Cada vez que se publica un artículo sobre las diferencias cerebrales entre hombres y mujeres o heterosexuales y homosexuales, me preparo para lo peor. El último que leí, hace algunos meses, conjugaba ambos temas, así que no me defraudó.
Esta vez los científicos juraban haber encontrado diferencias entre el tamaño de los hemisferios y las conexiones neuronales de la amígdala cerebral. Al parecer, tanto los hombres heterosexuales como las mujeres lesbianas tienen el hemisferio derecho del cerebro mayor que el izquierdo; por su parte, mujeres heterosexuales y hombres gays lo tienen simétrico. En cuanto a la amígdala, no sé qué conexiones (no lo explicaban) son similares entre hombres heterosexuales y mujeres lesbianas, y entre mujeres heterosexuales y hombres gays.
En fin, que para este viaje no se necesitaban alforjas: al fin y al cabo, que los gays son como niñas y las lesbianas como maromos lo sabe cualquier paleto (!).
Los científicos, probablemente porque eran suecos (y según la tradición popular, los nórdicos son puros como la nieve), se apresuraron a asegurar que las diferencias morfológicas observadas no podían atribuirse “primariamente” (¿?) a los efectos del aprendizaje. Pero eso, teniendo en cuenta nuestra ignorancia en temas cerebrales, aún está por ver.
El caso es que a mí me suele llamar la atención en estos “experimentos” la selección tan significativa que hacen de los “sujetos”. En primer lugar, porque siempre es gente de mediana edad: en este caso concreto, hombres y mujeres estaban en torno a los treinta años. Y digo yo que, si realmente quieren probar que los cerebros varían según el sexo, deberían experimentar con recién nacidos o incluso con fetos, lo cual demostraría de una vez por todas que los hombres (y las lesbianas, al parecer) nacen ya con un cerebro descompensado, mientras que las mujeres (y los gays) no. Ignoro si hay experimentos de ese tipo, porque la verdad es que nunca me he topado con ninguno. De todas formas, creo que cualquier científico medianamente razonable (como deberían serlo todos) estaría conmigo al considerar que, después de treinta años sufriendo una socialización tan segregada como la que se produce entre sexos y, quizá en menor medida, entre personas de distinta orientación sexual, dicho aprendizaje social “de algún modo” ha podido dejar una huella en la morfología del cerebro.
Por su parte, la selección de personas en relación a su orientación sexual me resulta ya el acabose. Porque ningún experimento ni ninguna teoría científica se libra del sesgo de la visión del mundo y el paradigma de cada cual, de manera que, cuando se escogen “sólo” homosexulaes y heterosexuales, se está diciendo mucho más de lo que se cree. Principalmente, que el experimento se inscribe en una concepción dicotómica de la realidad, donde sólo se preven los extremos de lo que podría ser un continuo, y estos extremos se consideran, probablemente, excluyentes. Para que nos entendamos: ¿por qué nunca se contempla la participación de personas bisexuales en estos experimentos? ¿Acaso no importa cómo tengan ellas el cerebro? ¿O es que se piensa que la bisexualidad es sólo un estado transitorio, una postura inmadura, o directamente, inexistente? ¿Y con esas consideraciones pretenden que consideremos sus estudios serios, concluyentes, o sencillamente, válidos?
Por otro lado, este experimento, como tantos otros, apunta al efecto de las hormonas como desencadenante tanto de las presuntas diferencias entre hombres y mujeres como de las que al parecer se producen según la orientación sexual. Y a pesar de que la hipótesis resulta interesante, creo que todavía queda mucho camino por andar. Personalmente, un tema que me parece relevante es el hecho de que este efecto hormonal no se traduzca en ninguna diferencia biológica, sólo conductual. Vamos, que a las lesbianas nos gustan las mujeres pero no por eso tenemos más pelo, ni los pechos necesariamente pequeños, ni nuestro ciclo menstrual alterado.
En resumen, que cuando pienso en lo bien que me oriento (cosa propia de tíos), en mi relativa soltura lingüística (cosa propia de tías), en mi afición por conducir (cosa propia de tíos), en mi gusto por la cocina (cosa propia de tías), y a eso le sumo mi condición de lesbiana, trato de imaginar cómo será mi cerebro y sólo me siento de una manera: DESCEREBRADA.
Esta vez los científicos juraban haber encontrado diferencias entre el tamaño de los hemisferios y las conexiones neuronales de la amígdala cerebral. Al parecer, tanto los hombres heterosexuales como las mujeres lesbianas tienen el hemisferio derecho del cerebro mayor que el izquierdo; por su parte, mujeres heterosexuales y hombres gays lo tienen simétrico. En cuanto a la amígdala, no sé qué conexiones (no lo explicaban) son similares entre hombres heterosexuales y mujeres lesbianas, y entre mujeres heterosexuales y hombres gays.
En fin, que para este viaje no se necesitaban alforjas: al fin y al cabo, que los gays son como niñas y las lesbianas como maromos lo sabe cualquier paleto (!).
