Es curioso. Desde que empecé a oír hablar de la teoría queer hasta hace bien poco, el mensaje que me llegaba era siempre el mismo: lo importante es cuestionar las categorías establecidas, lo importante es darse cuenta de que la categoría “lesbiana” no significa nada, lo importante es pensar que todos somos diversos, fluctuantes, equívocos.
Y no es que no me pareciera bien o no estuviera de acuerdo, pero siempre pensaba que la teoría, tal cual, estaba incompleta. Deconstruir sin ofrecer nada a cambio me resultaba un mero juego de niños: hoy me pongo bigote, mañana digo que yo me enamoro de las personas, al día siguiente me embadurno un brazo de testosterona y, mientras tanto, las estructuras del odio, de la discriminación, de la persecución, de la infelicidad siguen intactas.
Para mí, las categorías pueden ser cuestionables, cambiantes, plurisignificativas; pero, por encima incluso de ello, son útiles. Sin la categoría lesbiana, sin que millones de mujeres en todo el mundo se adscribieran libremente a ella, sin la reivindicación de ese nombre, por muy vacío que esté, por muy difuso que parezca, todavía nos encarcelarían, nos encerrarían en manicomios, nos condenarían a muerte, nos echarían del trabajo, nos marginarían socialmente, nos impedirían mantener relaciones y, por supuesto, no nos podríamos casar ni formar una familia.
Por todo ello, me parecía que la versión de la teoría queer que me llegaba no era más que un juego intelectual que estaba llevándose a cabo, bien desde la huida de la realidad, bien desde una realidad demasiado cómoda. Podía estar de acuerdo en la importancia de reivindicar la diversidad, la multiplicidad de nuestras experiencias, pero no a costa de romper con lo que durante tanto tiempo nos ha dado sentido, con lo que nos ha permitido precisamente pensarnos de maneras tan distintas.
Sin embargo, hace poco descubrí que la teoría queer no se queda simplemente en eso, sino que ofrece una visión positiva (e inteligente, a mi juicio) de las categorías, destacando la importancia de hacer un uso estratégico de ellas. Así, considera que la rentabilidad política y social de palabras como lesbiana hace que no sólo no podamos sino que no debamos prescindir de ellas en nuestra lucha, lucha de carácter social contra las estructuras que nos impiden ser de manera individual pero también y muy especialmente de manera colectiva.
Y es que la homofobia es una construcción social, una gran ola de odio que no se para a valorar cada caso. Por eso, la lucha individualizada desde una concepción radical de la diferencia (que también implica aislamiento) no tiene ningún sentido. Las lesbianas existimos, pero no desde una perspectiva esencial (la lesbiana verdadera, la falsa, la que siempre lo fue, la recién convertida) sino desde una decisión personal, profunda, íntima, política, pragmática y social de aplicarnos libremente esa etiqueta, en nombre de la cual podremos reivindicar una parte muy importante de nosotras mismas, de nuestra forma de vivirnos, de ser.
De hecho, la teoría queer no sólo no huye de las categorías, sino que subraya nuestra adscripción múltiple a todas ellas. Allí donde haya una conceptualización de la realidad, allí encontraremos un nombre con el que llamarnos, un nombre para sernos, para vivirnos, para entendernos y para luchar, un nombre que, a pesar de todo ello, nunca nos representará esencialmente. Y es que las lesbianas no sólo somos lesbianas, sino también mujeres, biológicas o transexuales; trabajadoras, amas de casa, millonarias, paradas, indigentes; somos blancas, negras, orientales, mestizas; pertenecemos a tantas categorías como seamos capaces de pensar y aún más, y porque esas categorías funcionan en la sociedad, debemos tomar conciencia de ellas y hacerlas nuestras, emplearlas a nuestro favor y no dejar que funcionen sin nosotras, sin nuestra interpretación de las mismas, sin nuestra participación, sin nuestra diversidad. Nuestra ignorancia o la negación de la realidad no las destruye, nos las hace más comprehensivas; el juego inocente con ellas las mantiene intactas, incluso nos debilita y las refuerza; considerarlas esenciales e inmutables niega nuestra verdadera existencia y nos condena.
Y sobre todo ello nos hace reflexionar lo que a mi juicio es una versión completa y profunda de la teoría queer.
Encantada de haberlo descubierto.
Y no es que no me pareciera bien o no estuviera de acuerdo, pero siempre pensaba que la teoría, tal cual, estaba incompleta. Deconstruir sin ofrecer nada a cambio me resultaba un mero juego de niños: hoy me pongo bigote, mañana digo que yo me enamoro de las personas, al día siguiente me embadurno un brazo de testosterona y, mientras tanto, las estructuras del odio, de la discriminación, de la persecución, de la infelicidad siguen intactas.
