domingo, 30 de marzo de 2008

Con faldas y a lo loco

Hace pocos días escuché la noticia de que varias enfermeras de un hospital de Cádiz habían visto su sueldo reducido 30 euros porque se negaban a llevar una falda como parte de su uniforme. Según explicaba, de manera impecable, una de las implicadas, la falda les dificultaba los movimientos, especialmente cuando tenían que agacharse; para ellas, el hecho de llevar pantalón no sólo no repercutía en su trabajo diario, sino que se lo facilitaba. Así, ellas mismas comentaban que no acudían cada día a su puesto para lucir palmito o formar parte del decorado, sino para llevar a cabo una serie de tareas para las cuales necesitaban un uniforme adecuado. Lo mejor de la historia es que los representantes del hospital se llevaban las manos a la cabeza porque no entendían dónde estaba la discriminación, ya que obligar a una mujer a llevar falda les parecía de lo más natural (y penalizarla económicamente por no hacerlo también, supongo). A modo de colofón, nos enteramos por las noticias que el susodicho hospital es concertado, de manera que los sueldos de sus empleados (entre ellos, las enfermeras) se pagan con los impuestos de todos los españoles... y de todas las españolas.

Como guión de una película truculenta de los años veinte sólo podría decir… ¡chapeau! Como realidad actual, creo que esta noticia se comenta sola; mi único interés, por tanto era reseñarla. Reseñarla y ponerla de triste ejemplo para todos aquellos (¡y aquellas!) que opinan que las feministas somos unas trasnochadas nostálgicas del movimiento sufragista y eternamente enamoradas de Simone de Beauvoir (por decir algo bonito, que no es lo que suelen comentar, precisamente). Por desgracia, por infinita, espeluznante y sobrecogedora desgracia, queda DEMASIADO por hacer.

Y yo estoy encantada de colaborar.

viernes, 21 de marzo de 2008

Santa Semana

Muchas de las costumbres y tradiciones españolas me ruborizan, me violentan y me provocan un rechazo profundo. No son todas, pero algunas, como las procesiones de Semana Santa, me renuevan estos sentimientos cada año. Lo peor es que encima andamos exportándolas por medio mundo.

Creo que respeto las creencias religiosas de cada cual, sobre todo cuando las personas que tienen estas creencias respetan las mías. También creo que entiendo la importancia que tienen los ritos para la vida en comunidad, como muchas personas que ni siquiera creen o ni siquiera practican se involucran en ellos con fervor, porque son propios de su pueblo, de su gente, de su infancia, de su familia. Celebran la comunidad y estrechan lazos con las personas a las que quieren de esta manera, lo cual me parece muy bien; al fin y al cabo, yo también tengo mis propios ritos.

Lo que no me convence es el regusto medieval, barroco, de la celebración de la muerte. No siempre me provocan rechazo las fiestas que tienen relación con la muerte; de hecho, me parece muy sano integrarla en nuestras vidas, a través de celebraciones o de lo que sea, aprender a convivir con ella, perderle el miedo, o incluso, en ciertas ocasiones, perderle el respeto, no olvidarla, en cualquier caso, saber que está ahí. Acordarnos de la muerte para dar sentido y valorar la vida.

Pero no creo que las procesiones de Semana Santa busquen la salud mental de nadie a través de ese digno propósito. Lo que yo creo que buscan es todo lo contrario: presentarnos la muerte de Cristo como un acto cruel, del que todos somos culpables, como un nuevo pecado original y no la salvación de todos los pecados, como un dolor que necesariamente debemos revivir en nuestros propios cuerpos para ser mínimamente merecedores de que ese señor nos brindara su asesinato.

Y no deja de resultarme curioso, teniendo en cuenta que, desde el punto de vista mítico, científico, literario, la muerte y resurrección de Cristo es una muestra más de los mitos, ritos y celebraciones propios de la manera en que las sociedades agrarias daban la bienvenida a la primavera. No en vano se celebra coincidiendo más o menos con el equinocio: Cristo es el árbol despojado de sus hojas cuyos brotes vuelven a surgir, la semilla que espera todo el invierno para germinar, Cristo son las flores, los animales que despiertan, el deshielo de las cumbres. Es el que murió y volvió a la vida para que se respetase el ciclo de muerte y resurrección; de hecho, Cristo, en ese único y concreto aspecto de biografía, es un representante mítico más de este acontecimiento natural.

Es por eso que tanto me molesta la manera en que se celebra, el punto en el que se incide. Porque creo que lo importante es que Cristo resucitó, o al menos creo que eso sería lo importante para mí si yo fuera creyente; así que no entiendo porque aprovechamos esta efeméride para asustar, meter miedo y sentir culpa en vez de celebrar la vida y la absolución.

