Desde que me regalaron el Diario de Ana Frank, en plena adolescencia, traté de leerlo varias veces, sin conseguirlo ninguna. Por alguna razón, sus páginas no me transmitían nada emocionante: cada una de ellas me daba la sensación de ser un bloque monolítico de información condensada que no lograban erizarme ni medio pelo. Me resultaba imposible identificarme con aquella chica, y ni tan siquiera los escalofriantes sucesos que relataba me provocaban entonces la más mínima compasión. No, no pude leerme el Diario de Ana Frank durante años, hasta que me topé con una poderosa razón para hacerlo: la idea de que Ana Frank pudo ser lesbiana.
Cuando se lo comenté a mi novia, ella me miró como diciendo: “sí, claro, Ana Frank lesbiana y la Virgen María transexual”. Yo le contesté que cerrar la puerta a esa posibilidad era fruto de la homofobia interiorizada, pero para dejar claro que no me entregaba a una simple homosexualización desenfrenada de la realidad, decidí leerme el Diario. Y esta vez sí que lo conseguí.
Para no crear falsas expectativas, empezaré diciendo que en casi trescientas páginas de Diario sólo he podido encontrar un pasaje abiertamente lésbico. Sin embargo, el pasaje es lo suficientemente elocuente por sí mismo como para sospechar que, de haber tenido la posibilidad de desarrollar su vida, Ana Frank podría haber decidido compartirla con una mujer:
Recuerdo una vez que me quedé a dormir en casa de Jacque y que no podía contener la curiosidad de conocer su cuerpo, que siempre me había ocultado, y que nunca había llegado a ver. Le pedí que, en señal de nuestra amistad, nos tocáramos mutuamente los pechos. Jacque se negó. También ocurrió que sentí una terrible necesidad de besarla, y lo hice. Cada vez que veo una figura de una mujer desnuda, como por ejemplo la Venus en el manual de Historia de Springer, me quedo extasiada contemplándola. A veces me parece de una belleza tan maravillosa, que tengo que contenerme para que no se me salten las lágrimas. ¡Ojalá tuviera una amiga!
¿Acaso habría escrito estas palabras una mujer completamente heterosexual? El anhelo que siente Ana por “una amiga” es lo suficientemente fuerte como para hacer que le dedique su Diario por entero. Creo que esta clave de lectura es sumamente importante para su interpretación, ya que Ana escribe lo que escribe por y para otra mujer:
Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma […]. Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
Como es bien sabido, muchas mujeres lesbianas tomamos conciencia de nuestra condición entre los 20 y los 30 años. No obstante, con anterioridad podemos tener ciertas experiencias, propias de una etapa de sensibilización, a las que más tarde volvemos para apuntalar la coherencia de nuestra identidad recién descubierta. Una de esas experiencias es cierta conciencia difusa de nuestra diferencia:
Antes, en mi casa, cuando aún no pensaba tanto, de vez en cuando me daba la sensación de no pertenecer a la misma familia que Mansa, Pim y Margot, y que siempre sería una extraña.
Las primeras experiencias heterosexuales, propiciadas por la heteronormatividad del entorno, pueden redundar en esta sensación de diferencia, de extrañeza, al revelarnos que algo aún difícil de concretar no va bien:
Peter me quiere, no como un enamorado, sino como un amigo, su afecto crece día a día, pero sigue habiendo algo misterioso que nos detiene a los dos, y que ni yo misma sé lo que es. A veces pienso que esos enormes deseos míos de estar con él eran exagerados.
En ocasiones, sin embargo, este rechazo velado hacia el sexo opuesto puede acentuarse en el momento de establecer relaciones sexuales. Aunque Ana Frank no llega a experimentarlas, su malestar se evidencia muy pronto. Así por ejemplo, cuando recuerda su primer amor, Peter Schiff, lo hace en estos términos:
A él lo amo con toda mi alma y a él me entrego con todo mi corazón. Pero sólo hay una cosa: no quiero que me toque más que la cara.
Se podría argumentar que la Ana que escribe estas líneas es aún una muchachita preadolescente (la misma que, no obstante, identificaba un deseo de tocar y ser tocada por otra mujer). Sin embargo, a medida que transcurren sus años de encierro, con la madurez anticipada que le otorgan, Ana no hace más que confirmar sus primeras intuiciones acerca de la relación con el sexo opuesto, intuiciones que toman cuerpo con la experiencia:
Anoche también nos estábamos besando, pero las mejillas de Peter me decepcionaron, porque no eran tan suaves como parece, sino que eran como las mejillas de papá, o sea, como las de un hombre que ya se afeita.
Ana va comprendiendo que los sentimientos que alberga hacia su compañero de encierro, Peter, no pueden ir más allá de la simple amistad:
Después de mi tortuosa conquista, estoy un poco por encima de la situación […]. Sé muy bien que he sido yo quien le ha conquistado a él, y no a la inversa, me he forjado de él una imagen de ensueño, le veía como a un chico callado, sensible, bueno, muy necesitado de cariño y amistad. Yo necesitaba expresarme alguna vez con una persona viva. Quería tener un amigo que me pusiera otra vez en camino, acabé la difícil tarea y poco a poco hice que él se volviera hacia mí. Cuando por fin había logrado que tuviera sentimientos de amistad para conmigo, sin querer llegamos a las intimidades que ahora, pensándolo bien, me parecen fuera de lugar […]. He cometido un gran error al excluir cualquier otra posibilidad de tener una amistad con él, y al acercarme a él a través de las intimidades […]. He atraído a Peter hacia mí a la fuerza, mucho más de lo que él se imagina, y ahora él se aferra a mí y de momento no veo ningún medio eficaz para separarlo de mí […]. Me di cuenta, muy al principio, de que él no podía ser el amigo que yo me imaginaba.
