jueves, 26 de julio de 2007

Frida Kahlo

En cierta ocasión le insinué que tenía una crema que quitaba el vello.
- ¿Y a ti quien te ha dicho que yo me quiera quitar el bigote? ¡A mi me encanta!


Creo que Frida Kahlo fue una maestra de la vida, no porque nada le saliera especialmente bien, sino porque se enfrentó a todo con pasión y porque, humildemente, hizo lo que pudo. Humilde o arrogantemente, eso no importa.

Una de las cosas que más admiro de Frida mujer es que jugó espectacularmente con todo lo relativo al género. Creo que ella sabía muy bien lo que significaban las cosas de hombres y las cosas de mujeres, y creo que las utilizó sabiamente, dotándolas y despojándolas de sentido al mismo tiempo.

Ya antes de iniciar su relación con Diego Rivera, Frida aparecía de esta guisa en una fotografía familiar:


No tengo ni idea de los motivos profundos de Frida para vestirse de hombre, ni tampoco soy ninguna experta en su biografía; aún así, me atreveré a considerar que Frida adelantaba aquí la performance que, a mi juicio, la teoría queer tanto ha banalizado. Frida, vestida de hombre o de mujer, fue siempre bastante andrógina, y en esta fotografía parece estar cuestionándonos acerca de su identidad. No para obtener ella respuestas, sino para hacernos reflexionar sobre nuestra propia visión, sobre nuestro concepto del género. Y creo que Frida podía hacer eso de manera profunda porque no practicó la performance un día, sino que lo hizo durante toda su vida, jugando con los roles de género en momentos muy concretos y demostrando con ello que conocía su significado más profundo.

Los autorretratos y fotografías de Frida vestida a la manera tradicional mexicana son bien conocidos. Y también los motivos por los que ella adoptaba esa vestimenta, que iban desde la muy revolucionaria reivindicación nacionalista hasta la más personal artimaña para encandilar a Diego. Pero creo que es muy interesante destacar que ella no vestía así porque lo considerase la manera natural de vestir para las mujeres, o porque pensase que así ella era como debía ser, sino por otros motivos (personales, colectivos, emocionales, intelectuales) que nada tenían que ver con lo natural.

Y así es como, tras su divorcio de Diego, pintó este retrato:


Ella sabía muy bien que a Diego le atraía su apariencia femenina, pero también sabía (o, al menos, eso creo yo) que esa apariencia no era más que apariencia, que no formaba parte esencial de ella; en definitiva, que el pelo largo y los vestidos eran características de quita y pon. Y si bien podían estar llenos de significado en un momento, en otro podían perderlo, siendo sustituidos por sus contrarios: el pelo corto y el traje, por ejemplo.

Considero que la profunda versatilidad que Frida mostró hacia la apariencia es sólo una muestra de su profunda versatilidad hacia todo lo que tenía que ver con los roles de género. Así, al igual que adornaba con esmero su peinado, protegía con fiereza su bigote, siendo consciente (¡de eso estoy segura!) de los significados, profundos o superficiales, que ello conllevaba en cada momento. Para mí, Frida dio al mundo una más que interesante lección de androginia, llena de sabiduría y juego, como (a mi juicio) debe ser.

A todas aquellas mujeres lesbianas que tienen/tenemos una relación problemática con la pluma, creo que la maestría de Frida Kahlo puede ayudarnos a iluminar un poco el camino.


Encantada de recibir esa luz.

miércoles, 25 de julio de 2007

Maravillas del marketing

Ayer llegué a mi casa de madrugada, después de darme un atracón viendo “The L word” y sufriendo aún la resaca de la última discusión con mis padres. Entonces vi que me había llegado una carta del banco surrealísticamente apropiada para el momento, pues en el sobre venía escrito tres veces “Soy así”.

Ni corta ni perezosa, abrí la carta para descubrir que los técnicos de marketing se habían superado incluyendo en su interior un test de grafología. Para descubrir tu personalidad, tenías que escribir en un recuadro “Soy especial. Soy así”. Con los ojos entrecerrados y a la luz del flexo, me puse manos a la obra, sonriendo para mis adentros mientras pensaba que en mi caso sería mucho más revelador escribir “Soy lesbiana. Soy así”.


Según los resultados del test, de mi caligrafía se puede deducir que soy dulce, graciosa, emocional, colaboradora, modesta, humilde, paciente, con autocontrol, razonable, cuidadosa y precavida. Una joya, vamos. De hecho, mientras soñaba con dormirme me puse a pensar en que, si algún día decidía ser madre, enviaría el test a la agencia de adopción, porque sin duda reunía todas las características de la madre amantísima ideal. Con tremendo perfil, mi orientación sexual sería pasada por alto seguro.

En realidad, toda esa sarta de buenos sentimientos no me sirven en la actualidad más que para que mi novia me dé muchos mimos (lo cual no es despreciable, en cualquier caso) y para que alguna buena amiga me diga que ya está bien de ser tan tonta. Y es que todo eso es muy bonito, pero también hay que aprender a defenderse, y yo ni siquiera he pasado las pruebas para que me acepten en el curso. En fin.

