viernes, 30 de diciembre de 2011

Terapia de pareja


Mi novia y yo acabamos de empezar una terapia de pareja. Hemos sobrevivido a un año de crisis intermitentes; pero, entre la supervivencia y la felicidad, hay algunos pasos que no somos capaces de dar solas.

Nuestro terapeuta es un hombre. Esto es algo nuevo para nosotras porque, hasta ahora, sólo habíamos asistido a terapia con mujeres. Sin embargo, teníamos muy buenas referencias y, después de dos sesiones, hemos confirmado que el género es menos importante que la profesionalidad.

Esta decisión, por sí sola, nos ha devuelto las ganas de estar juntas, de responsabilizarnos por nuestro día a día, de reconstruir nuestra vida en común. Nuestra corta experiencia, además, está siendo muy positiva: las dos estamos abiertas a la comunicación, a la reflexión, a la autocrítica. Y aunque tratamos temas difíciles, nuestras sesiones se llenan espontáneamente de complicidad y buen humor.

Estoy segura de que esta nueva experiencia nos hará mucho bien a las dos.

¡Encantada!

martes, 27 de diciembre de 2011

Nuestra propia BANDERA

Bandera lesbica


Me ha parecido muy interesante la propuesta de una bandera que simbolice el Orgullo Lésbico hecha hace unos meses desde LSBN. Creo que, como ellas mismas dicen, sigue la pauta de la bandera del Orgullo Gay y la del Bisexual, destacando los colores violeta y rosa que tantas veces nos identifican (Feminismo, lucha contra el cáncer de mama, etc.). El triángulo blanco, además, me parece una innovación muy interesante.

Ya sólo queda difundirla... ¡y yo lo hago encantada!

domingo, 25 de diciembre de 2011

Navidad sin dolor


En estos días no puedo dejar de pensar en lo diferentes que están siendo estas Navidades con respecto a las pasadas. Hace un año me encontraba de baja por ansiedad, tuve varias discusiones fuertes con mis padres, me sentía profundamente sola y desorientada, y cuando miraba hacia delante no veía más que miedo y sueños destrozados.

Estas Navidades, sin embargo, me siento contenta, animada, alegre. He visto cómo, durante los últimos nueve meses, muchas cosas han ido ocupando su lugar de manera natural. He podido reconstruirme, reconstruir lo que me rodea, reconstruir lo por venir, lo que vendrá. Vuelvo a saber quién soy, lo que quiero, lo que necesito y puedo pedirle a la vida. Vuelvo a sentir fuerza, seguridad, confianza. Vuelvo a VIVIR, en fin, con mayúsculas.

La Navidad me sigue pareciendo una época delicada cuya conveniencia debería replantearse. Pero he dejado de sufrir.

¡Y estoy encantada!

viernes, 23 de diciembre de 2011

La personalidad de V

V dormidito.
Antes de que V viniera a vivir con nosotras, yo ya pensaba que los animales de la misma especie eran distintos entre sí, a pesar de compartir un mismo instinto. Los perros, las vacas, los elefantes... pueden ser curiosos, nerviosos, valientes, cobardes, cariñosos, solitarios... y todos comparten una naturaleza parecida. Después de conocer a V, no me queda ninguna duda de que los animales no viven en un maremágnum de estímulos y respuestas indisolublemente asociados, sino en un universo rico en experiencias complejas. Como los seres humanos. Y, como nosotros, ellos también tienen su personalidad.

En el caso de V, se puede decir que es un gatito muy familiar. Le gusta estar siempre con nosotras, y cada vez que descubre que hemos cerrado una puerta, se planta delante de ella a maullar hasta que le abrimos. Corre a saludarnos cada vez que llegamos a casa, aunque estuviera profundamente dormido y venga estirándose y bostezando por el pasillo. También suele despedirnos cuando nos vamos, sobre todo cuando se va a quedar solo; entonces maúlla enfadado y se sienta frente a la puerta como si quisiera mostrarnos que está listo para venir con nosotras adonde sea. Además, no le suelen gustar las actividades que le excluyen, como leer o utilizar el ordenador; si llevamos mucho tiempo sin hacerle caso, se tumba encima del libro o del teclado y se pone panza arriba para que lo acariciemos. 

Uno de sus momentos preferidos para jugar: mientras hacemos la cama.
Pero V es también un gatito maniático y testarudo. Cuando ha cogido una postura para dormir la siesta con nosotras, le molesta enormemente que nos movamos, y nos lo hace saber a base de mordiscos. No le gusta beber agua que no esté limpia y cristalina, así que se puede tirar un día entero sin beber porque él mismo ha echado una croqueta de pienso en su cuenco. Es bastante común que nos mire atentamente mientras le limpiamos su arena, y que, cuando terminamos la operación, se meta sin remilgos en el arenero para hacer sus necesidades a lo grande. Tampoco le gusta que le prohibamos subirse o meterse en ningún sitio: se agarra fuertemente a donde puede y no se suelta ni aunque le tiremos de la cola. Si al final logramos moverle, se va enfadado y a los pocos segundo regresa para mordernos.

Convivir con V me ha permitido reafirmar gran parte de mis ideas acerca de los animales, y creo que cualquier persona que tenga una relación estrecha con uno de ellos no podrá negar que siente, que sueña, que piensa, que se comunica. Y que lo hace de una manera única, original e irrepetible; o, al menos, tan única, tan original y tan irrepetible como lo hacemos nosotros, los seres humanos.

Encantada de haberlo comprobado.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Subiendo con la MAREA


Siempre recordaré este curso como el del inicio de la MAREA VERDE, en la que tengo el orgullo de participar.

Durante estos meses, hemos llevado a cabo un sinfín de acciones en defensa de la Escuela Pública, la única que es de tod@s, la única que puede ser para tod@s. Asambleas, huelgas, manifestaciones, concentraciones, elaboración de carteles, trípticos, cartas, páginas web, blogs, recogida de firmas, denuncias, recursos de alzada, flashmobs, meriendas, donaciones de sangre, vídeos, cadenas humanas, maratones, conciertos, clases gratuitas al aire libre... Ha sido agotador, pero ha merecido la pena.

Porque luchar para defender aquello en lo que creemos siempre la merece.
Y la lucha continúa...

¡Encantada!

miércoles, 24 de agosto de 2011

Calisto

En mi empeño por mirar con otros ojos la mitología clásica, sigo buscando referentes lésbicos en una tradición que, curiosamente, abunda en relatos de amor entre hombres. Así, después de visitar el Museo del Prado hace unos días, recordé la historia de Calisto, una joven cazadora al servicio de la diosa Diana. 

Diana y Calisto por Jacopo Amigoni.

Entre todas las muchachas que formaban su cortejo, Calisto era la preferida de la diosa. Su extremada belleza, sin embargo, atrajo también la atención de Júpiter, el cual, con la apariencia de Diana, se acercó a Calisto cuando, tras una cacería, disfrutaba de su soledad en el bosque. A Calisto le agradaron los besos y los abrazos de la diosa; para cuando quiso darse cuenta de su error, ya era demasiado tarde: fue violada por Júpiter y, com prueba de la pérdida de su virginidad, se quedó embarazada.

Diana y Calisto por François Boucher.

El embarazo de Calisto fue descubierto por la diosa varios meses después, en el momento del baño. Al haber perdido su virginidad, Calisto fue expulsada del séquito de Diana. Posteriormente, es convertida en osa; para salvarla de ser cazada, Júpiter la catasteriza como la Osa Mayor. El hijo de ambos, Arcas, llegó a ser un gran rey y dio nombre a la región griega de la Arcadia.

Diana y Calisto por François Boucher.

