María de Zayas vivió y escribió su obra en el siglo XVII. Al parecer, de su vida “nada se sabe”, lo que para algunos críticos se concreta en la sorprendente falta de información acerca de “si alguna vez se casó”. Como novelista, fue muy apreciada en su época, y generalmente es considerada la mejor pluma del Barroco español, y la segunda del Siglo de Oro, sólo precedida por Cervantes.
Su principal legado para la Historia de la Literatura son dos obras, una continuación de la otra: Novelas amorosas y ejemplares y Desengaños amorosos. En ellas se sigue la estructura clásica de las novelas-marco: un grupo de mujeres y hombres se reúnen para contar una serie de relatos con la excusa de entretener a una jovencita que se encuentra convaleciente. La temática de los relatos es siempre parecida: su protagonista, una mujer, sufre un reiterado maltrato por parte de uno o varios hombres, de lo cual extrae una enseñanza. Esta enseñanza, como excepción, se orienta a sustituir la denostada imagen femenina por una imagen masculina de crueldad e injusta dominación.
Desde mi punto de vista, y con toda la perspectiva histórica, está claro: María de Zayas fue una mujer lesbiana. Y como tal me gustaría reivindicarla.
Si María de Zayas se casó o no, creo que no importa, ya que en la época eran escasas las posibilidades de subsistencia de una mujer en ausencia de la tutela de un varón. Mucho más interesante me parece su opinión acerca del matrimonio. Esta se muestra claramente en la presentación de la protagonista de Desengaños amorosos, prometida a un hombre que no ama:
Y así, o que fuese alguna desorden, o el pesar de considerarse Lisis […] mal hallada con dueño extraño a su voluntad, y ya casi en poder del no apetecido, se dejó rendir a tan crueles desesperaciones, castigando con verter perlas a sus divinos ojos, que amaneció otro día la hermosa dama con una mortal calentura.
Curiosamente, para ayudarle a pasar su enfermedad, una de sus tías le regala una criada. Su presencia tiene un efecto muy concreto en Lisis:
En esta ocasión le trujeron a Lisis una hermosísima esclava […]. Era mora y se llamaba Zelima, de gallardo entendimiento y muchas gracias, como eran leer, escribir, cantar, tañer, bordar y, sobre todo, hacer excelentísimos versos […]. Con esta hermosa mora se alegró tanto Lisis, que gozándose con sus habilidades y agrados, casi se olvidaba de la enfermedad, cobrándose tanto amor, que no era como de señora y esclava, sino de dos queridas hermanas. Sabía muy bien Zelima granjear y atraer a sí la voluntad de Lisis, y Lisis pagárselo en quererla tanto, que apenas se hallaba sin ella.
Sin duda, la preferencia por la compañía femenina y la reivindicación de capacidades intelectuales para la mujer son dos indicios de la apertura de un espacio lésbico en esta novela. Lésbico y feminista, como no podía ser de otra manera:
Acomodados todos en sus lugares […], y todos los hombres mal contentos de que, por no serles concedido el novelar, no podía dar muestra de las intenciones […]. Y las damas contentas de que les llegaba la ocasión de satisfacerse de tantos agravios como les hacen en sentir mal de ellas […]. Hizo Zelima una reverencia al auditorio, y otra a su señora Lisis, y sentóse en dos almohadas que estaba situadas en medio del estrado, lugar prevenido para la que había de desengañar […]:
- Mandásteme, señora mía, que contase esta noche un desengaño, para que las damas se avisen de los engaños y cautelas de los hombres, para que vuelvan por su fama en tiempo que la tienen tan perdida, que en ninguna ocasión hablan ni sienten de ellas bien, siendo su mayor entretenimiento decir mal de ellas: pues ni comedia se representa, ni libro se imprime que no sea todo en ofensa de las mujeres, sin que se reserve ninguna.
Después de los múltiples desengaños que cuentan las mujeres, Lisis toma una decisión:
Pues si una triste vidilla tiene tantos enemigos, y el mayor es un marido, ¿quién me ha de obligar a que entre yo en lid de que tantas han salido vencidas, y saldrán mientras durare el mundo, no siendo más valiente ni más dichosa? […] Estoy tan cobarde que, como el que ha cometido algún delito, me acojo a sagrado y tomo por amparo el retiro de un convento, desde donde pienso (como en talanquera) ver lo que sucede a los demás. Y así, con mi querida doña Isabel, a quien pienso acompañar mientras viviere, me voy a salvar de los engaños de los hombres.
Por si quedasen dudas, es importante aclarar que doña Isabel y Zelima son la misma persona. Así, las dos pasan juntas el resto de su vida, a salvo. Y este “a salvo” no es ninguna bagatela, ya que en la época, ser mujer era vivir encerrada tras una celosía, sirviendo al marido y pariendo hijos, sin derecho siquiera a la vida, que se perdía por el más mínimo descuido en esa estupidez que llamaban honor. Algo que hoy sigue ocurriendo, claro está, en tantos lugares.
Se cree que María de Zayas pudo terminar sus días en un convento, si bien no como religiosa ordenada, sí como seglar. Lo que para algunos puede significar un triste final, para ella, sin embargo, significó salir victoriosa, convertirse en dueña de su propia vida. Un pensamiento que tantas mujeres compartieron, en su época y en épocas anteriores, cuando ser monja era uno de los pocos escapes dignos al matrimonio, escape que además permitía a las mujeres estudiar y realizarse en múltiples aspectos. Y así es como lo explica la propia María:
No es trágico fin, sino el más felice que se pudo dar, pues codiciosa y deseada de muchos, no se sujetó a ninguno.