Sin embargo, todo sería medianamente soportable si se quedara simplemente ahí. Lo que sí ya creo que está fuera de lugar, lo que nos devuelve a ese país oscuro y pintoresco que buscaban los turistas de los años 60, es el momento en que la gente decide emular el sufrimiento de Cristo y empieza a flagelarse, caminar descalza e incluso se llega a crucificar. Es curioso, porque en su intento de despreciar la carne, de lograr sublimar su espíritu a través del dolor, se acercan bastante a aquellos que dicen buscar el placer absoluto forzando su cuerpo hasta convertir ese mismo placer en algo que apenas se le parece.

¿Y por qué estas cosas me preocupan a mí, que no me involucro en ellas, que no tengo la necesidad de hacerlo, que puedo ignorarlas y de hecho las ignoro, que no me atañen, no me rozan, que permanecen fuera de mi vida siempre que no caiga en la tentación de poner el telediario? Pues porque a mí me importa que la gente sufra en vez de disfrutar de la vida, me duele que elijan el dolor en vez de la salud, mental o corporal, me molesta que existan creencias que empujen a las personas en contra de su instinto natural de supervivencia, me parece que la autolexión es siempre una cuestión de salud pública, y no unas veces sí y otras no.

Porque cuando elijo la felicidad, cuando defiendo la alegría, elijo y defiendo la felicidad y la alegría de todos y cada uno, no sólo de los que son como yo. A pesar de que muchas de esas personas que se flagelan, que lloran y se estremecen con las trompetas y los tambores, que deciden reeditar la barbarie romana de la crucifixión, desearían el mismo castigo que sufrió Cristo para mí.

Porque si Dios es amor no entiendo que nadie haga eso, y porque yo no creo en Dios pero creo en el amor, la compasión, la ternura, el perdón y la salud.

Encantada.

jueves, 20 de marzo de 2008

¿Preparadas para gobernar?

A veces se argumenta que la menstruación obstaculiza la capacidad de las mujeres de tomar decisiones racionales bajo estrés y, por tanto, que la exclusión de las mujeres de las posiciones de liderazgo en la industria, el gobierno o el ejército continúa basándose en un ajuste realista a los hechos biológicos.

Sin embargo, el liderazgo más alto del establishment militar, industrial y educativo estadounidense y de grupos equivalentes en otras grandes potencias contemporáneas está integrado por hombres que cronológicamente han pasado la flor de su vigor físico. Muchos de estos líderes sufren una tensión arterial alta, enfermedades de los dientes y las encías, digestión difícil, vista defectuosa, pérdida de audición, dolores de espalda, encorvamientos y otros síndromes clínicos asociados a una edad avanzada. Estos desórdenes, al igual que la menstruación, también producen con frecuencia un estrés psicológico.

Ciertamente, las mujeres sanas premenopáusicas gozan de una ventaja biológica sobre el típico “estadista varón anciano”. Las mujeres de más edad, postmenopáusicas, suelen gozar de una mejor salud que los hombres y tienden a ser más longevas que estos en sociedades industriales.

Marvin Harris, Antropología cultural.

¡Encantada!

martes, 18 de marzo de 2008

Juno

La otra tarde mi novia y yo estuvimos viendo la peli de “Juno”. Y he de decir que, pasados los primeros veinte minutos, la peli tiene algo; pero también tengo que advertir que pasar de esos veinte minutos requiere un extra de fuerza de voluntad. Por lo demás, tampoco esperaba demasiado, porque cuando una peli americana se publicita como “algo distinto”, suele terminar siendo un punto menos triste que la media de las películas de Hollywood. En cualquier caso, yo no soy ninguna experta en cine; además, “Juno” tuvo algo que me gustó: la imagen de la familia que transmite.

Juno es una chica problemática y “diferente” (aunque esa diferencia es poco creíble; o al menos, yo no me la creí), que vive con su padre y su madrastra. Aquí hay un primer punto interesante: el padre, un tanto marcial, muestra sin embargo un afecto firme y sincero hacia su hija, un afecto menos pegajoso que el de muchas pelis (y el de muchos padres), pero bastante más fiable. Por su parte, la madrastra es la mejor madre que cualquiera pueda imaginar, un tanto excéntrica, pero muy atenta con su hijastra y con el padre de esta. En fin, una familia reconstituida diferente, pero sobre todo, y por encima de todo, muy feliz.

El momento en el que Juno les sienta en el salón para explicarles que se ha quedado embarazada con sólo dieciséis años es uno de los momentos estelares de la peli. La reacción de sus padres fue como una luz al final del túnel: lo que muchas querríamos que nuestros padres hubiesen hecho en el momento de comunicarles que algo no va como esperábamos.

Su fase de negación apenas duró unos instantes, de manera que podríamos llamarla simplemente fase de “estupefacción”. Se esperaban muchas cosas (lo cual ya es un punto a su favor), pero no creían que su hija mantuviese relaciones sexuales (en su defensa diré que había sido sólo una vez). La fase de culpabilización tampoco fue muy larga. Cuando Juno se fue, el padre le preguntó a su mujer si creía que había hecho algo mal. “No”, dijo ella, y poco más. No hubo ira, no hubo depresión, no hubo negociación… Sé que sólo es una peli, pero me gustó la rapidez con que esos padres se pusieron manos a la obra para ayudar a su hija. Porque eso era lo que más importaba en aquellos momentos, aunque muchos padres se olviden de ello a menudo. Su hija seguía siendo su hija, a pesar de lo que había ocurrido y de lo que iba a ocurrir después.

