Hubo un tiempo en mi vida en que me dediqué a visitar compulsivamente páginas webs de contenido homófobo. Fue breve pero intenso, y como excusa consciente, me dije a mí misma que era necesario conocer al enemigo para combatirlo. Sin embargo, hoy puedo admitir que una parte de mí albergaba la íntima esperanza de encontrar una explicación a “mi problema”. Lejos de explicaciones, no obstante, allí lo único que encontré fue una sarta interminable de memeces, que me permitió aceptar, al fin, la realidad de mi existencia, de mi injusta discriminación y de mi derecho a tener los mismos derechos que los demás.
Una vez comprendida, en cualquier caso, la experiencia resultó enriquecedora, aunque sólo sea desde el punto de vista discursivo. Y es que los argumentos utilizados sacaban sobresaliente en el sencillo arte de saltarse todas las reglas del pensar correcto.
Para empezar, la mayoría eran argumentos de fe: que si Dios piensa que tal, que si Dios dice que Pascual, etc. Estos argumentos fallan doblemente: primero, porque está por ver que Dios haya dicho todo lo que ponen en su boca (y también está por ver que la palabra de Dios no pueda ser reinterpretada 25 siglos después). Por otra parte, los argumentos de fe son lo que son: argumentos válidos sólo para los que tienen fe. Y quizá alguien debería recordar a quien los utiliza que los ateos somos ya hordas inconmensurables, y que a mí lo que Dios diga o deje de decir me importa bien poco, puesto que no lo considero un ser de mayor entidad que Don Quijote, pongamos por caso.
Otra sarta de argumentos caía en el despropósito de confundir la causa con el efecto. Al parecer, las personas homosexuales tenemos relaciones con personas de nuestro mismo sexo debido a nuestras malas experiencias con el sexo contrario. Dejando de lado la evidencia de que gran parte de las personas homosexuales nunca han tenido relaciones de pareja con el sexo contrario, y por tanto, no han podido tener malas experiencias (y por tanto, sólo con esa prueba ya se desmonta la teoría); este argumento comete el error de suponer que la homosexualidad es un efecto, cuando en realidad, es la madre de todas las causas. ¡Claro que muchos homosexuales hemos tenido experiencias nefastas con el otro sexo! ¡Por algo somos homosexuales! Y es que, para muchos, el camino hacia el descubrimiento de nuestra orientación sexual no ha seguido el atajo de la simple atracción por el mismo sexo, sino que se ha perdido en el laberinto del rechazo al sexo contrario, con toda la complejidad que eso conlleva. Sin embargo, los repetidos fracasos son precisamente lo que contribuye a hacernos ver hasta qué punto ya éramos homosexuales desde el principio, comprobando que no “nos volvimos” nada “raro” a posteriori.
Esta falacia se aplicaba también para explicar los presuntos “desarreglos psicológicos” provocados por nuestra “enfermedad”. Así, se decía que una de las causas de la homosexualidad era la baja autoestima, lo que nos conducía a tener relaciones sexuales con personas de nuestro mismo sexo por el hecho de no atrevernos a tenerlas con personas del sexo contrario. Dejando de lado, nuevamente, la evidencia de que la autoestima es una clara consecuencia de la discriminación sangrante a las que nos somete la sociedad; me pregunto si los autores de una teoría tan sobresaliente se habrán llegado a plantear alguna vez para tener relaciones con quién se necesita más autoestima. Desde luego, cualquier homosexual puede reconocer que tener relaciones heterosexuales es más fácil a casi todos los efectos, y que la verdadera fuerza, la verdadera autoestima, hay que sacarla a relucir cuando se quiere tener una relación tan prohibida y denigrada como la homosexual.
La sarta de estupideces seguía interminablemente, pero desmontarla era tan fácil como aprender a sumar. Resulta doloroso, no obstante, comprobar que es este tipo de ideas absurdas lo que provoca la muerte, el encarcelamiento y el sufrimiento de por vida a millones de personas en todo el mundo; el lado positivo, creo, es conservar la esperanza en que cualquier sociedad mínimamente civilizada habrá de ser capaz de ver lo inservible de estos razonamientos, y por tanto, con el tiempo iremos viendo caer, una a una, todas las discriminaciones que sufrimos.
O, al menos, eso es lo que estoy encantada de pensar.
Una vez comprendida, en cualquier caso, la experiencia resultó enriquecedora, aunque sólo sea desde el punto de vista discursivo. Y es que los argumentos utilizados sacaban sobresaliente en el sencillo arte de saltarse todas las reglas del pensar correcto.
Para empezar, la mayoría eran argumentos de fe: que si Dios piensa que tal, que si Dios dice que Pascual, etc. Estos argumentos fallan doblemente: primero, porque está por ver que Dios haya dicho todo lo que ponen en su boca (y también está por ver que la palabra de Dios no pueda ser reinterpretada 25 siglos después). Por otra parte, los argumentos de fe son lo que son: argumentos válidos sólo para los que tienen fe. Y quizá alguien debería recordar a quien los utiliza que los ateos somos ya hordas inconmensurables, y que a mí lo que Dios diga o deje de decir me importa bien poco, puesto que no lo considero un ser de mayor entidad que Don Quijote, pongamos por caso.