En las obras de arte inspiradas en este mito, suele representarse a dos mujeres en actitud inequívocamente amorosa, como puede observarse en las pinturas que ilustran esta entrada. Sin embargo, los títulos de las obras hacen referencia, en su mayoría, a que la diosa Diana es en realidad el dios Júpiter, tal y como relata el mito. No obstante, creo que los artistas que eligieron este relato para sus obras no pretendían mostrar otra conquista más del dios, sino utilizar la mitología clásica como excusa para inmortalizar una escena de amor entre mujeres.

Diana y Calisto por Jean-Honoré Fragonard.

Por otro lado, es significativo que, en el mito, Júpiter eligiera precisamente la apariencia de la diosa Diana para no despertar las sospechas de Calisto. En algunas versiones, incluso, cuando el embarazo de Calisto es descubierto, esta acusa a la Diana por ello y le recrimina que se haga la sorprendida. De estos detalles podemos inferir que, aunque no hayan quedado relatos explícitos, seguramente circularon algunos en los que las diosas "vírgenes" como Diana o Atenea tenían relaciones amorosas con las mujeres que formaban su séquito.

Diana y Calisto por Gerrit van Honthorst.

Estos relatos, ninguneados por una tradición misógina (que no homófoba), pueden ser reclamados hoy como propios por las mujeres lesbianas.

Encantada.

jueves, 18 de agosto de 2011

Manifestación laica en Madrid


Ayer estuvimos en la manifestación laica de Madrid. Fue una manifestación concurrida y repleta de espíritu ciudadano. Lo que más me gustó fue sentirme unida a tantas personas con las que compartía emociones e ideas. Mucha gente (nosotras incluidas) había fabricado sus propias pancartas, con frases o ilustraciones que expresaban su opinión. Esto es algo que no había visto hasta ahora de manera tan general, y creo que es importante porque demuestra un cambio positivo a la hora de ejercer nuestros derechos como ciudadanas y ciudadanos.

La manifestación tardó muchísimo en salir de la plaza de Tirso de Molina. Lo cierto es que el recorrido era demasiado corto y estrecho para todas las personas que estábamos allí, pero no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que las calles principales de la ciudad estaban cortadas y reservadas para los actos de la JMJ. Después de mucho esperar, conseguimos ir avanzando, primero despacio y después con fluidez. Durante el recorrido, coreamos muchas proclamas, pero he de decir que las que más entusiasmo despertaban eran las relacionadas con el 15-M. Tras cruzar la plaza de Jacinto Benavente, la marcha volvió a reducir su velocidad, pero aun así, conseguimos llegar a la Puerta de Sol.

En Sol había mucha gente, pero afortunadamente quedaba espacio para los que todavía tenían que llegar. Nosotras paseamos un rato por la plaza, y después decidimos irnos a cenar. Eran cerca de las diez: el metro de Sol estaba cerrado, las calles que salían de la plaza estaban acordonadas por la policía, y sólo nos dejaron cruzar el cordón de la calle Alcalá después de deshacernos de nuestra pancarta. Por un momento sentimos bastante confusión, pensábamos que no nos iban a dejar pasar, hasta que una señora nos animó a no llevar señales identificativas para evitar agresiones (algo que me pareció sacado de una película de ciencia ficción, pero que no nos quedó más remedio que acatar). Al otro lado del cordón policial, cientos de peregrinos ondeaban sus banderas y exhibían sus credenciales.

Con gran acierto, decidimos cenar en un restaurante del barrio de Chueca, que estaba bastante tranquilo en comparación con la marabunta que se vivía en otras calles del centro. La cena fue agradable y copiosa, gracias a lo cual sobrevivimos a la odisea de volver a casa. El metro de Gran Vía también estaba cerrado por cordones policiales y tuvimos que buscarnos un itinerario alternativo. Pero la aventura no terminó ahí, pues los túneles, andenes y vagones de metro estaban abarrotados de peregrinos que cantaban, saltaban y empujaban sin apenas miramientos. Gran parte del viaje de vuelta lo hicimos aplastadas contra la pared por una mochila del JMJ cuyo dueño no tenía la menor intención de controlar.

Esta fue nuestra experiencia en la manifestación: lo que vimos, oímos, sentimos y pensamos durante la tarde y la noche de ayer. Hoy, en los medios de comunicación, he visto muchas cosas más, interpretadas desde varios puntos de vista, como no podía ser de otra manera. Desde luego, no es la primera manifestación a la que asisto donde se producen altercados en los que nunca me veo involucrada; tampoco creo que sea la única persona que ha tenido esta experiencia: como yo, seguro que miles de personas asistieron ayer a una manifestación pacífica y libre, donde se criticó la injustificable ostentación de la Iglesia Católica en un momento de dura crisis económica y humanitaria en todo el mundo. Para mí, eso fue lo principal.

Encantada de defender, una vez más, mi libertad de conciencia y expresión.

jueves, 11 de agosto de 2011

¡Ya somos pareja de hecho!


Después de firmar la hipoteca y de empadronarnos como pareja, mi novia y yo hemos dado el paso de inscribirnos en el registro de parejas de hecho de nuestro municipio. Queríamos tener un papel oficial que nos vinculara como pareja, por si en algún momento necesitábamos demostrar que lo éramos. Aunque estar registradas como tal apenas nos otorga ningún derecho más allá del puramente nominal, tampoco queríamos casarnos; por lo que, después de pensarlo durante varios meses, nos decidimos por este trámite.

Así que un mañana nos acercamos al Ayuntamiento para pedir información. Y la información que nos dieron fue una solicitud para inscribirnos en el registro. Como no había mucha gente, nos pareció bien rellenarla allí mismo, y apenas habíamos empezado a buscar un boli, cuando ya nos tocaba acecarnos a la mesa. El funcionario que nos atendió fue muy amable (y del club, creemos) y esperó a que cumplimentásemos nuestros datos mientras nos hacía unas fotocopias del DNI ("Esto no lo hacemos normalmente, pero..."). Después de entregarlo, nos dijo que en tres o cuatro días nos llamarían para firmar en el registro.

Y así fue. Nos presentamos de nuevo en el Ayuntamiento el mismo día en que nos avisaron. Aunque en teoría no era más que un trámite, nos pusimos medio guapas, y yo he de reconocer que estaba hecha un flan. Hasta me llevé la cámara de fotos, que más tarde decidí no usar ante lo burocrático de la situación.

Entramos en una oficina llena de mesas vacías. Durante unos minutos, dudamos entre quedarnos en el quicio de la puerta eternamente o entrar y buscar señales de vida. Afortudamente, por la puerta de enfrente entró una funcionaria y nos decidimos a seguirla. Ella nos condujo hasta la única trabajadora activa del lugar (y no, no era la hora del café), la cual, tras unos momentos de angustia existencial mientras buscaba nuestro expediente entre varios montones de papeles, nos pidió que lo firmásemos, nos entregó una copia metida en una carpetilla de color amarillo y nos despidió amablemente.

Cuando salimos por la puerta, nos sentimos profundamente decepcionadas. ¿Eso había sido todo? Ni siquiera necesitamos testigos, con la de veces que habíamos pensado a quién se lo pediríamos. En cualquier caso, ya éramos pareja de hecho, y nos fuimos a celebrarlo.

Supongo que si una desea algo más de parafernalia, aunque sea poca, se casa. Y como, por suerte, en nuestro país existe (de momento) el matrimonio igualitario, inscribirse en un registro de parejas de hecho queda para quien no quiere más que lo que hicimos nosotras; es decir, rellenar un papel.

Pero para mí, rellenar ese papel es algo simbólico. Se luchó mucho para que esta clase de registros existiera, y para que las parejas del mismo sexo pudiéramos hacer uso de ellos. En muchos países, además, ese papel es la única manera de vincularse legalmente como pareja; tan simbólico es, de hecho, que en la mayoría de los lugares, incluido nuestro municipio, ni siquiera se llama registro de "parejas", sino que tiene cualquier otro nombre, generalmente vacío de significado y ridículo.