Sin dramas, sin decepciones profundas, sin “jamás hubiera esperado esto de ti”, sin “tú ya no eres mi hija”, sin “no sabes lo que estás haciendo, ¡inmadura!”… en fin. A cambio, los padres de Juno mostraron un amor incondicional hacia ella, la acompañaron donde la tuvieron que acompañar, cuidaron su dieta, le ayudaron con el papeleo, se emocionaron, se enfadaron como se enfadaban antes de que todo ocurriera... Lo importante era su hija, no lo que a “ellos” les estaba pasando, no lo que de “ellos” iban a pensar los vecinos. Ella era su hija, la querían antes y la quisieron después.

Otro momento de la película que me gustó bastante tiene que ver con la familia que Juno elige como futura familia de adopción de su bebé. La verdad es que el sistema americano, que permite a la madre biológica dar a su hijo en adopción a una familia concreta, no simplemente entregarlo a las instituciones, me llama mucho la atención. Aquí las adopciones son anónimas, o al menos eso creo, y aunque el sistema americano me da pudor, pienso que puede ser una opción interesante.

El caso es que Juno elige a la pareja perfecta, con la casa perfecta, el cuerpo perfecto, el trabajo perfecto… Todo lo contrario a ella, o todo lo contrario a lo que ella y su familia se supone que son. Sin embargo, hacia el final de la película, la perfección les falla: el matrimonio se rompe porque el hombre decide que no está preparado para tener hijos, y Juno se echa atrás en la adopción porque ya no son la familia que esperaba para su bebé.

Pero en el último momento todo cambia. Juno valora que la mujer, aunque separada ahora, aunque madre soltera, era la mejor madre que podía encontrar. Una joven que tenía toda la ilusión y ninguna suerte con su propio cuerpo, que se había preparado para adoptar, que había leído mil libros, que había decorado la habitación del bebé con sumo cuidado, y que, en fin, era un encanto con los pequeñuelos y siempre supo que quería ser mamá.

Esta parte también me gustó porque muestra que lo importante para formar una familia es el amor, la voluntad, la ilusión, el compromiso. No importa que no haya un padre y una madre, importa que la persona o personas que vayan a cuidar de esos niños les quieran y deseen de verdad. Y no todas las mujeres que se quedan embarazadas, como la propia Juno, por ejemplo, desean a su bebé.

El final también me gustó, cuando Juno da a luz y explica que no quiso ver al bebé porque nunca fue su bebé. Ella lo llevó dentro durante nueve meses, pero su verdadera madre siempre fue su madre de adopción, la que lo deseó y lo quiso casi desde el principio, la que lo esperó y la que lo cuidaría desde entonces. Esta parte me gusta porque creo que ese sentimiento puede existir, el sentimiento del “no-sentimiento”, del no-vínculo hacia una personita, a pesar de que haya estado en tu interior, a pesar de que hayas sido tú la que lo ha dado a luz. Porque la biología no lo da todo, porque los lazos biológicos no siempre son los más fuertes, ni los más sagrados.

Resumiendo, toda una oda a las nuevas familias y al amor de verdad, el de la comprensión y el cariño incondicional, no el de la imposición ni las normas imposibles de cumplir.

Encantada de que todas las familias fuesen así.

viernes, 14 de marzo de 2008

Resiste, Madrid

El sábado pasado, mi novia y yo fuimos a celebrar el Día de la Mujer Trabajadora a la Casa de Campo, el “pulmón” de Madrid por excelencia. Hubiésemos preferido acudir a una manifestación, pero como la fecha coincidía con la jornada de reflexión antes de las elecciones, y el Día de la Mujer es el momento idóneo para realizar múltiples reivindicaciones políticas, las manifestaciones fueron prohibidas y nosotras nos tuvimos que contentar con comer a la sombra de los pinos.

Y eso es de lo que yo quería hablar: de los pinos tan hermosos y tan desconocidos que tiene Madrid, del encanto que bulle por todas partes en este paraje natural, que la gente dirá que no parece Madrid, y no lo parecerá, pero lo es, y eso es lo importante.

La noche electoral me sentí muy molesta con todos los comentarios que se hicieron sobre mi ciudad. A medida que avanzaba el escrutinio de los votos, los progresistas bajaban a favor de los conservadores, y todos los comentaristas exclamaban: “¡Esos son los votos de Madrid!”.

Y sí, es verdad, eran los votos de Madrid porque los votos de Madrid siempre se suman al final, porque nuestras mesas electorales son más numerosas que las del resto de España y tardan más en hacer el recuento; y sí, es verdad, la mayoría de los madrileños votó a los conservadores. Pero sólo la mayoría, y una mayoría no tan amplia como parecen querer ver algunos.

