jueves, 19 de julio de 2007

Maternidad, divina palabra

Con motivo de la celebración del Orgullo, sacaron hace poco un pequeño reportaje en un telediario que trataba sobre las dificultades de adopción de las parejas homosexuales a pesar de la Ley del Matrimonio. Fue así como me enteré de algo que por desgracia sospechaba: aunque dos mujeres lesbianas se casen, el hijo biológico de una no se convierte automáticamente en el hijo lo-que-sea de la otra. Muy al contrario, “la otra” debe pasar por un trámite de adopción equivalente a cualquier trámite de adopción, independientemente de estar casada con la madre biológica, de haber planeado el tener ese hijo juntas, de haber acompañado el embarazo y de convivir, cuidar y amar a esa nueva personita desde su primer día.

Con las parejas heterosexuales no ocurre lo mismo. Una puede inscribir a su hijo en el registro rellenando la casilla del padre con el primer nombre que se le venga a la cabeza. Digo esto porque es posible coger al primer hombre con el que te cruces por la calle y pedirle que figure como padre de tu hijo. Es decir, que para figurar como padre nadie te pide que certifiques que eres el padre biológico, pudiendo darse el caso de que los lazos de sangre que te unan con ese niño sean los mismos que en el caso de “la otra” madre lesbiana: es decir, ninguno. En los casos de las parejas heterosexuales, se da por hecho que el hombre ha colaborado en la creación del hijo, lo cual puede no ser cierto; en las parejas de lesbianas, se da por hecho que la madre no-biológica no ha colaborado en nada y es una extraña para la criatura, cuando, en realidad, su colaboración ha podido ser mucho más estrecha que la de gran número de padres. O quizás no, pero si no les hacen preguntas a ellos, ¿por qué a nosotras sí?

Sin embargo, la historia puede volverse mucho más truculenta todavía. Al parecer, y según me enteré ayer leyendo un libro sobre experiencias vitales de mujeres lesbianas, para conseguir una inseminación artificial como madre soltera también hay que pasar diversas pruebas y exámenes, y no precisamente físicos. Según explicaba una mujer, advirtiendo la ignorancia en la que vivimos la mayoría, para ser inseminada también es necesario conseguir algo así como un certificado de idoneidad. Y yo me pregunto, sin atrever a responderme, si el hecho de estar casada con otra mujer te eximirá de aparecer como “madre soltera” a los ojos de determinados médicos. Es decir, si el hecho de estar casada con una mujer planteará alguna diferencia con respecto a aquellas que estén casadas con un hombre o que sencillamente acudan con un “él” a la consulta, independientemente de su estado civil.

En fin, que el panorama resulta terriblemente desesperante si se compara con la facilidad de tener hijos “por la vía natural”. Al fin y al cabo, y al contrario de lo que parecen pensar algunas personas, la capacidad reproductiva de las mujeres lesbianas es equivalente a la de las mujeres heterosexuales. Lo cual implica que cualquiera de nosotras podría irse mañana mismo “de caza” y conseguir algunos mililitros de esperma gratis y sin preguntas. ¿Acaso no acudían a ese método las amazonas? Muchas considerarían (yo la primera) que acostarse con un hombre no es lo que se dice agradable. Pero, ¿acaso lo es que te metan la aguja para inyectarte el semen casi hasta las mismísimas trompas de Falopio? Quién sabe, tal vez con la emoción de estarte reproduciendo hasta te lo pasas bien. Y seguro que hombres dispuestos hay a patadas.

Qué pena que todo esto no se quede más que en un delirio mitológico, ya que, por lo que a mí respecta, no estoy dispuesta a acostarme con ningún hombre, y menos exponiéndome a contraer alguna ETS, y menos sabiendo que luego no querré tener relación con él pero no podré olvidar su cara, y menos siendo consciente de que mi pareja se volverá un trío fantasma, etc, etc, etc.

Aún así, creo que el derecho a la reproducción también nos asiste a las mujeres lesbianas, y que nuestro caso concreto no está suficientemente protegido. Algunos dirán que las mujeres lesbianas sabemos de antemano dónde nos metemos, ya que no podemos reproducirnos con nuestra pareja; pero también saben dónde se meten las mujeres cuya pareja es un hombre estéril, y ahí está el Estado para ayudarles a procrear, algo que no hace por nosotras.

En fin, que yo todavía no sé si quiero tener hijos, pero en cualquier caso me gusta tomar las decisiones por mí misma, y no coaccionada por unos poderes abstractamente justos y concretamente lesbofóbicos. Lo peor no es constatar que aún existen desigualdades, lo peor es que algunos se llevarán las manos a la cabeza espantados, recurriendo al tan manido “pero si ya se pueden casar, ¿qué más quieren?”

Ni más ni menos que lo que tendría si fuera hetero. Eso quiero.

Y estoy encantada de pedirlo.

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