En estos días se cumple un año desde que mi novia y yo decidimos ir a terapia de pareja. Y he de decir que, independientemente de cómo resulte para nuestra relación, ha sido una buena idea.
Acudimos a terapia porque teníamos una serie de conflictos que no éramos capaces de resolver solas. Estos conflictos eran lo suficientemente graves como para provocarnos buenas dosis de infelicidad, pero no tan fuertes como para que nos decidiéramos a romper.
La mayor parte de las sesiones han estado repletas de buen rollo y colaboración. Las dos hemos ido a la terapia con muy buenas intenciones, pues teníamos todas las ganas de volver a estar tranquilas y felices, como lo habíamos estado tantas otras veces. Nos hemos reído mucho en gran parte de las sesiones (y nuestro terapeuta con nosotras) y al salir nos hemos vuelto a sentir muy afortunadas de tenernos la una a la otra.
Pero también ha habido sesiones muy duras. Personalmente, he descubierto que, para comprender ciertas cosas, y hacerlo de una manera rápida y profunda, necesito entrar en crisis. Y eso no es agradable ni fácil de sobrellevar. Algunas de las sesiones me sentaron como una patada en el estómago, y después pasé varios días llorando, enfadada o con ganas de mandar a la mierda a todo el mundo.
En este sentido, la terapia de pareja es muy diferente a la individual. Al menos desde mi punto de vista, el saber que no se trata solo de tu propio bienestar, sino también del de tu pareja, hace que todo parezca mucho más grave y que requiera de un esfuerzo mucho más urgente.
A medio plazo, evidentemente, esto provoca una mejoría más rápida, porque no puedes eternizar los problemas, como a veces se hace en la terapia individual, cuando las mierdas quedan entre tu psicóloga y tú y, si haces como si no hubieran pasado, puedes ser capaz de convencerte de que no pasan.
Pero a corto plazo... los efectos son brutales, al menos en mi caso. Estas crisis, además, se agravan porque mi capacidad de reacción es bastante lenta, y durante la terapia no me doy cuenta de hasta qué punto algo está resultando devastador para mí. Así que no digo nada, y después de la sesión es cuando empiezo a sentirme fatal. Afortunadamente, con el tiempo he mejorado un poco en esto, y ahora ya consigo expresar mis emociones cuando nuestro terapeuta todavía puede reconducirlas lo suficiente.
En cualquier caso, creo que hacer terapia de pareja es algo muy sano, que no debería reducirse solo a los momentos de crisis, sino todo lo contrario. Y es curioso, porque muchas personas estamos convencidas de que el crecimiento personal es algo importante en nuestras vidas, pero no se nos ocurre que igual de importante resulta el crecimiento con los otros. Lo cual es una pena, porque este crecimiento, este aprendizaje, es mucho más rápido, profundo y emotivo, y además engloba también el crecimiento personal.
Gracias a nuestra terapia, mi novia y yo hemos aprendido mucho sobre nosotras mismas y sobre la otra. Creo que ahora somos personas más humildes y empáticas, más generosas y responsables. Y todo ello lo hemos conseguido en pareja, lo cual es una fuente de orgullo y unión, a pesar de todas las dificultades que conlleva.
Y aunque preferiría que la mayor parte de nuestros conflictos nunca hubieran ocurrido, estoy encantada de haber ido a terapia.