Este fin de semana hemos empezado a calentar motores de cara al Orgullo, ya que la manifestación de Madrid tendrá lugar el próximo día 5 de julio. Parece que se pretendía reservar el día de ayer, el histórico 28, para que la gente pudiese manifestarse en sus ciudades, de manera que el próximo sábado todo el mundo viniera a Madrid y así hacer una macromanifestación.
Y es esta situación la que me crea el primer sentimiento contradictorio del día. Por un lado, entiendo que es necesario que la comunidad LGBT de cada lugar se manifieste allí donde vive, porque es allí y no en otra parte donde necesitan visibilidad. También entiendo que la gran manifestación de Madrid es muy importante, porque todos juntos hacemos mucho bulto y mucho ruido y así podemos dar cifras astronómicas para que salgan en los telediarios. Pero a la vez... ¡no sé! El 28 de junio es el 28 de junio, al fin ha dado la casualidad de que cae en sábado, y sin embargo... en Madrid nos castigan sin manifestación. Por otra parte, recuerdo el Euro Pride del año pasado como un evento angustioso, con las calles a rebosar de espectadores, una marea humana que nunca terminabas de saber a lo que iba... y me planteo la necesidad de convocar otra manifestación similar.
Pero bueno, lo que piensas en estos casos es que nada va a convencerte al 100%, así que hay que ir de cualquier manera, hay que moverse, hay que acudir en estos días grandes del Orgullo, es el momento y por eso, mi novia y yo fuimos a tomarnos algo a Chueca el viernes para empaparnos del ambientillo pre-Pride.
Y ahí llega mi segundo sentimiento contradictorio del día. Por la calle iban repartiendo folletos del MADO (Madrid Orgullo), lo cual es siempre una alegría, especialmente cuando te dispones a deleitarte con un montón de actividades supuestamente dirigidas a personas como tú, cuando hojeas un cuadernito repleto de banderas del arco iris, cuando sabes que todo lo que se ofrece forma parte de un festival oficial que, en sí mismo, es un gran logro para una comunidad históricamente perseguida. Pero entonces lo abres y te da como pena fijarte en gran cantidad de publicidad de bebidas alcohólicas que lo adornan, que sabes que han patrocinado el evento pero que te preguntas qué tendrán que ver con ser lesbiana o gay o bisexual o transexual o meramente persona, aunque después empiezas a entenderlo cuando descubres, un año más, que la mayor parte de las actividades que se plantean consisten en ir a un bar de ambiente y escuchar a DJ Nosequién. Y bueno, al fin y al cabo, eso dicen que son las fiestas, beber y bailar, así que casi debería alegrarme de que el MADO no fuera diferente.
El problema es que esa sensación de estar ante algo que deberías sentir como propio y que sin embargo te resulta ajeno se extiende cada vez más a todo el ambiente, de manera que Chueca va dejando de ser un refugio para provocarte cierta estupefacción y cierto malestar. No digo el concepto de barrio rosa, no digo todos los lugares a los que se puede ir, no digo la mayoría de la gente, digo algo difuso, una mirada, un gesto, un ademán, unos precios que te empujan a sentirte diferente otra vez. Y sí, es lo de siempre, la discusión inacabable de la imagen de gay-guapo-guay en la que tú no entras, porque no eres gay, ni eres ese tipo de guapo (¡qué coño!), ni desde luego eres nada que se pueda clasificar como guay, porque no le devuelves a los heteros la imagen de los gays que quieren ver, porque ni siquiera se la devuelves a muchos gays, y entonces parece que no puedas participar de ese Imperio Ultrarrosa que tienen montado y que a ti te relega a un más que modesto lado oscuro.
Pero está bien, no, no, no, no todo es tan malo, porque en las últimas hojas del folleto encuentras algunas actividades culturales: performances a favor de la igualdad de la mujer, un coloquio de mujeres creadoras, unos cuantos cortos y largos de cine lésbico, que te hacen pensar que eres una jodida, que te has dejado seducir por la crítica fácil y que si no mueves el culo para participar de lo que sí sientes que eres parte, es porque no te da la gana.
