderEliminarHola, yo tb me he quedado con la frase de "Mas que la victoria electoral del PP" jajaja.
ResponderEliminarHe descubierto tu blog a traves de el de Farala y esta entrada me esta recordando a lo que yo estoy viviendo por casa, hace poco que se lo conte a mis padres (unos 3 meses) y mi madre no es que lo lleve muy bien...he optado por no sacar mas el tema con ellos al menos hasta que pase un tiempo porque es inutil.
Hasta luego
A mí se me ha venido a la cabeza una variante de una famosa frase. "Un pequeño paso para la humanidad, pero un gran paso para Encantada". ;)
ResponderEliminarYo salí del armario con mi ginecóloga y ahora me pregunta por A. Me gusta.
ResponderEliminarentiendo esa tristeza porque me pasa lo mismo, supuestamente quien más me quiere más dolor me causa.
ResponderEliminarestá bien eso de ir abriéndose poco a poco, yo también lo voy haciendo
besazo
Que todo mejore y ojalá algún día te comprendan.
ResponderEliminarole.
ResponderEliminartodos los caminos empiezan con un solo paso.
y se construyen dando uno tras otro.
un beso grande.
hey!!!
ResponderEliminaruhm. de las tres terapias por las que he pasado en mi vida, sólo la tercera transcurrió fuera del clóset.
obvio, esa es a la que acudí porque mis papás pensaron que podía ayudarme a darme cuenta de que esto de la homosexualidad no era para mí, y en la que finalmente el psicólogo me ayudó a ir procesando la salida del armario sin morir en el intento.
incluso llegó a conocer a mi novia y acudimos a él en un momento de crisis en el que tuvimos que tomar algunas decisiones sobre nuestra relación.
pienso que si un par de años antes, en la otra terapia a la que acudí supuestamente por un fracaso en la universidad, hubiera abordado el tema con ése terapeuta, quizá el camino de estos últimos años hubiera sido algo menos difícil.
toda esta historia para decir que me alegro mucho por ti, siempre es importante esa honestidad con nuestros médicos/terapeutas, y en la mayoría de los casos salen buenas cosas de ello.
:)
un abrazo!