Aprovechando que teníamos unos días de vacaciones, mi novia y yo hemos hecho una escapadita a Sevilla. Han sido unos días preciosos de sol, monumentos, largos paseos, bromas y carantoñas: justo lo que necesitábamos después del crudo invierno.
La Giralda y la Torre del Oro, dos ejemplos de nuestro valiosísimo legado árabe.
Hacía ya varios años que no pisaba Andalucía, y no me he dado cuenta de cuánto la extrañaba hasta que no me he sentido otra vez allí. Mi mitad andaluza hervía emocionada al recuperar el acento, los giros y chascarrillos, las costumbres del sur. Pensé que ya nunca más me ocurriría y, sin embargo, una parte de mí volvió a sentirse en su hogar.
Lo que más me apena de visitar ciudades así, como turista, es la visión tan sesgada que te llevas de lo que es realmente aquello que visitas. En el caso de Sevilla, esto se cumple con mucha más intensidad, ya que allí redundan todo lo que pueden en lo típico, que es lo que casi todo el mundo parece ir buscando. Sin embargo, yo estoy segura de que existe otra Sevilla, que apenas hemos podido intuir detrás de tanta parafernalia, y que espero ir conociendo con el tiempo.
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Algo de esa otra ciudad, desconocida, pudimos desvelar cuando tratamos de encontrar las zonas de ambiente, más a la vista que en Barcelona, pero también sumamente diferentes a lo que conocemos en Madrid. Y es que, allá donde vamos, esperamos inconscientemente encontrar algo parecido a Chueca, pero este tipo de barrios rosas no se dan en todas las ciudades, hacen falta determinadas circunstancias que en Sevilla tampoco parecen haber tenido lugar. Y aun así, me gustó muchísimo conocer una zona diferente, a primera vista más abierta, alternativa e integrada que Chueca, lo cual me alegró.
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La otra Sevilla también se nos mostró mientras volvíamos en taxi a la estación. Hablando de todo un poco, le saqué al taxista el tema de la Semana Santa, casi como cortesía, pues pensé que a él le gustaría hablar de las procesiones, algo que a mí me genera bastante animadversión. Y entonces él me sacó de mi error con toda naturalidad:
− Hay que ver, ¿verdad?, esa gente, que siente tanto todo eso, que les ves en la tele llorando cuando llueve y te da pena, ¿verdad?, y lo difícil que es de entender, porque la gente normal, así como nosotros, no vemos más que una estatua, ¿verdad?, y te preguntas, ¿pero cómo pueden ponerse así por una estatua?, ¿verdad?, pero es que esa gente lo vive, ya ves...
− Hay que ver, ¿verdad?, esa gente, que siente tanto todo eso, que les ves en la tele llorando cuando llueve y te da pena, ¿verdad?, y lo difícil que es de entender, porque la gente normal, así como nosotros, no vemos más que una estatua, ¿verdad?, y te preguntas, ¿pero cómo pueden ponerse así por una estatua?, ¿verdad?, pero es que esa gente lo vive, ya ves...
Porque no toda Sevilla es lo que parece, o lo que nos parece, o lo que hacen que nos parezca: encantada.