Dedicado a todas las personas LGBT que vieron la manifestación como público, para que pronto sientan el orgullo suficiente que les permita poder participar en ella.
Este año acudí a la marcha del Orgullo con los ojos bien abiertos y el cerebro a punto para captar todas las diferencias y detalles especiales que observara respecto a las marchas anteriores, porque ya van unas cuantas y, a simple vista, todas pueden parecer iguales y, por lo tanto, no tendría nada que reseñar.
Para mí, una de las cosas que más me gustaron de esta marcha fue el eslogan: “Por una escuela sin armarios”. Me pareció particularmente acertado porque consiguió movilizar a mucha gente joven (y cuando digo “joven” quiero decir “adolescente”). No sólo tenían presencia las universidades, sino que había también representaciones de algunos institutos, centros concretos, con nombres y apellidos, lo cual me llenó de emoción y esperanza. Esos chicos y chicas están empezando a sentirse libres desde muy pronto, han interiorizado la idea de la lucha y el orgullo y acuden a la marcha a celebrarse a ellos mismos, dando la cara como tantas otras personas mayores que ellos, mucho menos frágiles en casi todos los aspectos, no se van a atrever a hacerlo en la vida. Me gustaría destacar especialmente su conciencia: al grito de “No desfilamos, nos manifestamos” (que tuve el gusto de oír en varias lenguas) demostraron que no todos son unos niñatos mimados y comodones, sino que, aunque sean una minoría, tienen tanta o más conciencia que sus mayores. A propósito de lo cual vendría bien hacer una reflexión: ¿son ellos proporcionalmente menos que los adultos que acudimos a la marcha? ¿Los jóvenes comprometidos son una minoría o las personas comprometidas lo son en general? ¿Acaso estábamos allí todos los adultos que podríamos estar? A mí me dejó muy tranquila verles allí y entendí, pese a todas las críticas que reciben las personas de su edad, que el legado del compromiso, la lucha y el orgullo estará a salvo en sus manos: tan a salvo, al menos, como lo está en las nuestras.
Mi única crítica al respecto es una pregunta: ¿para cuándo incluir en las reivindicaciones de escuelas sin armarios el apoyo que necesitan los educadores LGBT para poder ser totalmente visibles? Un colectivo presionado y en muchos casos maltratado, que intenta sacar adelante un sistema educativo (cuando hay sistema, pues no todos se dedican a la educación formal) al que se le piden milagros ofreciéndole cada año menos recursos, resulta especialmente vulnerable cuando se trata de visibilizar su condición sexual. No se puede pedir a un profesor que sea el ejemplo que sus alumnos necesitan cuando él mismo tiene miedo de mostrarse como es. Y no me parece lícito excusarse en su condición de adultos ni en su libertad personal para soslayar la responsabilidad que toda la sociedad tiene cuando propicia que esta situación siga manteniéndose. No olvidemos que todavía son muchos los que opinan que la homosexualidad “es contagiosa”, hasta el punto de que en algunos países se prohíbe a los homosexuales ejercer la docencia. Puede que este tipo de homofobia pase desapercibida para la mayoría, pues el acento está puesto en los alumnos; sin embargo, muchos profesionales, que sufren una permanente desconfianza hacia su labor simplemente por el hecho de dedicarse a la educación, se sienten impotentes cuando piensan en unir a esa desconfianza la que puede generar el exteriorizar su orientación sexual. Y creo que, en este como en otros aspectos, la clave está en proteger y animar, no en exigir y señalar a quien ya tiene cubierto su cupo de autoexigencia y estigma.
.
Por otro lado, este año mi novia y yo decidimos marchar junto a las familias homoparentales que participaron bajo el lema “Orgullo de familia”. La verdad es que para mí fue muy emocionante ver a tantos pequeñuelos de la mano de sus madres y padres, y como dijo mi novia, caminar junto a ellos nos hizo sentir que formábamos parte de algo. Y es que entre las familias homoparentales se establecen unos lazos que, a mi parecer, no se forman ya en otros colectivos dentro de la comunidad homosexual. Entre ellas surge un sentimiento de pertenencia que no surge cuando te encuentras simplemente entre homosexuales. Para mí, en este último caso se establecen relaciones personales, o por afinidad, en las que el componente homosexual puede llegar a diluirse entre los demás. En el caso de las familias no, aunque pudiera ser que esto solamente ocurriera porque son todavía muy vulnerables y por ello necesitan y generan el apoyo que brinda la comunidad. Me imagino que quizá esto siga ocurriendo en otros grupos LGBT especialmente vulnerables, pero reconozco que no puedo asegurarlo porque no conozco ninguno de primera mano.
No obstante, esta sensación, por idílica que parezca, está equilibrada en mi cerebro por la certeza de que las relaciones entre las familias homoparentales no son siempre excelentes, y estas ni siquiera buscan siempre o de manera preferente el apoyo de la comunidad, por más que se aconseje, por el bien de los niños pero también de sus madres y padres, que se establezcan relaciones con otras familias como la suya.
Para terminar, quiero darme el gusto de ponerle un CERO PATATERO a la organización de la marcha por parte del Ayuntamiento. Algo en mi interior me dice que no tienen ningún respeto por nuestra seguridad, y que si en medio de un millón y medio de personas se producen unos cuantos accidentes y avalanchas, tanto mejor, “que ya hay mucho maricón suelto y tanta tortillera paseándose a sus anchas no se puede tolerar”. De lo contrario, no se explica que no pusieran vallas para delimitar el recorrido de la marcha, o que no hubiera cierta (sólo “cierta”) presencia policial, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad ingente de público que acude al evento. Y es que así pasó, que mientras caminábamos por Gran Vía la marcha se estrechó hasta, simplemente, disolverse. El público y las personas que participábamos llegamos a mezclarnos, y nos costó bastante volver a abrir un pasillo por donde seguir; especialmente dramático fue el caso de algún que otro niño, que de repente se vio rodeado y medio aplastado por miles de adultos que caminaban frenéticamente a su alrededor. En fin, no digo que la solución sea blindar a los manifestantes, pero algo más seguro que se puede hacer… si se quiere.
Y esta es la crónica del 5º Orgullo al que acudo como lesbiana.
¡Encantada!