Otra sarta de argumentos caía en el despropósito de confundir la causa con el efecto. Al parecer, las personas homosexuales tenemos relaciones con personas de nuestro mismo sexo debido a nuestras malas experiencias con el sexo contrario. Dejando de lado la evidencia de que gran parte de las personas homosexuales nunca han tenido relaciones de pareja con el sexo contrario, y por tanto, no han podido tener malas experiencias (y por tanto, sólo con esa prueba ya se desmonta la teoría); este argumento comete el error de suponer que la homosexualidad es un efecto, cuando en realidad, es la madre de todas las causas. ¡Claro que muchos homosexuales hemos tenido experiencias nefastas con el otro sexo! ¡Por algo somos homosexuales! Y es que, para muchos, el camino hacia el descubrimiento de nuestra orientación sexual no ha seguido el atajo de la simple atracción por el mismo sexo, sino que se ha perdido en el laberinto del rechazo al sexo contrario, con toda la complejidad que eso conlleva. Sin embargo, los repetidos fracasos son precisamente lo que contribuye a hacernos ver hasta qué punto ya éramos homosexuales desde el principio, comprobando que no “nos volvimos” nada “raro” a posteriori.
Esta falacia se aplicaba también para explicar los presuntos “desarreglos psicológicos” provocados por nuestra “enfermedad”. Así, se decía que una de las causas de la homosexualidad era la baja autoestima, lo que nos conducía a tener relaciones sexuales con personas de nuestro mismo sexo por el hecho de no atrevernos a tenerlas con personas del sexo contrario. Dejando de lado, nuevamente, la evidencia de que la autoestima es una clara consecuencia de la discriminación sangrante a las que nos somete la sociedad; me pregunto si los autores de una teoría tan sobresaliente se habrán llegado a plantear alguna vez para tener relaciones con quién se necesita más autoestima. Desde luego, cualquier homosexual puede reconocer que tener relaciones heterosexuales es más fácil a casi todos los efectos, y que la verdadera fuerza, la verdadera autoestima, hay que sacarla a relucir cuando se quiere tener una relación tan prohibida y denigrada como la homosexual.
La sarta de estupideces seguía interminablemente, pero desmontarla era tan fácil como aprender a sumar. Resulta doloroso, no obstante, comprobar que es este tipo de ideas absurdas lo que provoca la muerte, el encarcelamiento y el sufrimiento de por vida a millones de personas en todo el mundo; el lado positivo, creo, es conservar la esperanza en que cualquier sociedad mínimamente civilizada habrá de ser capaz de ver lo inservible de estos razonamientos, y por tanto, con el tiempo iremos viendo caer, una a una, todas las discriminaciones que sufrimos.
O, al menos, eso es lo que estoy encantada de pensar.
4 comentarios:
Me gusta mucho cómo desmontas los argumentos que se suelen dar contra la homosexualidad demostrando que son falacias. A mí se me ocurre otra más: cuando se rechaza la homosexualidad sosteniendo que va en contra de la naturaleza. En este caso se incurre en la falacia ad populum, que consiste en apelar a los prejuicios del auditorio sin dar más argumentos para defender una tesis. En este caso el prejuicio está en dar por hecho que lo natural es la relación amorosa entre hombre y mujer. Besos.
admiro mucho tu optimismo... yo ya no lo tengo...
será la edad? ;-)
hablando en serio, a mí también me da por escuchar, o leer opiniones totalmente contrarias a las mías... no sólo a nivel orientación sexual sino en todas mis áreas de interés... no es masoquismo, sino una especie de recordatorio dinámico que voy pegando en mi cabeza, a manera de post it vivos, que me dicen justamente que la gente común no piensa como yo, que la mayoría directamente no piensa sino que repite las ideas que otros quieren que repitan, y que el enemigo sigue vivo, me atrevería a decir... en muy buen estado de salud
bsos
¡¿Cómo he podido olvidarme del argumento de que la homosexualidad va en contra de las leyes de la Naturaleza?! Es el más manido, y a la vez, el más falso... no hace falta ni retórica para contradecirlo: sólamente observar lo bien que se lo pasan los animales, sin discriminaciones y con toda naturalidad.
La verdad es que me cansa bastante escuchar las opiniones ajenas, no consigo verlas simplemente como otra opinión cuando por su causa sufro tanto. Prefiero aislarme de ellas, y utilizarlas sólo para revisar mi propio pensamiento y hacerlo más fuerte.
Pero de vez en cuando, sin atracones :)
Frente a mucha violencia gratuita hacia las personas homosexuales y al ensordecedor silencio del mundo, apetecemos la necesidad, como cristianos procedentes de muchas confesiones y caminos de fe, de hacer algo, ciertamente no queremos callarnos.
He aquí porque nos encontraremos viernes el 4 de abril de 2008 en numerosas ciudades de Italia para celebrar muchas Velas de oracion, para recordar a las víctimas de la homofobia y quebrantar con nuestro testimonio el muro de silencio e incomodidad que a menudo hay en nuestras iglesias y en nuestra sociedad sobre este grave problema.
Necesita decidir si, como cristianos, siguamos a callarnos ….
Para mayores informaciones visita el sitio internet http://inveglia.wordpress.com/espanol/
Publicar un comentario