En Madrid vive gente muy diferente, como en cualquier gran ciudad. No todos los madrileños votamos a los conservadores, no todos los que les votan lo hacen por las razones que a los políticos les gustaría, y además, en Madrid hay mucha gente que vota progresista, y mucha gente (y por eso nos gobiernan los conservadores, a ver si nos vamos enterando) que se abstiene de votar.

En Madrid vive gente muy diferente, y todos somos de Madrid. Gente de todos los lugares de España, y gente de medio mundo, con sus ideas, sus culturas, sus visiones sobre la realidad. No somos homogéneos, aunque todos acabemos siendo madrileños, y por eso me niego a que se hable de nosotros como “ese gran feudo conservador”. No, no y no. Madrid no es así.

Yo he visitado ciudades donde realmente se respiraba el aroma de la España de los años 40. Donde he sentido que estaba totalmente fuera de lugar la idea siquiera de darle la mano a mi novia. Donde he visto mucha más homogeneidad de la que veo aquí, ciudades conservadoras de verdad, donde la mezcolanza madrileña se echaba de menos.

En Madrid se respira libertad. Cuando paseo por el centro, me siento a salvo. Es una sensación sumamente placentera, saberme a salvo, saberme arropada por mi ciudad, por mis conciudadanos, sean de donde sean, sean quienes sean. Y es una libertad que se extiende, que se contagia, y cada vez es más fácil encontrarte con parejas homosexuales en cualquier parque, en cualquier barrio, porque a la mayoría de los madrileños, homosexuales o no, progresistas o no, nos parece bien así.

El otro día leía en una novela de Almudena Grandes, una orgullosa madrileña, que la bandera de Madrid es la resistencia, y que como en la Guerra Civil, los madrileños llevamos grabado en el corazón el “No pasarán”. Completamente de acuerdo con ella, estoy segura de que los madrileños seguiremos construyendo nuestra libertad, ganándonos día a día esta gran ciudad, grande por acogedora, por abierta, por cosmopolita, por heterogénea, grande por ser un faro discreto del futuro, grande por ser un referente escondido entre la letra pequeña. Y que no importará lo que digan de nosotros, no importará si nos quieren utilizar una vez más para fines que no son los nuestros, no importará porque resistiremos, y porque cualquiera que desee comprobar qué es Madrid realmente sólo tiene que visitarnos, que pasear por nuestras calles, que observar a nuestra gente, y verán que no es cierto lo que cuentan de nosotros.

Muchos madrileños no elegimos el voto conservador: lo sufrimos.

Encantada de denunciarlo.

lunes, 10 de marzo de 2008

Gracias

Gracias a todas las personas que, con su voto, han salvaguardado nuestra dignidad.
A todas las personas que han permitido que nuestros derechos no se vean amenazados.
A todas las que han apoyado el futuro de nuestras familias.

Hoy me siento orgullosa y muy agradecida.

Nuestros derechos han ganado las elecciones.

Encantada.

miércoles, 5 de marzo de 2008

viernes, 29 de febrero de 2008

Un año más

Se va febrero, el mes que llega de puntillas y se marcha sigiloso antes de que podamos abrazarlo. Se va febrero, el mes que nos regala una esperanza nueva cada cuatro años. Se va febrero, el mes que me vio nacer, el que cada año me deja el regalo de doce meses más de vida, empaquetados y adornados con un lazo.

Este año febrero también me dejó una carta. Era la primera vez que pasaba mi cumpleaños fuera de casa, la primera vez que celebraba la fiesta que yo elegí y no la que otros me preparaban. Al fin había llegado el momento de la autodeterminación, de la posibilidad de dirigir mi propia barca. Y lo encaré con fuerza, con valentía, pero también con nostalgia.

El derecho y el deber de vivir. El miedo de lanzarse al agua.

Se va febrero, y la brisa de su partida aún me tiembla en el alma.

Encantada.

domingo, 24 de febrero de 2008

Dina

Y salió Dina, la hija que Lía le dio a Jacob, a ver a las mujeres del lugar. (Gén, 34)

Creo que Dina es, en la actualidad, una de las figuras menos conocidas de las que aparecen en la Biblia. Sin embargo, esto no siempre ha sido así; de hecho, durante la Edad Media europea, Dina fue el centro de gran número de predicaciones dirigidas a las mujeres.

La historia de Dina es sencilla: llegó a una nueva ciudad con su familia y decidió salir de su casa para conocer a las mujeres que vivían allí. Esto es todo lo que Dina hizo; sin embargo, dio lugar a poco menos que una guerra. Apenas había cruzado el umbral de su puerta, el hijo del rey se encaprichó de ella, violándola primero y después tratando de hacerla su esposa. Dina sólo había querido conocer a otras mujeres con las que pudiera entablar una relación, nueva como era en aquella tierra. Pero los hombres tenían otros planes, falo incluido: que si no te circuncidas no puedes casarte con mi hija, que si se tienen que circuncidar todos los hombres de tu pueblo, que si cuando te estás recuperando de la circuncisión voy y te abro en canal por haber deshonrado a mi hija, que si Dios me amonesta, que si me cambia el nombre, blablabla. La mujer, nuevamente, es sólo la excusa para liarse a tortas y demostrar quién es el más macho.