Por supuesto que no voy a contratar ninguno de los adaptadísimos servicios que el banco me ofrecía, pero le agradezco profundamente que me hiciera pasar un buen rato de reflexión chorra. Si algún técnico de marketing me lee, le pido desde aquí que siga mandándome polleces del estilo, que me divierten un montón.

Estaré encantada de rellenar más tests.

martes, 24 de julio de 2007

La misoginia se mama

He crecido considerando algo natural el hecho de que todas las mujeres de mi familia fueran unas arpías. A su lado, todos los hombres eran unos santos: pacientes, atentos, sencillos, sabios… Por supuesto, mi madre y yo éramos una excepción en esto, pero por una razón igualmente perversa: no nos gustaban las joyas, ni el maquillaje, y nos realizábamos a través de nuestro trabajo; es decir, estábamos adornadas por características pretendidamente masculinas.

Sé que esta situación, tristemente, no se daba ni se da sólo en mi familia, ya que mis amigas de la adolescencia también tenían este tipo de ideas en la cabeza sin que pueda recordar que ninguna las hubiésemos escuchado en el colegio o en el instituto. Me viene a la memoria una de tantas conversaciones sobre hombres en las que todas sacábamos la misma conclusión horrenda:

- Es que los hombres son más nobles.
- Sí, claro que lo son.
- No como nosotras, que somos unas arpías.
- Sí, porque fíjate en ellos, siempre tan amigos.
- Sí, ellos nunca se enfadan.
- Siempre anteponen a sus colegas.
- No como nosotras, que en cuento podemos…
- En cuanto podemos, nos damos puñaladas en la espalda.
- Ya te digo…
- Pero ellos…
- No, ellos son más nobles.

Por desgracia, no estoy en condiciones de asegurar que ninguna mujer de mi familia sea una arpía, ni que varias de mis amigas de la adolescencia no me dieran puñaladas en la espalda. Lo que me pregunto es qué fue primero, ¿la arpía o la idea de ser una arpía? Porque cuando una crece sabiendo que las mujeres somos malas, en el momento de decidir si comportarse de forma noble o rastrera, quizás, simplemente, te dejas llevar por la corriente. No es que esté justificado, pero tal vez una parte de ello se pueda explicar por algo distinto a nuestra natural tendencia a la maldad.

En cualquier caso, y desde hace un tiempo, me estoy esforzando por encontrar la nobleza en todas las mujeres de mi familia. Lo peor no es que no la haya, lo peor es lo que me cuesta mirarlas con otros ojos, con los ojos con los que se mira a una igual, alguien que ha sido tan injustamente considerada como yo, y que se ha comportado como ha podido en un mundo que no se lo ha puesto nada fácil.

La misoginia se mama.
Las gafas de no verlo, los ojos de mirarlo, nos las quitamos y ponemos cada cual.

Encantada.

jueves, 19 de julio de 2007

Maternidad, divina palabra

Con motivo de la celebración del Orgullo, sacaron hace poco un pequeño reportaje en un telediario que trataba sobre las dificultades de adopción de las parejas homosexuales a pesar de la Ley del Matrimonio. Fue así como me enteré de algo que por desgracia sospechaba: aunque dos mujeres lesbianas se casen, el hijo biológico de una no se convierte automáticamente en el hijo lo-que-sea de la otra. Muy al contrario, “la otra” debe pasar por un trámite de adopción equivalente a cualquier trámite de adopción, independientemente de estar casada con la madre biológica, de haber planeado el tener ese hijo juntas, de haber acompañado el embarazo y de convivir, cuidar y amar a esa nueva personita desde su primer día.

Con las parejas heterosexuales no ocurre lo mismo. Una puede inscribir a su hijo en el registro rellenando la casilla del padre con el primer nombre que se le venga a la cabeza. Digo esto porque es posible coger al primer hombre con el que te cruces por la calle y pedirle que figure como padre de tu hijo. Es decir, que para figurar como padre nadie te pide que certifiques que eres el padre biológico, pudiendo darse el caso de que los lazos de sangre que te unan con ese niño sean los mismos que en el caso de “la otra” madre lesbiana: es decir, ninguno. En los casos de las parejas heterosexuales, se da por hecho que el hombre ha colaborado en la creación del hijo, lo cual puede no ser cierto; en las parejas de lesbianas, se da por hecho que la madre no-biológica no ha colaborado en nada y es una extraña para la criatura, cuando, en realidad, su colaboración ha podido ser mucho más estrecha que la de gran número de padres. O quizás no, pero si no les hacen preguntas a ellos, ¿por qué a nosotras sí?