Así que el sábado estuvimos con unas amigas en el teatro, viendo “Monólogos de bollería fina”, una obra compuesta por tres monólogos de temática lésbica muy divertidos y muy recomendables. Me gustó el ambiente del teatro (con su dosis alternativa y su dosis digna), me gusto el detalle que tuvieron según entrabas a la sala (detalle que no cuento para que otras puedan sorprenderse con él), me gustó sentarme en la butaca rodeada de lesbianas de todos los tipos (la diferencia lógica que se ve cuando muchas lesbianas se juntan) y me gustó la visión de las lesbianas que devolvía la obra, una visión difusa, múltiple, contradictoria, que considero bastante cercana a eso que llaman “la realidad”.
De manera que parece que aún queda sitio para la esperanza. También en el folleto del MADO, que al final del todo, en un espacio muy pequeño pero existente, hicieron una mención al entretenimiento infantil, algo que yo buscaba con avidez y no esperaba encontrar. Porque si tanto defendemos a nuestras familias, ¿se puede saber cuál es su espacio durante estas fiestas del Orgullo?
Pero esta esperanza me crea el tercer y último sentimiento contradictorio del día. Porque me doy cuenta de que no, de que yo no quiero eso. No quiero encontrarme en el ambiente, no quiero encontrarme durante un mes al año, no quiero orgullo sólo durante el Orgullo. Me doy cuenta de que mi vida es el día a día, en mi casa, en mi barrio, en mi trabajo, con mi gente, y no quiero que se abran más espacios para la diferencia, quiero que se abran espacios para el encuentro, para la igualdad, para no esperar ávidamente una fecha ni sentirme impelida a acudir a un evento un solo día, cuando a lo mejor no me apetece, cuando a lo mejor no es el momento, sólo porque no habrá más.
Y lo sé. Sé que la discriminación positiva es necesaria, sé que es un precio que pagamos gustosamente, sé que no está mal y que se necesita, sé que una se siente bien rodeada de personas como tú, cuando se ha organizado algo pensado en ti, cuando sales de la invisibilidad y te conviertes en protagonista. Pero también te sientes bien cuando sencillamente formas parte de la sociedad.
Encantada, sí
... y contradictoria.
Y es esta situación la que me crea el primer sentimiento contradictorio del día. Por un lado, entiendo que es necesario que la comunidad LGBT de cada lugar se manifieste allí donde vive, porque es allí y no en otra parte donde necesitan visibilidad. También entiendo que la gran manifestación de Madrid es muy importante, porque todos juntos hacemos mucho bulto y mucho ruido y así podemos dar cifras astronómicas para que salgan en los telediarios. Pero a la vez... ¡no sé! El 28 de junio es el 28 de junio, al fin ha dado la casualidad de que cae en sábado, y sin embargo... en Madrid nos castigan sin manifestación. Por otra parte, recuerdo el Euro Pride del año pasado como un evento angustioso, con las calles a rebosar de espectadores, una marea humana que nunca terminabas de saber a lo que iba... y me planteo la necesidad de convocar otra manifestación similar.
Pero bueno, lo que piensas en estos casos es que nada va a convencerte al 100%, así que hay que ir de cualquier manera, hay que moverse, hay que acudir en estos días grandes del Orgullo, es el momento y por eso, mi novia y yo fuimos a tomarnos algo a Chueca el viernes para empaparnos del ambientillo pre-Pride.
Y ahí llega mi segundo sentimiento contradictorio del día. Por la calle iban repartiendo folletos del MADO (Madrid Orgullo), lo cual es siempre una alegría, especialmente cuando te dispones a deleitarte con un montón de actividades supuestamente dirigidas a personas como tú, cuando hojeas un cuadernito repleto de banderas del arco iris, cuando sabes que todo lo que se ofrece forma parte de un festival oficial que, en sí mismo, es un gran logro para una comunidad históricamente perseguida. Pero entonces lo abres y te da como pena fijarte en gran cantidad de publicidad de bebidas alcohólicas que lo adornan, que sabes que han patrocinado el evento pero que te preguntas qué tendrán que ver con ser lesbiana o gay o bisexual o transexual o meramente persona, aunque después empiezas a entenderlo cuando descubres, un año más, que la mayor parte de las actividades que se plantean consisten en ir a un bar de ambiente y escuchar a DJ Nosequién. Y bueno, al fin y al cabo, eso dicen que son las fiestas, beber y bailar, así que casi debería alegrarme de que el MADO no fuera diferente.