De todas formas, yo estoy muy contenta de haberme inscrito junto con mi novia; es algo que quise hacer desde que me creía hetero, y para mí es una forma más de demostrar nuestro amor y de nombrarnos como lo que somos: una pareja compuesta por dos mujeres.

Encantada.

martes, 2 de agosto de 2011

Los efectos secundarios de mis antidepresivos


Yo soy una de esas personas a las que les encanta leer los prospectos de los medicamentos. Bueno, en realidad no me encanta: de hecho, he llegado a sufrir alguna que otra crisis de ansiedad moderada (dejé de sentir el dedo pulgar de la mano derecha) leyendo uno de ellos. Pero, a pesar de esto, lo hago. Leo los prospectos de mis medicamentos… y los de los demás.

Teniendo en cuenta esta experiencia prospectomedicamentil, me siento legitimada para decir que el prospecto de mis antidepresivos es uno de los más divertidos que he leído. Aparte de poderte morir de cualquier cosa, como con el resto de medicamentos, mis antidepresivos provocan una serie inverosímil de efectos secundarios. Lo peor es que, leyendo el prospecto, me di cuenta de que los más penosos… me estaban ocurriendo a mí.

Por ejemplo, la equimosis. ¿Que qué es la equimosis? Pues es lo que popularmente se viene conociendo como que te salgan moratones con el roce de una pluma. Yo no sé si tengo una tendencia previa a ello o no; pero desde que tomo los antidepresivos, mis extremidades parecen las de un niño de cuatro años. Tengo moratones de todos los tamaños, formas y colores; producto de golpes que, en general, no recuerdo. Esta situación, unida al hecho de tener un gatito que me muerde y araña cada día, hace que parezca Miguel de la Quadra-Salcedo sin haber pisado la selva. Menos mal que en los últimos días he ligado un poco de moreno, gracias a lo cual he logrado que mi aspecto prácticamente raye con la dignidad.

Otro efecto secundario que padezco son los bostezos. Dicho así no resulta muy traumático; pero en realidad es uno de los más peligrosos, sobre todo para mi vida social. ¿Que tu amiga del alma te está contando su último agravio amoroso? Tú bostezando tres veces por minuto. ¿Que la madre de un alumno conflictivo se te pone a llorar en la entrevista? Tú aprovechando la lagrimilla que te sale mientras tratas desesperadamente de reprimir los bostezos. ¿Que tu novia está a punto de llegar al orgasmo? Tú escondiendo la cara en su cuello para que no te vea abrir la boca. ¡Menos mal que este efecto secundario se suaviza con el tiempo! De lo contrario, a estas alturas del tratamiento no me quedarían ni amigas, ni trabajo, ni novia.

Continuando con la galería de los horrores, confesaré que también sufro de bruxismo. Este nombre tan curioso responde a lo que se conoce como rechinar de dientes, un trastorno que el prospecto incluye dentro de los efectos secundarios gastrointestinales. Lo mejor del asunto es que a mí ya me ocurría esto en sueños, pues no sólo me rechinaban los dientes, sino que sufría algo así como espasmos en la mandíbula. Pero no entremos en detalles. Sólo quiero dejar por escrito mi amarga queja ante el dolor de mandíbula crónico que arrastro gracias a la conjunción del rechine nocturno y los bostezos diurnos. La potencia de mi músculo mandibular batiría todos los récords.

Para terminar, mencionaré el último efecto secundario que he descubierto: la hipotensión postural, que consiste en una bajada de tensión brusca cuando se cambia de postura. Lo descubrí casualmente releyendo el prospecto después de haber estado a punto de caerme redonda varias veces mientras limpiaba el polvo. Durante semanas barajé varias opciones (un tumor cerebral, la vejez prematura, una anorexia vegetariana típica, etc.), pero gracias al prospecto de mis amores, hoy estoy bastante segura de que algo tan patético tiene que ser, por fuerza, un efecto secundario.

Evidentemente, también me encuentro muchos otros efectos, en su mayoría letales, que probablemente son fruto de mi imaginación (o no). El único que no me encuentro por ningún lado es el priapismo, una verdadera lástima que rebaja inmensamente el nivel de truculencia de este post.

Quien no se consuela, es porque no lee prospectos.
Encantada.

sábado, 30 de julio de 2011

Nuestras vacaciones en Lisboa

Este año, mi novia y yo nos hemos ido de vacaciones a Lisboa. Este destino era bastante especial porque nos habría gustado viajar a Portugal el primer verano que pasamos juntas. Sin embargo, después de todo lo que ocurrió cuando salí del armario con mis padres, consideramos más prudente posponer el viaje. Y el viaje estuvo pospuesto hasta ahora.

Claustro del Monasterio de los Jerónimos (Lisboa).

Por otra parte, era nuestro primer viaje juntas al extranjero. Aunque he de reconocer que no lo vivimos exactamente como tal, porque como muchos españoles, por más que sepamos y no nos disguste que así sea, sentimos que Portugal forma parte de España. Y no por anexionismo regio-católico o geopolítica estratégica; sino simplemente por cercanía. De muchos tipos.

Fuente de estilo mozárabe (Sintra).

Uno de esos tipos de cercanía es el idioma. Nosotras decidimos comprarnos un librito de portugués para aprender algunas frases y poder practicarlo. Al principio nos costó un poco: constantemente se nos escapaban el español o el inglés; por causas desconocidas, además, mi cerebro empezó a pensar en francés. Afortunadamente, una vez resuelto el babel mental, conseguimos soltar nuestras frasecitas y nos quedamos tan contentas. Creo que a los portugueses les gusta que nos esforcemos un poco en hablar su lengua, por más que se nos note a kilómetros que somos españoles y ellos terminen considerando más práctico hablar en la nuestra.

Torre de Belem (Lisboa).

En general, Lisboa y alrededores (Sintra, Estoril, Cascais) nos han gustado bastante. La capital es bastante manejable, lo que se agradece cuando eres turista: montas dos veces en el metro y ya te sientes lisboeta de toda la vida. Además, a mí me gustan mucho las ciudades que tienen agua cerca: el mar, un río, un lago… Y Lisboa tiene una mezcla de todo ello. Mi novia, por su parte, se queda con el ambiente evocador y nostálgico de las calles y palacios que visitamos. Y aunque las dos coincidimos en que pasear por Lisboa a ritmo de fado es una invitación casi irrechazable al suicidio, si consigues mantenerte dentro de los límites de cordura necesarios (lo cual no siempre es fácil), puedes atesorar un buen puñado de imágenes hermosas para el recuerdo.

Detalle del Palacio de Pena (Sintra).

Sin embargo, no todo en este viaje han sido playas y palacios. Mi novia y yo hemos sufrido una crisis que, a mi juicio, venía anunciándose desde hacía un tiempo. Este año ha sido muy duro para ambas, y a cada una nos ha salido el estrés emocional por donde buenamente ha encontrado una posibilidad de fuga. Pero como lo que no mata una relación la hace más fuerte (o la engorda), seguimos esforzándonos día a día porque la nuestra se considere cada vez más atlética (literal o eufemísticamente hablando).

"Estou apurado!" (Estación de metro de Cais do Sodré, Lisboa)

Para terminar, os confesaré que en Lisboa se me ocurrió la peregrina idea de adoptar un niño y/o una niña brasileños. ¿Por qué? No lo sé. Por un lado, porque me he enamorado locamente de la dulzura del portugués: me parece la lengua romance más hermosa que existe. Por otro, porque me quedé prendada de la belleza de muchos niños, niñas, jóvenes, mujeres y hombres de color (aún no sé cuál es la expresión más respetuosa para lo que quiero significar; se aceptan sugerencias), que en Portugal son ciudadanos de viejo cuño y, afortunadamente, los puedes encontrar en cualquier contexto (no como aquí). Y finalmente… quién sabe. Quizás sea una idea que ha nacido para quedarse, quizás no; en cualquier caso, me ha gustado pensar en ella. Me resulta moderadamente factible y me arranca una sonrisa de emoción cada vez que la vuelvo a retomar.