Sin embargo, la historia puede volverse mucho más truculenta todavía. Al parecer, y según me enteré ayer leyendo un libro sobre experiencias vitales de mujeres lesbianas, para conseguir una inseminación artificial como madre soltera también hay que pasar diversas pruebas y exámenes, y no precisamente físicos. Según explicaba una mujer, advirtiendo la ignorancia en la que vivimos la mayoría, para ser inseminada también es necesario conseguir algo así como un certificado de idoneidad. Y yo me pregunto, sin atrever a responderme, si el hecho de estar casada con otra mujer te eximirá de aparecer como “madre soltera” a los ojos de determinados médicos. Es decir, si el hecho de estar casada con una mujer planteará alguna diferencia con respecto a aquellas que estén casadas con un hombre o que sencillamente acudan con un “él” a la consulta, independientemente de su estado civil.

En fin, que el panorama resulta terriblemente desesperante si se compara con la facilidad de tener hijos “por la vía natural”. Al fin y al cabo, y al contrario de lo que parecen pensar algunas personas, la capacidad reproductiva de las mujeres lesbianas es equivalente a la de las mujeres heterosexuales. Lo cual implica que cualquiera de nosotras podría irse mañana mismo “de caza” y conseguir algunos mililitros de esperma gratis y sin preguntas. ¿Acaso no acudían a ese método las amazonas? Muchas considerarían (yo la primera) que acostarse con un hombre no es lo que se dice agradable. Pero, ¿acaso lo es que te metan la aguja para inyectarte el semen casi hasta las mismísimas trompas de Falopio? Quién sabe, tal vez con la emoción de estarte reproduciendo hasta te lo pasas bien. Y seguro que hombres dispuestos hay a patadas.

Qué pena que todo esto no se quede más que en un delirio mitológico, ya que, por lo que a mí respecta, no estoy dispuesta a acostarme con ningún hombre, y menos exponiéndome a contraer alguna ETS, y menos sabiendo que luego no querré tener relación con él pero no podré olvidar su cara, y menos siendo consciente de que mi pareja se volverá un trío fantasma, etc, etc, etc.

Aún así, creo que el derecho a la reproducción también nos asiste a las mujeres lesbianas, y que nuestro caso concreto no está suficientemente protegido. Algunos dirán que las mujeres lesbianas sabemos de antemano dónde nos metemos, ya que no podemos reproducirnos con nuestra pareja; pero también saben dónde se meten las mujeres cuya pareja es un hombre estéril, y ahí está el Estado para ayudarles a procrear, algo que no hace por nosotras.

En fin, que yo todavía no sé si quiero tener hijos, pero en cualquier caso me gusta tomar las decisiones por mí misma, y no coaccionada por unos poderes abstractamente justos y concretamente lesbofóbicos. Lo peor no es constatar que aún existen desigualdades, lo peor es que algunos se llevarán las manos a la cabeza espantados, recurriendo al tan manido “pero si ya se pueden casar, ¿qué más quieren?”

Ni más ni menos que lo que tendría si fuera hetero. Eso quiero.

Y estoy encantada de pedirlo.

miércoles, 18 de julio de 2007

América, esa gran mujer

No sé si será mi torpeza congénita o una realidad, pero cada vez que busco o encuentro páginas web sobre temas lésbicos en español, un 90% son hispanoamericanas. Se podría aducir que, de los 400 millones de hispanohablantes, sólo 40 viven en la Península; pero el caso es que a mí me atufa otra cosa.

Y lo que me atufa es que no encuentro páginas web españolas porque, sencillamente, no hay. Y me pongo a pensar y a recordar los nombres de colectivos patrios famosos y resulta que ninguno es exclusivo de lesbianas. Y lo que es peor: si visitas la anecdótica sección lésbica de los colectivos mixtos, te la encuentras plagada de telarañas.

Así que me arrodillo y beso el suelo por el que pisan nuestras hermanas americanas, que en un ambiente mucho más hostil que el nuestro, consiguen que toda la red tiemble a golpe de caderas. Porque a una humilde españolita que sueña con encuentros lésbicos internacionales, olimpiadas lésbicas y tango para lesbianas, se le hace la boca agua pensando y sabiendo que allí los hay.

Sin dejar de lado la admiración y el quite de sombrero en su honor, vuelvo a mirarme al ombligo, no obstante, y me pregunto, ¿qué pasa con nosotras? ¿Qué nos dan de comer a las lesbianas españolas para que languidezcamos lloriqueando porque lo que nos pasa no le gusta a mamá (esto va por mí, por supuesto)? Se me ocurren muchas respuestas, pero hay una que brilla más que las otras: en España, las lesbianas hemos olvidado qué es el Feminismo.

Para nada quiero echar en cara a las que han hecho el camino hasta aquí que hayan tomado decisiones equivocadas. Porque no creo que lo hayan hecho. Gracias a ellas, hoy disfrutamos todas de igualdad legal (más o menos), de una considerable aceptación social y de pequeñas cuotas de visibilidad. Hay bares para chicas (o algo parecido), obras de teatro que tratan sobre nosotras, estamos representadas en algunas series (con mayor o menor acierto) y diversos colectivos organizan algunas actividades solo para mujeres. Personalmente, yo no he hecho nada para que todo esto funcione, así que respeto, admiro y agradezco a las que sí lo han hecho su impagable labor.

