Estos días he estado leyendo varias noticias y reportajes sobre el polémico nombramiento de la vicepresidenta como pregonera de la Semana Santa de Valladolid. Ni esta señora, ni el gobierno al que pertenece, ni la Semana Santa me generan simpatía alguna; pero el revuelo que se ha armado incide, una vez más, en el hecho de que el matrimonio civil, como matrimonio igualitario, representa una única causa que nos afecta por igual a todos los que lo consideramos como un derecho democrático básico.
Al arzobispo de turno no le parecía bien que la vicepresidenta pronunciase el pregón por un único motivo: estar casada por lo civil. Esta situación personal es suficiente para hacer de ella una persona poco "adecuada" para un honor tan elevado. Y no creo que, en este caso, sea la Iglesia católica quien haya metido la pata, pues considerar el matrimonio civil como "execrable" forma parte de su doctrina oficial, que amplía el apelativo a todo aquello que no cae bajo su jurisdicción. No en vano tienen el absoluto convencimiento de que pueden y deben regir al dedillo cualquier aspecto de la vida de las personas, católicas, creyentes, o no.
El problema es de quien piensa que la libertad de unos cuantos puede excluir la de otros tantos. Porque la libertad es como aquel genio atrapado en la botella, que una vez liberado no vuelve a plegarse a las constricciones de ningún señor. La libertad es libre, no puede existir para mí pero no para ti. Y el matrimonio civil, que en España escapó por primera vez de su botella en 1870, no ha hecho más que crecer y fortalecerse hasta ser la opción preferida por las parejas españolas, pasándose los designios divinos por el forro. La Iglesia católica lleva pataleando desde entonces, y lo seguirá haciendo hasta que acepte que la libertad, una vez liberada, no se puede volver a encerrar.
Desde que el matrimonio es matrimonio (una paradójica regulación de la vida íntima de dos personas a cambio de unos derechos que resultan necesarios), existe la causa del matrimonio igualitario: de la obtención, en fin, de los derechos a los que se aspira sin necesidad de plegarse a una regulación ilegítima del amor y la sexualidad entre personas que se sienten (y son) libres y autónomas. Desde su primer día de existencia, la lucha por superar las barreras de clase, raza, tutelaje, capacidad, creencias, sexo y género para amarse con la protección debida existe, y todos participamos de ella si lo hacemos del matrimonio civil.
Porque no se puede estar en misa y repicando,
Encantada.