1. ¿Estás segura de que eres lesbiana?
Cuando salí del armario con mis padres, cometí el error de nombrarme bisexual. Aunque había tenido las agallas de considerarme lesbiana en mi interior, esa certeza me duró sólo un par de semanas. ¿Cómo podía ser lesbiana teniendo en cuenta mi pasado heterosexual? ¿Cómo podía ser lesbiana si a la vez que me sentía atraída por la que sería mi novia sentía también “algo parecido” por el amigo de un amigo? Entonces no sabía muchas cosas: no sabía que un abrumador 90% de las mujeres lesbianas han tenido también relaciones con hombres, no sabía que las mujeres homosexuales suelen tomar conciencia de su orientación sexual más tarde que lo hombres, no sabía que haber tenido relaciones con hombres y con mujeres no te convierte automáticamente en bisexual, no sabía que en realidad tenía un pasado homosexual del que apenas recordaba nada…
Ni entonces, ni cada vez que entro en una crisis de identidad, estoy segura de ser lesbiana.
2. ¿Te sientes cómoda con tu orientación sexual?
Cuando salí del armario con mis padres, apenas me había dado tiempo a sentirme cómoda o incómoda con mi orientación sexual. Les había hablado de ello a algunos amigos íntimos y todas las reacciones habían sido razonablemente positivas. Había sido agredida verbalmente algunas veces, junto con mi novia, por integristas homófobos, pero estas agresiones no habían pasado de la anécdota ni me habían provocado nada más allá de una profunda indignación. Cómoda, lo que se dice cómoda, no me sentía, porque ocultaba mi relación en la mayoría de los contextos y a la mayoría de la gente. Pero pensaba que era sólo cuestión de acostumbrarse, y que mis ideas y mi mentalidad abiertas me ayudarían en el proceso.
Aún no podía imaginar, igual que hoy todavía no puedo creerlo, a la clase de exclusión y violencia que habría de enfrentarme. Fue entonces cuando, lejos de sentirme cómoda, llegué a pensarme profundamente enferma a causa de mi orientación sexual.
3. ¿Tienes el apoyo de otros gays o lesbianas?
Cuando salí del armario con mis padres, conocía a algunos gays y lesbianas. Sin embargo, por razones ajenas a nuestra orientación sexual, nos habíamos distanciado hasta el punto de que la única lesbiana con la que efectivamente podía contar, aparte de mí misma, era mi novia. Por aquel entonces, no obstante, mi novia no se consideraba lesbiana.
Pero la necesidad de apoyo llegó pronto. Y por fortuna, lo busqué y lo encontré, aunque el daño ya estuviera hecho.
4. ¿Sabes lo suficiente sobre homosexualidad y lesbianismo?
Rotundamente no. Yo me creía muy lista, porque desde siempre me pareció que la dignidad de las personas homosexuales era algo que estaba fuera de toda discusión. Desde que tuve conciencia de que la homosexualidad existía, había defendido el derecho al matrimonio, la igualdad de las familias, y un sinfín de obviedades que a nadie de mi entorno parecían interesarle tanto como a mí.
Pero una cosa es ir por la vida de gay-friendly y otra enfrentarte a tu propia exclusión, tan real, cruel y dolorosa, que puede enloquecerte hasta tal punto de llegar a no estar segura ni de tu nombre.
5. ¿Es el mejor momento?
Supongo que a esta pregunta nunca podré responder. A mí, desde luego, me pareció el mejor momento. Hacía pocas semanas que habían aprobado la Ley del matrimonio y cada día, en el telediario, se hablaba de homosexualidad. Mis padres dedicaban a la pantalla encendidas muestras de solidaridad y comprensión, declarando que las personas homosexuales eran igual de dignas que las heterosexuales, que merecían los mismos derechos, que los que no pensaran así eran unos fascistas, unos retrógrados, unos ignorantes y unas malas personas. Cuando salí de casa hacia la manifestación del Día del Orgullo, se lo comenté a mi padre y él me felicitó por acudir a la cita: había que demostrarles a esos cabrones que nosotros no éramos como ellos.
Ahora me pregunto a qué cabrones se refería, teniendo en cuenta cómo cambiaron todas sus ideas sólo unas semanas después.
6. ¿Puedes ser paciente?
No sé si podía, pero lo fui. Tuve que serlo. Era paciencia o nada. Y aún la conservo, aunque ya no estoy segura de si se llama paciencia, resignación, ceguera o qué.
7. ¿Por qué ahora?
Porque estaba completamente enamorada. Porque nunca me gustó mentir a mis padres y sí compartir con ellos lo más hermoso de mi intimidad. Porque ellos ya sabían que yo tenía pareja, aunque no se imaginasen quién. Porque era feliz e inconsciente. Porque estaba llena de optimismo. Porque, como les dije, me apetecía compartir con ellos el motivo de mi alegría. Porque no veía nada malo en ello. Porque me parecía natural. Porque me sentía segura de mi relación. Porque pensaba que tenía que ser valiente.
Porque sí. ¿Por qué no?
8. ¿Tienes materiales disponibles?
Antes de salir del armario con mis padres, me informé someramente a través de internet. Encontré algo sobre una fase de negación y otra de culpa, y tal cual se lo solté. Que si una voz interior se lo negaba o se preguntaban si habían hecho algo mal, que no se preocupasen, que hablaríamos y yo les explicaría lo que les tuviera que explicar. Que lo importante era mantener la comunicación, que era normal cierta confusión al principio, pero que yo estaría allí para apoyarles, para guiarles, que tomasen mi mano, que recorriésemos juntos el camino…
No funcionó.
9. ¿Dependes económicamente de tus padres?
He aquí el colofón final. Hasta ese mismo verano en que decidí salir del armario con ellos, había tenido siempre uno o dos trabajos, o como mínimo, una beca. Nunca había ganado dinero suficiente para independizarme, pero sí hubiera tenido bastante para salir de casa en caso de emergencia. Sin embargo, apenas unos meses antes lo dejé todo para dedicarme plenamente a estudiar, para lo cual, obviamente, contaba con el apoyo de mis padres. Necesitaba que me mantuviesen totalmente durante un año entero para poderme presentar a un examen muy importante, pero lo que nunca imaginé es lo caros que me saldrían aquellos meses. Muchas veces quise huir, marcharme, poner tierra de por medio, ganar en dignidad, y sin embargo, no podía morder la mano que me daba de comer. Fue el único año desde que pude trabajar en que no lo hice. Pero por suerte pasó, y no me arrepentí.
No hagan como yo, piénsenlo bien antes de salir.
Una vez que abres la puerta, ya no puedes volver a entrar.
Y hay todo un mundo desconocido allá fuera.
Entre arrepentida y responsable, encantada.