En la Edad Media europea, la historia de Dina se les contaba a las mujeres para asustarlas y, de ese modo, impedir que salieran de casa. En la época, y durante siglos, las mujeres apenas salían para ir a la Iglesia, e incluso en ese momento, debían ir siempre escoltadas por un miembro varón de su familia. Así que generaciones enteras de mujeres fueron educadas en el miedo de ser como Dina y provocar una guerra entre hombres por esa estúpida manía de querer ver lo que había fuera de las cuatro paredes donde las encerraban*.

Algunas historiadoras actuales ponen énfasis en la idea de que Dina fue castigada por su curiosidad, y de este modo se sirven de su figura para ejemplificar la separación forzada del conocimiento y de la acción que la mujer ha sufrido a lo largo de la Historia. Sin ánimo de contradecir esta interpretación, sino con el objetivo de ampliarla, yo creo que es importante destacar cómo Dina no pretendía salir de su casa a conocer las calles o los paisajes de su nueva ciudad, sino que ella quería salir a conocer a otras mujeres.

Más allá del conocimiento puro, de la acción milenarista, lo que este pasaje bíblico pretende evitar es el conocimiento mutuo de las mujeres. Dina quería conocer a otras como ella, tener amigas, relaciones, integrarse en la comunidad femenina de su nueva ciudad. Pero las mujeres, en la tradición, pertenecen al ajuar privado de los hombres, no pueden definirse más que a través de ellos, para bien y para mal, y resulta inconcebible no sólo que tengan iniciativa propia, sino que esta se dirija al conocimiento y relación con otra mujer.

Para mí, Dina no sólo es un símbolo para todas las mujeres, un símbolo que nos recuerda la fuerza de nuestras relaciones, de nuestros lazos y nuestra comunidad; para mí Dina es también un símbolo especial para las lesbianas, las mujeres que llevamos más lejos nuestra relación, y un recuerdo de cómo la Historia ha tratado la mera posibilidad de que existiésemos, de que se diese el momento y el lugar para existir.

Creo que la única manera de evitar que esta historia se repita es hacer oídos sordos a sus predicaciones y, sencillamente, salir. Salir a conocer esa hermosa ciudad de las mujeres, sin miedo a guerras que no nos atañen ni a las violaciones que ya no nos mancillan, salir y conocer a las demás, salir a estrechar entre nuestros brazos a otra mujer.

Ser como Dina y no dejarnos avasallar por cómo otros nos digan que debemos ser.

Encantada de participar.


* Las mujeres a las que me refiero en este pasaje son mujeres pertenecientes a la clase nobiliaria y burguesa, por supuesto. Nadie duda de que las mujeres campesinas y obreras estaban obligadas a salir de casa para trabajar de sol a sol, como tampoco se duda de que la vida de estas mujeres y sus pecados no importaban para nada.

sábado, 23 de febrero de 2008

Mi primer amor

Buceando en mi memoria he rescatado a la que creo puede ser mi primer amor. Nunca la catalogué como tal a lo largo de mi infancia, la encerré bajo siete candados durante mi adolescencia, y sólo hace un par de años que, como bengala en medio de la noche, su nombre ha salido a flote en la superficie de mi conciencia.

Elvira.

Elvira era la mejor amiga del colegio de la hija de unos amigos de mis padres. Solamente nos veíamos en los cumpleaños de la niña, una vez al año, por tanto. A mí me encantaba ir a esos cumpleaños porque nos juntábamos muchísimos niños, porque jugábamos durante horas hasta acabar sudando, y porque la casa de los amigos de mis padres tenía muchísimas habitaciones, y a mí me llamaban mucho la atención los recovecos que se formaban en los pasillos.

Pero hubo un año (tendría yo 8 ó 9, quizás menos) en el que Elvira no pudo venir. Yo había buscado su rostro entre el de los otros niños, había esperado encontrármela al final de alguno de los pasillos, tenía la ilusión de que simplemente llegaría más tarde que los demás.

– ¿Y Elvira? –preguntó alguien por mí, y yo se lo agradecí en el alma.
– Elvira no puede venir.

No recuerdo el motivo: tal vez estaba enferma, o de viaje, o tenía otro compromiso más importante. Sólo recuerdo la desolación que invadió mi cuerpecillo infantil y cómo a duras penas logré controlar las ganas de llorar. Entonces supe que, por encima de las horas de juego, por encima del misterio de los pasillos, lo que realmente esperaba de aquellos cumpleaños era ver a Elvira.

Elvira era alta, delgada, tenía el pelo liso y castaño, y su risa mostraba una hilera de dientecillos blancos irresistibles. Además de estas virtudes, tenía un año más que yo, lo cual hacía que mi mirada se arrobase en el abismo que, tan pequeñas, parecía separarnos. No recuerdo nada más de ella, ni aficiones, ni notas del colegio, ni ideas sobre nada, ni siquiera si alguna vez hablábamos, si nos caíamos bien, si jugábamos juntas. Sólo preservo una imagen de Elvira sonriendo, y el vuelco que me dio el corazón, y mi boca medio abierta. Pero sobre todo, recuerdo su ausencia y el vacío que prendió en mi alma.