Pero no podemos quedarnos ahí, aún hay que hacer mucho más, y me pregunto qué sentido tiene seguir caminando detrás de los gays cuando tal vez nuestros caminos deban ir separándose. Nunca lo harán del todo, por supuesto, porque ambos compartimos el estigma homosexual; pero las lesbianas también llevamos a cuestas la cruz de la misoginia, y de eso no nos pueden defender ellos, quienesquiera que ellos sean. Muchas de las discriminaciones que sufrimos, gran parte del modus operandi de la lesbofobia, tienen su origen en el hecho de que las lesbianas somos mujeres, y eso no se nos puede olvidar.

En la mayoría de las páginas web hispanoamericanas que visito, la perspectiva de género y el Feminismo son fuertes y robustos cual brazo curtido; aquí no. Aquí, como mucho, se queda todo en una declaración de intenciones que luego no se ve. Y ese es el problema: ¿dónde está la fuerza de un feminismo lésbico que no se ve?

Y por Safo que si estoy equivocada, que si hay una oleada de lesbianas feministas barriendo el país y yo aún no me he enterado, nada desearía más en este mundo que salir de mi error. Sin embargo, creo que, al menos desde los colectivos homosexuales, oleada, lo que se dice oleada, como que no hay. Y tampoco desde las organizaciones feministas, aunque alguna, de vez en cuando, sí que nos haga una mención especial.

Y ese es quizá parte del problema, porque las mujeres lesbianas, una vez más, tenemos que abrirnos de piernas para poner un pie en el mundo homosexual y otro en el de la mujer. Lo cual es complejo, y sinceramente creo que, si estuviésemos más concienciadas, nos lo podríamos facilitar.

A nosotras y a las otras, como las de más allá.

Encantada (y muy mujer).

lunes, 16 de julio de 2007

Tara


La diosa Tara es una de las pocas deidades femeninas presentes en el panteón budista. Sin embargo, su solo ejemplo puede iluminar el camino de muchas mujeres.

Cuenta la leyenda que la princesa Yeshe Dawa (‘Luna de Sabiduría’) acumuló grandes cantidades de mérito durante su vida. Conscientes de su potencial, varios monjes le aconsejaron que se reencarnara en un hombre, ya que un cuerpo masculino le permitiría llegar a niveles de iluminación superiores. Sin embargo, la princesa optó por reencarnarse sucesivamente en cuerpos de mujer, reivindicando de este modo la sabiduría femenina y su potencial. Fue así como Yeshe Dawa se convirtió en Tara, el buda femenino.

Etimológicamente, Tara significa ‘la que ayuda a atravesar’. Es una deidad que protege a los seres que se encuentran atrapados en la rueda del Samsara (la existencia o el sufrimiento), facilitándoles el camino hacia la liberación. Para ello, Tara los libra de un peligro fundamental: el miedo.

Creo que la imagen de Tara puede ayudarnos a comprender que las mujeres somos perfectas tal y como somos, y que para vivirnos plenamente, respetando y valorando nuestra realidad, es necesario que nos libremos de uno de nuestros mayores enemigos: el miedo a ser.

¡Encantada con ello!

martes, 3 de julio de 2007

Resaca de Orgullo


El Orgullo de este año me ha resultado agridulce, y desde luego, no ha sido el Orgullo de mi vida. Y es una pena, porque con la coña de que era el Orgullo Europeo, llevaba un año esperándolo ilusionada.

Para empezar, no me ha gustado nada que, desde las instituciones, se le haya llamado “Desfile del Orgullo”. Entiendo que la parte de las carrozas (que ni siquiera llegué a ver, por cierto) sea un desfile, pero el resto no lo es, y el resto es más de la mitad (por lo menos) del Orgullo.

Yo, personalmente, voy a cualquier cosa menos a desfilar. De hecho, puede que grite consignas y baile frenéticamente, pero en cuanto aparece una cámara de dimensiones públicas, me agazapo cual animalillo asustado y salgo huyendo con el rabo (¿?) entre las piernas.

A pesar de que estaba reservada toda la Gran Vía (entre otras calles), hubo momentos en los que el espacio para “desfilar” no permitía el paso de más de cuatro o cinco personas. ¿Y por qué? Porque el resto estaba ocupado por unas seis, siete o incluso ocho filas de espectadores.

Por muy curtida en manifestaciones que esté, nunca había presenciado paradoja semejante: que el número de manifestantes que pasaban en ese momento por la calle (no digo en total… ¡sólo faltaría!) fuese inferior al número de espectadores. Como dijo alguien que caminaba cerca de mí (dando voz, sin duda, al clamor popular):

- Pero, ¿a qué coño están esperando? ¿A que les lancemos caramelos?

Y es que estas frases ilustran claramente la estupefacción que, por momentos, vivimos muchos, porque, más que en una manifestación, parecía que estábamos en la cabalgata de los Reyes Magos. Y lo digo con conocimiento de causa, porque también estoy muy curtida en cabalgatas.

