Por alguna razón inexplicable, creo que soy monógama. Y digo inexplicable porque entiendo que la monogamia no es para nada un instinto del ser humano; de hecho, la ingente cantidad de normas y costumbres que fuerzan el tener una única pareja parecen apuntar a todo lo contrario: que lo realmente instintivo es la poligamia. Personalmente, además, considero que entregarse a varias personas a la vez, de manera consentida y recíproca, es algo de lo más sano y, por supuesto, mucho más moral que ser infiel. Pero, aún así, creo que a mí me va la monogamia.
Cuando me planteo la posibilidad de tener más de una pareja, me doy cuenta de que sería incapaz de llevarlo a la práctica. No sólo por educación y costumbre, que también, sino porque, teniendo en cuenta la energía, el tiempo y las emociones que pongo en una relación, sería imposible multiplicarlas siquiera por dos, ya que si emplease más energía, más tiempo y más emociones, dejaría de trabajar, de relacionarme con otras personas e incluso de dormir. Muchas veces he pensado que, si me embarco en una relación de menor intensidad, sí que podría hacerlo; sin embargo, nunca termina mereciéndome la pena ninguna relación de menor intensidad.
Todo esto no significa que no tenga ojos en la cara, y que no esté siempre atenta a las personas que conozco. De hecho, muchos de los hombres y mujeres con los que me cruzo cada día llaman mi atención, y algunos, incluso, me provocan cierta angustia existencial, cuando pienso en cuánto me gustaría dedicarles cierta energía, tiempo y emociones, y cómo me resulta imposible hacerlo. Para rebajar esta angustia he ideado un sistema que me funciona bastante bien: me imagino viviendo con ellos otras vidas paralelas.
Así, fantaseo con la idea de que soy completamente libre para dedicarme a cada una de estas personas, y que, además, quiero hacerlo. Entonces, me imagino qué pasaría, cómo serían las cosas, qué ocurriría entre nosotros, y al cabo de algunas semanas, a lo sumo un par de meses, me canso de imaginar. Para entonces, la angustia ha desaparecido, y yo sigo tranquilamente con mi vida.
Lo curioso del asunto es que me pasa tanto con hombres como con mujeres; de hecho, me ocurre más a menudo con hombres, lo que reviste de cierto absurdo mi angustia. Supongo que sentir atracción por algunos hombres es, para mí, una costumbre adquirida durante años que ahora ni puedo ni quiero abandonar. Aunque parte de mi angustia también viene producida por cierta incomprensión hacia la realidad de la orientación sexual: creo que, todavía, algo en mí no entiende por qué no podemos amar a las personas por encima de su sexo, a pesar de que el resto de mi ser ha comprobado una y otra vez que el sexo de la pareja es una condición sine qua non para poderla amar. En fin, será la voz del homófobo que todos llevamos dentro.
He llegado a la conclusión de que imaginar vidas paralelas es una costumbre muy sana, ya que reprimir una emoción o un pensamiento siempre termina pasando factura. Durante años, yo reprimí sin ni tan siquiera saberlo la atracción que sentía por las mujeres, y ahora puede que esté toda la vida tratando de reparar los estragos que esa represión ha creado en mi psique. Por otro lado, considero que la fantasía es un coto vedado que entra dentro de la intimidad no necesariamente compartida de cada persona. Así, no creo en nada parecido a un pecado de pensamiento: cuando imagino vidas paralelas, simplemente imagino, y pienso que tengo derecho a hacerlo. Otra cosa muy distinta sería llevarlas a la práctica, no porque no pudiera hacerlo, sino porque tendrían que darse ciertas condiciones, ya que lo que sí me parece inmoral es la infidelidad encubierta.
La idea de que la imaginación entre dentro de la intimidad de cada cual me parece importante porque no siempre es aconsejable compartir este tipo de fantasías. De hecho, a mí no me gustaría que mi pareja me contase con quién fantasea y qué se imagina, ya que, por desgracia, no tengo tanta confianza en mí misma como para no sentir celos e inseguridad hasta límites insoportables. Sin embargo, creo que es importante que reconozcamos a la otra persona su derecho a la intimidad, a la imaginación, a la fantasía, aunque sea de carácter sexual y no precisamente con nosotras. Primero, porque la libertad mental es un hecho incontestable, al menos a este respecto; y segundo, porque es una hermosa manera de respetar y amar a nuestra pareja, y, por tanto, de estar más unidas a ella, aunque a algunos les resulte paradójico.
En fin, es sólo una teoría personal, pero que a mí me ha aportado mucha paz y estabilidad mental y emocional desde que la llevo a la práctica.
Y por eso estoy encantada de compartirla.
Cuando me planteo la posibilidad de tener más de una pareja, me doy cuenta de que sería incapaz de llevarlo a la práctica. No sólo por educación y costumbre, que también, sino porque, teniendo en cuenta la energía, el tiempo y las emociones que pongo en una relación, sería imposible multiplicarlas siquiera por dos, ya que si emplease más energía, más tiempo y más emociones, dejaría de trabajar, de relacionarme con otras personas e incluso de dormir. Muchas veces he pensado que, si me embarco en una relación de menor intensidad, sí que podría hacerlo; sin embargo, nunca termina mereciéndome la pena ninguna relación de menor intensidad.
Todo esto no significa que no tenga ojos en la cara, y que no esté siempre atenta a las personas que conozco. De hecho, muchos de los hombres y mujeres con los que me cruzo cada día llaman mi atención, y algunos, incluso, me provocan cierta angustia existencial, cuando pienso en cuánto me gustaría dedicarles cierta energía, tiempo y emociones, y cómo me resulta imposible hacerlo. Para rebajar esta angustia he ideado un sistema que me funciona bastante bien: me imagino viviendo con ellos otras vidas paralelas.