Encantada.

viernes, 22 de febrero de 2008

Las formas de la infamia

Hace unos días salieron publicados los resultados de un estudio antropométrico llevado a cabo por el Ministerio de Sanidad, en el que midieron el cuerpo de más de diez mil mujeres, entre doce y setenta años, a lo largo y ancho de la geografía española. El propósito del estudio era conocer a la mujer española “real”, pero los resultados nos devolvieron nuevamente al parece ser que inevitable “ideal”: las mujeres españolas debemos tener la forma de un diábolo (no lo dice el estudio, pero se puede deducir y se deduce), aunque muchas desgraciadas nos quedemos en campana, o peor aún, en simple cilindro.

Entiendo el “buenismo” que se encuentra detrás de dicho estudio: las mujeres no entramos en los pantalones que venden en las tiendas, no sólo por nuestra delgadez o gordura presuntamente extremas, sino porque las proporciones no encajan, y en el que te cabe el culo se te pierden las piernas, etc, etc. Entiendo también que, debido a la desventaja tan atroz y enquistada que sufrimos, nos vemos obligadas a avanzar de la mano de una discriminación positiva que a veces nos avergüenza en lo más íntimo. Entiendo, finalmente, que el estudio puede tener repercusiones interesantes a largo plazo, y que las tallas pueden variar, y que los diseñadores pueden repensar, y que la sociedad puede avanzar, ya que por primera vez se estudia la forma del cuerpo de la mujer en sí mismo, y no se deduce a partir de la forma del cuerpo del varón.

Pero lo que por encima de todo entiendo es que las mujeres seguimos siendo las medidas, pesadas y apodadas, las que somos empujadas al escenario desnudas para que otros hagan mofa, critiquen y arrojen hortalizas sobre nuestros cuerpos.

Es sencillo: nadie necesita medir a los hombres de nuestro país para saber que unos son altos y otros son bajos, unos gordos y otros delgados, unos con patas de gallina y otros con tetas de señora. Y porque simplemente se sabe, los pantalones tienen diferentes largos y diferentes anchos, formas flexibles y cinturas que concuerdan, y si te pones tonto, servicio de sastres que te cosen de donde sea para que el pantalón te ajuste por muy deforme que parezcas.

El maltrato que las mujeres sufrimos, ya sea en forma de pantalones imposibles o de estudios vejatorios, es una maltrato estructural. Si necesitan medirnos es porque seguimos siendo ese ser desconocido, imposible de concebir, porque seguimos siendo el otro y porque siguen siendo otros los que nos conciben. Seguimos siendo el objeto, la niña que llora para que papá arregle el mundo, la histérica depresiva que si no triunfa en su tarde de compras se da a la anorexia y pone en peligro la supervivencia de la especie.

La enfermedad, la dependencia, la infelicidad, la frustración, son males producidos por nuestra posición en el mundo, una posición que nos impide gozar de buena salud, de autonomía personal, alcanzar una equilibrada felicidad y sentirnos realizadas.

Y ponernos motes no ayuda.
El estudio, tal vez; pero los motes sobraban.

Encantada.

viernes, 8 de febrero de 2008

Fábula doméstica

Cuando regresé, el resfriado todavía seguía ahí. Así que me metí en la cama diez minutos nada más, diez minutos (más) nada más, diez minutos (más todavía) nada más… hasta que decidí enfrentar la catástrofe:

¡El fregote también seguía ahí!
.
Pero yo era más fuerte, mis víruses y yo éramos más fuertes y logramos clasificar el fregote, de manera que, media hora después, el milagro se había producido:
.
"Es mi sueño todo limpio..."
.
Sin embargo, en un rincón de la cocina, resistiendo ahora y siempre al invasor, se encontraba... ¡el vaso de tomate!
.
Porque la felicidad nunca puede ser completa.
.
Encantada.

miércoles, 30 de enero de 2008

Sor Juana (I)

Desde hace un tiempo vengo planeando dedicar una serie de entradas a una de las mujeres que más admiro de toda la historia literaria: Sor Juana Inés de la Cruz.

Conocí a Sor Juana en la Universidad. Me la presentaron como la más digna sucesora de Góngora allende los mares, y en correlación con ello, destacaron el Primero Sueño como su obra cumbre.

Dentro de la crítica literaria machista que predominaba, crítica que, afortunadamente, hoy reconozco como tal y como tal combato; nos obligaron tomar en consideración sólo a la Sor Juana escritora. Nos hablaron de su virtuosismo barroco, de su exquisita inventiva, de su arrojo retórico; pero la mujer que palpitaba detrás de esos textos fue condenada al ostracismo.