La verdad es que yo respeto profundamente todo lo de las carrozas, los hombres travestidos y los osos enseñando orgullosamente sus barrigas. Lo respeto y, además, considero que han aportado al mundo una nueva manera de manifestarse, creando la manifestación-fiesta. El color, la música, la alegría y el buen rollo son una manera maravillosa de reivindicar tus derechos y de quejarte de lo que no te gusta. Inclusiva, pacifista, y por supuesto, muy mediática, lo cual creo que es sumamente inteligente.

Pero de ahí a convertirnos en una actividad más dentro del Parque Temático Gay de Madrid… ¡no, gracias! Por mucha visibilidad que aporte (ahora todo el mundo sabe que existimos, y no sólo que existimos, sino que somos legión), aporta también grandes peligros (existimos, sí, pero para muchos, somos una legión de monos de feria).

Como ejemplo diré que entre los espectadores había también muchos niños. Y yo me pregunto si cuando sus padres les animaron a ir al “desfile” lo hicieron diciendo “mira, hijo/a, he aquí unas personas injustamente discriminadas a lo largo de la Historia cuya dignidad debes respetar”, o más bien exclamando “¡mira cuántas locas, Panchito! ¡pásatelo bien mirando las plumas de colores, pero no te acerques demasiado, no vaya a ser que te pegue algo!”.

Por lo demás, sobra decir que la parte “desfile” aporta visibilidad específicamente gay en su mayoría, y que el hecho de disfrazarse de mujer no nos reivindica en absoluto, sino que nuevamente incide en lo colorista de la mujer como figura decorativa.

En resumidas cuentas, prefiero esto a cortar carreteras quemando neumáticos o a destrozar mobiliario urbano, pero tampoco me parece el modelo perfecto. A ver si el año que viene, menos europeo y más madrileño, tenemos un Orgullo mejor.

Encantada de estar ahí, siempre.

jueves, 28 de junio de 2007

¿Orgullo?


28 de junio – Día Internacional del Orgullo Lésbico (entre otros).

Cuando era pequeña tenía una cuidadora que estaba muy metida en la movida madrileña. Su estética era radicalmente punk, y hoy todavía me pregunto cómo mis padres se atrevieron a contratarla. Sin embargo, fue la mejor cuidadora que nunca tuve.

Cada vez que me venía a buscar al colegio, padres, madres, hijos e hijas se quedaban mirándola. Mirándonos, para ser exactas: a ella y a mí alternativamente. Yo lo sabía, sabía que todo el mundo me miraba porque iba de la mano de una chica punk donde las hubiera. ¿Y qué sentía yo?

ORGULLO.

No quería que nadie tuviera la más mínima duda de que aquella chica de la cresta amarilla era MI cuidadora. Me sentía orgullosa de tener la cuidadora más original y divertida de todo el colegio. Me sentía orgullosa cuando me preguntaban “¿y esa quién es?” y yo hinchaba el pecho para responder “en MI cuidadora”. Y por si alguien, después de remirarnos varias veces, todavía no lo tenía claro, yo me separaba de ella para que todo el mundo pudiese ver que sí, que íbamos de la mano, porque aquella chica punk a la que todo el mundo miraba y la pequeñuela de la coleta eran uña y carne.

Hoy, todo sería distinto.
Encantada, al menos, de tener un origen al que volver.

miércoles, 27 de junio de 2007

Lilith

Varón y hembra los creó.
Gén, 1,27

En la Biblia, ese libro tan nombrado como poco leído, aparece un doble relato de la creación de la Humanidad. Este fenómeno, bien conocido, indica la existencia primigenia de dos versiones de dicha creación, o más concretamente, la existencia de una segunda versión que ha modificado (y suplantado, en este caso) a la primera. Esta segunda versión es la que todos conocemos: Adán, Eva, la costilla, la serpiente y la manzana.

Algunos críticos textuales consideran que el conjunto de las dos versiones forma un mito que alude a la transición de las sociedades de cazadores-recolectores a las sociedades sedentarias, agricultoras y ganaderas. Como resultado de esta transición, surgió el concepto fuerte de propiedad privada, y también el de la dominación del hombre sobre la mujer, al pasar esta a ser considerada como una propiedad más.

Las sociedades de cazadores-recolectores (o cazadores-recolectoras, más bien) solían ser matriarcales, y por lo tanto, es lógico que exista una primera versión de la creación que representase esta situación. En la Biblia, apenas quedan algunos versículos, pero gracias a los textos apócrifos podemos reconstruir la versión completa. Así, Dios habría creado al hombre y a la mujer a la vez, ambos a su imagen y semejanza.


El primer hombre, como en la versión conocida, se llamaba Adán; pero la primera mujer no era Eva, sino Lilith. En una sociedad en la que la división del trabajo, cuando la había, no implicaba la dominación de un sexo sobre el otro, Lilith se comportaba de manera natural como hoy soñamos con poder comportarnos algún día las mujeres feministas: en igualdad con Adán.

Sin embargo, en versiones intermedias surgen las primeras desavenencias entre Lilith y Adán, representadas de manera poco casual y sí muy simbólica en la postura para realizar el coito. Adán, futuro dominador, consideraba que Lilith debía permanecer debajo, en la posición de dominada, mientras que Lilith se negaba a mantener relaciones sexuales no igualitarias.