Castillo de los Moros (Sintra).

Os dejo algunas fotos y me dejo muchas más.

Encantada.

jueves, 14 de julio de 2011

Uno más en la FAMILIA

Hace poco más de un mes, la apacible vida familiar que hasta entonces llevábamos mi novia y yo se vio trastornada por la llegada de esta bolita:


Nuestra cuñada se lo encontró cerca de su Universidad. Se había quedado atrapado dentro de un tubo de aluminio y no paraba de maullar. Con gran riesgo para su integridad física (pues la bolita se defendía con uñas y dientes), decidió sacarlo y llevárselo a casa. Estaba sucio, asustado y muy muy hambriento.

Una vez a salvo, lo limpió cuidadosamente con una toalla húmeda y descubrió que su color no era tan oscuro como le hacía parecer la gran cantidad de mugre que llevaba encima: era un gatito siamés medio pelón al que todavía se le notaba la piel rosadita. En cuanto pudo, lo llevó al veterinario para que lo desparasitara, y este le dijo que tenía entre dos meses y dos meses y medio.

Mientras nuestra cuñada y el gatito vivían esta increíble aventura, yo leía un cuento para niños protagonizado por un perrito que viajaba a la Luna. Llevaba ya varios meses pensando en adoptar un perro o un gato, pero no conseguía decidirme por ninguno de los dos. El perrito que viajaba a la Luna, sin embargo, me ayudó a tener una cosa clara: fuera cual fuera la especie que adoptase, le pondría su nombre.

Al día siguiente, mi novia recibió una llamada de su hermano. "¿Queréis adoptar un gatito?". A ella le pareció una locura, pero yo no pude resistirme a plantearme la posibilidad de hacerlo. Todavía no tenía claro si quería adoptar un perro o un gato, pero me daba en la nariz que, ante mi exasperante indecisión, el destino iba a decidir por mí. "¿Sabes?", le dije. "Si adoptamos el gatito, ya tengo pensado un nombre".

Entonces nuestra cuñada decidió darnos un empujón: nos mandó un mensaje de texto con una foto de la bolita corriendo hacia la cámara. Y unas palabras que me licuaron el corazón: "Gatito busca mamás". "¡Dile que sí! ¡Dile que sí!". Aunque no tuviera ni idea de cómo cuidar a un gato, se me hacía imposible resistirme a tenerlo entre mis brazos.

Dos días después, cuando llegué a casa, escuché las voces de mis cuñados en el salón. Solté el bolso de golpe y atravesé el pasillo corriendo. La bolita ya estaba allí. Me senté en el sofá y nuestra cuñada me la puso en el regazo. Yo lo acaricié, él me maulló y se quedó dormido. Mi novia y yo intercambiamos una mirada sonriente.

Habíamos adoptado a V.

Y aunque a nadie le guste el nombre que le he puesto, yo sé que ambos (el gatito y su nombre) vinieron a mí.

Encantada.

martes, 5 de julio de 2011

Esta vez NO


Esta vez NO hemos ido a la manifestación del Orgullo. La decisión estaba casi tomada después de sufrir en nuestras propias carnes la desorganización del año pasado, que es, básicamente, la desorganización del anterior, lodo que sale del barro desorganizativo del fatídico Europride. Cuando terminamos el recorrido del año pasado, mi novia lo dejó bien claro: "Yo el año que viene no vuelvo". Y lo siguió diciendo hasta que llegó el Orgullo del día 2.

Por mi parte, he de decir que me he pasado un año inmersa en el mar de la duda. Creo que la manifestación del Orgullo es una ocasión importante para reivindicar nuestros derechos y demostrar nuestra fuerza, además de darnos a ver y a conocer a todos aquellos que deseen ver y conocer la cara de nadie que tiene una persona LGBT. En general, me considero bastante comprometida, suelo acudir a diversas concentraciones y manifestaciones de causas que me atañen directamente o que considero justas; así que esta manifestación no podía ser menos, sino todo lo contrario.

Pero de un tiempo a esta parte he ido dejando de sentirme identificada con ella. Me explico: siempre ha habido elementos que no sentía representativos de lo que yo soy o siento; sin embargo, no sólo no me han impedido sentirme identificada globalmente con el Orgullo, sino que me han enseñado a conocer lo diferente dentro de lo diferente, a aprender a respetarlo como muestra de la diversidad, y a fundamentar más razonadamente unas ideas críticas hacia esos elementos que pecaban, en muchos sentidos, de prejuiciosas.

La falta de identificación que siento es, por tanto, más profunda. Eso no quiere decir que mi compromismo con la diversidad sexual esté en horas bajas; todo lo contrario: actualmente creo que es más fuerte y extenso que nunca. El problema radica más en el modo de expresión: probablemente necesite encontrar otras maneras de manifestarme por nuestros derechos y nuestra visibilidad, de mostrarme ante la sociedad como ciudadana injustamente discriminada, de abrir el camino para todos los que vienen detrás y que, actualmente, sufren una represión mucho más seria de lo que yo nunca lograré siquiera imaginar. Esta es mi postura y no he sentido que el Orgullo de este año fuera la manera de exteriorizarla.

No obstante, quiero dejar bien claro que considero esta decisión como algo coyuntural. No pretendo dejar de ir al Orgullo para siempre, ni defiendo que los demás sigan mis pasos; nada más lejos de mi intención. Simplemente, me parecía importante expresar que, esta vez, he necesitado parar, dejar de asistir y reflexionar para encontrar otras vías (que pueden ser las mismas, pero desde otra perspectiva) de hacer lo que llevo haciendo tantos años llena de orgullo y convicción.

En cualquier caso, creo que esta reflexión es importante para todos. No necesariamente en el sentido en el que yo la he hecho, pero sí sobre el Orgullo como reivindicación y los ataques más o menos velados que está sufriendo. A mí ya lleva tiempo pareciéndome que la falta de seguridad, organización y masificación inenarrable es un reguero de pólvora que alguien ha ido echando sobre nuestra reivindicación en espera de que prenda solo, para así tener la excusa perfecta con la que acabar con ella. Y como nuestros ángeles de la guarda deben redoblar ese día sus esfuerzos (porque, insisto, no sé cómo todavía no ha pasado nada grave, y que conste que yo no sufro agorafobia ni nada por el estilo), esta vez han pasado a la acción de manera más directa: me quedo sin palabras ante la peregrina excusa que han encontrado para prohibir los conciertos en la Plaza de Chueca, y la inclasificable "solución" que ha apoyado la organización para continuar con los mismos conciertos, pero en su versión silenciosa. Algo huele a podrido en el Orgullo madrileño, y como no nos pongamos las pilas rápido, el hedor acabará siendo insoportable.

Por eso mi compromiso es cada día más fuerte, y por eso esta vez he necesitado andar dos pasos hacia atrás y volver a mirar hacia delante con un poco más de perspectiva.

Encantada y orgullosa, como siempre.

lunes, 4 de julio de 2011

Memoria


Después de completar varias memorias institucionales, inútiles en su mayor parte, he decidido aprovechar el tirón y escribir mi memoria personal de este curso.

A simple vista, resulta casi obligatorio colgarle la etiqueta de "difícil". Lo supuse desde que empezó, y por eso decidí plantarme en la consulta de la psicóloga el mismo día 1 de septiembre, con la idea de prevenir lo que, sin embargo, ya sólo se podía curar. Llevaba varios meses sufriendo cierta ansiedad, pero en el verano se desbocó como una yegua salvaje, y entendí que sería imposible domarla solo con las estrategias que conocía y que venían fallando reiteradamente.