El problema es que esa sensación de estar ante algo que deberías sentir como propio y que sin embargo te resulta ajeno se extiende cada vez más a todo el ambiente, de manera que Chueca va dejando de ser un refugio para provocarte cierta estupefacción y cierto malestar. No digo el concepto de barrio rosa, no digo todos los lugares a los que se puede ir, no digo la mayoría de la gente, digo algo difuso, una mirada, un gesto, un ademán, unos precios que te empujan a sentirte diferente otra vez. Y sí, es lo de siempre, la discusión inacabable de la imagen de gay-guapo-guay en la que tú no entras, porque no eres gay, ni eres ese tipo de guapo (¡qué coño!), ni desde luego eres nada que se pueda clasificar como guay, porque no le devuelves a los heteros la imagen de los gays que quieren ver, porque ni siquiera se la devuelves a muchos gays, y entonces parece que no puedas participar de ese Imperio Ultrarrosa que tienen montado y que a ti te relega a un más que modesto lado oscuro.
Pero está bien, no, no, no, no todo es tan malo, porque en las últimas hojas del folleto encuentras algunas actividades culturales: performances a favor de la igualdad de la mujer, un coloquio de mujeres creadoras, unos cuantos cortos y largos de cine lésbico, que te hacen pensar que eres una jodida, que te has dejado seducir por la crítica fácil y que si no mueves el culo para participar de lo que sí sientes que eres parte, es porque no te da la gana.
Así que el sábado estuvimos con unas amigas en el teatro, viendo “Monólogos de bollería fina”, una obra compuesta por tres monólogos de temática lésbica muy divertidos y muy recomendables. Me gustó el ambiente del teatro (con su dosis alternativa y su dosis digna), me gusto el detalle que tuvieron según entrabas a la sala (detalle que no cuento para que otras puedan sorprenderse con él), me gustó sentarme en la butaca rodeada de lesbianas de todos los tipos (la diferencia lógica que se ve cuando muchas lesbianas se juntan) y me gustó la visión de las lesbianas que devolvía la obra, una visión difusa, múltiple, contradictoria, que considero bastante cercana a eso que llaman “la realidad”.
De manera que parece que aún queda sitio para la esperanza. También en el folleto del MADO, que al final del todo, en un espacio muy pequeño pero existente, hicieron una mención al entretenimiento infantil, algo que yo buscaba con avidez y no esperaba encontrar. Porque si tanto defendemos a nuestras familias, ¿se puede saber cuál es su espacio durante estas fiestas del Orgullo?
Pero esta esperanza me crea el tercer y último sentimiento contradictorio del día. Porque me doy cuenta de que no, de que yo no quiero eso. No quiero encontrarme en el ambiente, no quiero encontrarme durante un mes al año, no quiero orgullo sólo durante el Orgullo. Me doy cuenta de que mi vida es el día a día, en mi casa, en mi barrio, en mi trabajo, con mi gente, y no quiero que se abran más espacios para la diferencia, quiero que se abran espacios para el encuentro, para la igualdad, para no esperar ávidamente una fecha ni sentirme impelida a acudir a un evento un solo día, cuando a lo mejor no me apetece, cuando a lo mejor no es el momento, sólo porque no habrá más.
Y lo sé. Sé que la discriminación positiva es necesaria, sé que es un precio que pagamos gustosamente, sé que no está mal y que se necesita, sé que una se siente bien rodeada de personas como tú, cuando se ha organizado algo pensado en ti, cuando sales de la invisibilidad y te conviertes en protagonista. Pero también te sientes bien cuando sencillamente formas parte de la sociedad.
Encantada, sí
... y contradictoria.