Los científicos, probablemente porque eran suecos (y según la tradición popular, los nórdicos son puros como la nieve), se apresuraron a asegurar que las diferencias morfológicas observadas no podían atribuirse “primariamente” (¿?) a los efectos del aprendizaje. Pero eso, teniendo en cuenta nuestra ignorancia en temas cerebrales, aún está por ver.
El caso es que a mí me suele llamar la atención en estos “experimentos” la selección tan significativa que hacen de los “sujetos”. En primer lugar, porque siempre es gente de mediana edad: en este caso concreto, hombres y mujeres estaban en torno a los treinta años. Y digo yo que, si realmente quieren probar que los cerebros varían según el sexo, deberían experimentar con recién nacidos o incluso con fetos, lo cual demostraría de una vez por todas que los hombres (y las lesbianas, al parecer) nacen ya con un cerebro descompensado, mientras que las mujeres (y los gays) no. Ignoro si hay experimentos de ese tipo, porque la verdad es que nunca me he topado con ninguno. De todas formas, creo que cualquier científico medianamente razonable (como deberían serlo todos) estaría conmigo al considerar que, después de treinta años sufriendo una socialización tan segregada como la que se produce entre sexos y, quizá en menor medida, entre personas de distinta orientación sexual, dicho aprendizaje social “de algún modo” ha podido dejar una huella en la morfología del cerebro.
Por su parte, la selección de personas en relación a su orientación sexual me resulta ya el acabose. Porque ningún experimento ni ninguna teoría científica se libra del sesgo de la visión del mundo y el paradigma de cada cual, de manera que, cuando se escogen “sólo” homosexulaes y heterosexuales, se está diciendo mucho más de lo que se cree. Principalmente, que el experimento se inscribe en una concepción dicotómica de la realidad, donde sólo se preven los extremos de lo que podría ser un continuo, y estos extremos se consideran, probablemente, excluyentes. Para que nos entendamos: ¿por qué nunca se contempla la participación de personas bisexuales en estos experimentos? ¿Acaso no importa cómo tengan ellas el cerebro? ¿O es que se piensa que la bisexualidad es sólo un estado transitorio, una postura inmadura, o directamente, inexistente? ¿Y con esas consideraciones pretenden que consideremos sus estudios serios, concluyentes, o sencillamente, válidos?
Por otro lado, este experimento, como tantos otros, apunta al efecto de las hormonas como desencadenante tanto de las presuntas diferencias entre hombres y mujeres como de las que al parecer se producen según la orientación sexual. Y a pesar de que la hipótesis resulta interesante, creo que todavía queda mucho camino por andar. Personalmente, un tema que me parece relevante es el hecho de que este efecto hormonal no se traduzca en ninguna diferencia biológica, sólo conductual. Vamos, que a las lesbianas nos gustan las mujeres pero no por eso tenemos más pelo, ni los pechos necesariamente pequeños, ni nuestro ciclo menstrual alterado.
En resumen, que cuando pienso en lo bien que me oriento (cosa propia de tíos), en mi relativa soltura lingüística (cosa propia de tías), en mi afición por conducir (cosa propia de tíos), en mi gusto por la cocina (cosa propia de tías), y a eso le sumo mi condición de lesbiana, trato de imaginar cómo será mi cerebro y sólo me siento de una manera: DESCEREBRADA.
3 comentarios:
Las lesbianas somos seres perfectos, caray, pues tenemos lo mejor de ambos géneros...jejeje...esa es la conclusión sabia que se le ha escapado a estos científicos...no importa.. ya será en el próximo experimento...
Encantada:
No vale la pena que pierdas el tiempo analizando esos artículos PSEUDO científicos.
No conozco el texto de ese en particular, pero se me hace que debe ser muy similar a todos esos trabajitos viciados de nulidad desde su mismo origen realizados por un grupete de científicos de dudosa formación, o mejor dicho con dudosos objetivos y por lo general sedientos de fama que con un puñado de casos mal estudiados y peor presentados pretenden descubrir la pólvora y ganarse el Premio Nobel.
Insisto, no te gastes, científicamente hablando no resisten el menor análisis.
No lo digo por decir, la medicina está plagada de millones de esos tarbajos y de esos gurúes.
Salu2
Jajaja, sí, es verdad, las lesbianas cogemos un poco de allí y otro poco de allá... Deberíamos hacer los experimentos nosotras mismas para así poder mostrar al mundo nuestra perfección... ¡porque parece que los demás no la captan!
Muchas gracias por tu comentario, Marga, me ha servido de refuerzo a mis intuiciones porque sé que tú sabes de lo que hablas. Y sin embargo... ¡la gente escucha "experimento científico" y ni se para a cuestionarlo! Y encima luego van repitiéndolo como papagayos, "que sí, que las mujeres somos así porque nuestro cerebro nosequé...".
¿¿PERO DE QUÉ VAN?? :S
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