A pesar de que me las prometía felices, la terapia sacó a la superficie numerosas emociones sobre las que llevaba años esparciendo paladas de cal. Mi cuerpo no pudo resistirlo y acabé sufriendo una crisis que me obligó a estar un mes de baja, seguido de una larga y costosa reincorporación a la "normalidad", en la que todavía me encuentro.

La necesidad de estar medicada y la inesperada baja laboral, unidas a las histriónicas formas que tomó mi ansiedad, destrozaron por completo lo que quedaba de mi autoestima, convenciéndome de que ese yo aletargado, incapaz y hundido era mi verdadero yo. Durante semanas pensé que iba a quedar "así", que ya nunca más sería capaz de levantarme por las mañanas, ni de tener ilusiones, planear o disfrutar de la vida. Sentía que me había perdido por completo, que había caído en un agujero negro sin salida.

Con el paso de los meses, no obstante, fui recuperándome de una manera espectacular. No sólo he vuelto a ser como creía que era, sino que he recuperado un yo que había aprendido a considerar imaginario, un recuerdo fugaz perdido entre los años que ya no tenía esperanzas de volver a vivir.

La doctora me confirmó que muchos pacientes decían sentirse de esa manera, porque la depresión a veces se presenta de manera muy paulatina, te va hundiendo lentamente hasta que te pierdes, y cuando aciertas a recuperarte, descubres con tremendo horror que llevabas muchos años sufriendo una enfermedad callada que estaba a punto de hervirte viva cual rana cocida a fuego lento.

Pero esta es solo una parte del curso. Y es que también ha estado plagado de experiencias positivas: ha sido el año en que he sentido mayor conexión con mis alumnos, y en el que he recibido más regalos de su parte; he recuperado la dieta vegetariana y con ello una parte importante de mi forma de concebir la vida; he plantado cara a mis padres como nunca antes lo había hecho y he empezado a salir del armario con el resto de mi familia; he tenido el placer de compartir unos meses de trabajo con una compañera abiertamente lesbiana que me ha ayudado a superar muchos de mis miedos; estoy aprendiendo a manejar otros problemas de mi vida que nada tienen que ver con mi lesbianismo y que, precisamente por eso, habían quedado en un segundo plano durante años; he vuelto a montar en bici y a disfrutar con ello; he sentido intensamente el amor de mi novia, de mis amigos, de mis compañeros de trabajo.

Así que este curso no merece quedarse con el apelativo de "difícil"; parece más justo considerarlo "complejo", "intenso", "lleno de contrastes", incluso "extremo". Y como seguramente lo bueno no habría venido sin lo malo, me comprometo a guardar un buen recuerdo de esta bajada a los infiernos, cuya subida voy realizando sin mirar atrás, para no dejarme nada por el camino.

Encantada.

lunes, 30 de mayo de 2011

La asamblea posible


El sábado pasado asistimos a la asamblea del movimiento 15 de mayo en nuestro municipio. Ni el calor abrasador, ni la inexperiencia, ni la votaciones sobre las votaciones le restaron un ápice de emoción al evento.

Lo que más me gustó fue comprobar que el sistema de organización asambleario es posible. Y que las personas que vivimos en nuestra sociedad, teóricamente tan polarizada, podemos tomar decisiones por consenso con una facilidad pasmosa. Sólo es necesario saber escuchar y tener un poco de paciencia para que lo que parece imposible a juzgar por el comportamiento de nuestros políticos se haga realidad.

Yo siempre había creído en este sistema, y siempre me habían hecho creer que era una utopía. Sin embargo, ahora que lo he visto con mis propios ojos, ahora que he comprobado su eficacia y su belleza, no pienso renunciar a él. Se acabó para mí la democracia representativa. ¡Democracia participativa YA!

Encantada... ¡y llena de esperanza!

lunes, 23 de mayo de 2011

Una represión invisible


"Si las mujeres no fueron encarceladas durante el franquismo es, simplemente, porque no eran los poderes públicos los encargados de velar por la moralidad de las mujeres. [...] Las mujeres dependían de sus padres, de sus hermanos, de sus maridos, y la represión que el círculo familiar ejercía sobre la vida y la sexualidad de estas se circunscribía al ámbito privado, aunque no por esto era menos terrible".
Beatriz Gimeno, en su Introducción a Primeras caricias.

Desde que hace algunos días leí este fragmento, no paro de darle vueltas. Cuanto más pienso sobre él, más me remueve por dentro, pretendiendo explicar un aspecto doloroso de mi vida que me siento incapaz de transmitir con mis propias palabras. Tras numerosas lecturas, no obstante, me atrevo a concluir que la clave está en el término "represión".

Represión. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando escuchamos esta palabra? A mí me vienen a la mente las imágenes terroríficas de las personas secuestradas, torturadas y ajusticiadas impunemente por las dictaduras contemporáneas. Veo fotografías en blanco y negro, hombres vestidos de pana con gafas de pasta, mujeres con falda y pelo largo, militares con unas enormes botas de cuero a quienes resulta difícil distinguirles la cara.

La definición de la palabra en el diccionario está conmigo: "Acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales".

Desde el poder. ¿Quién ejerce el poder sobre las mujeres? ¿Quién detiene, contiene o castiga con violencia? De pronto descubro, atónita, que los poderes públicos no tienen a las mujeres entre sus objetivos represores porque no es necesario. Porque los círculos familiares, formados por hombres pero también, y sobre todo, por otras mujeres, se encargan de hacer el trabajo sucio.

Tanto tiempo preparándome para luchar contra unos poderes etéreos, para descubrir que el verdadero represor tiene un cuerpo conocido, lleva mis apellidos, y dice, como los otros, como los que no muestran su rostro, que todo lo que hace lo hace por mi bien.

Yo he sufrido y sufro represión. Una represión minuciosamente orquestada, devastadora y constante. Una tortura que horada mi cuerpo y mi alma a través de esa pequeña gota de agua que cae siempre en el mismo punto, volviéndome loca, agujereando las defensas que velaban por mis aspectos más preciosos, las mismas que debieron resultar infranqueables.

Yo he sufrido y sufro represión, pero nunca emplearía esa palabra para nombrarla, porque no se ajusta a mis imágenes mentales. No he sentido botas de cuero sobre mi pecho, no he salido en ninguna fotografía, pero he sido secuestrada en mi propio cuerpo, torturada con miradas, gestos, acciones y palabras, parcialmente ajusticiada a través de una depresión que, día a día, durante años, se ha enseñoreado de mi alma.

No puedo quejarme a ningún gobierno, no recibiré ningún tipo de compensación. Lucharé, asumiré y superaré esta represión (la otra, la nuestra) desde el agujero negro del anonimato personal y social donde muchas acabamos sumidas, incapaces de mostrar una realidad que resulta invisible para los objetivos de lo relevante, de lo histórica y socialmente representativo.

Y sin embargo, el poder reprime las acciones que son consideradas políticas o sociales. ¿Reivindicar nuestra autonomía personal es una acción política? ¿La intimidad de nuestros dormitorios es un hecho social? ¿Reprimirían los círculos familiares con igual fuerza lo exclusivamente individual o personal...?

Empiezo a comprender.
Encantada.

domingo, 22 de mayo de 2011

Reflexionando al Sol


Ayer pasé la jornada de reflexión visitando el campamento de Democracia Real Ya en la Puerta del Sol. No quería dejar pasar esta oportunidad de participar en un movimiento que parece histórico, aunque reconozco que mi intención era más ir a ver qué se cocía que colaborar en alguna acción concreta.

Parte de mi escepticismo lo tenía la avalancha mediática que había provocado el campamento. La idea de que se asemejara, como decían muchos, a las revoluciones que han tenido lugar en el mundo árabe, me hacía esbozar una sonrisa irónica. Creo que nada que se produzca en nuestro país le puede llegar a la suela de los zapatos a lo que han arriesgado, luchado, perdido y ganado nuestros hermanos mediterráneos. La mera posibilidad de sentirnos a su altura me provocaba una vergüenza ajena irrefrenable; a pesar de lo cual, necesitaba comprobar por mí misma en qué andaba metido tanto compatriota, que no por humilde dejaba de ser importante.