En aquello tiernos años yo era una jovencita inexperta que bebía los vientos por sus profesores, alabando todo lo que le enseñaban como si de un tesoro precioso se tratase. Y no es que no fuera precioso, pero para mi gusto actual, era cuando menos un tesoro incompleto.

Sin embargo, ya por aquel entonces estaba presente en mi vida esa contradicción que después comprendería como una constante de mi experiencia; y es que una cosa era lo que yo creía estar haciendo, y otra muy distinta, lo que hacía en realidad. En mi mente, me comportaba como la alumna modelo que pretendía ser, y creía estar tratando a Sor Juana como una técnica experta en el verso, fijándome en todo lo me decían que me tenía que fijar.

Pero en realidad, mi alma se escapaba furtiva de aquellas composiciones e inspeccionaba a escondidas los textos en los que Sor Juana dejaba atrás el barroquismo y hablaba de su experiencia como mujer. Así fue como me olvidé de los sonetos a Fabio, Lisardo o Silvio, de los epigramas, romances y villancicos, y me bebí la Respuesta a Sor Filotea de una sola vez.

De hecho, la fuerza de Sor Juana mujer era tal, que hasta los propios profesores se saltaban sus principios sin quererlo y terminaban hablando del admirable pensamiento feminista de la escritora, aunque fuese utilizando como excusa sus famosas redondillas.

Aún así, la imagen de Sor Juana volvía a desvanecerse en el discurso académico, recordándonos que, por muy feminista que fuese, por muy avanzada para su época que se mostrase, al fin y al cabo había decidido ser monja y que, en sus últimos días, abandonó la profesión de escritora para cuidar a sus hermanas hasta morir debido a una enfermedad contagiosa.

Por supuesto, la crítica literaria machista, también conocida como crítica inmanente o formal, no tiene en cuenta el contexto en el que se desarrolló la vida y obra de Sor Juana, y la relevancia tan increíble que para la Historia de las Mujeres tienen esos pequeños gestos tan fácilmente despreciados e ignorados, incluido el de negarse a contraer matrimonio.

Pero Sor Juana se revolvía en su tumba hasta poner en los labios de los profesores lo que nunca quisieron pronunciar: la hipótesis de que, además de feminista, Sor Juana Inés de la Cruz había sido lesbiana.

Curiosamente, esta hipótesis fue llevada a la clase como un ejemplo de interpretación disparatada de la vida y obra de una escritora; escritora que estaba siendo, por lo demás, despojada de su vida, de su cuerpo, y hasta casi de su obra. Y es que, de manera nada casual, los poemas en los que más claramente se expresan algunos de los sentimientos lésbicos de Sor Juana no estaban incluidos en la antología que debíamos leernos. Así, se mofaban de una interpretación a la vez que nos hurtaban la posibilidad de comprobar qué tan disparatada era en los textos concretos. Los mismos textos a los que tanto se apelaba y que, de repente, desaparecían.

Mi ignorancia juvenil, sin embargo, me hizo reír la gracia más alto que nadie, repitiéndome a voz en grito lo inútiles que eran algunas personas y lo que eran capaces de sacarse de la manga. Pero mientras me decía esto a mí misma, otra voz, más baja pero más firme, fruncía el ceño y me espetaba: “¿y qué si fuera lesbiana?”.

La misma voz que hoy habla alto y claro, llena de admiración y de mayor sabiduría, para decir que a Sor Juana le faltó enarbolar la bandera arco iris.

Su lugar histórico y vital era y es el de las lesbianas.

(continuará…)

lunes, 28 de enero de 2008

Andando

He vuelto a salir del armario. Después de las primeras salidas, después de varios años sin poder ampliar el círculo de terrenos liberados, he vuelto a hacerlo. Y la experiencia ha sido más intensa y más profunda de lo que lo fue cualquier vez anterior.

Llevaba varias semanas entrenando en el gimnasio. La idea misma de entrenar simbolizaba ya un pistoletazo de salida para una época de grandes y anhelados cambios. Tras pasar unos meses interminables en la cárcel del silencio, oscura, esquiva y con un terrible sentimiento de desprecio hacia mí misma por no poder siquiera pensar en mover un dedo, por huir de las oportunidades y volver a casa corriendo a lamerme las heridas, he descubierto que las fuerzas que me faltaban ya estaban ahí. He necesitado un largo invierno para acumularlas, pero cuando ya pensaba que jamás lograría reunirlas, me he dado cuenta de que ellas brincaban de ganas de pasar a la acción.

Para salir del armario he utilizado un medio que recomiendo a todas aquellas que se encuentren en la misma situación que yo: el e-mail. Sí, ya sé que una conversación cara a cara es superior se mire por donde se mire, pero no cuando el peso de los fracasos acumulados te doblan la espalda hasta el punto de impedirte estar en pie. Había buscado la ocasión durante todos estos años en cada cena, cada café, cada tarde de compras. En cada conversación telefónica, en cada cumpleaños, en cada celebración. Y siempre con el mismo resultado: nada. Si la ocasión se me presentaba en bandeja (que se me presentó), yo miraba hacia otro lado y sorteaba la oportunidad como quien está inmerso en una carrera de obstáculos, sintiéndome inútil y aliviada a la misma vez. Algo dentro de mí (quién sabe si algo sabio, puesto que aún no conozco el resultado) me esposaba la lengua para impedirme hablar, responder o sugerir. Y así terminé encontrándome a punto de romper toda relación, hasta que abandoné mis prejuicios sobre el parapeto de la pantalla, y simplemente escribí.

