miércoles, 24 de septiembre de 2008

A trompicones

La primera vez que me llamé a mí misma lesbiana iba en un avión.

Desde hacía algunos meses, varios acontecimientos, quién sabe si fortuitos, estaban ayudando a que algo en mi interior se desperezase lentamente, frotándose los ojos, estirando los brazos, bostezando y dándose los buenos días:

− Eres lesbiana.

Aunque nunca me lo había planteado seriamente, por más que sospechase, la primera vez que me lo dije sonó natural. Fue como si en una partida de Tetris todas las piezas cayesen a la vez y encajaran. Algo en mi cerebro hizo “clic”, un “clic” muy suave, delicado, nada parecido a un terremoto, y eso fue todo. Después miré a un par de chicas mientras corría para no perder el avión siguiente, y lo comprobé. Estaba claro. No tenía ninguna explicación lógica pero así era. Y tal vez siempre había sido así.

La segunda vez que me llamé a mí misma lesbiana participaba en una terapia de grupo.

Habían pasado muchos meses y la intuición dejó paso, poco a poco, a la razón. Tratar de explicar y de explicarme me había hecho dudar de lo que en mi interior parecía comprobado. No tenía respuestas para casi nada, sólo podía repetir que era así y que estaba bien, pero fue difícil resistir y la falta de argumentos hizo que mis intuiciones sucumbieran. Las condiciones de los demás se impusieron y tuve que renunciar a mi nombre, el que yo misma me había dado, a cambio de absolutamente nada, aparte de la confusión y la inseguridad.

Así que allí estaba yo, en un grupo de lesbianas sin considerarme yo misma lesbiana, porque no podía, porque no cumplía las condiciones que otros me habían dicho que tenía que cumplir, porque llamarme lesbiana no era lógico y sólo lo lógico tiene cabida en un mundo como el nuestro. Pero aquel día fue diferente, sentí náuseas y ganas de llorar, algo quería escaparse de mis adentros y no tenía tiempo que perder.

− Soy lesbiana.

Lo dije con un hilo de voz. Me lo dije a mí misma por segunda vez y se lo confirmé a los demás. Entonces mis compañeras me aplaudieron y yo sonreí.

Porque eso es lo importante. Más alto o más bajo, más seguras o sin ninguna seguridad, ponednos el nombre que nostras elijamos y sonreír.

Encantada.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Catálogo de obviedades

Últimamente he leído varias opiniones que circulan por la red (y por lo que no es la red, obviamente) llenas de prejuicios hacia la alimentación vegetariana. En ellas, se acusa a esta dieta de elitista y cara, y a los vegetarianos, de seres artificiales que no podrían vivir sin esas delicatessen que constituyen tanto las tiendas vegetarianas como la comida vegetariana. Muchos de los que suscriben dichas opiniones terminan amenazando con que se comerán un buen filete en cuanto apaguen el ordenador, lo cual me provocaría mucha risa si no fuera tan patético. El caso es que me apetecía dejar algunas cosas claras; cosas que, sorprendentemente, parece que no resultan la obviedad que son para un número vergonzoso de personas.

En primer lugar, a algunos les gustará saber que las presuntas “tiendas vegetarianas” no existen. O a lo mejor soy yo, que no las encuentro. En cualquier caso, lo que yo entiendo es que esa expresión, “tiendas vegetarianas”, hace referencia a determinadas zonas de los supermercados (normalmente etiquetadas como “dietética”), a los herbolarios y a las tiendas de productos ecológicos. Y ninguno de estos lugares es exclusivo para vegetarianos; de hecho, los vegetarianos son minoría al menos en los dos primeros. Y lo digo con conocimiento de causa, porque se pasa una vergüenza muy grande mientras se revuelve entre un montón de preparados para adelgazar buscando algo que se parezca a una hamburguesa de soja, sobre todo cuando la gente se para a mirarte con cara de “mírala, tan delgadita y preocupada por el peso, ¡adónde vamos a llegar!”.

