lunes, 21 de mayo de 2012

Mi deseo de ser madre


La maternidad siempre ha sido uno de los pocos hitos en la vida de una mujer ante el que no he sentido rechazo. Cuando era pequeña, me horrorizaban ideas como tener un marido o casarme de blanco; pero tener hijos, no. Tener hijos siempre me pareció deseable.

De pequeña, sin embargo, sentía aversión hacia los muñecos que semejaban un bebé y hacia toda su parafernalia, especialmente si era de color rosa. Así que me formé una familia compuesta por peluches, que cumplían a la perfección su papel de vástagos. Mis peluches tenían edades diferentes y la mayoría se sabían cuidar solos, excepto un pequeño osito de color verde pistacho que me llevaba al colegio para poder tenerlo controlado.

Todos los días lo vestía y envolvía en una mantita de bebé (heredada de un nenuco que pasó por mis manos sin pena ni gloria), para después esconderlo en el fondo de mi mochila. No le contaba a nadie que me llevaba a mi pequeño a clase porque consideraba que eso a nadie le importaba. Lo único importante era que el osito tenía una madre trabajadora que conciliaba su vida familiar y laboral como mejor se le ocurría. Recuerdo perfectamente cómo abría mi mochila disimuladamente mientras el profe explicaba y me aseguraba de que mi osito estaba bien; satisfecha con la comprobación, continuaba atendiendo tranquilamente.

Durante la adolescencia, mi deseo de ser madre se vio exacerbado. Todos los chicos que me gustaban eran "los futuros padres de mis hijos". No existía película romántica para mí si al final no comían perdices y la chica se quedaba embarazada. Parte de mi identidad se fue forjando bajo la idea de formar "un equipo de fútbol". Deseaba estar embarazada, fantaseaba frecuentemente con ello, lo quería en mi vida cuanto antes. Mis amigas, conocedoras de estas ideas peregrinas, me tomaban por loca.

Yo también me tomé por loca el día que empecé a tener relaciones sexuales con mi ex-novio y el amor de madre se vio superado por el pánico a serlo. La idea de quedarme embarazada me aterraba, vivía cada retraso (imaginarios todos) con auténtica agonía y la posibilidad de tener un bebé mientras estudiaba me hizo plantearme por primera vez acudir al aborto, algo que hasta entonces había jurado que nunca haría. Por todo ello decidí que la maternidad estaba muy bien, sí, pero a su debido tiempo.

Mi nueva racionalidad, sin embargo, se rompió en mil pedazos cuando descubrí que era lesbiana. Fue tal el terremoto que sacudió mi existencia, tales los nuevos retos a los que debía enfrentarme sin preparación alguna, que la maternidad se vio forzosamente desplazada a un segundo plano. Recuerdo cómo una amiga de la infancia me preguntaba por aquel entonces si todavía quería ser madre. "¿Madre yo?", le respondí. "Lo dudo mucho".

A medida que las aguas han ido volviendo a su cauce, no obstante, la maternidad ha vuelto a llamar a mi puerta. Primero fue una llamada suave, un mero recordatorio de su posibilidad. Poco a poco, sin embargo, su voz se fue haciendo más fuerte; sus golpes en la puerta, también. Hasta que ha dejado de conformarse con esperar en el quicio, traspasando el umbral y gritándome en el oído que existe, que ha venido para quedarse y que no se piensa marchar.

Y aunque no es un buen momento para tener hijos, aunque mi mente sabe que aún habré de esperar; mi cuerpo lo busca, mi alma lo anhela y mi corazón no se conforma. Por ello he decidido iniciar el camino, dándole nombre primero, para no romperme por dentro ante la posibilidad de ser y no ser.

Como todos los caminos, se sabe cómo empieza, pero no dónde irá a parar.
Una incertidumbre que estoy dispuesta a asumir encantada.

domingo, 20 de mayo de 2012

Legalización del matrimonio igualitario en la UE


Navegando por la red me he encontrado con esta iniciativa de recogida de firmas para pedir la legalización del matrimonio igualitario en toda la Unión Europea. Tengo la sensación de que no es una iniciativa muy conocida, pues apenas ha recogido adhesiones; sin embargo, a mí me ha resultado interesante, así que he añadido mi firma. Si a ti también te lo parece, rellena la petición y ya tendremos otra más.

Encantada.

lunes, 14 de mayo de 2012

Cinco años ENCANTADA


Según se iba acercando el quinto aniversario de mi blog, me ha dado por hacerme la pregunta de cuántos años puede vivir uno de estos inventos. Durante este tiempo he visto nacer, crecer y extinguirse muchas otras bitácoras; algunas han cambiado varias veces de emplazamiento; otras han restringido su lectura; muchas languidecen. Y yo, que también he pensando en cambiar, que he languidecido durante meses, me cuestiono si un blog tiene fecha de caducidad, y si la tiene, a qué se debe.

Se me ocurren dos respuestas. La primera es que los blogs suelen ser temáticos. Un blog de cocina, de pintura, de encaje de bolillos... tiene fecha de caducidad porque la pasión por un solo tema termina decayendo. No es que una deje de interesarse por él, pero sí deja de apetecerle escribir sobre él. Yo misma me he hartado por momentos de escribir como lesbiana, y he pensado en restringirme y ampliarme, aunque finalmente haya desechado la idea.

Otra respuesta tiene que ver con el número de entradas que se publican. Algunas blogueras a las que leo escriben a un ritmo frenético; lo cual, desde el punto de vista de sus lectoras, es estupendo: siempre tienes algo nuevo que leer y comentar, toda una delicia. Si no lo haces, además, pierdes adeptas, e incluso recibes broncas: yo he llegado a encontrarme en mi correo con algún que otro email en el que se me llamaba la atención por tener desatendidas a mis seguidoras.

Sin embargo, ¿es posible mantener ese ritmo? Por lo que he podido observar en los blogs que sigo, la respuesta es que no. Es posible mantenerlo durante un tiempo, pero la mayoría de las blogueras hiperactivas (lo digo desde la admiración) o bien se toman descansos, o bien reducen el drásticamente el número de entradas que publican pasado un tiempo. Supongo que el furor bloguero tiene su momento: cuando yo empecé a escribir mi primer blog, casi todo lo que me pasaba me parecía apto para escribir una entrada; con el tiempo, sin embargo, me cansé de convertir cualquier experiencia en carne para blog.

No obstante, del mismo modo que encuentro respuestas para explicar por qué algunos blogs tienen sus días contados, también se me ocurren algunas claves para su supervivencia: elegir un tema amplio, permitir colaboraciones o incluso escribirlo entre varias personas, publicar con una frecuencia moderada y, sobre todo, el apoyo de los lectores. Esto último me parece un aspecto de gran relevancia, que daría para escribir otra entrada más.

En cualquier caso, ¿es mejor un blog porque el mero hecho de durar más años? Yo creo que no. Hay blogs que dejaron de publicarse hace tiempo y que atesoran un valor difícil de superar (como el blog de Cultura lesbiana, un punto de partida y encuentro para muchas de las que seguimos escribiendo por aquí). Igual que un libro tiene principio y final, ¿por qué no lo iba a tener un blog?

Y hablando del final, ¿tienen los blogs un número de entradas o caracteres limitados? ¿Existe un espacio disponible para cada blog, que pudiera llegar a ser completamente ocupado? A esto sí que no sé responder; considerando mi ritmo de publicación, creo que tardaría en comprobarlo por mí misma, al menos, otros cinco años más.

Encantada.

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