Pasaron algunos minutos hasta que me di cuenta de lo que había hecho. Navegaba tranquilamente por internet cuando me sobrevino un ataque de llanto. Lo había conseguido. Había salido del armario. Y la única frase que llenaba mi mente era ese poderoso “Nunca más”. Nunca más tendría que mentir. Nunca más ocultaría lo que soy. Nunca más pondría una excusa para no quedar. Nunca más sentiría que las piernas me fallaban ante un comentario banal. Nunca más ocultaría esa parte de mi vida. Nunca más negaría mi amor. No, al menos, en ese pequeño campo de batalla que había conseguido liberar.

Una mujer lesbiana me contó una vez que, después de pasar por momentos muy dolorosos, después de sufrir, de llorar, de ver con tus propios ojos lo increíble, te sobreviene el sentimiento que nuestra comunidad denomina orgullo. Una capacidad de hacerte cargo de ti misma, un profundo respeto hacia lo que albergas en tu interior. Las primeras veces que salí del armario no sentí nada parecido. Lo hice todo desde la inocencia, desde la ignorancia de lo que me podía ocurrir, de lo que de hecho ocurrió. No había recorrido ni una décima parte del camino que te lleva a sentir el verdadero orgullo. Y aunque ahora sé que todavía me queda mucho camino por recorrer, he visto lo suficiente para verme a mí misma como me vi: una roca en medio de la tempestad, una mujer dispuesta a encarar lo que venga sin dar un solo paso atrás.

Una de las razones que me ha empujado a salir del armario ha sido la necesidad creciente de darle el trato que se merece a mi relación. Mi novia y yo hemos pasado por multitud de crisis, por momentos en los que apenas podíamos recordar nuestro nombre, y sin embargo, hemos mantenido a flote nuestro amor. Aunque la situación presente es la más tranquila que hemos pasado, aún no se parece al futuro que soñamos, y por mucho que podamos entender por qué todavía no estamos donde queremos, no llegaremos allí de repente, un día cualquiera. Hay que hacer el camino, hay que ir conquistando el terreno hasta que le hagamos sitio suficiente a nuestro amor. Un sentimiento demasiado grande para quedarse confinado dentro de un estrecho armario.

Encantada de poder relatar este gran triunfo en mi blog… ¡y sin dejar de hacer abdominales!

miércoles, 16 de enero de 2008

Oxidada

Creo que salir del armario no es sólo cuestión de decisión, de valentía, de haberse asumido a una misma; es también cuestión de ejercicio.

Imagino que existen dos músculos principales: uno para abrir la puerta del armario y otro para evitar que se cierre de nuevo. Si no se ejercitan regularmente, si no cuidamos que se mantengan en la forma óptima, se van quedando fofos y, al final, acabamos confinadas en el armario.

Así, me parece importante que nos ejercitemos en el arte de enfrentarse a la incertidumbre. Las primeras veces puede doler, puede resultar arrollador, puede ocurrir sólo al final de un largo camino de lucha contra nuestra propia negativa. Pero poco a poco, a base de desarrollar nuestros músculos, nuestros corazones, nuestras respuestas, nuestro equilibrio a pesar de lo que decida el mundo exterior; nos volvemos lo suficientemente fuertes como para considerar la incertidumbre algo cotidiano, algo consustancial a nuestra existencia, como respirar, comer o dormir. Porque, de hecho, la incertidumbre forma parte de nuestras vidas, tanto si lo negamos cerrando desde dentro las puertas del armario como si no.

Personalmente, empecé a salir del armario como quien se lanza a correr una maratón imaginando que sólo trata de alcanzar el autobús. Creí que era cuestión de un momento, de diez minutos terribles, de un par de charlas con amigos unidas a una emocionante conversación con papá y mamá. No imaginaba que para salir del armario hacía falta convertirse en una deportista de élite, jamás pensé que fuera necesario entrenar cada día y, para colmo, nunca contemplé la posibilidad de que no sólo hubiese que salir del armario, sino ser capaz de mantenerse fuera de él.

Desde luego, mi forma física no era la mejor: corrí, corrí, corrí y seguí corriendo hasta ponerme azul y desfallecer. Después, decidí que lo mío era la vida sedentaria, y sin darme cuenta, terminé criando celulitis en el sofá, mientras miraba anuncios de estimuladores de músculos en la televisión. Sin embargo, todo tiene un límite y el colesterol acumulado amenaza hoy con provocarme un ataque cardiaco que pinta bastante mal.

Así que lo tengo decidido: voy a apuntarme al gimnasio ¡ya!

Encantada con el futuro saludable que espero conseguir.

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