Por otro lado, por más que los vegetarianos puedan ser la clientela principal de los productos ecológicos (cosa que no aseguro, sobre todo teniendo en cuenta que también existe carne de producción ecológica, por ejemplo), ni estos ni los lugares donde se venden (que a veces no son más que simples estanterías dispersas en un supermercado cualquiera) resultan excluyentes: cualquier persona que no sea vegetariana puede optar por comprar productos ecológicos por otros motivos, como la salud o la defensa del medio ambiente.

En fin, que para ser una élite, parece que se mezclan bastante con la chusma.

En cuanto a la comida vegetariana, esta tampoco existe. La denominación se usa, sí, pero por pura comodidad, porque los platos que la constituyen se encuentran dispersos a lo largo y ancho de las dietas omnívoras de todo el mundo. De hecho, poca gente consideraría que cuando se toma un gazpacho, un revuelto de setas al ajillo, unos jalapeños o unos espaguetis al pesto está comiendo “comida vegetariana”. Sin embargo, en cualquier recetario de comida vegetariana o en el menú de un restaurante vegetariano son esos y no otros platos exotiquísimos y muy raros (que no estaría mal probar tampoco) los que se van a encontrar. Es decir, que cualquier plato etiquetado como “vegetariano” puede ser ingerido y de hecho lo es por cualquier persona no vegetariana; la diferencia es que las personas vegetarianas sólo ingieren esos y no otros que sí forman parte de la dieta omnívora.

Resumiendo, ¿quién excluye a quién?

Y en cuanto a la idea de que ser vegetariano sale caro, considero que cualquiera que se adhiera a tremenda opinión no tiene ni idea, bien de qué es ser vegetariano, bien del precio de la comida. En la dieta vegetariana, se elimina la parte de la pirámide alimentaria que corresponde a los productos de origen animal. Esta parte se sitúa en la zona superior, lo que quiere decir que es relativamente pequeña y que en ningún caso constituye la base de ninguna dieta. En el caso de la vegetariana, los aportes nutricionales de esta zona que se elimina se consiguen ensanchando, principalmente, la base de la pirámide, compuesta por los cereales y las legumbres. Que mucha gente no sepa que deberíamos alimentarnos sobre todo de cereales y legumbres y no de filetazos, y que de hecho los filetazos causan graves problemas de salud, es algo que demuestra la calidad de nuestros conocimientos sobre nutrición. Por no hablar de los que piensan que los vegetarianos sólo comen lechuga; y es que, si a alguien le llama la atención la cantidad de vegetales que comen los vegetarianos, es porque los filetazos no le dejan ver los que él mismo debería estar ingiriendo por el bien de sus arterias.

Pero a lo que íbamos. Cuando una persona vegetariana sustituye la carne y el pescado por otros alimentos, como las legumbres, ahorra. Supongo que nadie podrá discutir que un plato cuyo ingrediente principal sea la carne, cualquier carne, tiene que ser necesariamente más caro que un plato cuyo ingrediente principal sean, por ejemplo, las lentejas o la pasta. A iguales condimentos, menor precio de este último. Sí que es verdad que algunos productos pueden resultar comparativamente más caros que los más baratos de su clase (por ejemplo, las salchichas de carne frente a las salchichas de tofu), pero la realidad es que los vegetarianos no se alimentan a base de ellos, ya que constituyen un complemento, un capricho o algo simplemente inexistente. Y con el dinero que se ahorran en cada comida, bien pueden permitirse algún que otro extra. E incluso aunque no lo hicieran: tal y como ocurre con el comercio justo, aunque se pague más, se ahorra. Se ahorra en sufrimiento, en explotación, en degradación del medio ambiente, en enfermedades y en mala conciencia.

A cada cual con la suya, claro está.

De todas formas, es que me hace gracia. Cuando hay una crisis alimentaria (es decir, todos los días, a todas horas, ahora mismo), ¿qué cargan en los camiones de ayuda humanitaria? ¿Filetazos? ¿O maíz, mijo, soja y similares? ¿Y por qué lo hacen? ¿Porque son así de desprendidos? Obviamente, no: porque una dieta vegetariana es la única que se pueden permitir millones de personas en todo el mundo, la única que la humanidad se ha podido permitir a lo largo de la mayor parte de su historia, y la que muchas personas eligen como opción personal, contribuyendo a un mundo más justo, más sostenible, más humanitario, más solidario, y tantas otras cosas.