Para mí, las categorías pueden ser cuestionables, cambiantes, plurisignificativas; pero, por encima incluso de ello, son útiles. Sin la categoría lesbiana, sin que millones de mujeres en todo el mundo se adscribieran libremente a ella, sin la reivindicación de ese nombre, por muy vacío que esté, por muy difuso que parezca, todavía nos encarcelarían, nos encerrarían en manicomios, nos condenarían a muerte, nos echarían del trabajo, nos marginarían socialmente, nos impedirían mantener relaciones y, por supuesto, no nos podríamos casar ni formar una familia.
Por todo ello, me parecía que la versión de la teoría queer que me llegaba no era más que un juego intelectual que estaba llevándose a cabo, bien desde la huida de la realidad, bien desde una realidad demasiado cómoda. Podía estar de acuerdo en la importancia de reivindicar la diversidad, la multiplicidad de nuestras experiencias, pero no a costa de romper con lo que durante tanto tiempo nos ha dado sentido, con lo que nos ha permitido precisamente pensarnos de maneras tan distintas.
Sin embargo, hace poco descubrí que la teoría queer no se queda simplemente en eso, sino que ofrece una visión positiva (e inteligente, a mi juicio) de las categorías, destacando la importancia de hacer un uso estratégico de ellas. Así, considera que la rentabilidad política y social de palabras como lesbiana hace que no sólo no podamos sino que no debamos prescindir de ellas en nuestra lucha, lucha de carácter social contra las estructuras que nos impiden ser de manera individual pero también y muy especialmente de manera colectiva.
Y es que la homofobia es una construcción social, una gran ola de odio que no se para a valorar cada caso. Por eso, la lucha individualizada desde una concepción radical de la diferencia (que también implica aislamiento) no tiene ningún sentido. Las lesbianas existimos, pero no desde una perspectiva esencial (la lesbiana verdadera, la falsa, la que siempre lo fue, la recién convertida) sino desde una decisión personal, profunda, íntima, política, pragmática y social de aplicarnos libremente esa etiqueta, en nombre de la cual podremos reivindicar una parte muy importante de nosotras mismas, de nuestra forma de vivirnos, de ser.
De hecho, la teoría queer no sólo no huye de las categorías, sino que subraya nuestra adscripción múltiple a todas ellas. Allí donde haya una conceptualización de la realidad, allí encontraremos un nombre con el que llamarnos, un nombre para sernos, para vivirnos, para entendernos y para luchar, un nombre que, a pesar de todo ello, nunca nos representará esencialmente. Y es que las lesbianas no sólo somos lesbianas, sino también mujeres, biológicas o transexuales; trabajadoras, amas de casa, millonarias, paradas, indigentes; somos blancas, negras, orientales, mestizas; pertenecemos a tantas categorías como seamos capaces de pensar y aún más, y porque esas categorías funcionan en la sociedad, debemos tomar conciencia de ellas y hacerlas nuestras, emplearlas a nuestro favor y no dejar que funcionen sin nosotras, sin nuestra interpretación de las mismas, sin nuestra participación, sin nuestra diversidad. Nuestra ignorancia o la negación de la realidad no las destruye, nos las hace más comprehensivas; el juego inocente con ellas las mantiene intactas, incluso nos debilita y las refuerza; considerarlas esenciales e inmutables niega nuestra verdadera existencia y nos condena.
Y sobre todo ello nos hace reflexionar lo que a mi juicio es una versión completa y profunda de la teoría queer.
Encantada de haberlo descubierto.
4 comentarios:
Me gusta mucho la visión que tienes de la teoría queer. Me la apunto. Besos.
muy buen derrotero teórico. creo que es así. creo que las categorías estan para ser discutidas, vividas y cuestionadas. una parte de ellas te pertenecen, negarlas es dejar que el uso sea tomado por otros ajenos.
salutes
Muy interesante tu reflexión, a lo que añadiría que todo ese aura de negatividad, complejidad y un largo etcétera que fomenta la idea de la teoría queer se debe, en gran medida, a que los autoproclamados teóricos queer que escriben en castellano dejan mucho que desear en términos de pensamiento positivo. O al menos esa es la sensación que yo tengo, acostumbrada a un tipo de pensamiento mucho más creativo, optimista y humano.
Saludos
Gracias, chicas, me alegra que compartamos perspectiva.
Los que se "autoproclaman teóricos"... no pueden ser buenos :P
Yo también estoy a favor de un pensamiento creativo, optimista y humano. Y aunque a algunos les parezca que no pega, añadiría el adjetivo "realista".
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