Ante esta situación, Lilith decidió anteponer su autonomía frente a todo lo demás, incluida la maternidad. Así, logró extraer de Dios su nombre secreto y se marchó del Paraíso. En las tradiciones antiguas, y muy especialmente en la judía, el nombre tiene gran importancia, ya que se considera que en él reside la esencia del objeto a que hace referencia. Por lo tanto, Lilith llegó al conocimiento de Dios, el más alto conocimiento al que se puede llegar, liberándose después y abandonando el Paraíso.

Personalmente, considero que este abandono del Paraíso tiene un valor simbólico muy especial. Así, los mitos de rebelión frente a la autoridad suprema, como el de Lucifer o el de Prometeo, terminan con la expulsión del rebelde, no con la marcha del mismo por su propio pie. Es Lilith la que abandona a Dios, no Dios el que castiga a Lilith, sin duda algo novedoso y que nos puede llevar a reflexionar sobre el significado profundo que este acto puede tener para las mujeres.

Por otra parte, algunos autores consideran que la figura de Lilith no ha sido completamente borrada de la segunda versión, sino que se la ha transformado en la serpiente que ofrece el fruto del árbol prohibido a Eva. De hecho, en algunos textos se defiende que fue la serpiente y no Adán la que fecundó a Eva la primera vez, de modo que su primogénito, Caín, sería hijo de ambas. Esta interpretación, lógicamente, nos lleva a pensar que Caín, “el traidor”, es el hijo de Eva y Lilith, el hijo de la sabiduría suprema y de la mujer sometida, o simplemente, ¡por qué no!, el hijo de dos mujeres, el hijo varón de las mujeres, sobre lo cual se podrían escribir cientos de tratados y reflexionar hasta nuestra última espiración.


Encantada de empezar.

martes, 26 de junio de 2007

Síndrome pre-vacacional o De la careta hasta las tetas


Últimamente me siento muy baja de moral.

La distancia entre mis dos vidas se acorta, la llegada del verano hace creer a mi vida oculta que podrá reinar durante algunas semanas, y ya no puede esperar más.

Las horas que paso en mi trabajo son horribles. Siento sobre la cabeza un montón de carteles luminosos que le indican a todo el mundo lo que soy. Me encojo en la silla, me protejo en un rincón, corro al baño en cuanto puedo. Reparto miradas de cordero degollado y siento cómo mi voz se vuelve cada vez más fina, más suplicante. Escucho el sonido de mi vida pública, languideciendo.

Pero la vida oculta tampoco tiene la fuerza suficiente. Los planes que fui posponiendo se agrupan ahora a la puerta del armario, y golpean con fuerza. Decírselo a mi amiga Z. Tener una charlita con mi madre. Siento que todavía no es tiempo de nada, que nada merece la pena, que es mejor continuar ahí, simplemente existiendo, en espera de que todo se arregle, quién sabe cómo.

Y mientras tanto, me ahogo. Haciendo equilibrios sobre el filo de lo que no es posible. O estoy dentro o estoy fuera. O soy o no soy. O me atrevo o me callo.

Y mientras tanto, pasan las horas. Y yo sólo quiero estar sola. Mirándome las puntas de los pies y rascándome la cabeza. Sintiendo que nada tiene sentido, evidenciando lo absurdo y creyendo que algún día me reiré de todo esto mientras me tomo algo con nosequién.

Encantada.

lunes, 25 de junio de 2007

Historia de otra invisibilidad

http://ernesto.ojodigital.net

El monumento popularmente conocido como “el oso y el madroño” es uno de los símbolos más importantes de la ciudad de Madrid. Así, pocos serán los oriundos que no hayan preguntado alguna vez aquello de “¿quedamos en “el oso”?”. Y sin embargo… ¡ay! Resulta que “el oso” es en realidad una osa.

El Consejo de Mujeres de Madrid ha iniciado una campaña para reivindicar a nuestra osa más allá de la anécdota. Como muy acertadamente se cuestionan las convocantes, "si hubiera sido un oso, ¿se hubiera cambiado a osa?". Personalmente, esta pregunta me parece relevante porque implica el argumento patriarcal más inmediato: “un oso, una osa… ¿y qué más da?”. Bueno, pues no da igual. Y es que el hecho de que la osa se cambiara en oso no es casualidad.

La historia de la osa y el madroño es otra historia de nuestra bien conocida invisibilidad: bien conocida por las mujeres, y mucho mejor conocida por las mujeres lesbianas. Además, en este caso particular no sólo juega en nuestra contra el peso del patriarcado, sino también el del siempre insuficientemente vilipendiado sistema gramatical.