Todo ello sin negar que snobs gilipollas hay en todas partes, y entre los vegetarianos también.

Y en cuanto a la artificialidad de la dieta vegetariana, o la presunta dependencia de los productos preparados, seré breve: si ahora mismo desaparecieran todos los mercados del mundo y nos encontrásemos en una selva, sería más fácil comer fruta o raíces que un buen asado de lo que fuera. Dependientes somos todos, porque así es el mundo que nos hemos creado. La mayor parte de la gente que come jamón ibérico no tiene ni idea de en qué consiste el proceso de curado, ni muchos de los que se deleitan una hamburguesa de soja podrían cocinarla a partir de sus ingredientes. O sí, porque un gran número de vegetarianos están muy concienciados en lo que se refiere a cocina tradicional, evitan comprar productos preparados y son excelentes cocineros. Pero aunque no fuera así, daría igual: vegetarianos u omnívoros, todos compramos en el mercado sin tener la más mínima idea de muchas cosas. Porque eso no depende de lo que compre y coma cada uno, es algo más.

De cualquier modo, y tras esta lista de obviedades, lo que me sigo preguntando es: ¿por qué hay personas que se meten en páginas sobre vegetarianismo cuando es un tema que no les interesa, y encima, van y opinan? ¿Por qué se dedican a visitar blogs, foros y demás solo para insultar y decir memeces? A mí es que no me cabe en la cabeza. Por ahí hay millones de páginas sobre temas que aborrezco y jamás me he dedicado a faltar al respeto a los que las mantienen, por más que muchos no merezcan ni el más mínimo respeto. Cuando uno tiene una idea, creo que debe compartirla, explicarla, publicitarla si lo desea, pero no usarla para atacar, porque cuando eso ocurre, la idea, sea cual sea, pierde toda su validez. Si alguien quiere hacer una página de “¡Viva la carne!” (que seguro que ya existe), que la haga: muchos no entraremos y eso será todo. Nadie se pegará con nadie y, con un poco de suerte, el tiempo pasará y dará la razón a quien la merezca.

Así funcionan las cosas. O mejor: así deberían funcionar.

Y yo estaría encantada.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El origen de las lesbianas (I)

Es preciso que conozcáis la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente.

En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos.

En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en su totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros, que entonces eran ocho.

Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro.

Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses: intentaron subir hasta el cielo para atacarlos. Entonces, Zeus y los demás dioses deliberaron sobre qué debían hacer con ellos, porque no podían matarlos y exterminar su linaje, pues entonces se les habrían esfumado también los honores que recibían, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente, dijo, al fin, Zeus: “Me parece que tengo el medio de cómo podrán seguir existiendo y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo los cortaré en dos mitades”.

Así pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad, se juntaba con ella, y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros.

Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana.

En consecuencia cuantos hombres son sección de aquel ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino, son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras.

Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden las lesbianas.

Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones; estos son los mejores entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos.

Por consiguiente, cuando se encuentran con aquella auténtica mitad de sí mismos, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento. Estos son los que aparecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir realmente unos de otros. Es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente. Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: “¿Qué es, realmente, lo que queréis conseguir uno del otro?”, y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: “¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y si estaréis contentos si lo conseguís”. Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo los dos, juntándose y fundiéndose con el amado.

Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia,
el nombre para el deseo y persecución de esta integridad.

Yo me estoy refiriendo a todos, hombres y mujeres, cuando digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza. Y si esto es lo mejor, necesariamente también será lo mejor lo que, en las actuales circunstancias, se acerque más a esto, a saber, encontrar
un amado que por naturaleza responda a nuestras aspiraciones.

Por consiguiente, si celebramos al dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos procura los mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro las mayores esperanzas de que nos hará dichosos y plenamente felices, tras restablecernos en nuestra antigua naturaleza y curarnos.



