A veces, una se da cuenta de que las personas que te rodean consideran las categorías "mujer" y "lesbiana" como excluyentes de la manera más tonta.
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Así me pasó el otro día cuando, ante mi evidente estado de malograda esperanza, mis progenitores me miraron con la misma cara de desamor que me dedican desde hace tiempo, y en un tono más reprobatorio que interrogativo, me preguntaron:
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- ¿Qué te pasa?
- Que tengo la regla -contesté yo, desde el fondo de mis sanguinolentos ojos.
- Ah.
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Y de pronto, sobre sus rostros crispados se obró el milagro: las arrugas de la frente desaparecieron, el ceño se desfrunció, la mirada retornó de su lejanía y sus manos, siempre dispuestas a lanzarse sobre mi cuello, se calmaron recordando una caricia.
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La hija pródiga había vuelto a casa, menos lesbiana y más mujer.
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Encantada
... y estupefacta.
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