Si nos paramos a pensar, ¿cuántos millones de personas no habrán invertido incontables minutos de su tiempo en pasear, observar y fotografiarse junto a nuestra osa? Y sin embargo, ¿por qué prácticamente ninguna se dio cuenta de que la osa era hembra? Yo creo que porque a todas esas personas nos dijeron que la estatua representaba un oso, y como el “género no marcado” es el masculino, y como los representantes de todo (lo bueno y lo importante) suelen ser masculinos, y como nadie nos dijo nunca que aquello se podía cuestionar, y como a las que (más) nos interesa cuestionarlo es a nosotras, y nosotras nunca nos dimos por aludidas en este maldito mundo terminado en “o”… pues sencillamente, nuestras mentes no hicieron “clic”.

Para mí, una de las grandes lecciones del Feminismo ha sido la de hacer que me pregunte cosas. Cuando se te ponen los pelos de punta, cuando no te sientes bien, cuando la frustración se te condensa en un grano enorme en mitad de la frente… pregúntate cosas. Porque las respuestas no llegan sin preguntas, y las mujeres, acostumbradas a dormitar y a resignarnos a ser incluidas en un masculino que nos excluye, tenemos que aprender a preguntar.

Así, la cuestión de la osa no nos va a salvar la vida a ninguna, ni va a cambiar nuestra historia, ni nos augura necesariamente un futuro mejor. Pero es un símbolo, un símbolo que nos invita a preguntar. A preguntar y a recordar que una vez olvidamos mirar debajo de las faldas de la osa y contribuimos a nuestra propia invisibilidad.

Encantada de poner mi granito de arena para evitar que vuelva a pasar.

jueves, 14 de junio de 2007

La (doble) Resistencia


Miles de españolas mugrientas y desesperadas atravesaron en los primeros meses de 1939 la frontera francesa. Al desgarro de abandonar su propio país, las exiliadas unían la certeza de que había terminado el sueño de igualdad para las mujeres españolas.

(Secundino Serrano, Maquis)

Creo que la II República (1931-1939) marcó un hito en la Historia de las mujeres españolas, pero también creo que, como bien dice este pequeño párrafo, tan sólo significó el inicio de “un sueño de igualdad”, sueño que aún no hemos logrado cumplir.

A este respecto, me parece necesario recordar que, dentro de cualquier raza, etnia o clase social, existen dos capas: una superior, la de los hombres, y otra inferior, la de las mujeres. Por eso, las mujeres republicanas en la resistencia, las mismas que habían soñado con la igualdad, vieron esta doblemente frustrada: no sólo por la dictadura sino también por la actitud de sus propios “compañeros”.

Algunas de ellas tuvieron que ejercer la prostitución, sobre todo en la primera posguerra, para alimentar a los presos de la familia o a los hijos que crecían en el hogar. Excarcelados sus maridos, bastantes de estas mujeres tuvieron que añadir al desprecio social el rechazo de sus parejas en libertad.

(O sea, que me prostituyo para darte de comer y luego encima te das el lujo de rechazarme por guarra. ¡Pues allá te hubieras muerto de hambre, malnacido!)

El comunismo procuró en las situaciones críticas facilitar el desahogo sexual de sus militantes con compañeras, aunque un poco en comunidad.

(¿Perdón?)

En 1949, Carmen Temprano Salorio cayó abatida cuando intentaba romper, en compañía de otros guerrilleros, el cerco de la Guardia Civil. Los medios próximos al régimen tranquilizaron la hipotética mala conciencia de haber matada a un mujer señalando que vestía de hombre, y por lo tanto, merecía el mismo trato que cualquier bandolero.

(¡A quién se le ocurre lanzarse al monte sin falda!)

Cuando “Chaquetalarga” y “Miguelete” consiguieron huir a Francia, lo hicieron solos, y a sus compañeras, las hermanas Rodríguez Juárez, sólo les quedó como alternativa entregarse a las autoridades.

(Eso es amor, y lo demás… ¡tontería!)

Con todas las cautelas propias de una excepción, en la guerrilla levantina se produjo un caso singular en la persona de Teresa Pla Meseguer, pastora de Vallibona (Castellón). Para las gentes de los pueblos y también para las fuerzas de represión, Pla Meseguer modificaba de manera sustantiva las convenciones sobre la mujer y la violencia armada. Aguado Sánchez, con su habitual beligerancia verbal, escribe que era “una mujer lesbiana de instintos violentos”.

(Ya tardaban en sacarnos a… ¿relucir?)

Posteriormente, el mismo autor dice que cuando fue detenida “su identificación presentó al principio algunas dudas. Vestía de hombre y por su contextura viriloide y el tiempo transcurrido había experimentado un gran cambio en su fisionomía”.

(¿Acaso le salió pene?)

Conocida también como “el maquis hermafrodita”, posteriormente adoptó una identidad masculina con el nombre de Florencio.

(Después de tantas vejaciones, ¿quién no habría hecho lo mismo?)

En la actualidad, todavía se escucha, tanto de boca de hombres como de mujeres, que el Feminismo es una postura radical innecesaria. Sin embargo, yo creo que es la única postura digna para la mujer. Tengas las ideas que tengas, sea cual sea el color de tu piel o tu orientación sexual, siempre estarás por debajo de los hombres que formen grupo contigo. Y eso es algo que todas las mujeres compartimos, algo que, tristemente o quizá de manera muy oportuna, nos une a todas.