Extracto de lo relatado por Aristófanes en El Banquete de Platón.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cachorro

El otro día estuvimos viendo la película de “Cachorro”, muy recomendable para cualquier persona, homosexual o no, interesada o no en la homoparentalidad, que guste de confrontar sus propios prejuicios y asomarse a un mundo diferente.

Yo empecé a verla convencida de que sería un agradable paseo por una experiencia de paternidad gay, un par de horas llenas de escenas reforzadoras y divertidas que mostrarían cómo las personas homosexuales no sólo somos perfectamente capaces de tener hijos, sino que lo hacemos la mar de bien.

Sin embargo, mucho de lo que esperé encontrar no lo encontré, hallando a cambio un puñado de ideas sobre lo que tal vez sea realmente la vida y un par de tironcitos de orejas para mis prejuicios, algo que siempre se agradece.

Me gustó porque, en primer lugar, los gays que aparecen son osos, un grupo que no suele ser el más representado en los medios de comunicación, por más que sepamos que “haberlos, haylos”, igual que las lesbianas. En principio, me resultaron diferentes, pero después me fui dando cuenta de que tal vez la diferencia que yo valoraba, creía haber encontrado y finalmente no encontré, no era más que un prejuicio sobre el ambiente gay, la promiscuidad, los cuartos oscuros y los chaperos. Es decir: no, hay muchas cosas que no entiendo, pero quizá sean así y ya está.

En segundo lugar, me encantó que el protagonista y uno de sus amigos se dedicaran a dos de los campos profesionales donde creo que la homofobia está más arraigada: la medicina y la educación. Y me encantó porque normalmente los gays y lesbianas que salen en las películas se suelen dedicar a profesiones más “asépticas”, intelectuales, comerciales, artistas, publicistas, donde siempre parecen apuntar un puntito pero sin que se produzca el suficiente contacto para que le peguen su homosexualidad a nadie. Sin embargo, ya va siendo hora de que muchos homófobos que duermen tranquilos pensando que su vida es “homo-free” se vayan enterando de que el que ginecólogo de su mujer o la maestra de su niño son homosexuales.

Por otro lado, esta peli me hizo pensar sobre la manera en que creemos que es mejor educar a los niños y cómo muchas veces no tenemos ni idea de lo que son ni de lo que necesitan. Al principio, la madre del chaval no parece más que una locata hippy que vive en una cueva y que obliga a su hijo a vestir de una forma muy rara y a hacer cosas que no se corresponden con su edad, como cocinar o liar porros, además de dar por hecho que será gay de mayor y tratarle como tal. Cuando llega a casa de su tío para pasar unas vacaciones, él le empieza a enseñar como cualquiera cree que se debe enseñar a un niño: le viste con vaqueros, le da a leer tebeos para niños, le lleva al parque de atracciones, le impone unos horarios, no deja que nadie dé por hecho que es gay ni que se fumen porros en su presencia, etc. Confesaré que durante los primeros tres cuartos de hora yo estaba encantada con esta visión tan maniquea (¡vergüenza habría de darme!), pero poco a poco, la trama se va complicando y te vas dando cuenta de que la vida no es tan sencilla, de que las soluciones que parecen más inoportunas pueden llegar a ser las más útiles, y de que tenemos una visión muy equivocada de las capacidades de los niños. En este caso, resulta sorprendente (pero muy obvio después cuando lo piensas) la manera tan natural con la que el niño asume la realidad de la vida, una realidad difícil que su madre nunca le ocultó, transmitiéndole información clara, sencilla y sin dramas, gracias a lo cual el niño es capaz de enfrentarse de una forma mucho más madura a los problemas que las personas que se creían en el deber de protegerlo mintiéndole y ocultándole una información que él no sólo conocía sino que asumía con serenidad.

En fin, una peli que te hace replantearte lo políticamente correcto y que deja en el aire la sensación molesta pero inspiradora de que quizá estemos muy equivocados sobre muchas cosas que son muy distintas en realidad a la manera en la que las pensamos.

¿Se podría pedir más?

Encantada.

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