Encantada de recuperar su palabra.
Su principal legado para la Historia de la Literatura son dos obras, una continuación de la otra: Novelas amorosas y ejemplares y Desengaños amorosos. En ellas se sigue la estructura clásica de las novelas-marco: un grupo de mujeres y hombres se reúnen para contar una serie de relatos con la excusa de entretener a una jovencita que se encuentra convaleciente. La temática de los relatos es siempre parecida: su protagonista, una mujer, sufre un reiterado maltrato por parte de uno o varios hombres, de lo cual extrae una enseñanza. Esta enseñanza, como excepción, se orienta a sustituir la denostada imagen femenina por una imagen masculina de crueldad e injusta dominación.
Desde mi punto de vista, y con toda la perspectiva histórica, está claro: María de Zayas fue una mujer lesbiana. Y como tal me gustaría reivindicarla.
Si María de Zayas se casó o no, creo que no importa, ya que en la época eran escasas las posibilidades de subsistencia de una mujer en ausencia de la tutela de un varón. Mucho más interesante me parece su opinión acerca del matrimonio. Esta se muestra claramente en la presentación de la protagonista de Desengaños amorosos, prometida a un hombre que no ama:
Y así, o que fuese alguna desorden, o el pesar de considerarse Lisis […] mal hallada con dueño extraño a su voluntad, y ya casi en poder del no apetecido, se dejó rendir a tan crueles desesperaciones, castigando con verter perlas a sus divinos ojos, que amaneció otro día la hermosa dama con una mortal calentura.
Curiosamente, para ayudarle a pasar su enfermedad, una de sus tías le regala una criada. Su presencia tiene un efecto muy concreto en Lisis:
En esta ocasión le trujeron a Lisis una hermosísima esclava […]. Era mora y se llamaba Zelima, de gallardo entendimiento y muchas gracias, como eran leer, escribir, cantar, tañer, bordar y, sobre todo, hacer excelentísimos versos […]. Con esta hermosa mora se alegró tanto Lisis, que gozándose con sus habilidades y agrados, casi se olvidaba de la enfermedad, cobrándose tanto amor, que no era como de señora y esclava, sino de dos queridas hermanas. Sabía muy bien Zelima granjear y atraer a sí la voluntad de Lisis, y Lisis pagárselo en quererla tanto, que apenas se hallaba sin ella.
Sin duda, la preferencia por la compañía femenina y la reivindicación de capacidades intelectuales para la mujer son dos indicios de la apertura de un espacio lésbico en esta novela. Lésbico y feminista, como no podía ser de otra manera:
Acomodados todos en sus lugares […], y todos los hombres mal contentos de que, por no serles concedido el novelar, no podía dar muestra de las intenciones […]. Y las damas contentas de que les llegaba la ocasión de satisfacerse de tantos agravios como les hacen en sentir mal de ellas […]. Hizo Zelima una reverencia al auditorio, y otra a su señora Lisis, y sentóse en dos almohadas que estaba situadas en medio del estrado, lugar prevenido para la que había de desengañar […]:
- Mandásteme, señora mía, que contase esta noche un desengaño, para que las damas se avisen de los engaños y cautelas de los hombres, para que vuelvan por su fama en tiempo que la tienen tan perdida, que en ninguna ocasión hablan ni sienten de ellas bien, siendo su mayor entretenimiento decir mal de ellas: pues ni comedia se representa, ni libro se imprime que no sea todo en ofensa de las mujeres, sin que se reserve ninguna.
Después de los múltiples desengaños que cuentan las mujeres, Lisis toma una decisión:
Pues si una triste vidilla tiene tantos enemigos, y el mayor es un marido, ¿quién me ha de obligar a que entre yo en lid de que tantas han salido vencidas, y saldrán mientras durare el mundo, no siendo más valiente ni más dichosa? […] Estoy tan cobarde que, como el que ha cometido algún delito, me acojo a sagrado y tomo por amparo el retiro de un convento, desde donde pienso (como en talanquera) ver lo que sucede a los demás. Y así, con mi querida doña Isabel, a quien pienso acompañar mientras viviere, me voy a salvar de los engaños de los hombres.
Por si quedasen dudas, es importante aclarar que doña Isabel y Zelima son la misma persona. Así, las dos pasan juntas el resto de su vida, a salvo. Y este “a salvo” no es ninguna bagatela, ya que en la época, ser mujer era vivir encerrada tras una celosía, sirviendo al marido y pariendo hijos, sin derecho siquiera a la vida, que se perdía por el más mínimo descuido en esa estupidez que llamaban honor. Algo que hoy sigue ocurriendo, claro está, en tantos lugares.
Se cree que María de Zayas pudo terminar sus días en un convento, si bien no como religiosa ordenada, sí como seglar. Lo que para algunos puede significar un triste final, para ella, sin embargo, significó salir victoriosa, convertirse en dueña de su propia vida. Un pensamiento que tantas mujeres compartieron, en su época y en épocas anteriores, cuando ser monja era uno de los pocos escapes dignos al matrimonio, escape que además permitía a las mujeres estudiar y realizarse en múltiples aspectos. Y así es como lo explica la propia María:
No es trágico fin, sino el más felice que se pudo dar, pues codiciosa y deseada de muchos, no se sujetó a ninguno.
Encantada de recuperar su palabra.