Belleza
Ayer me desperté como cualquier día, y como cualquier día abrí las ventanas de la casa que comparto con mi novia para ventilar, y como cualquier día lo hice sin las gafas puestas y con una cantidad de somnolencia considerable. Todos estos factores se conjugaron para permitirme salir a la calle ignorante del panorama que me esperaba: HABÍA NEVADO.
Cuando atravesé el portal me quedé boquiabierta. La calle resplandecía en un color que a mí se me antojó rosado. Como en aquella memorable escena de Abre los ojos, solo yo parecía caminar por la acera hacia mi coche, mientras nevaba suavemente sobre un considerable colchón blanco inmaculado. Todo aquello me parecía un sueño. Arranqué y salí a la carretera apenas sin parpadear. Los coches circulaban lentamente por precaución, y yo me alegré de que lo hicieran porque así podía disfrutar un poco más del espectáculo. Mientras la suave precipitación se iba convirtiendo en ventisca, yo llegaba al pueblo donde trabajo sintiéndome feliz y afortunada.
Peligro
Los coches iban cada vez más despacio. En las aceras se acumulaba una gran cantidad de nieve. De pronto, la furgoneta que circulaba justo delante de mi coche empezó a patinar en una glorieta. Yo frené y, cuando quise reanudar la marcha, mi coche empezó a hacer lo mismo. Puse las luces de emergencia e intenté recordar cómo se conducía con nieve. ¿Marchas cortas o marchas largas? Era la primera vez que me enfrentaba a una situación semejante. Elegí marchas largas y salvé la glorieta. Volví a sentirme bien.
Mientras hacía memoria, un autobús y varios coches me había adelantado. Pensé que era bueno circular tras un vehículo pesado, porque así iría abriendo camino a través de la nieve que se iba acumulando ya en el asfalto. Me equivocaba. Apenas cincuenta metros después de la glorieta, el autobús desalojó a sus pasajeros. Todavía era de noche y la gente caminaba desorientada por las aceras. De pronto, apareció la policía: la calle estaba cortada y nos sugirieron que aparcásemos. Yo no me di por vencida.
El coche volvió a patinar cuando decidí dar media vuelta, pero aún estrenaba agallas y apenas le di importancia. Trataba de idear un camino alternativo, cuando mi coche enloqueció y empezó a hacerme extraños. Patinaba, se iba para los lados, aceleraba y frenaba contra el bordillo sin que yo interviniese lo más mínimo. El volante daba vueltas como si tuviera vida propia. Yo intentaba tomármelo con filosofía hasta que ocurrió lo inevitable: en una pequeña cuesta el coche cogió más velocidad de la debida y no pude controlarlo. Mi percepción se ralentizó lo suficiente como para que me pudiese dar cuenta de lo que iba a ocurrir segundos antes de que efectivamente ocurriera. Iba a chocar contra el coche que estaba parado delante. Y choqué.
Fue un choque pequeño, nos separaba poca distancia y yo, a pesar del descontrol, iba muy despacio. Pero aún así, me quedé absolutamente bloqueada. Era la primera vez en casi ocho años de carnet que tenía un accidente de tráfico, por insignificante que fuera, afortunadamente. Volví a poner las luces de emergencia y empecé a llorar, dándome cuenta de que no controlaba el coche lo más mínimo y que, a pesar de ello, tenía que salir de allí. Mucha gente empezaba a dejar sus coches aparcados, pero yo seguía intentando llegar al trabajo. Asustada, gimoteando, bloqueada por momentos, proseguí la marcha. A mitad del camino tuve que pedir ayuda a otro conductor porque no sabía cómo volver a salir a la carretera ni si era posible. El hombre hizo gala de una gran paciencia y solidaridad y me ayudó a seguir. Cuando volví a entrar en el pueblo comprendí que era imposible seguir circulando por las calles. Llamé al trabajo y una compañera me aseguró que había tenido que poner las cadenas para circular. Yo llevaba cadenas pero no sabía ponerlas. Estaba asustada, cansada, temblorosa y encima no podía caminar por la nieve sin que mis pies se arriesgaran a ennegrecer de congelación. Desistí. E hice bien: apenas una hora más tarde me habría quedado atrapada.
Angustia
Llegué a casa sana y salva. En el camino, mi coche volvió a patinar, vi varios accidentes y tuve que bajar una cuesta con la ayuda del freno de mano. Me había mentalizado a acabar empotrada en cualquier farola, pero por suerte nada de eso ocurrió.
En cuanto me calmé un poco empecé a pensar intensamente en mi novia. Por suerte, no tenía que trabajar en la sierra, lo cual me tranquilizó. Recordé que había empezado a nevar bastante más tarde de que ella saliera de casa, e intenté apartar de mi cabeza las múltiples imágenes macabras que me asediaban. Le mandé un mensaje y me hice una tila doble esperando a que me llamara. Puse la televisión y comprobé que la nevada no había sido tan copiosa en la zona donde ella trabaja. Me quedé dormida de puro agotamiento debajo de una manta y al rato desperté sobresaltada. En todas las cadenas salían imágenes de la nevada y mi novia seguía sin llamar. Estuve repitiéndome que no habría pasado nada malo hasta que sonó el teléfono. Mi novia estaba bien, aunque atrapada en uno de los múltiples atascos que se habían formado. No le quedaba mucha gasolina y se puso muy nerviosa. Después de dos horas, consiguió salir de aquella ratonera y dejó el coche abandonado en un parking. Volvió a casa en metro y, milagrosamente, llegó a la hora de comer.
Alegría
Cuando entró por la puerta nos llenamos de besos y abrazos. Las dos estábamos bien, con el miedo todavía en el cuerpo, pero bien. Compartimos experiencias, llamamos y recibimos llamadas de familiares, comimos caliente. Nos sentimos muy, muy afortunadas.
Surrealismo
400 kilómetros de atascos.
Miles de conductores atrapados.
Localidades enteras aisladas.
El aeropuerto cerrado.
5 centímetros de nieve.
Vergüenza
Las administraciones se echaban unas a otras la culpa. Que si esta carretera es responsabilidad del Ayuntamiento, que si la otra de la Comunidad, que si aquella pertenece al Estado. Había máquinas quitanieves suficientes, pero nadie había visto ninguna. Los altos cargos se reúnen para debatir si procede o no la intervención del ejército; mientras tanto, aumenta el número de coches que se quedan sin gasolina. Los trabajadores que han llegado a su trabajo no saben si podrán volver a sus casas. Desde los colegios llaman a los padres para que vayan a recoger a sus hijos. El alcalde nos da una alegría: hoy no cobrarán los parquímetros.
Rabia
No es la primera vez que veo mi ciudad sumida en el caos. No es la primera catástrofe que vivimos juntos desde hace muy pocos años. Aún así, me da rabia: creo que no nos lo merecemos, que no es justo, que hay muchas cosas que se hacen mal.
Amanecer
Esta mañana amaneció de color blanco. Mi novia y yo nos pusimos las botas de montaña y salimos al comprar. Por todas partes había muñecos de nieve y cuestas convertidas en pistas para los trineos. Mucha gente había visto la nieve por primera vez. Los esquiadores esquiaban. Las carreteras estaban razonablemente limpias y el paisaje era espectacular. Madrid no parecía Madrid, pero lo era y resultaba precioso. Subimos la calefacción.
Resistiendo, una vez más.
Encantada.