Y he de decir que me volví muy contenta, especialmente por la organización del campamento. Lo que había empezado como un pequeño camping urbano, ha terminado siendo una ciudad en miniatura que recordaba a lo mejor de la Comuna de París. Con sus zonas de entrada y salida señaladas, mapas de las secciones en que se dividía a través de callejuelas recién creadas, horarios de actividades, baños, chiringuitos donde poder tomarse un refrigerio a cargo de la concurrencia, biblioteca y hasta guardería infantil, el campamento demostraba que otro mundo es posible. Y no sólo posible, sino tangible, vivible, comprobable para cualquiera que se acercase a la Puerta del Sol.


Otro aspecto que también me gustó fue el uso del nombre de la plaza como símbolo del movimiento. He de admitir que nunca hasta ahora había reflexionado sobre la belleza y el poder de un nombre tan sencillo como "Sol". En Madrid estamos demasiado acostumbrados a "quedar en Sol", "pasar por Sol", "vernos en Sol" o "quejarnos de Sol" como para reparar fácilmente en el nombre de una plaza, centro de nuestra ciudad y de la red nacional de carreteras, que parecía llevar decenios esperando a que alguien se fijara en que estaba pensado para la Revolución. Sol era ahora el Sol de mayo en Madrid, que dora mejillas; la imagen de la Democracia que pedimos, sin distinciones, sin corrupción; el recuerdo del poder primigenio e inalienable de las personas, de la comunidad, de una sociedad que, si quiere, puede.


El ambiente del campamento, además, me contagió rápidamente una esperanza y unas ganas de compromiso que hacía mucho tiempo que no sentía, sumida como estoy en una depresión personal y social que, desgraciadamente, muchos otros ciudadanos del mundo comparten. Participamos en un taller de micromachismos, dimos la vuelta a la plaza bailando al son de los tambores, firmamos los escritos de apoyo al movimiento, gritamos proclamas apartidistas e hicimos bulto en nuestro trocito de acera, justo detrás de una osa y un madroño que apenas eran visibles entre banderas, carteles y personas que se les abrazaban para poder disfrutar de las vistas.


Y aunque hayan llegado y pasado las elecciones, parece que el campamento va a continuar. ¿Hacia dónde? No sé sabe, pero eso es lo más auténtico: se irá decidiendo en las asambleas, como se ha decidido todo hasta ahora, sin violencia, sin alcohol, sin malos olores y con una altura democrática que ya quisieran para sí quienes dicen representarnos.


Jóvenes, niños, mayores y muy mayores, hombres y mujeres seguiremos haciendo ruido para que no nos sigan tomando el pelo sin consecuencias visibles.

Tal vez esto solo sea el principio...


¡Encantada!

viernes, 13 de mayo de 2011

Cuatro años ENCANTADA


¡Cómo pasa el tiempo...!

Mi blog cumple hoy cuatro años y he decidido regalarle un cambio de look.

¿Significa esto un nuevo comienzo, una nueva dirección?

No. Es como un corte de pelo, con todo lo que ello implica: frescura, coquetería, riesgo... y un poquito de vanidad.

Espero que disfrutéis de esta nueva imagen tanto como lo he hecho yo mientras la diseñaba.

¡Encantada!

domingo, 8 de mayo de 2011

Cada cosa en su lugar

 
Últimamente vengo sufriendo un frenesí organizador: saco cosas de los cajones para ponerlas en cajas, saco cosas de las cajas para ponerlas en las estanterías, cambio los libros de lugar, reordeno los archivadores, tiro cajas, tiro hojas, tiro envases de plástico... Por si esto fuera poco, prácticamente a diario me paseo por la casa observándolo todo: recojo lo que no está en su sitio, ideo nuevas ubicaciones, mido los lugares vacíos, me recreo en cualquier detalle, pensativa...

Todo esto podría interpretarse como una locura transitoria, como el efecto alienante de mirar tantas revistas y páginas web de decoración. Cual Quijote por su casa, desde hace poco me estaría creyendo una decoradora andante, que tiene que ganarle la batalla a los rincones vacíos y a las paredes sin gracia.

Sin negar totalmente la interpretación anterior, opino, no obstante, que lo que me ocurre con mi casa forma parte de un fenómeno más amplio que, de pronto, está revolucionando mi vida. Desde hace algunas semanas, de hecho, todo parece buscar su lugar.

Mi cuerpo lo busca, poco a poco, deslizándose silenciosamente por entre sus posibilidades, tapándose los ojos al cruzar los ríos de los malos recuerdos, jugando a atravesar un bosque lleno de peligros y sorpresas, para terminar encontrando los claros de luz.

Mi creatividad lo busca, llevada por la brisa, fresca como una ola recién nacida, impaciente como el animal que espera algo bueno, que se relame y agita su cola, que otea en el horizonte el aroma de lo que se acerca, con las fosas nasales repletas del perfume de la libertad.

Mi corazón lo busca, revolviendo entre el amor, entre los buenos propósitos, escogiendo las maneras de quererse y de querer, de cuidarse y de cuidar, procurando desterrar las brumas de la confusión y la culpa para salir a navegar por el mar de la vida llena de vida, por el mar del amor lleno de amor.

Así, poco a poco, cada cosa se coloca en su lugar.
Encantada.

domingo, 1 de mayo de 2011

¡Feliz día de las MADRES!

Para todas las que luchan cada día porque este sea un mundo mejor y nos allanan el camino a las que vamos detrás.

¡Feliz día de las madres!

Encantada.

jueves, 28 de abril de 2011

Un paso más

Ayer salí del armario con mi doctora.

Era un tema que tenía pendiente y en el que ya había empezado a trabajar: visibilizarme como lesbiana para, nunca mejor dicho, curarme en salud.

La verdad es que, para ser sincera, debería admitir que fue ella la que me dio la mano y me ayudó a salir.

Entré en la consulta para la revisión mensual de mi medicación. Ella empezó a hacerme esas preguntas aparentemente sencillas de las que saca tantísima información sobre mi estado de salud. “¿Lloras?”. “Sí”. Y entonces escribe en el ordenador durante un buen rato, mientras yo miro fijamente mi talonario de recetas y pienso que pronto se me van a acabar.

“¿Dirías que te sientes igual o mejor que el mes pasado?”. “Igual”. “Pues entonces vamos a cambiar la medicación”. El plan era empezar a dejar los antidepresivos este mes o el que viene, pero no funcionó. Ahora tomo otros diferentes, para las recaídas.

Cuando entré en la consulta, no quedaba nadie esperando. Así que la doctora decidió dedicarme un poco más de tiempo. “¿Cuál es la causa de tu llanto?”. “La tristeza”. “¿Y la causa de tu tristeza?”. Yo sentí cómo me temblaba el labio inferior. Miré otra vez mi talonario de recetas y contesté. “La mala relación que tengo con mis padres”. “Pero, ¿esto ha sido siempre así o es algo reciente?”. “No ha sido siempre así, es desde hace unos años”. “¿Y cuál es la causa de esa mala relación?”. Respiré hondo y respondí. “Salgo con una chica”.

Me sentí como si tuviera quince años y la directora del instituto me estuviera interrogando.

Pero ella me ayudó a mostrar un poco más de valor. “Eres lesbiana”, afirmó mientras me miraba fijamente a los ojos. “Sí”, le respondí yo del mismo modo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba mi dignidad.

