Hace unos días salieron publicados los resultados de un estudio antropométrico llevado a cabo por el Ministerio de Sanidad, en el que midieron el cuerpo de más de diez mil mujeres, entre doce y setenta años, a lo largo y ancho de la geografía española. El propósito del estudio era conocer a la mujer española “real”, pero los resultados nos devolvieron nuevamente al parece ser que inevitable “ideal”: las mujeres españolas debemos tener la forma de un diábolo (no lo dice el estudio, pero se puede deducir y se deduce), aunque muchas desgraciadas nos quedemos en campana, o peor aún, en simple cilindro.
Entiendo el “buenismo” que se encuentra detrás de dicho estudio: las mujeres no entramos en los pantalones que venden en las tiendas, no sólo por nuestra delgadez o gordura presuntamente extremas, sino porque las proporciones no encajan, y en el que te cabe el culo se te pierden las piernas, etc, etc. Entiendo también que, debido a la desventaja tan atroz y enquistada que sufrimos, nos vemos obligadas a avanzar de la mano de una discriminación positiva que a veces nos avergüenza en lo más íntimo. Entiendo, finalmente, que el estudio puede tener repercusiones interesantes a largo plazo, y que las tallas pueden variar, y que los diseñadores pueden repensar, y que la sociedad puede avanzar, ya que por primera vez se estudia la forma del cuerpo de la mujer en sí mismo, y no se deduce a partir de la forma del cuerpo del varón.
Pero lo que por encima de todo entiendo es que las mujeres seguimos siendo las medidas, pesadas y apodadas, las que somos empujadas al escenario desnudas para que otros hagan mofa, critiquen y arrojen hortalizas sobre nuestros cuerpos.
Es sencillo: nadie necesita medir a los hombres de nuestro país para saber que unos son altos y otros son bajos, unos gordos y otros delgados, unos con patas de gallina y otros con tetas de señora. Y porque simplemente se sabe, los pantalones tienen diferentes largos y diferentes anchos, formas flexibles y cinturas que concuerdan, y si te pones tonto, servicio de sastres que te cosen de donde sea para que el pantalón te ajuste por muy deforme que parezcas.
El maltrato que las mujeres sufrimos, ya sea en forma de pantalones imposibles o de estudios vejatorios, es una maltrato estructural. Si necesitan medirnos es porque seguimos siendo ese ser desconocido, imposible de concebir, porque seguimos siendo el otro y porque siguen siendo otros los que nos conciben. Seguimos siendo el objeto, la niña que llora para que papá arregle el mundo, la histérica depresiva que si no triunfa en su tarde de compras se da a la anorexia y pone en peligro la supervivencia de la especie.
La enfermedad, la dependencia, la infelicidad, la frustración, son males producidos por nuestra posición en el mundo, una posición que nos impide gozar de buena salud, de autonomía personal, alcanzar una equilibrada felicidad y sentirnos realizadas.
Y ponernos motes no ayuda.
El estudio, tal vez; pero los motes sobraban.
Encantada.
Entiendo el “buenismo” que se encuentra detrás de dicho estudio: las mujeres no entramos en los pantalones que venden en las tiendas, no sólo por nuestra delgadez o gordura presuntamente extremas, sino porque las proporciones no encajan, y en el que te cabe el culo se te pierden las piernas, etc, etc. Entiendo también que, debido a la desventaja tan atroz y enquistada que sufrimos, nos vemos obligadas a avanzar de la mano de una discriminación positiva que a veces nos avergüenza en lo más íntimo. Entiendo, finalmente, que el estudio puede tener repercusiones interesantes a largo plazo, y que las tallas pueden variar, y que los diseñadores pueden repensar, y que la sociedad puede avanzar, ya que por primera vez se estudia la forma del cuerpo de la mujer en sí mismo, y no se deduce a partir de la forma del cuerpo del varón.
Pero lo que por encima de todo entiendo es que las mujeres seguimos siendo las medidas, pesadas y apodadas, las que somos empujadas al escenario desnudas para que otros hagan mofa, critiquen y arrojen hortalizas sobre nuestros cuerpos.
Es sencillo: nadie necesita medir a los hombres de nuestro país para saber que unos son altos y otros son bajos, unos gordos y otros delgados, unos con patas de gallina y otros con tetas de señora. Y porque simplemente se sabe, los pantalones tienen diferentes largos y diferentes anchos, formas flexibles y cinturas que concuerdan, y si te pones tonto, servicio de sastres que te cosen de donde sea para que el pantalón te ajuste por muy deforme que parezcas.
El maltrato que las mujeres sufrimos, ya sea en forma de pantalones imposibles o de estudios vejatorios, es una maltrato estructural. Si necesitan medirnos es porque seguimos siendo ese ser desconocido, imposible de concebir, porque seguimos siendo el otro y porque siguen siendo otros los que nos conciben. Seguimos siendo el objeto, la niña que llora para que papá arregle el mundo, la histérica depresiva que si no triunfa en su tarde de compras se da a la anorexia y pone en peligro la supervivencia de la especie.
La enfermedad, la dependencia, la infelicidad, la frustración, son males producidos por nuestra posición en el mundo, una posición que nos impide gozar de buena salud, de autonomía personal, alcanzar una equilibrada felicidad y sentirnos realizadas.
Y ponernos motes no ayuda.
El estudio, tal vez; pero los motes sobraban.
Encantada.
3 comentarios:
brillante, como siempre
tus posts me dejan a veces con una rabia, unas ganas de salir a gritar
magnífico tu enfoque
si todas pensaran así
si todas pensaran...
quizás las que tendríamos el centímetro seríamos nosotras
bss
!Cuánta razón tienes!... muy buena tu postura... recién te estoy conociendo y me ha sorprendido muy gratamente tu forma de pensar...
Saludos
Gracias, chicas, me alegro de que os haya gustado mi aportación.
Si todas pensásemos... pero ya lo vamos haciendo, se nos va permitiendo y nos vamos atreviendo. ¡El centímetro pronto será nuestro! ;)
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