En el último rincón del Planeta, en cualquier página de la Historia, hay una mujer con la que podría hablar de muchas cosas.
Encantada de tenerlo presente.

domingo, 10 de junio de 2007

Domingo

Como bien decía hoy un artículo del periódico, las tardes del domingo son quizás las peores tardes de la semana, ya que en ellas sufrimos un concentrado síndrome post-vacacional ante la llegada del lunes.

En este artículo, una escritora hablaba de los domingos de los escritores, ansiosos ante la perspectiva de no tener nada que leer.
Aquí, una mujer lesbiana hablará de los domingos de las mujeres lesbianas (siempre que estas compartan su caso, claro está).

Y es que yo creo que este síndrome dominical es más agudo cuanto más separadas están tu vida del fin de semana y tu vida entre semana. En mi caso, ambas están a una distancia pequeña físicamente e insalvable en la práctica: la distancia que ocupa la puerta del armario.

Para mí, las tardes del domingo están llenas de ansiedad, la ansiedad de recordar que mañana, lunes, en cuanto llegue a mi trabajo, me convertiré en sólo la mitad de mí. Seré mi parte responsable, asertiva, organizada, con zapatos y sin vida personal. Daré a entender que para mí sólo existe el trabajo, participaré sólo en las conversaciones que versen sobre el trabajo, y si me salgo de esta ruta preestablecida, me arrepentiré durante semanas:

- Pues yo estoy pensando en independizarme.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo te vas a pagar el piso si no tienes novio?

Atrás dejaré a la otra mitad, mi mitad comprometida, sociable, comunicativa, bloggera, que viste con zapatillas de deporte y que está ilusionada con su proyecto de vida personal. Atrás quedarán las salidas nocturnas, los besos apasionados, las cenas románticas, los pisos en venta, las hipotecas, los problemas con los padres, los desahogos con las amigas, los escritos y las lecturas en Internet. El fin de semana nunca habrá tenido lugar.

Y mientras tanto, día a día, semana tras semana, domingo tras domingo, trato de avanzar en esta difícil conciliación de la vida personal y laboral, tan difícil para nosotras, mujeres, lesbianas.

Encantada, no obstante, de estar en marcha.

jueves, 7 de junio de 2007

Otro deseo es posible

Hoy he estado viendo en la televisión una tertulia en la que hablaban de las fantasías sexuales. Por supuesto, las lesbianas sólo hemos aparecido en la conversación encorsetadas en nuestro papel tradicional de objeto de deseo masculino. Y es que hay tradiciones que ni el hecho de que uno de los contertulios sea un hombre homosexual puede cambiar.

En realidad, también se ha nombrado el deseo de las mujeres por las mujeres cuando la invitada ha explicado que la mayor parte de las mujeres tienen fantasías sexuales con otras mujeres. Pero claro, entonces todas las contertulias se han apresurado a poner el grito en el cielo preguntándose que quién era esa mayoría, ya que ellas nunca han tenido fantasía semejante. Que una cosa es ser una mariliendre y otra muy distinta lucir una sola mácula de bollera.

Pero lo que yo quería comentar es lo que se ha dicho acerca del deseo de la mujer heterosexual, ese deseo que tanto nos atufa a algunas. Y es que la invitada, autora de un libro acerca de las fantasías sexuales, ha repetido en varias ocasiones que a las mujeres heterosexuales les pone el papel de sumisas. Y es curioso, porque a mí, lo sumiso y lo igualitario me parecen categorías sociales, conceptuales, muy humanas, y no instintos naturales. Una cosa es que te vayan los hombres y otra muy distinta es que te ponga la sumisión. Ese rol, como todos, se aprende.

Como feminista que soy, no puedo por menos que desearles a todas las mujeres que se desarrollen en libertad y, a poder ser, en igualdad con los que a todas luces son y deberían ser sus semejantes. Por eso, me entristece muchísimo ver que la sumisión “pone”. A mí me encantaría que aprendiésemos a erotizar la ternura, el cuidado, el respeto y, por supuesto, la igualdad. La brusquedad, el dominio, el despotismo y la sumisión, tanto en lo colectivo como en lo individual, hieden.

Sé que las relaciones sexuales no igualitarias afectan tanto a las personas heterosexuales como a las homosexuales, lo cual me apena doblemente, ya que ni siquiera se le puede asegurar a una mujer que el espacio lésbico será un lugar de libertad y respeto. Por eso creo que todas y todos deberíamos aprender a erotizar de otra manera, sea cual sea el sexo de la persona que tenemos en frente. Si no lo hacemos por la persona a la que amamos, entonces, ¿por quién?

No obstante, este es un problema que afecta mayoritariamente a las mujeres heterosexuales, y creo que, en construcción alternativa de relaciones sexuales, las mujeres lesbianas tenemos mucho que decir. Sería interesante, a mi parecer, que nuestra experiencia fuera tenida en cuenta a la hora de reflexionar sobre la igualdad en una relación sexual heterosexual.

Encantada de pertenecer a una minoría que tiene tanto que aportar.

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