Entonces charlamos. Ella me dijo que lo comprendía, que era duro enfrentarse al rechazo de los padres, que con la edad que los míos tenían deberían mostrar otra actitud, que la relación paterno-filial era más complicada en el caso de las lesbianas que en el de los gays, y que la madre de su mejor amigo se había hecho la loca durante veinte años, montando un pollo increíble cuando él le contó que se casaba con ese compañero de piso con el que vivía desde hacía dos décadas en una casa con una sola cama en una sola habitación.

Yo asentía, sonreía, me solidarizaba, mientras iba arrellanándome en el sillón y me dejaba invadir por el alivio de haber vuelto a salir del armario, de haber conquistado un nuevo territorio de libertad.

“Tu madre viene de vez en cuando por aquí, ¿no?”. “Sí”, le respondí. “Pues ya le diré algo, ya”. Mi expresión de espanto no puede traducirse en palabras. “Claro, mujer… ¡Algo le tendré que decir!”.

Atravesé el umbral de la consulta con una mezcla explosiva de emociones borboteando en mi interior. Durante mucho tiempo no he querido salir del armario con mi doctora porque la compartía con mi madre. Temía que la doctora, aun saltándose el secreto profesional, le hiciera algún comentario a mi madre sobre mi intimidad. Pues, aunque mi madre ya sabe que soy lesbiana desde hace muchos años, sus reacciones ante mi visibilidad son imprevisibles, y me aterrorizan más que una victoria electoral del PP.

Pero de pronto estaba ya fuera, y la doctora de mi lado, dándome su apoyo incluso para ayudar a que mi madre entrara en razón.

En eso pensaba mientras bajaba las escaleras y salía del centro de salud; en eso y en las mentiras que pueblan mi historial clínico, una civilización fantasmagórica cuyo único destino desde ahora es dejar de reproducirse y terminar por desaparecer.

Porque yo sí que me había saltado a la torera eso de que a los médicos siempre se les dice la verdad.

Encantada.

miércoles, 20 de abril de 2011

El sexo de las bicis


Hasta que mi novia y yo nos pusimos a recoger información para comprarnos unas bicis, yo pensaba que estas eran como los ángeles; es decir, que no tenían sexo. Pero después me he enterado de que no, pues resulta que hay bicis macho y bicis hembra.

Al parecer, las bicicletas para mujeres estarían adaptadas a las características de nuestro cuerpo: piernas más largas que las de un hombre de nuestra misma altura, acompañadas de un torso más corto (la primera noticia que tengo), peso extra para la espalda a causa de los pechos (eso ya me lo suponía), hombros más estrechos, caderas más anchas (vale, vale...). Esto hace que haya diferencias en el manillar y el sillín; pero, sobre todo, en el cuadro: si tiene forma de rombo paralelepípedo, la bici es macho; si le falta la parte de arriba o es más baja, la bici es hembra.

Sin embargo, y a pesar de la teoría antropométrica, yo me sigo preguntando... ¿POR QUÉ?



Lo que básicamente no entiendo son las diferencias en el cuadro, y, tras varias semanas estrujándome la cabeza, he llegado a la conclusión de que la única causa real es la vestimenta. Para aquellas mujeres que decidan montar en bici con falda, será más cómodo que la parte superior del cuadro no se la levante. Sin embargo, ¿no es también más cómodo para los hombres carecer de esa barra situada peligrosamente cerca de sus genitales? ¿Y si tropiezan y se caen hacia delante...?

En conclusión, ¿qué clase de satán inventó los cuadros con forma de rombo (¿y por qué se llaman cuadros, si son un rombo?), teniendo en cuenta que molestan a todo el mundo?

Por si esto fuera poco, también me he dado cuenta de que, en mi inconsciente, todas las bicis eran macho. ¿Tendrá de esto la culpa el falocentrismo imperante y el sistema patriarcal? Mi respuesta ha de ser necesariamente afirmativa, a tenor de la conversación que, al respecto, tuve hace poco con mi padre:

- ¿Te acuerdas de la bici que tenías cuando eras más pequeña?
- ¿La verde o la azul?
- La verde, la verde... ¡Lo que duró esa bicicleta! Además, era de señorita...
- Yo es que eso de las bicis para hombres y las bicis para mujeres es algo que no entiendo. ¿Tú sabes por qué son distintas?
- ¡¡Pues hija, porque así son las cosas, y ya está!!



Afortunadamente, las bicis que mi novia y yo nos hemos comprado tienen cuadro mixto. ¡Que también existen!

Encantada.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Por qué soy republicana?


Personalmente, encuentro muchas razones para ser republicana. Algunas, emocionales, como el recuerdo de un bisabuelo republicano hasta las trancas al que no conocí; otras, intelectuales, como la actitud rebelde e inconformista ante lo que me rodea, que parece haber nacido conmigo. Sin embargo, realmente existe una única razón de peso para que yo lo sea, y esa única razón es suficiente.

Yo soy republicana por principios.

En primer lugar, por el principio de que todas las personas somos iguales ante la ley. Ya sé que este principio se lo saltan a la torera en todos los países, republicanos o no; pero, al menos, en el papel mojado de una constitución republicana no se cometen las incoherencias que encontramos en una monárquica. Según nuestra constitución, todos somos iguales, pero yo nunca he podido optar a ocupar el puesto de representante del Estado, ni podré optar nunca al mismo mientras esta carta siga vigente. Si todos somos iguales, todos deberíamos disfrutar, al menos en teoría, de una igualdad de oportunidades para acceder a cualquier cargo. Y esto no ocurre en una monarquía, porque en ella sólo representas al Estado si eres hijo biológico de quien antes que tú lo representó, lo cual reduce la igualdad a cero. Es decir, en una monarquía la igualdad no existe, porque la desigualdad forma parte de su esencia. Por eso soy republicana.

En segundo lugar, por el principio de que la organización del Estado debe tener en cuenta la diversidad de sus habitantes, y mostrarse neutral ante sus diferencias; particularmente, en el caso de la diversidad de creencias. A este respecto, elijo un Estado laico que respete la libertad de conciencia, incluida la de aquellos que no creen en la existencia de ningún dios, como es mi caso. Y esto resulta imposible cuando se mantiene un derecho sucesorio basado en la consanguineidad, derecho que sólo se comprende y sustenta al contemplar la intervención divina. La monarquía se basa en la idea que una sola familia ha sido elegida por dios para guiar a su pueblo, y que dicha elección es, por tanto, sagrada. Ya sé que a lo largo de la Historia la familia elegida ha ido cambiando a través de intervenciones plenamente humanas, como las guerras; pero, en origen, esa categoría de “elegidos” es la única que justifica que ellos puedan acceder a un honor que los demás ciudadanos tenemos vetado, por lo que monarquía y religión están íntimamente unidas. Y como yo soy atea, también soy republicana.

Finalmente, por el principio de respeto a la autonomía de las personas y a la autodeterminación de los pueblos. Yo creo que las personas de manera individual y los grupos en que decidimos organizarnos tienen derecho a gobernar su vida personal y social como consideren y decidan. Por eso, entiendo que la Democracia participativa es el sistema de gobierno que más respeta este principio, pues en ella no sólo los cargos, sino también las decisiones que estos tomen, están abiertos a la población. Para que esto tenga lugar, los ciudadanos deben poder ostentar un poder del que evidentemente carecen en una monarquía. Así, porque creo en la verdadera soberanía popular, soy republicana.

Cuando escucho a alguien decir que mantener a la familia real es muy caro, y que por eso sería más rentable ser una República… el argumento se me queda corto.

¡VIVA EL 14 DE ABRIL!

Encantada.

domingo, 3 de abril de 2011

Aniversarios


Poco a poco vamos juntando aniversarios.

Tal día como hoy, hace un año, dormimos por primera vez en nuestra casa nueva. Todavía olía a pintura y a barniz, nuestras cosas estaban amontonadas en una habitación, la ubicación de los muebles eran provisional y no había sofá.

