Últimamente he venido observando ciertas irregularidades en mi comportamiento que me hacen temer seriamente por mi salud. Aquí van algunas de ellas:
1. Hace unos días, uno de mis compañeros de trabajo me comunicó que iba a ser papá. Yo le besé, le abracé, di saltitos y dejé que las lágrimas se asomasen a mis pupilas. Lo más extraño del caso es que con este compañero no me une ninguna amistad, y ni tan siquiera le considero un candidato especialmente apto para ejercer de padre, a pesar de lo cual convertí su paternidad futura en el notición del día a base de parecer yo la mamá consorte.
2. Desde hace unas semanas noto cierta compulsión que me empuja a mirar babosamente a cualquier embarazada que tenga cerca. Yo, que siempre despotriqué de la falta de respeto de la gente a la hora de tocar el cuerpo de una mujer encinta, me muero de ganas de que cualquier desconocida me invite a pasar mi mano por su tripa. De hecho, no me extrañaría nada que otra compañera de trabajo me denunciase próximamente por acoso sexual, ya que me cuesta horrores dejar de mirarlas, a ella y a su más que incipiente tripita, con sonrisa de boba y ojos de alucinada.
3. Cada vez que veo a un bebé por la calle, siento unos irrefrenables deseos de raptarlo. A pesar de su dramatismo, creo que no puedo encontrar palabras que expliquen mejor mis sentimientos, porque niño que veo, niño que quiero abrazar y besar compulsivamente, y después, llevármelo a casa para darle de comer y dormirlo entre arrumacos.
4. Los blogs que más me emocionan últimamente son los de madres lesbianas. Leo con auténtica devoción las aventuras de cada uno de los bebés, riendo y llorando con los mismos espasmos de emoción descontrolada.
Así que, después de observarme a mí misma suplantando identidades maternales, acosando embarazadas, planeando robar niños y llorando a moco tendido frente a las anécdotas de vómitos y cacas ajenas, me pregunto: ¿será esto el reloj biológico del instinto maternal?
Como no podía ser de otra manera, mi relación con el susodicho instinto ha sido truculenta.
Cuando era pequeña no me imaginaba con hijos, porque, entre otras cosas, quería vivir sola, rodeada de animales y sin ningún contacto con las personas. A pesar de lo cual, tenía adoptados un montón de peluches que incluso me llevaba a escondidas al colegio para que no se quedaran solos.
Con las burbujas de la adolescencia, decidí que quería formar un equipo de fútbol cuanto antes. Eso sí, lo tenía perfectamente organizado, de modo que pretendía dar a luz a tres criaturitas y adoptar a otras dos. Ya entonces la adopción me parecía un asunto mágico y alucinante, aunque no tenía ni idea de que para criar a cinco niños hicieran falta unos recursos económicos que ahora sé que nunca tendré.
En la juventud, y ante mi evidente inadaptación heterosexual, decidí que sería madre soltera. Así no tendría que aguantar a ningún padre coñazo que me hiciera pasar por inválida mientras estaba embarazada. Pero entonces descubrí que era lesbiana y, misteriosamente, la presa que nunca logró contener del todo mi ansia maternal, se cerró.
Así que tal vez sólo me encuentre ante una reestructuración la mar de sana de mi instinto maternal.
Encantada, pues… sea lo que sea.
1. Hace unos días, uno de mis compañeros de trabajo me comunicó que iba a ser papá. Yo le besé, le abracé, di saltitos y dejé que las lágrimas se asomasen a mis pupilas. Lo más extraño del caso es que con este compañero no me une ninguna amistad, y ni tan siquiera le considero un candidato especialmente apto para ejercer de padre, a pesar de lo cual convertí su paternidad futura en el notición del día a base de parecer yo la mamá consorte.
2. Desde hace unas semanas noto cierta compulsión que me empuja a mirar babosamente a cualquier embarazada que tenga cerca. Yo, que siempre despotriqué de la falta de respeto de la gente a la hora de tocar el cuerpo de una mujer encinta, me muero de ganas de que cualquier desconocida me invite a pasar mi mano por su tripa. De hecho, no me extrañaría nada que otra compañera de trabajo me denunciase próximamente por acoso sexual, ya que me cuesta horrores dejar de mirarlas, a ella y a su más que incipiente tripita, con sonrisa de boba y ojos de alucinada.
3. Cada vez que veo a un bebé por la calle, siento unos irrefrenables deseos de raptarlo. A pesar de su dramatismo, creo que no puedo encontrar palabras que expliquen mejor mis sentimientos, porque niño que veo, niño que quiero abrazar y besar compulsivamente, y después, llevármelo a casa para darle de comer y dormirlo entre arrumacos.
4. Los blogs que más me emocionan últimamente son los de madres lesbianas. Leo con auténtica devoción las aventuras de cada uno de los bebés, riendo y llorando con los mismos espasmos de emoción descontrolada.
Así que, después de observarme a mí misma suplantando identidades maternales, acosando embarazadas, planeando robar niños y llorando a moco tendido frente a las anécdotas de vómitos y cacas ajenas, me pregunto: ¿será esto el reloj biológico del instinto maternal?
Como no podía ser de otra manera, mi relación con el susodicho instinto ha sido truculenta.
Cuando era pequeña no me imaginaba con hijos, porque, entre otras cosas, quería vivir sola, rodeada de animales y sin ningún contacto con las personas. A pesar de lo cual, tenía adoptados un montón de peluches que incluso me llevaba a escondidas al colegio para que no se quedaran solos.
Con las burbujas de la adolescencia, decidí que quería formar un equipo de fútbol cuanto antes. Eso sí, lo tenía perfectamente organizado, de modo que pretendía dar a luz a tres criaturitas y adoptar a otras dos. Ya entonces la adopción me parecía un asunto mágico y alucinante, aunque no tenía ni idea de que para criar a cinco niños hicieran falta unos recursos económicos que ahora sé que nunca tendré.
En la juventud, y ante mi evidente inadaptación heterosexual, decidí que sería madre soltera. Así no tendría que aguantar a ningún padre coñazo que me hiciera pasar por inválida mientras estaba embarazada. Pero entonces descubrí que era lesbiana y, misteriosamente, la presa que nunca logró contener del todo mi ansia maternal, se cerró.
Así que tal vez sólo me encuentre ante una reestructuración la mar de sana de mi instinto maternal.
Encantada, pues… sea lo que sea.
5 comentarios:
¡Viva la sana reestructuración de tus institos! Es una hermosa señal de la conexión contigo misma. Una sugerencia que seguro ya conoces, ji, ji, ji: http://maternidadeslesbicas.blogspot.com/
upss, como le dije a alguien hace poco, para mi nada de maternidad, pero en cambio soy una regia tía
que vivan las hormonas!
Yo no se si será una etapa o algo más, pero intensa es un rato, y bonita, así que llora y sonrie todo lo que quieras sin preocuparte. Yo si estoy obsesionada, pero muy al contrario, con no querer ser madre nunca, y mi etapa lleva desde que empecé a socializarme hasta ahora, vamos, toda la vida!(espero no darle miedo a nadie)Un saludo.
Amanda.
no dejes pasar el llamado de la maternidad, bajo ningún pretexto...
salu2
Creo que una mujer es igual de valiosa con o sin instinto maternal, lo importante es que sea ella misma y se respete en sus opciones.
Para mí, lo de querer ser madre viene y va, así que... ¿quién sabe?
¡Gracias por el link!
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