El miércoles asistí al encuentro de bolloblogueras celebrado en el Entredós, una fundación feminista en Madrid, al que Farala nos convocó desde su blog.
Al principio, no las tenía todas conmigo. La posibilidad de perder el anonimato de mi blog me aterraba. No tanto porque se supiera quién lo escribía, sino por la posibilidad de no poder seguir escribiéndolo en los mismos términos. Reconozco, además, que nunca antes había conocido a alguien por Internet, y me sentía invadida por miles de dudas y una vergüenza casi paralizante.
Afortunadamente, los puntos a favor de asistir al encuentro terminaron por pesar mucho más que estos escuálidos contras. Hacía ya tiempo que tenía ganas de participar en una reunión de blogueras para poder conocer a quienes leo desde hace tantos años. Nunca antes había trabado relaciones tan especiales por Internet, y poder disfrutar de ellas sin una pantalla de por medio constituía y constituye para mí todo un privilegio.
También me interesaba compartir las reflexiones que se generaran entorno a la creación de cultura lesbiana a través de los blogs. Para mí, escribir un blog como lesbiana es una manera de vivir y construir mi identidad muy importante. Como ya he explicado anteriormente, he estado tentada de dejar de hacerlo muchas veces; sin embargo, hay algo en ello que me atrapa y vacía de significado las otras posibilidades. Así que tenía muchas ganas de saber cómo interpretaban y valoraban las demás esta experiencia que para mí es tan enriquecedora.
El caso es que me armé de valor y me planté allí a las ocho en punto. No sabía muy bien cómo iba a desarrollarse el asunto, así que, siguiendo el refrán, hice lo que vi hacer al resto: pedí una limonada y me senté en una mesa poniendo cara de mujer de mundo. A los cinco minutos, ya me había terminado casi todas las galletitas saladas, mi limonada iba por la mitad y el impecable papel de mujer de mundo se deshacía en un manojo de nervios.
Fue entonces cuando vi a Farala entrar por la puerta. Me entraron ganas de correr a abrazarla, pero en el último instante tuve una epifanía de sensatez y recordé que ella no sabía quién era yo. Así que me limité a seguirla con la mirada, tratando de no abalanzarme antes de tiempo. Tras dejar pasar unos minutos prudenciales, que ocupé royendo lo que quedaba de mis galletitas, decidí abandonar el cálido refugio de mi silla y presentarme.
Uno de los temas que tratamos aquella tarde fue la idea de que un blog solo muestra una parte de quienes somos. Sin embargo, a mí me pareció que Farala en persona se parecía bastante a la Farala bloguera que había leído hasta entonces. Una mujer cálida y acogedora, grandísima anfitriona, divertida, abierta y sin pelos en la lengua. Evidentemente, todo esto no me lo transmitió con solo dos besos, sino que pude ir comprobándolo a lo largo de toda la tarde.
Farala me presentó a muchas otras blogueras, a quienes ya leía (como La Letra Escarlata) o a quienes tuve la suerte de conocer aquella tarde (Arponauta o Lenteja). Pronto me sentí rebosante de entusiasmo, terminé mi limonada de un trago y me dejé arrastrar por el hermoso torbellino de emociones e ideas en que se convirtió aquel encuentro.
Durante la charla me senté detrás de Elenita Faraláez, a quien llevaba un rato viendo corretear entre las mesas y que se libró de un buen achuchón porque pienso que el espacio vital de los niños también hay que respetarlo. Si ella supiera cuánto me río todavía cada vez que recuerdo aquel cartelito que le colgó a su madre para informarla de que no quería ir al dentista, o lo mucho que me emociono cuando pienso en el precioso libro de adopción que tiene... Gracias, Elenita, por asegurarme que las croquetas eran de champiñones. ¡No sé qué habría cenado sin ti!
Porque después del encuentro formal, Farala me animó a quedarme al más informal e íntimo que hubo después, en el mismo lugar y con la misma limonada fresquita entre mis manos. ¡Qué afortunada me sentí de poder estar allí, y cuánto eché de menos a otras blogueras a quienes leo y que aún no conozco! Después de esta, os quiero conocer a todas, así que... ¡preparaos!
Espero que, tal y como hablamos, el encuentro vuelva a repetirse. Aunque, con solo asistir a uno, yo ya me siento llena de energía.
¡Y encantada!