Dentro de un mes, celebraremos nuestros seis años de relación. Ha llovido mucho desde aquella primavera en que no queríamos planear nada, ni nombrarlo, ni hacernos preguntas difíciles que todavía no podíamos responder. Sólo permanecer abrazadas, aspirando el aroma de las flores y dejando que pasase el tiempo, siempre demasiado breve, sin imaginar siquiera todo lo que nos quedaba por vivir.

Unos días después, llevaremos tres años y medio viviendo juntas. Aprendiendo de una convivencia que no deja de sorprendernos, de retratarnos a ambas de mil maneras, cuyos momentos especiales exprimimos hasta la última gota, sin dejar de encontrar las fuerzas para reconducir los difíciles hacia el mejor final.

Disfruto coleccionando estos aniversarios, encontrando excusas perfectas para celebrar nuestro amor, segura de que, con el tiempo, irán a más.

Encantada.

lunes, 28 de marzo de 2011

Los chicos están bien

Los chicos están bien es, para mí, una de las mejores películas sobre lesbianas que he visto, sino la mejor.

Quizá es por el momento vital en que me encuentro, pero esta película me devolvió una imagen clara, real y optimista de lo que yo, en medio de una nebulosa de confusión, acierto a identificar con mi visión sobre las relaciones personales en las parejas y familias de lesbianas.

Clara, real y optimista. Un trinomio que mi mente considera imposible, pero que esta película me ha ayudado a conjugar.

Clara, porque no rehuye ningún aspecto de la situación que retrata, aunque tampoco se recrea en ellos de manera dramática. Temas como las relaciones sexuales en una pareja estable, la infidelidad, los complejos, la falta de empatía, el miedo, la violencia adolescente, la iniciación sexual, las decepciones, las crisis emocionales, el deseo… son tratados de manera sencilla y directa, como aspectos inevitables de la realidad con los que debemos aprender a lidiar.

Real, porque ninguno de los personajes que aparecen es perfecto, todos muestran sus miserias junto con una buena dosis de heroicidad. Están caracterizados con suficiente complejidad como para reconocer la humanidad que representan; pero, al mismo tiempo, sus personalidades están descritas con la sencillez necesaria para no convertirlos en un dilema abstracto y sin solución.

Optimista, porque, para mí, su mensaje final se podría resumir en la idea de que los problemas tienen solución. No podemos evitarlos, no es necesario evitarlos: debemos enfrentarnos a ellos, de hecho, con la confianza puesta en que tienen solución, aunque no sepamos cuál es o sintamos, por momentos, que nunca seremos capaces de encontrarla. Y esta confianza, en el caso concreto de la película, surge del amor, la comunicación, el respeto y la aceptación que reinan en una familia de mujeres lesbianas: valores con los que me he sentido plenamente identificada.

Una bocanada de aire fresco, un subidón emocional.

¡Encantada!

sábado, 26 de marzo de 2011

Escribir con la mente

Clara trajo la idea salvadora de escribir con el pensamiento, sin lápiz ni papel, para mantener la mente ocupada…

Hace tiempo que escribo con la mente. Numerosas entradas de este blog han sido compuestas, corregidas y revisadas mentalmente mucho antes de aparecer tecleadas en una pantalla. Escribir con la mente me aleja del vértigo del folio en blanco, permitiéndome divagar como quien dibuja un cuadro abstracto, hasta que las frases van tomando forma poco a poco, sin sentirse forzadas ni empujadas a ser.

El valor terapéutico de esta forma de escribir he llegado a conocerlo en toda su extensión durante estos meses, en los que he sufrido una concentración especial de noches de insomnio. De manera natural a veces, intencionadamente otras, he dedicado esas largas horas nocturnas previas al sueño a escribir textos. Textos autobiográficos, pequeños relatos, entradas de blog e, incluso, el germen de una novela. Tumbada en la cama, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, mi mente ha viajado por innumerables universos literarios, coloreando mis noches en blanco y ayudándome a dormir mecida por el eco de mis propias palabras.

Una de esas noches, antes de apagar la luz de mi mesilla, descubrí por casualidad un hermoso fragmento de La casa de los espíritus, donde Isabel Allende trata precisamente del valor terapéutico de la escritura mental, capaz de hacerte viajar a lugares seguros aun inmersa en el más terrible de los infiernos. Me gustó descubrir que otras personas también utilizan la escritura mental para curarse el alma, sin necesidad de tener una hoja delante o un ordenador, con la esperanza puesta en ese momento futuro en que las palabras puedan salir de nuestra cabeza y adoptar la vida propia de los textos.

… entonces pudo hundirse en su relato tan profundamente, que dejó de comer, de rascarse, de olerse, de quejarse, y llegó a vencer, uno por uno, sus innumerables dolores.

Encantada.

martes, 15 de marzo de 2011

Pasarán

Empecé a tomar ansiolíticos el mismo día en que sufrí la crisis de ansiedad, y seguí tomándolos durante todo el mes que duró mi baja, uno por la mañana y otro por la tarde. La ansiedad no disminuyó: siempre fue más alta que antes de la crisis. Tampoco pude emplear la baja para descansar: en plenas fiestas navideñas, tuve más charlas trascendentales y más discusiones con mis padres de las que habíamos tenido en varios años, salpicadas de reuniones familiares en las que me sentí obligada a jugar una vez más al juego de la familia feliz. Con cada momento de estrés emocional, la ansiedad se disparaba, pero mi cuerpo no tenía fuerzas para provocarme otra crisis. Así que la ansiedad tomó formas histriónicas: ataques de risa, ataques de euforia, ataques de locuacidad. Solo quienes me conocen bien sabían que estaba pasando algo raro; el resto decidió pensar que, a pesar de no haber probado una gota de alcohol, me estaba divirtiendo de lo lingo. Yo pensé que nunca podría superar aquel estado de trágica embriaguez, pero, afortunadamente, pasó.

Cuando por fin pude reincorporarme al trabajo, se descubrió el pastel: ocuparme de algo más que de mí misma y de mis problemas me ayudó a rebajar mi estado de ansiedad, pero empecé a sentir que todo me daba igual. Por primera vez en muchos años, es posible incluso que por primera vez en mi vida, sentí que no me importaba el futuro, que ya no me quedaba nada que esperar, nada con lo que soñar. Mi único desafío vital, mi única perspectiva, era levantarme cada mañana y cumplir con mis obligaciones, ser capaz de vaciar el plato de comida en mi estómago y no olvidarme de ducharme ni de lavarme los dientes. Fue entonces cuando empecé a tomar antidepresivos, que tras un intenso síndrome de abstinencia logré intercambiar por el ansiolítico matinal. No estaba segura de poder recuperar la ilusión a través de aquella pastilla blanca, pensé que mi vida se había vaciado sin remedio pero, afortunadamente, aquel momento pasó.

Un mes y medio después, mi doctora me preguntó si había recuperado las ganas de hacer cosas. Aliviada, genuinamente entusiasmada, le contesté que sí. Nuevamente volvía a sentirme yo, una yo cansada y dolorida, apenas a un tercio de su capacidad, pero lo suficientemente vital como para hacer planes, imaginar estados futuros e iniciar proyectos modestos. La pastilla blanca empezaba a funcionar, pero el ansiolítico nocturno había dejado de hacerlo. Así que lo sustituimos por una pastilla para dormir, con la esperanza de que las pesadillas, las piernas hormigueantes, los sobresaltos nocturnos y los despertares de madrugada fueran empezando a desaparecer. Ahora mismo siento que nunca volveré a dormir toda la noche, que no podré levantarme descansada nunca más; pero mi intuición me dice que, afortunadamente, estos estados también pasarán.

Encantada.

lunes, 3 de enero de 2011

¡Feliz 2011!

Aún no te conozco, 2011, pero sé que vas a ser un año DIFERENTE.
De eso ya me encargo yo, no te preocupes.
¡Encantada!