De todas las formas que adopta la heteronormatividad, una de las que más me saca de quicio, quizá por lo absurdo, es la heteronormatividad gramatical. La he sufrido con todo tipo de personas: familiares, amigos, conocidos… Y la última vez, fue en el banco.
Mi novia y yo habíamos ido a solicitar información sobre las características de la hipoteca que pesa sobre la que, si nada lo remedia, en breve será nuestra nueva casa. Las dos nos sentamos enfrente de la encargada, mujer como nosotras, las dos nos presentamos con nuestros nombres, ambos clara y tradicionalmente femeninos, y sin embargo, ella insistió en robarnos una y otra vez el género.
─ Porque a vosotros os conviene subrogar la hipoteca…
─ Porque si vosotros finalmente os decidís a firmar…
─ Porque con un contrato como el que tenéis vosotros…
Yo la miraba con los ojos como platos y me debatía entre enseñarle una teta o preguntarle abiertamente con quién estaba hablando, quiénes eran esos “vosotros”, si alrededor de la mesa yo sólo veía tres mujeres.
Me pregunto por qué lo hacen. Y sólo me respondo en algunos casos. Por ejemplo, mis padres. Mis padres se refirieron durante años a “nosotras” como “vosotros”, una de tantas maneras de negar nuestra relación. Pero, ¿y el resto? ¿Qué pasa con aquellas personas que aceptan nuestra realidad y, aun así, la distorsionan utilizando un pronombre masculino que resulta inaplicable? ¿Y a los que les da lo mismo? ¿Por qué insisten en no hacer honor a la realidad que tienen delante de sus narices?
Recuerdo una anécdota que me ocurrió al poco de empezar a vivir con mi novia. La presidenta de la comunidad pasó por todos los pisos avisándonos del día en que vendría el técnico a instalarnos el TDT, para que estuviéramos en casa por si necesitaba entrar. Dejando aparte que el TDT nunca funcionó, ni antes ni después de la visita del técnico, la presidenta empezó dirigiéndose a “nosotras” como “vosotros”:
─ Y como vosotros sois nuevos en la comunidad…
─ Y si vosotros no podéis estar en casa…
─ Y vosotros, ¿qué tal veis la televisión? (mal, señora, mal, y nos iremos sin haberla visto bien nunca).
Yo, en mi inocencia, creí que la presidenta realmente pensaba que éramos una pareja heterosexual, así que traté de sacarla de su error:
─ Bueno, por si tienes algún problema, te doy mi teléfono y el de [Nombre evidentemente femenino de mi novia].
─ Ay, sí ─respondió ella─, pero dime quién es quién, que vuestros nombres ya me los sé por el buzón…
Ignorando el momento cotilla, me dejó perpleja el hecho de que ella ya supiera que en nuestra casa vivían dos mujeres, y que a pesar de eso, hubiera utilizado el “vosotros”. ¿Por qué lo hacen? ¿Por costumbre? ¿Porque el 95% de las parejas son “vosotros”? ¿Porque creen estar desvelando una realidad oculta? ¿Porque les parece equivalente a hablar de nuestras relaciones sexuales? ¿Por qué, madre mía, que no soy capaz de entenderlo?
Por suerte, frente a la espada del “vosotros”, nos queda el escudo del “nosotras”. De mis padres me defendí durante años y hoy ya utilizan el género gramatical correcto. Con la del banco todo fue más rápido: un par de sesiones irradiando “nosotras” por todos los poros le sirvió para dejar de llamarnos como no debía.
─ Y vosotras, ¿tenéis hijos?
Qué alegría sentí cuando nos hizo esa pregunta, aunque sólo fuera para rellenar un formulario de subrogación: por fin reconocía nuestro género, nuestra relación e incluso nuestra unidad familiar potencial.
¡Encantada!
Mi novia y yo habíamos ido a solicitar información sobre las características de la hipoteca que pesa sobre la que, si nada lo remedia, en breve será nuestra nueva casa. Las dos nos sentamos enfrente de la encargada, mujer como nosotras, las dos nos presentamos con nuestros nombres, ambos clara y tradicionalmente femeninos, y sin embargo, ella insistió en robarnos una y otra vez el género.
─ Porque a vosotros os conviene subrogar la hipoteca…
─ Porque si vosotros finalmente os decidís a firmar…
─ Porque con un contrato como el que tenéis vosotros…
Yo la miraba con los ojos como platos y me debatía entre enseñarle una teta o preguntarle abiertamente con quién estaba hablando, quiénes eran esos “vosotros”, si alrededor de la mesa yo sólo veía tres mujeres.
Me pregunto por qué lo hacen. Y sólo me respondo en algunos casos. Por ejemplo, mis padres. Mis padres se refirieron durante años a “nosotras” como “vosotros”, una de tantas maneras de negar nuestra relación. Pero, ¿y el resto? ¿Qué pasa con aquellas personas que aceptan nuestra realidad y, aun así, la distorsionan utilizando un pronombre masculino que resulta inaplicable? ¿Y a los que les da lo mismo? ¿Por qué insisten en no hacer honor a la realidad que tienen delante de sus narices?
Recuerdo una anécdota que me ocurrió al poco de empezar a vivir con mi novia. La presidenta de la comunidad pasó por todos los pisos avisándonos del día en que vendría el técnico a instalarnos el TDT, para que estuviéramos en casa por si necesitaba entrar. Dejando aparte que el TDT nunca funcionó, ni antes ni después de la visita del técnico, la presidenta empezó dirigiéndose a “nosotras” como “vosotros”:
─ Y como vosotros sois nuevos en la comunidad…
─ Y si vosotros no podéis estar en casa…
─ Y vosotros, ¿qué tal veis la televisión? (mal, señora, mal, y nos iremos sin haberla visto bien nunca).
Yo, en mi inocencia, creí que la presidenta realmente pensaba que éramos una pareja heterosexual, así que traté de sacarla de su error:
─ Bueno, por si tienes algún problema, te doy mi teléfono y el de [Nombre evidentemente femenino de mi novia].
─ Ay, sí ─respondió ella─, pero dime quién es quién, que vuestros nombres ya me los sé por el buzón…
Ignorando el momento cotilla, me dejó perpleja el hecho de que ella ya supiera que en nuestra casa vivían dos mujeres, y que a pesar de eso, hubiera utilizado el “vosotros”. ¿Por qué lo hacen? ¿Por costumbre? ¿Porque el 95% de las parejas son “vosotros”? ¿Porque creen estar desvelando una realidad oculta? ¿Porque les parece equivalente a hablar de nuestras relaciones sexuales? ¿Por qué, madre mía, que no soy capaz de entenderlo?
Por suerte, frente a la espada del “vosotros”, nos queda el escudo del “nosotras”. De mis padres me defendí durante años y hoy ya utilizan el género gramatical correcto. Con la del banco todo fue más rápido: un par de sesiones irradiando “nosotras” por todos los poros le sirvió para dejar de llamarnos como no debía.
─ Y vosotras, ¿tenéis hijos?
Qué alegría sentí cuando nos hizo esa pregunta, aunque sólo fuera para rellenar un formulario de subrogación: por fin reconocía nuestro género, nuestra relación e incluso nuestra unidad familiar potencial.
¡Encantada!