El Orgullo de este año me ha resultado agridulce, y desde luego, no ha sido el Orgullo de mi vida. Y es una pena, porque con la coña de que era el Orgullo Europeo, llevaba un año esperándolo ilusionada.
Para empezar, no me ha gustado nada que, desde las instituciones, se le haya llamado “Desfile del Orgullo”. Entiendo que la parte de las carrozas (que ni siquiera llegué a ver, por cierto) sea un desfile, pero el resto no lo es, y el resto es más de la mitad (por lo menos) del Orgullo.
Yo, personalmente, voy a cualquier cosa menos a desfilar. De hecho, puede que grite consignas y baile frenéticamente, pero en cuanto aparece una cámara de dimensiones públicas, me agazapo cual animalillo asustado y salgo huyendo con el rabo (¿?) entre las piernas.
A pesar de que estaba reservada toda la Gran Vía (entre otras calles), hubo momentos en los que el espacio para “desfilar” no permitía el paso de más de cuatro o cinco personas. ¿Y por qué? Porque el resto estaba ocupado por unas seis, siete o incluso ocho filas de espectadores.
Por muy curtida en manifestaciones que esté, nunca había presenciado paradoja semejante: que el número de manifestantes que pasaban en ese momento por la calle (no digo en total… ¡sólo faltaría!) fuese inferior al número de espectadores. Como dijo alguien que caminaba cerca de mí (dando voz, sin duda, al clamor popular):
- Pero, ¿a qué coño están esperando? ¿A que les lancemos caramelos?
Y es que estas frases ilustran claramente la estupefacción que, por momentos, vivimos muchos, porque, más que en una manifestación, parecía que estábamos en la cabalgata de los Reyes Magos. Y lo digo con conocimiento de causa, porque también estoy muy curtida en cabalgatas.
La verdad es que yo respeto profundamente todo lo de las carrozas, los hombres travestidos y los osos enseñando orgullosamente sus barrigas. Lo respeto y, además, considero que han aportado al mundo una nueva manera de manifestarse, creando la manifestación-fiesta. El color, la música, la alegría y el buen rollo son una manera maravillosa de reivindicar tus derechos y de quejarte de lo que no te gusta. Inclusiva, pacifista, y por supuesto, muy mediática, lo cual creo que es sumamente inteligente.
Pero de ahí a convertirnos en una actividad más dentro del Parque Temático Gay de Madrid… ¡no, gracias! Por mucha visibilidad que aporte (ahora todo el mundo sabe que existimos, y no sólo que existimos, sino que somos legión), aporta también grandes peligros (existimos, sí, pero para muchos, somos una legión de monos de feria).
Como ejemplo diré que entre los espectadores había también muchos niños. Y yo me pregunto si cuando sus padres les animaron a ir al “desfile” lo hicieron diciendo “mira, hijo/a, he aquí unas personas injustamente discriminadas a lo largo de la Historia cuya dignidad debes respetar”, o más bien exclamando “¡mira cuántas locas, Panchito! ¡pásatelo bien mirando las plumas de colores, pero no te acerques demasiado, no vaya a ser que te pegue algo!”.
Por lo demás, sobra decir que la parte “desfile” aporta visibilidad específicamente gay en su mayoría, y que el hecho de disfrazarse de mujer no nos reivindica en absoluto, sino que nuevamente incide en lo colorista de la mujer como figura decorativa.
En resumidas cuentas, prefiero esto a cortar carreteras quemando neumáticos o a destrozar mobiliario urbano, pero tampoco me parece el modelo perfecto. A ver si el año que viene, menos europeo y más madrileño, tenemos un Orgullo mejor.
Encantada de estar ahí, siempre.
Para empezar, no me ha gustado nada que, desde las instituciones, se le haya llamado “Desfile del Orgullo”. Entiendo que la parte de las carrozas (que ni siquiera llegué a ver, por cierto) sea un desfile, pero el resto no lo es, y el resto es más de la mitad (por lo menos) del Orgullo.
Yo, personalmente, voy a cualquier cosa menos a desfilar. De hecho, puede que grite consignas y baile frenéticamente, pero en cuanto aparece una cámara de dimensiones públicas, me agazapo cual animalillo asustado y salgo huyendo con el rabo (¿?) entre las piernas.