A pesar de este sentimiento de equivocación, de fracaso, lo que ella misma llama “la desilusión por lo de Peter”, creo que la manera en que Ana y Peter construyen su relación resulta muy ilustrativa acerca de las emociones que una mujer lesbiana puede sentir hacia un varón. Tal vez no fuera el caso de Ana, pero las palabras que ella utiliza pueden resonar en el corazón de otras mujeres que sí lo hemos sentido de esa manera:
Notaba una fuerte sensación de solidaridad, algo que antes sólo había tenido con mis amigas.
Nos quedamos mirando hacia fuera un rato, y cuando se puso a cortar leña, tuve la certeza de que era un buen tipo.
Si Peter fuera mayor y quisiera casarse conmigo, ¿qué le contestaría? ¡Ana, di la verdad! No podrías casarte con él, pero también es difícil dejarle ir.
Otros pasajes del Diario permiten descubrir que el interés de Ana por los hombres es una especie de “fase” que rompe con un anhelo anterior por la mujer:
Después del Año Nuevo, el segundo gran cambio: mi sueño… con el que descubrí mis deseos de tener… un amigo o novio; no quería una amiga mujer, sino un amigo varón.
Sin embargo, Ana sigue manteniendo cierta ambigüedad:
No vayas a creer que estoy enamorada de Peter, ¡nada de eso! Si los Van Daan hubieran tenido una niña en vez de un hijo varón, también habría intentado trabar amistad con ella.
Finalmente, algunas experiencias aisladas que Ana relata también coinciden con otras bien conocidas para las mujeres lesbianas:
Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte.
Peter tiene alguna ocurrencia divertida de vez en cuando. Al menos una de sus aficiones que hace reír a todo la comparte conmigo: le gusta disfrazarse. Un día aparecimos él metido en un vestido negro muy ceñido de su madre y yo vestida con un traje suyo; Peter llevaba un sombrero y yo una gorra. Los mayores se partían de risa y nosotros no nos divertimos menos.
Uno sólo de los pasajes anteriores tal vez sería insuficiente para justificar la posibilidad de que Ana Frank hubiera sido lesbiana. Sin embargo, todo juntos quizá aporten algo más de credibilidad a esta hipótesis. De haber amado a una mujer, en cualquier caso, estoy segura de que Ana Frank se habría lanzado sin dudar a vivir esa experiencia, no sólo por su personalidad intrépida, sino por la admirable conciencia de género de que hace gala con tan sólo quince años de edad:
Quiero progresar; no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá, la señora Van Daan y todas esas mujeres que hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme […].
Más de una vez, una de las preguntas que no me deja en paz por dentro es por qué en el pasado, y a menudo aún ahora, los pueblos conceden a la mujer un lugar tan inferior al que ocupa el hombre. Todos dicen que es injusto, pero con eso no me doy por contenta: lo que quisiera conocer es la causa de semejante injusticia.
Es de suponer que el hombre, dada su mayor fuerza física, ha dominado a la mujer desde el principio; el hombre, que tiene ingresos, el hombre, que procrea, el hombre, al que todo le está permitido… Ha sido una gran equivocación por parte de tantas mujeres tolerar, hasta hace poco tiempo, que todo siguiera así sin más, porque cuantos más siglos perdura esta norma, tanto más se arraiga. Por suerte, la enseñanza, el trabajo y el desarrollo le han abierto un poco los ojos a la mujer. En muchos países las mujeres han obtenido la igualdad de derechos; mucha gente, sobre todo mujeres, pero también hombres, ven ahora lo mal que ha estado dividido el mundo durante tanto tiempo, y las mujeres modernas exigen su derecho a la independencia total.
Pero no se trata sólo de eso: ¡también hay que conseguir la valoración de la mujer! En todos los continentes, el hombre goza de una alta estima generalizada. ¿Por qué la mujer no habría de compartir esa estima antes que nada? A los soldados y héroes de guerra se los honra y rinde homenaje, a los descubridores se les concede fama eterna, se venera a los mártires, pero ¿qué parte de la Humanidad en su conjunto también considera soldados a las mujeres?
A los únicos que condeno es a los hombres y a todo el orden mundial, que nunca quieren darse cuenta del importante, difícil y a veces también bello papel desempeñado por la mujer en la sociedad.
Nunca podremos saber lo que habría sido de Ana Frank si no hubiese sido víctima de la barbarie del Holocausto; de hecho, tal vez habría permanecido en el anonimato y su Diario nunca habría llegado a nuestras manos. Sin embargo, su relato está hoy al alcance de todos, y el significado que cada uno decida darle entra dentro de nuestra libertad individual, por lo que merece absoluto respeto. Si yo quiero creer que Ana Frank era lesbiana, puedo hacerlo, y si sus palabras inspiran mi experiencia como mujer homosexual, entonces ella forma parte, de alguna manera, de las mujeres que sintieron y sienten como yo:
... buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser… si no hubiera otra gente en este mundo.
Sus últimas palabras pudieron ser las mías.
Encantada de compartirlas con ella desde hoy.