Poco a poco voy reconciliándome con mi trabajo. Desde que empezó el año, me hice el firme propósito de racionalizar mis esfuerzos y recuperar la ilusión. Y aunque la cabra siempre tira al monte, creo que lo estoy consiguiendo.
Para ello, me he centrado en dos motivaciones principales. La primera son las personas con las que trabajo; sobre todo, mi alumnos y alumnas. El momento de llegar al instituto y empezar las clases suele ser mi preferido de toda la jornada laboral. Y aunque a veces termino hasta el moño, casi todos los días consiguen arrancarme una sonrisa o emocionarme. Tal vez sea porque soy una persona de risa y lágrima fácil, pero en este caso... ¡mejor para mí!
Mi otra motivación es la materia que enseño. Me encanta hablar de Literatura, de Arte, de Historia. Me gusta leer, pensar, sentir, reflexionar. Así que estoy procurando desoxidarme, volver a estudiar, a aprender cosas nuevas, a sorprenderme y a emocionarme (¡sí! ¡emocionarse es la clave!) para que todo tenga sentido de nuevo, para recordar por qué escogí esta profesión partiendo de mis aficiones, de lo que más me gustaba hacer en la vida, con la idea de compartirlo con los demás.
Intento que no me roben también lo que merece la pena.
Y parece que funciona.
Encantada.
1 comentario:
Hoy me he enfadado y divertido a la vez en la misma clase.
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