A pesar de que estaba reservada toda la Gran Vía (entre otras calles), hubo momentos en los que el espacio para “desfilar” no permitía el paso de más de cuatro o cinco personas. ¿Y por qué? Porque el resto estaba ocupado por unas seis, siete o incluso ocho filas de espectadores.
Por muy curtida en manifestaciones que esté, nunca había presenciado paradoja semejante: que el número de manifestantes que pasaban en ese momento por la calle (no digo en total… ¡sólo faltaría!) fuese inferior al número de espectadores. Como dijo alguien que caminaba cerca de mí (dando voz, sin duda, al clamor popular):
- Pero, ¿a qué coño están esperando? ¿A que les lancemos caramelos?
Y es que estas frases ilustran claramente la estupefacción que, por momentos, vivimos muchos, porque, más que en una manifestación, parecía que estábamos en la cabalgata de los Reyes Magos. Y lo digo con conocimiento de causa, porque también estoy muy curtida en cabalgatas.
La verdad es que yo respeto profundamente todo lo de las carrozas, los hombres travestidos y los osos enseñando orgullosamente sus barrigas. Lo respeto y, además, considero que han aportado al mundo una nueva manera de manifestarse, creando la manifestación-fiesta. El color, la música, la alegría y el buen rollo son una manera maravillosa de reivindicar tus derechos y de quejarte de lo que no te gusta. Inclusiva, pacifista, y por supuesto, muy mediática, lo cual creo que es sumamente inteligente.
Pero de ahí a convertirnos en una actividad más dentro del Parque Temático Gay de Madrid… ¡no, gracias! Por mucha visibilidad que aporte (ahora todo el mundo sabe que existimos, y no sólo que existimos, sino que somos legión), aporta también grandes peligros (existimos, sí, pero para muchos, somos una legión de monos de feria).
Como ejemplo diré que entre los espectadores había también muchos niños. Y yo me pregunto si cuando sus padres les animaron a ir al “desfile” lo hicieron diciendo “mira, hijo/a, he aquí unas personas injustamente discriminadas a lo largo de la Historia cuya dignidad debes respetar”, o más bien exclamando “¡mira cuántas locas, Panchito! ¡pásatelo bien mirando las plumas de colores, pero no te acerques demasiado, no vaya a ser que te pegue algo!”.
Por lo demás, sobra decir que la parte “desfile” aporta visibilidad específicamente gay en su mayoría, y que el hecho de disfrazarse de mujer no nos reivindica en absoluto, sino que nuevamente incide en lo colorista de la mujer como figura decorativa.
En resumidas cuentas, prefiero esto a cortar carreteras quemando neumáticos o a destrozar mobiliario urbano, pero tampoco me parece el modelo perfecto. A ver si el año que viene, menos europeo y más madrileño, tenemos un Orgullo mejor.
Encantada de estar ahí, siempre.
3 comentarios:
Yo estuve allí. Era la primera vez que iba a la fiesta del orgullo y me gustó la experiencia. Me compré la bandera multicolor y me la até a la cintura antes de pegar saltos y bailar como una loca. Lo pasé genial. Pero ésta es sólo mi versión, fue así cómo lo viví: me divertí.
Al leer tu post me he dado cuenta de que hay algo más que diversión en esa fiesta... y estoy plenamente de acuerdo en todo lo que has dicho. No lo había pensado, supongo que porque era la novedad. Pero sí, tienes razón. Gracias por recordárnoslo.
Estoy de acuerdo contigo y pienso que nos queda un largo camino por andar, pero cualquier paso que se de por vacilante que sea, me parece un avance, ¡ojala! llegue un día en que los informativos, por ejemplo, en vez de sacar solo las plumas saquen también a las personas, me uno a tu deseo.
Sasha
Creo que el Orgullo es fiesta, y me parece estupendo que disfrutemos de ella. Pero también creo que el Orgullo es crítica, reivindicación, visibilidad, reclamación de nuestros derechos, de nuestra dignidad... y aunque eso también se hace (¡por supuesto!), siempre podemos quedarnos con las ganas de que se haga más y mejor.
Todavía hay mucho camino que andar, y lo importante es que estemos ahí para hacerlo.
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