Dedicado a A. Daniela, que tan amablemente
me incluyó en el club de futuras mamás.
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Supongo que tener dudas ante una decisión tan importante y evidentemente definitiva como tener hijos implica más una toma de conciencia ante la magnitud del acontecimiento que algún tipo de señal trascendente que nos avisa de que no se debe ser madre si en algún momento del proceso se dudó. O al menos, esa es mi visión después de reconciliarme con mis propios recelos. Y una de las maneras que me han ayudado a hacerlo ha sido darme cuenta de que, antes de tomar la decisión de tener hijos, ya tomé muchas otras decisiones que los implicaban.
Algunas son decisiones que podríamos denominar estructurales, como por ejemplo, escoger mi profesión y la manera en la que la desempeño. Aparte de que siempre me sentí inclinada a ella, y aunque mis aptitudes también apuntaban en la misma dirección, he de reconocer que, si he buscado la seguridad y la flexibilidad en mi trabajo ha sido porque, desde muy joven, tenía clarísimo que no quería que nada ni nadie coartase mi maternidad.
Y es que la experiencia de las mujeres de mi alrededor me había enseñado que la carrera profesional y el desarrollo de la maternidad suelen estar reñidos. Por eso yo, que tenía la intención de crear una familia numerosa, traté por todos los medios de conseguir un trabajo que me permitiera a mí elegir cuándo y cómo tener a cada uno de mis hijos, sin miedo al despido o a las trabas en la promoción profesional. Y aunque hoy me planteo si mi trabajo me permite el desarrollo de muchas de mis inquietudes, si es suficiente para mi realización personal y profesional, reconozco que, al menos en lo tocante a la maternidad, es estupendo.
Otras decisiones pueden considerarse coyunturales, pero no por ello menos importantes: por ejemplo, la elección del coche que me vi obligada a comprar cuando mi precioso primer bólido quedó inutilizable. Todo el mundo me aconsejaba que me comprase un modelo pequeño, manejable, de ciudad, de mujer. Pero mi autoconcepción de cabeza de familia me impedía pensar en un coche que no pudiera ser calificado, aunque fuera discretamente, de familiar. Por eso, cuando fui a ver el que sería mi futuro coche, no me decidí a comprarlo hasta que no abrí una de las puertas traseras, imaginé un par de sillitas de niño en los asientos, y supe que aquel podía ser el coche de una mamá.
Y aunque estas decisiones pertenecen al pasado, y que se podría argumentar, por tanto, que no implican que hoy en día, después de mis muchas dudas y mi toma de conciencia, todavía quiera ser madre, resulta que mi maternidad potencial sigue condicionando muchas otras decisiones presentes y futuras de gran calado, como por ejemplo, la compra de una casa.
Cuando mi novia y yo decidimos vivir juntas, los criterios que utilizamos para buscar un piso sólo tenían que ver con nosotras: que fuera barato, legal, que tuviera una habitación de estudio, que nos pillara bien a alguna de las dos para ir al trabajo, que tuviera el metro cerca para poder ir al centro, etc. Sin embargo, los que ahora me obsesionan cada vez que buscamos una nueva vivienda no se parecen en nada a aquellos: que tenga colegios cerca, que tenga parques, que se pueda practicar deportes en las inmediaciones, que resulte lo más acogedor posible para una familia homoparental... En fin: nada que me hubiera importado si la casa fuera sólo para nosotras dos.
Por eso creo que, a pesar de mis dudas, lo que me planteo y me replanteo, los impedimentos de alrededor, las dificultades, el miedo... muchas decisiones en mi vida ya han preparado el camino para que algún día sea lo único que mis hijos necesitan que yo sea: su mamá.
Encantada.
Algunas son decisiones que podríamos denominar estructurales, como por ejemplo, escoger mi profesión y la manera en la que la desempeño. Aparte de que siempre me sentí inclinada a ella, y aunque mis aptitudes también apuntaban en la misma dirección, he de reconocer que, si he buscado la seguridad y la flexibilidad en mi trabajo ha sido porque, desde muy joven, tenía clarísimo que no quería que nada ni nadie coartase mi maternidad.
Y es que la experiencia de las mujeres de mi alrededor me había enseñado que la carrera profesional y el desarrollo de la maternidad suelen estar reñidos. Por eso yo, que tenía la intención de crear una familia numerosa, traté por todos los medios de conseguir un trabajo que me permitiera a mí elegir cuándo y cómo tener a cada uno de mis hijos, sin miedo al despido o a las trabas en la promoción profesional. Y aunque hoy me planteo si mi trabajo me permite el desarrollo de muchas de mis inquietudes, si es suficiente para mi realización personal y profesional, reconozco que, al menos en lo tocante a la maternidad, es estupendo.
Otras decisiones pueden considerarse coyunturales, pero no por ello menos importantes: por ejemplo, la elección del coche que me vi obligada a comprar cuando mi precioso primer bólido quedó inutilizable. Todo el mundo me aconsejaba que me comprase un modelo pequeño, manejable, de ciudad, de mujer. Pero mi autoconcepción de cabeza de familia me impedía pensar en un coche que no pudiera ser calificado, aunque fuera discretamente, de familiar. Por eso, cuando fui a ver el que sería mi futuro coche, no me decidí a comprarlo hasta que no abrí una de las puertas traseras, imaginé un par de sillitas de niño en los asientos, y supe que aquel podía ser el coche de una mamá.
Y aunque estas decisiones pertenecen al pasado, y que se podría argumentar, por tanto, que no implican que hoy en día, después de mis muchas dudas y mi toma de conciencia, todavía quiera ser madre, resulta que mi maternidad potencial sigue condicionando muchas otras decisiones presentes y futuras de gran calado, como por ejemplo, la compra de una casa.
Cuando mi novia y yo decidimos vivir juntas, los criterios que utilizamos para buscar un piso sólo tenían que ver con nosotras: que fuera barato, legal, que tuviera una habitación de estudio, que nos pillara bien a alguna de las dos para ir al trabajo, que tuviera el metro cerca para poder ir al centro, etc. Sin embargo, los que ahora me obsesionan cada vez que buscamos una nueva vivienda no se parecen en nada a aquellos: que tenga colegios cerca, que tenga parques, que se pueda practicar deportes en las inmediaciones, que resulte lo más acogedor posible para una familia homoparental... En fin: nada que me hubiera importado si la casa fuera sólo para nosotras dos.
Por eso creo que, a pesar de mis dudas, lo que me planteo y me replanteo, los impedimentos de alrededor, las dificultades, el miedo... muchas decisiones en mi vida ya han preparado el camino para que algún día sea lo único que mis hijos necesitan que yo sea: su mamá.
Encantada.
4 comentarios:
Ahhh, qué bueno leer estas cosas!!! Se ve con claridad que hay estabilidad, crecimiento.
Mis mejores deseos para estos proyectos.
mmm creo que vas a ser una estupenda mamá, y a todas estas cuántos hijos quieres tener? que maravilla!
Gracias por la dedicatoria, deje en mi blog la respuesta. Un abrazo
¡Muchas gracias por vuestros comentarios chicas! :D
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