
Una de las concepciones que, últimamente, parece permitirnos a lesbianas y gays considerarnos “normales” tiene que ver con la pluma, es decir, ese “adorno” que lucimos, teóricamente correspondiente al otro sexo. Así, las lesbianas muy femeninas y los gays muy masculinos compran su pasaporte hacia la normalidad a base de cumplir hasta límites insospechados los roles de género tradicionales.
Estoy de acuerdo en que, para ser lesbiana o gay, no hace falta romper los roles de género; pero tampoco hace falta seguirlos al pie de la letra. La lectura que permite identificar a lesbianas y gays en relación con su pluma hace tiempo que ya se reveló como zafia e inexacta, porque hay lesbianas masculinas, sí, pero también las hay femeninas, andróginas, o masculinas y femeninas según la ocasión; y lo mismo ocurre con los gays, y por supuesto, con los heterosexuales. Personalmente, conozco a varias mujeres que harían estallar cualquier radar lésbico, y que, sin embargo, están locas por los hombres.
El problema de seguir los roles tradicionales de lo femenino y lo masculino es que, paradójicamente, significa hacerle el juego al mismo sistema que nos discrimina. No creo que la liberación homosexual deba restringirse al ámbito de poder elegir a la persona con quien te acuestas, sino que ha de ir mucho más allá. Las personas homosexuales cuestionamos el patriarcado de mil maneras, y eso no sólo es positivo para nosotras, sino que también lo es para el resto de la sociedad. El sistema que nos considera “anormales” opina que existe una manera natural de ser para las mujeres y para los hombres, y sin embargo, sabemos que eso no es así. De tal manera que no importa si eres lesbiana y tu apariencia es femenina o masculina, siempre que comprendas que no estamos hablando más que de apariencia, de gustos culturales o personales, pero no de naturalidad, adecuación biológica o legitimidad.
Si la normalidad es decir “soy lesbiana y me maquillo y llevo falda y por eso soy normal”, yo no quiero esa normalidad.
Otro de los atajos que últimamente parece tomarse hacia la normalidad es el de negar la diferencia. Yo he tenido varias experiencias agridulces con mis amigos más abiertos y respetuosos precisamente porque, en su afán de hiperaceptación, se olvidan de que mi realidad difiere de la suya en detalles que para nada han de ser considerados como menores. Así, ante mis quejas por la homofobia de mis padres, ellos se quejan porque a sus padres no les gusta su trabajo, o la manera como visten, o si salen mucho o poco, o si no llaman lo suficiente, o si la carrera que eligieron no les pareció la más oportuna. El problema es que yo puedo tener tooodos esos problemas, y además, sufrir una homofobia familiar que ellos no sufren de ninguna manera. Y quiero que se me reconozca como tal, que se nombre, que se le dé la importancia que tiene, y que no se intente sumir en el pozo del resto de las desavenencias familiares porque no es una más, es una especial, diferenciada, injusta e impersonal que sufro en mis propias carnes por una característica ajena a mí y un sistema anterior y mucho más poderoso que mi familia.
Si la normalidad es obviar mi realidad, yo no quiero esa normalidad.
Para terminar, observo preocupada cómo muchas personas consideran todavía hoy que el armario es un invento homosexual. Que somos nosotras mismas las que nos metemos en el armario, cuando nunca hubo necesidad de hacerlo, y que, consecuentemente, duplicamos el problema porque, una vez que entramos, tenemos que salir. Lo que más me duele de este concepto es que es muy común en el entorno homosexual, de manera que muchas personas lesbianas y gays se alegran de no haber sido nunca discriminadas y después alegan, como si tal cosa, que no han salido de ningún armario porque no hace falta salir. Si no dices nada, ellos no dicen nada, y puedes considerarte y ser considerada “normal”.
Y sin embargo, salir del armario es una necesidad porque nuestra sociedad presupone la heterosexualidad. Si no la niegas, es decir, si no sales del armario, te consideran heterosexual y es por eso, no por otra cosa, por lo que no sufres discriminación. La aceptación se pone a prueba una vez que estás fuera, una vez que has dicho que no eres heterosexual, y eso siempre supone una pequeña revolución. Y la hacemos, tantas veces como sea necesaria, como, cuando y con quien podemos, y llevarla a cabo nos acarrea dudas, sufrimiento, sorpresas y, a veces, mucho dolor. La solución de este problema no pasa por hacer como que no existe el armario, sino colaborar para que pronto terminemos con la heteronormatividad.
Si la normalidad pasa por mimetizarme con un entorno que me ignora, yo no quiero esa normalidad.
O soy normal tal y como soy, con mis matices, mis experiencias y mi diferencia, o prefiero seguir siendo anormal.
Y encantada, además.