Así, fantaseo con la idea de que soy completamente libre para dedicarme a cada una de estas personas, y que, además, quiero hacerlo. Entonces, me imagino qué pasaría, cómo serían las cosas, qué ocurriría entre nosotros, y al cabo de algunas semanas, a lo sumo un par de meses, me canso de imaginar. Para entonces, la angustia ha desaparecido, y yo sigo tranquilamente con mi vida.
Lo curioso del asunto es que me pasa tanto con hombres como con mujeres; de hecho, me ocurre más a menudo con hombres, lo que reviste de cierto absurdo mi angustia. Supongo que sentir atracción por algunos hombres es, para mí, una costumbre adquirida durante años que ahora ni puedo ni quiero abandonar. Aunque parte de mi angustia también viene producida por cierta incomprensión hacia la realidad de la orientación sexual: creo que, todavía, algo en mí no entiende por qué no podemos amar a las personas por encima de su sexo, a pesar de que el resto de mi ser ha comprobado una y otra vez que el sexo de la pareja es una condición sine qua non para poderla amar. En fin, será la voz del homófobo que todos llevamos dentro.
He llegado a la conclusión de que imaginar vidas paralelas es una costumbre muy sana, ya que reprimir una emoción o un pensamiento siempre termina pasando factura. Durante años, yo reprimí sin ni tan siquiera saberlo la atracción que sentía por las mujeres, y ahora puede que esté toda la vida tratando de reparar los estragos que esa represión ha creado en mi psique. Por otro lado, considero que la fantasía es un coto vedado que entra dentro de la intimidad no necesariamente compartida de cada persona. Así, no creo en nada parecido a un pecado de pensamiento: cuando imagino vidas paralelas, simplemente imagino, y pienso que tengo derecho a hacerlo. Otra cosa muy distinta sería llevarlas a la práctica, no porque no pudiera hacerlo, sino porque tendrían que darse ciertas condiciones, ya que lo que sí me parece inmoral es la infidelidad encubierta.
La idea de que la imaginación entre dentro de la intimidad de cada cual me parece importante porque no siempre es aconsejable compartir este tipo de fantasías. De hecho, a mí no me gustaría que mi pareja me contase con quién fantasea y qué se imagina, ya que, por desgracia, no tengo tanta confianza en mí misma como para no sentir celos e inseguridad hasta límites insoportables. Sin embargo, creo que es importante que reconozcamos a la otra persona su derecho a la intimidad, a la imaginación, a la fantasía, aunque sea de carácter sexual y no precisamente con nosotras. Primero, porque la libertad mental es un hecho incontestable, al menos a este respecto; y segundo, porque es una hermosa manera de respetar y amar a nuestra pareja, y, por tanto, de estar más unidas a ella, aunque a algunos les resulte paradójico.
En fin, es sólo una teoría personal, pero que a mí me ha aportado mucha paz y estabilidad mental y emocional desde que la llevo a la práctica.
Y por eso estoy encantada de compartirla.
2 comentarios:
Uf! tocás varios temas en este post, y todos ellos me sugieren una respuesta o un comment, a ver
1- al igual que tú, soy monógama y creo que por los mismos motivos... la única vez que tuve dos amores paralelos, creo que fue justamente por lo que vos decís, no eran amores lo suficientemente intensos, ninguno de los dos...
2- detesto la infidelidad, me parece que mentir, directamente no vale la pena
3- lo de imaginar vidas paralelas para liberar la angustia que te produce el no poder relacionarte como quisieras con diferentes personas, es muy ingenioso, porque de hecho por lo general la gente lo que hace es imaginarse lo mismo, pero soñando... sin ir más lejos la otra noche soñé con dos cosas que me gustaría hacer en mi vida real: soñé que estaba charlando con mi amigo, y que él me pedía un cigarrillo, yo se lo convidaba, y nos fumábamos un pucho cada uno mientras hablábamos de nuestras cosas... con eso maté dos pájaros de un tiro, mis ganas de fumar, y mi necesidad insatisfecha de estar más con él, que está pasando por un mal momento en su vida...
4- por último en cuanto a la condición de privacidad de la imaginación o la fantasía de cada miembro de la pareja, yo soy partidaria de hablarlo todo, porque parto de la base de que si no es nada malo, no hay por qué ocultarlo, y es una manera más de comunicarse, de conocerse, y de entender cuáles son los verdaderos sueños del otro, que a veces sólo se animan a asomar bajo la forma de fantasías alocadas.
salu2
Gracias por tu comentario, Marga, me ha resultado muy interesante.
Respecto al punto 4, yo también creo que lo ideal es compartir las fantasías, por lo que tú dices: porque no es nada malo y porque te ayuda a comprender de manera más profunda a la otra persona.
Sin embargo, reconozco que no tengo la suficiente autoestima ni la suficiente confianza en mí misma (y supongo que tampoco la tengo en mi pareja) como para poder compartir ciertas fantasías que creo que nos producirían dolor a las dos.
Probablemente me equivoque (sobre todo en el caso de mi novia, que lleva todo esto muy bien), pero por el momento soy incapaz de mostrar esa parte de mí y de ver la de mi pareja.
De todas formas, creo que también es cuestión de madurez, así que espero poder llegar a tener esa confianza con mi pareja algún día. Mientras tanto, seguiré albergando pequeñas cantidades celos absurdos :-P
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